Se quedaron mirando el florecido jardin interno.

– No se me ocurria otra cosa, Johnny. A mi madre no le agrado sobremanera que la despertara a medianoche pero, una vez que dejo de gritarme, acepto que hacia tiempo que debia hacer una visita a Westminster. -Ricardo sonrio, pero de inmediato se puso serio-. Fue facil enterarme de la hora a que mi primo era esperado en Westminster esta manana. En la corte lo sabian todos -suspiro.

Casi habian llegado a la casa capitular y ambos se detuvieron, eludiendola de comun acuerdo, pues la casa capitular de la abadia era el sitio donde se reunian los Comunes y ninguno de los dos estaba de animo para lidiar con politicos.

Dieron media vuelta y desanduvieron el camino.

– ?Cuantos anos tienes, Dickon… catorce?

– Cumplire quince en octubre. -Ricardo vacilo y luego barboto-: Es una desgracia tener catorce anos, Johnny.

Ese exabrupto era tan inusitado que Juan tuvo que sonreir.

– Si mal no recuerdo, tampoco me agradaba tener catorce. Tienes que soportar esos interminables sermones de los mayores, te guste o no. -Vio que Ricardo sonreia y anadio de buen humor-: No, no es divertido tener catorce anos, ?verdad? Si no te hacen arder las orejas con consejos que no deseas, te calientan las posaderas con una rama de encina. O estas alborotado porque has descubierto al bello sexo y no sabes como reaccionar.

Ricardo aun sonreia, pero ahora tambien se sonrojaba, y Juan sonrio a su vez.

– Animo, Dickon. Lo primero pasara. Y lo otro… bien, pronto lo descubriras, sin duda -dijo, con evidente afecto en la voz.

– ?Jesus, eso espero!-le confio Ricardo, apreciando su calidez.

Habia querido ser ironico, pero en cambio sono anhelante. Se sonrojo mas y se rio de si mismo. Juan tambien se rio. Sabia que ya habia pasado el tiempo en que Ricardo acudiria a Warwick. Tampoco pensaba que el muchacho abordara a Eduardo. En cuestiones carnales, Eduardo era demasiado experto. El mero hecho de que Eduardo no tuviera inhibiciones seria inhibitorio para un mozo, sospechaba Juan.

Miro a Ricardo y un pensamiento sombrio le cruzo la mente, en el mismo instante en que una nube ondeante tapaba el sol. Cuando su hijo llegara a la edad de Ricardo, ?contaria con alguien que le ofreciera consejo y tranquilidad? Miro la nube, sintio una punzada supersticiosa, se deshizo del mal presagio.

– Yo tenia casi dieciseis anos cuando me acoste con una muchacha por primera vez -comento con aire indolente-. En un establo, nada menos. Tarde dos dias en quitarme la paja del cabello.

Ricardo parecia muy interesado.

– ?Casi dieciseis? -pregunto, tratando de decirlo con delicadeza-. ?No fue un poco… tarde, Johnny?

– No se trata de que sea tarde o temprano, Ricardo, sino de estar preparado. Cuando lo estes, seras el primero en saberlo. Desde luego, debe presentarse la oportunidad. De lo contrario, estar preparado no te servira de nada.

Ricardo digirio esto en un pensativo silencio.

– Ned tenia trece -dijo-. El me lo conto.

– No lo dudo -dijo Juan secamente, y lo encaro con una subita seriedad que lo sorprendio a el tanto como a Ricardo-. Harias bien en no medirte con el rasero de Ned. El se rige por sus propias leyes, en muchos sentidos. No pongas esa cara. No estoy diciendo que esas leyes sean erroneas, solo que son las suyas. Y cuando trates de ponerte las botas de otro, descubriras que no te quedan comodas.

Ricardo fruncio el ceno.

– ?Eso es lo que hago?

– A veces. Creo que Edmundo tambien lo hacia, y habria sido mejor que no lo hubiera hecho.

Ricardo no se sentia comodo hablando de su hermano muerto; trataba de no pensar en el invierno de 1461. Y no le gustaba lo que Juan acababa de decir sobre Eduardo, aunque sabia que era bien intencionado.

Ya habian recorrido toda la vereda norte, pasando frente a los industriosos monjes, que ni siquiera se dignaron alzar la vista.

