Warwick le clavo los ojos. Habia estado a punto de recordarle a Eduardo las decapitaciones que habia ordenado despues de Mortimer's Cross y Towton. Se alegro de no haberlo hecho, desarmado por la franca admision de que Eduardo habia ordenado ciertas ejecuciones por mera venganza. Tambien recordaba el inusitado desborde emocional de Eduardo en Micklegate Bar, ese breve atisbo de una pesadumbre que buscaba alivio en la colera. Habian pasado dos anos desde la batalla de Sandal, tiempo suficiente, pensaba, para que sanaran todas las heridas, pero no veia motivos para verificar si habia cicatrices. Si Ned necesitaba tascar ese freno, que asi fuera. Tendria que aprender con Somerset por las malas, y quiza eso tuviera sus ventajas.

– De acuerdo, Ned. Lo haremos a tu manera. -Puso la sonrisa resuelta de un buen perdedor-. Quiza tengas razon, despues de todo… Quien sabe.

– Quien sabe, en efecto -repitio Eduardo, y aunque lo dijo placidamente, incluso con un deje de ironia, Juan Neville se acerco rapidamente al aparador y, sin llamar a un criado, sirvio el vino, entregando copas a su hermano y su primo.

– Brindemos, pues, por la conversion de Somerset a la fe verdadera -bromeo, y sintio un alivio vago pero muy real cuando tanto Eduardo como Warwick se rieron.

Capitulo 7

Castillo de Middleham

Yorkshire Mayo de 1464

El castillo de Middleham, baluarte del conde de Warwick en Yorkshire, se hallaba en la ladera meridional de Wensleydale, a una milla y media del cruce de los rios Ure y Cover. Durante trescientos anos habia dominado las landas circundantes y el torreon normando de caliza se elevaba cincuenta pies en el frio cielo septentrional, rodeado por un patio cuadrangular, un foso de aguas oscuras, enormes murallas y una casa de guardia de piedra gris que oteaba el norte, vigilando la aldea que medraba a la sombra del Oso y el Baculo Enramado de los Neville.

Francis Lovell odio Middleham desde el momento en que poso en ella unos ojos que ardian por las lagrimas contenidas y el polvo de un viaje de seis dias. Con cada milla que lo alejaba de la residencia Lovell, en Oxfordshire, mas se acongojaba su corazon, mas decaia su animo, mas se agudizaba su autocompasion. Francis no queria abandonar Minster Lovell, no queria alejarse de su madre y sus pequenas hermanas. Aun menos deseaba sumarse al sequito del conde de Warwick. Francis sabia mucho sobre Warwick, como todos en Inglaterra. Warwick era el mas poderoso de los senores yorkistas. Almirante de Inglaterra. Capitan de Calais. Alcaide de las Marcas del Oeste de Escocia. El mayor terrateniente de Inglaterra, pues Eduardo habia sido un monarca generoso y nadie se habia beneficiado mas bajo su reinado que su primo de Warwick.

Era debido al favoritismo del rey por su pariente Neville que Francis realizaba su renuente viaje al norte ese mayo. Francis era el unico hijo varon y heredero de John, baron Lovell de Tichmersh, uno de los senores mas ricos del reino por debajo del rango de conde. Lord Lovell habia fallecido en enero, dejando a un nino de diez anos como unico heredero, un nino que de pronto era muy rico y en consecuencia muy importante. La tutela de Francis Lovell era un trofeo lucrativo, y pronto quedo en manos de Warwick, por cortesia de su primo el rey.

Con vertiginosa celeridad, el mundo que Francis habia conocido cambio para siempre. Su padre murio. El seria pupilo del conde de Warwick. Y menos de un mes atras lo habian casado con Anna Fitz-Hugh, de ocho anos, hija de lord Fitz-Hugh y Alice Neville, la hermana favorita de Warwick. A Francis le decian que debia considerarse afortunado de tener por pariente al conde de Warwick. Pero Francis no era tan pequeno como para no comprender que Warwick solo queria asegurarle un esposo acaudalado a su pequena sobrina. A nadie le importaba que el no hubiera escogido ese matrimonio, salvo a Francis.

Asi, una fria manana de mayo, llego a Middleham para alojarse en el castillo y dedicarse a estudiar las artes de la cortesia y la caballeria. Atraveso el puente levadizo con suma aprension y muda animadversion. Los Lovell eran lancasterianos.

Habian pasado mas de tres anos desde la sangrienta coronacion de Eduardo en Towton. El padre de Francis habia luchado ese dia de marzo por Enrique de Lancaster, pero era un hombre que reconocia las realidades del poder. Pronto se habia reconciliado con el rey yorkista, y habia ensenado a Francis a hacer lo mismo.

