explico Ricardo, pues existia el riesgo de que los alanos recayeran en su estado salvaje y atacaran a sus amos.
Ambas muchachas echaron miradas suspicaces a la hembra de alano recostada junto al hogar, viendo en sus ojos rasgados y ambarinos y en sus inquietas orejas lobunas una confirmacion de las palabras de Ricardo. Solo cuando Ricardo ya no pudo contener la risa comprendieron que les habian tomado el pelo. Le hicieron feroces recriminaciones con voz dulce y femenina, para que su madre no les oyera.
– Por aqui tambien han merodeado los lobos mientras no estabas, primo -dijo de pronto Jorge-. Pero aqui los llaman Woodville.
Solo un ferreo control y la distancia que los separaba impidieron que Juan abofeteara la boca de su primo. Jorge reparo en su furia, pero no se inmuto; no estaba muy apegado a Juan. Se inclino hacia delante, interpelando al primo que si le importaba.
– Parece que Johnny y Dickon son reacios a contartelo, primo. Pero debes saber lo que sucedio en tu ausencia.
Warwick miro de soslayo a su hermano, miro a Jorge. Le gustaba el muchacho, pero habria preferido que Jorge no se regodeara tanto en ser portador de malas nuevas.
– Si te refieres a la visita de la delegacion borgonesa, estoy informado sobre ese asunto, Jorge. La visita se planeo antes de que yo partiera de Inglaterra. Mas aun, tengo entendido que los enviados borgoneses regresaron a su pais al enterarse del fallecimiento del duque de Borgona, hace una quincena.
– No todos, primo. Luis de Gruuthuse se ha quedado… para resolver los pormenores del contrato de matrimonio.
Warwick sabia que Carlos, conde de Charolais, hijo y heredero del recien fallecido duque de Borgona, habia manifestado cierto interes en una alianza conyugal con Inglaterra. La perspectiva habia interesado a Eduardo, para fastidio de Warwick. Aparte de su preferencia politica por Francia, Warwick sentia una aversion personal por Charolais, ahora duque de Borgona; se habian conocido el ano anterior en Bolona y se habian detestado en el acto.
Pero Warwick no habia tomado en serio la propuesta borgonesa. Sabia que Carlos de Borgona se complacia en irritar a su enemigo jurado y presunto senor, el rey de Francia. Tambien sabia que Carlos simpatizaba con la Casa de Lancaster, y que albergaba en su corte a Edmundo Beaufort, duque de Somerset, y al cunado lancasteriano de Eduardo, el duque de Exeter.
Ante todo, no pensaba que su primo Eduardo prestaria tan poca atencion a sus consejos. La boda con Isabel Woodville… bien, eso era un acto de lujuria, inexcusable pero comprensible. La politica era harina de otro costal. No creia que Eduardo se atreviera a escoger una alianza a la que el se oponia energicamente.
– ?Matrimonio? -dijo lentamente-. No querras decir…
– Si, eso quiero decir -dijo Jorge, asintiendo-. Ned ha accedido a casar a mi hermana Meg con Carlos de Borgona. Aun no hay nada escrito, pero ha consultado a mi hermana para comprobar si ella esta dispuesta. -Hizo una pausa-. Y parece que esta dispuesta, primo.
Warwick lo miro de hito en hito.
– ?Como se atreve…? -murmuro, pero con tal intensidad que Jorge titubeo antes de referirle a su primo el resto, lo peor.
– Hay mas, primo. Ned invito a los borgonones a asistir a la sesion inaugural del parlamento. Tu hermano Jorge, como canciller, debia pronunciar el discurso inaugural. Pero en el ultimo momento mando decir que estaba enfermo. Bien, Ned penso que nuestro primo no estaba enfermo, sino que se oponia a otorgar semejante privilegio a los enviados borgonones. El lunes pasado, Ned cabalgo hasta la residencia de tu hermano en Charing Cross y exigio que le entregara el Gran Sello de la cancilleria. Luego nombro canciller a Robert Stillington, obispo de Bath y Wells, guardian del Sello Privado…
Jorge se interrumpio. Aunque su lealtad era inequivoca, y la brindaba con gusto a su primo de Warwick, se amilano ante la furia que veia en la cara del conde. Un hombre que ponia ese semblante estaba decidido a matar a alguien, penso con inquietud.