– Aun sigo pensando que esta es una edad pesima -dijo Ricardo, y Juan lo estudio con una mirada reflexiva, y de golpe entendio a que se referia el muchacho.

Ricardo estaba de pie bajo el sol, que se reflejaba en el cuello yorkista enjoyado de rosas y soles que llevaba sobre los hombros, y en la daga reluciente que llevaba en la cadera, el regalo de su primo. Juan miro una y otra vez el cuello yorkista y la daga.

– ?Porque te sientes impotente, escindido entre dos lealtades? -pregunto.

Ricardo asintio y Juan le apoyo la mano en el hombro.

– Lamento decirte, muchacho, que la edad no tiene nada que ver con lo que sientes ahora. Veras, Dickon, yo tengo treinta y seis anos y todavia me duele, aunque me niegue a reconocerlo.

Capitulo 10

Olney

Agosto de 1469

Ese verano habia veces en que Ricardo creia que el mundo habia enloquecido. ?De que otro modo explicar el trance en que se encontraban Ned y el, atrapados por el ejercito enemigo en una sonolienta aldea de Buckinghamshire? Un ejercito que no era conducido por los lancasterianos, sino por su primo Warwick y su hermano Jorge.

La calle estaba en silencio, el calor de agosto impregnaba el aire, el sol le ardia en la cara. Estaba profundamente bronceado al cabo de dos meses de cabalgada. Ser moreno en una familia rubia tenia sus ventajas. Eduardo habia sufrido mucho mas el mismo sol, habia pasado varios dias incomodos, con la nariz despellejada y el cutis demasiado sensible para rasurarse.

Era extrano que todo pareciera tan normal. Como si nada hubiera cambiado. Como si no hubiera ocurrido lo inconcebible. ?Pero era realmente inconcebible? ?O era que el se habia negado a afrontarlo?

Ironicamente, para el la campana habia comenzado en un torbellino de entusiasmo. Esa primavera habian estallado dos revueltas en el norte. Juan Neville se habia encargado de aplastar la que era conducida por el rebelde que se hacia llamar Robin de Holderness. Habia despachado a los insurgentes con su eficiencia habitual; en opinion de Ricardo, Johnny era el mejor soldado de la familia Neville.

Sospechaban que Margarita de Anjou habia instigado el levantamiento, pero pronto supieron que la rebelion habia sido fomentada por el lancasteriano Henry Percy, todavia encerrado en la Torre, el hombre cuyo titulo ahora poseia Juan. En Yorkshire habia muchos que ansiaban devolver el condado de Northumberland a la familia Percy. No era sorprendente, penso Ricardo, que Johnny no coincidiera con ese punto de vista. Habia derrotado a los rebeldes a las puertas de York y habia decapitado a Robin de Holderness en el mercado de la ciudad.

La segunda insurgencia fue encabezada por otro Robin, que se hacia llamar Robin de Redesdale. A Ricardo le habia llamado la atencion, hasta que Eduardo le explico que los descontentos ambiciosos procuraban evocar el recuerdo del rebelde politico mas renombrado, Robin Hood del bosque de Sherwood.

Eduardo desdenaba esa propaganda politica, pero decidio lidiar personalmente con Robin de Redesdale. Ricardo, con gran deleite, logro convencer a Eduardo de que a los dieciseis anos tenia edad suficiente para su primera campana militar. Con el padre de Isabel Woodville, el conde Rivers, y sus hermanos, Anthony y John Woodville, partieron de Londres a principios de junio, cabalgando hacia el altar de Nuestra Senora de Walsingham, reclutando hombres para el estandarte yorkista a lo largo del camino.

Habia sido un viaje grato para Ricardo, aunque estuviera rodeado por los Woodville. Era su primer paladeo de las responsabilidades adultas que ansiaba asumir, y le enorgullecia y complacia llamar hombres a las armas bajo su estandarte del Jabali Blanco. Eduardo no tenia prisa; se desplazaron de Walshingham a Lincolnshire, deteniendose unos dias en el lugar donde habia nacido Ricardo, el castillo de Fotheringhay, y luego siguieron hacia Newark.

En Newark se enteraron de la verdad, una verdad que estallo como polvora en el guarecido centro del mundo

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