Eso no habia sido dificil para Francis. Solo tenia siete anos cuando se libro la batalla de Towton, y no conservaba recuerdos de los exiliados monarcas lancasterianos. Margarita de Anjou era una figura mitica para el, una de esas bellas y tragicas reinas de leyenda. Ciertamente eran legendarias las historias que se contaban sobre sus tribulaciones de los ultimos tres anos. Arriesgados cruces del Canal en viajes al continente, en vanos intentos de obtener el respaldo de Francia o de Borgona. Encontronazos con salteadores. Un naufragio frente a la costa de Yorkshire. Deudas que nunca podria saldar. Pero aun asi no cejaba, se negaba a reconocer la derrota.

Estas historias eran sumamente dramaticas y algunas versiones estaban tan adornadas que la realidad y la ficcion se entrelazaban inextricablemente. Francis lo creia todo y sentia mucha pena por la mujer que habia sido reina de Inglaterra y habia tenido que buscar refugio en Francia. No obstante, aceptaba a Eduardo de York como rey de Inglaterra, el unico que el podia recordar. Pero una cosa era aceptar a los yorkistas, y muy otra encontrarse entre ellos, encontrarse en la ciudadela yorkista de Middleham, hogar de su Muy Formidable Gracia, el conde de Warwick, y el hermano del rey, el duque de Gloucester.

Para su alivio, ni Warwick ni Gloucester estaban en Middleham a su llegada, pues ambos se encontraban en York con el rey, que esa primavera habia ido al norte para lidiar con otra revuelta lancasteriana. Francis fue cortesmente recibido en la residencia del conde y se dispuso a aprender las rutinas de su nuevo mundo.

Las dos semanas siguientes fueron las mas solitarias de su vida. Sentia una nostalgia espantosa, no encontraba amigos entre los demas ninos que estaban al servicio del conde. Como el, eran hijos de la nobleza, pero con impecables credenciales yorkistas. No era que atormentaran a Francis por su pasado lancasteriano. Peor aun, lo excluian.

Decidido a no dejarse humillar por estos indiferentes adversarios, Francis se dedico adustamente a sus estudios, y consagraba las horas de la manana a practicar su caligrafia, a conjugar verbos latinos, a cavilar sobre las Reglas de caballeria y El gobierno de reyes y principes. Pasaba las tardes en la palestra, tratando de guiar a su caballo hacia el estafermo y de dominar el elusivo arte de acertarle al blanco y agacharse para evitar el contragolpe; el serrin del suelo no amortiguaba el impacto de la caida.

Despues de la cena, lo llevaban en ocasiones al gabinete privado del conde, donde entablaba una rigida conversacion «cortesana» con sus nuevas parientes por matrimonio, las dos hijas del conde, Isabel y Ana. Y luego se retiraba a los aposentos que compartia con los demas aprendices de caballero, para tragar en silencio el nudo de desdicha que sentia en la garganta todas las noches, y que no osaba aflojar en el humillante sonido de un sollozo ahogado. Cada noche ganaba su guerra; cada dia se reanudaba la batalla.

El ultimo dia de mayo amanecio con una promesa de languidez estival, con un cielo tan azul que deslumbro a Francis y le mejoro el animo. Esa tarde no practicarian en la palestra; habria mas ejecuciones en Middleham y la condesa de Warwick no queria que los ninos presenciaran las decapitaciones. En cambio los llevaron a los brezales, cada uno con un halcon encapuchado posado sobre la muneca enguantada de cuero. Solo Francis se quedo; el dia anterior habia sufrido graves magulladuras al recibir un golpe del estafermo, y se habia torcido tanto un tobillo que no aguantaria un dia a caballo.

Le habian advertido que permaneciera en sus aposentos; desobedecio, por supuesto. Erro sin rumbo por el patio, pero al pasar por la cocina del oidor vio una cuba llena de miel junto a la puerta. Para su propio asombro, estiro la mano para inclinar la cuba y probar esa sustancia dulce y viscosa. Uno de los cocineros solto un chillido de sorpresa, seguido por un borboton de palabrotas tan pintorescas que habrian impresionado a Francis si hubiera esperado para oirlas. En cambio, comprendiendo la magnitud de su inexplicable pecado, puso pies en polvorosa, dejo atras la casa de guardia y salio al patio externo.

Aminoro la marcha, sin aliento, cuando vio que habia burlado a sus perseguidores. El tobillo le dolia de nuevo. Avanzo cojeando a lo largo de la muralla hacia los edificios que albergaban el granero, los establos, la destileria. Al aproximarse al matadero, se paro en seco, recordando que hoy habian instalado un tajo en el interior, para la ejecucion de los rebeldes lancasterianos.

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