Jorge no simpatizaba con su hermano desde hacia anos, desde los primeros anos del reinado de Eduardo, y quiza antes. Le fastidiaba que Eduardo prefiriese a Ricardo, con un favoritismo que se habia acentuado con el paso de los anos. Tambien le fastidiaba que Eduardo se negara a tomarlo en serio, y le fastidiaba que Eduardo obtuviera todo con tanta facilidad, con tan poco esfuerzo, y que le negara el derecho a casarse con Isabel Neville. Sobre todo, le fastidiaba que la diadema de oro fuera de Eduardo, y le fastidiaba saber que el no la tendria nunca, salvo en el improbable caso de que Isabel Woodville solo diera a luz hijas, y Jorge no era tan tonto como para fiarse de eso.
Pero aunque sentia tanta antipatia por Eduardo como simpatia por su primo de Warwick, la ira del conde lo enervo. Esperaba que su primo se enfureciera, desde luego, pero no a tal extremo.
Cuando Warwick salio como una tromba del gabinete, Juan no habia comprendido su proposito. Asi Warwick habia ganado una valiosa ventaja en tiempo y distancia, y quiza ya estuviera en Westminster. Juan se obligo a reclinarse en su barca, a mirar la negrura que ocultaba las casas agolpadas sobre la orilla. Y trato de no pensar en lo que encontraria al llegar al palacio.
Westminster estaba a oscuras. Al atracar en el muelle del rey, Juan oyo que el reloj de la muralla daba la medianoche. Salieron guardias de las sombras para cerrarle el paso, pero al reconocerlo se apartaron respetuosamente. Seguido por un pequeno cortejo, se dirigio a los aposentos del rey y descubrio que sus peores temores se habian hecho realidad.
La antecamara estaba iluminada por antorchas. Hombres que usaban la insignia yorkista del Sol en Esplendor bloqueaban la puerta de la alcoba de Eduardo. Fueron corteses con Su Gracia, el conde de Warwick, pero muy terminantes. Su Gracia el rey se habia retirado por esa noche y nadie podia molestarlo, ni siquiera el senor de Warwick. Warwick nunca viajaba sin una numerosa escolta, y sus hombres se agolparon alrededor del conde, mirando desafiantes a los servidores del rey.
– Dije que veria a mi primo el rey -declaro Warwick, en el tono de alguien habituado a una obediencia incondicional.
Pero los hombres de Eduardo no cejaron, y esta vez la negativa no fue cortes. Los hombres de Warwick se pusieron a murmurar; el creciente malestar entre Warwick y Eduardo habia empezado a contagiar a sus simpatizantes. Alguien debia de haber difundido la noticia, pues hombres con la librea de York pasaron junto a Juan para entrar en el recinto.
Uno de los recien llegados tropezo con un partidario de Warwick. Con increible mala suerte, o en un acto de descarada provocacion, al tropezar aferro la manga del otro y le arranco la insignia del Oso y el Baculo Enramado. El hombre de Warwick solto un jadeo iracundo y se lanzo contra el yorkista.
Juan nunca se habia movido tan rapido en su vida, y no supo como logro cruzar el recinto a tiempo para aferrar al ofensor. Pero la tension era tal que solo se requeria una chispa para que estallara en violencia, para transformar un episodio desagradable en algo inconcebible, una gresca entre los hombres del rey y el conde de Warwick en los aposentos reales.
– Quedate alli -le rugio Juan al hombre que habia empujado contra la pared, y enfilo hacia su hermano, que se habia girado al oir la conmocion.
Se elevaron voces y los hombres intercambiaron insultos, pero le cedieron el paso a Juan. No sabia que le diria a su hermano. En todo caso, no tuvo oportunidad. En cuanto se acerco a Warwick, abrieron la puerta de la alcoba.
La camara interior aun estaba iluminada por velas. Los que estaban mas cerca de la puerta entrevieron a una mujer que retrocedia hacia las cortinas del lecho. Se movio con rapidez y solo vieron una atractiva extension de cutis cremoso y un remolino de cabello color miel largo hasta la cintura. Pero en ese momento, ni siquiera los espectadores mas curiosos tenian tiempo para fijarse en una querida del rey, por apetecible que fuera. Era Eduardo quien atraia todas las miradas, solo Eduardo.
Solo tenia puestas unas calzas y una camisa de batista desabotonada. La luz de las antorchas alumbraba el vello dorado del pecho, mostraba la mancha de pintalabios en su garganta. Mientras escrutaba la escena, su asombro se troco en una colera que pocos le habian visto demostrar.
Se hizo silencio. Los hombres empezaron a retroceder, a ocultarse en las sombras. Warwick y Juan quedaron a solas en el centro del recinto, pero Eduardo solo se fijaba en Warwick.
– Por mucho que me interese vuestro regreso a Inglaterra, milord Warwick, no creo que sea necesario que