Eduardo lo miro fijamente y alzo la mano. Uno de sus hombres salio del establo con un caballo blanco y pendenciero. Al ver el asombro del arzobispo, Eduardo explico:

– No vi motivos para demorar nuestro viaje. Sabia que no querrias detenerte en Olney.

El arzobispo asintio, negandose a creer que todo resultara tan facil. Observo atentamente mientras Eduardo caminaba hacia su montura, temiendo que su primo se valiera de una jugarreta de ultima hora.

Eduardo cogio las riendas, y antes de montar miro por encima del hombro.

– No veo motivos para que nos acompanen lord Hastings y el duque de Gloucester, ?no os parece? -pregunto, mientras los ojos de la multitud se volvian hacia Ricardo y Hastings.

– No, Vuestra Gracia, en absoluto -se apresuro a coincidir el arzobispo-. Lord Hastings y Su Gracia de Gloucester pueden permanecer en Olney si asi lo desean.

Una vez que Eduardo hubo montado, dispuesto a marcharse de Olney por propia voluntad, el arzobispo se permitio un audible suspiro, comenzo a sentirse dueno de la situacion por primera vez desde que habia entrado en la aldea.

– No obstante, majestad, debo insistir en que el conde Rivers y sus hijos nos acompanen.

– Eso no sera posible.

La afabilidad se desvanecio, suplantada por la tension. El arzobispo olvido la necesidad de fingir urbanidad.

– Mi senor -chillo-, no estais en posicion de decirme que es posible o no.

Hubo murmullos entre los aldeanos. No les parecia un modo adecuado de dirigirse al rey, aunque el que hablaba fuera Su Eminencia, arzobispo de York y pariente del rey. Eduardo tenso los musculos de la mandibula, pero hablo con calma.

– Me interpretais mal, mi senor arzobispo. Solo quise decir que mi padre politico y sus hijos no estan en Olney. De lo contrario, ellos habrian aceptado de buen grado vuestra hospitalidad.

Por primera vez, se permitio un instante de emocion expresiva; una sonrisa tensa y amarga le torcio la boca. El arzobispo lo miro de hito en hito.

– Con todo respeto, Vuestra Gracia, debo cerciorarme de ello.

Eduardo se encogio de hombros.

– Como gusteis -dijo, como restandole importancia, y aguardo sin inmutarse mientras los hombres del arzobispo pasaban junto a Ricardo y Hastings para entrar en la posada. Solo entonces busco la mirada de su hermano y el lord chambelan.

La posada se vacio de golpe. La mayoria se apresuraban a seguir el avance del arzobispo y el rey por la aldea, observando hasta que los ultimos soldados desaparecieron en la carretera que conducia al oeste, hacia Coventry.

Ricardo y Will Hastings permanecieron en silencio en el patio desierto. Ricardo aferraba la empunadura de la daga, apretandola como si fuera un cabo de salvacion. Aflojo la mano, y sintio en los dedos el cosquilleo de la sangre que volvia a circular. Los flexiono distraidamente y miro la daga como si reparase en ella por primera vez. Salio sin dificultad de la vaina, un arma bella y mortifera, de hoja delgada y empunadura enjoyada, con la talla de un jabali con colmillos.

Echo a correr, cruzo el patio y se dirigio al pozo de la aldea. No se detuvo, se inclino y arrojo la daga a las honduras del pozo. El agua la devoro de inmediato, sin una onda. Mientras observaba, la superficie se aliso, de modo que nadie podia distinguir que algo la habia perturbado.

Capitulo 11

Castillo de Warwick

Agosto de 1469

La noche era insoportablemente calurosa. Eduardo se incorporo, se desabotono la camisa. No sirvio de nada. Se inclino, empezo a hurgar entre los libros apilados en el suelo junto a la cama. Escogio varios al azar, se recosto contra las almohadas.

El primero que abrio era un volumen delgado encuadernado en cuero marroqui, un poema en latin del siglo XIII, El debate del cuerpo y del alma. Se puso a leer.

Tu, que siempre en corcel brioso

cabalgabas por campos y ciudades;

tu, celebre por tus proezas insignes,

caballero de nombradia,

cuan menguada se halla tu honra ilustre,

cuan sumiso tu corazon leonino.

?Do esta ahora tu voz imperiosa,

tu mirada fulminante? Tu, otrora tan altivo,

?que haces ahi tendido, envuelto en vulgar mortaja?

Eduardo rio con amargura. Una buena pregunta. ?Por que, en efecto, estaba tendido en una alcoba sofocante en el castillo de su primo? Porque habia sido necio y confiado, por eso. ?Como se habia dejado enganar por la estratagema de Robin de Redesdale? ?Como podia haber sido tan credulo?

?Do estan tus atavios tachonados de oro,

tus divanes con esplendidas colgaduras,

las agiles jacas y el corcel osado,

los halcones y sabuesos que alimentabas con la mano?

?Do las huestes de amigos que otrora te rodeaban?

Otra pregunta interesante. Habria dado mucho por conocer la respuesta, por conocer el paradero de sus amigos, sus partidarios. ?Todo el pais habia aceptado pasivamente su cautiverio? ?Que pasaba en Londres? Los londinenses siempre le habian tenido simpatia. ?Ahora se sometian mansamente a la autoridad de Warwick?

Cerro el libro bruscamente. Eso era lo peor, no saber. El aislamiento total. Hacia once dias que no tenia contacto con el mundo externo, y sabia tan poco sobre lo que ocurria en su reino como sobre lo que ocurria en Catay.

Su reino. ?Extrana broma! Por el momento, era tan dueno de los acontecimientos como ese fantoche lamentable que leia sus misales en la Torre. Hacia cuatro anos que Enrique de Lancaster habia caido en manos yorkistas y se decia que parecia mas dichoso en su confinamiento que en los tiempos de su reinado. Eduardo se pregunto si su primo Warwick habria notado que tenia en su poder nada menos que a dos reyes de Inglaterra. Sin duda que si. Era la clase de ironia que halagaba la monumental arrogancia de Warwick.

De no haber sido por ese orgullo, pensaba Eduardo, el habria muerto once dias atras. Era la vanidad de Warwick, su glorificada imagen de si mismo, lo que frenaba su mano, lo alejaba del asesinato. Por el momento.

Eduardo creia que Warwick estaba tan poco ansioso como el arzobispo de York de sobrellevar la carga de matar a un rey ungido. Pero conocia a Warwick, sabia que lo haria si consideraba que no tenia otra opcion. Ahora estaba vivo porque habia sorprendido a su primo con su rendicion, con su disposicion a acceder a los deseos de Warwick, a firmar lo que le pidieran, a cumplir el papel de rey titere. Todo bajo el disfraz de una impecable cortesia, el anfitrion gentil y el huesped agradecido. El y su primo estaban trabados en un juego mortal. No sabia cuanto duraria, y dudaba que Warwick lo supiera.

Busco otro libro, lo hojeo distraidamente.

El invierno despierta mi congoja

con sus ramas deshojadas y desnudas;

suspirando de pena desespero

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