irrumpais en mi alcoba en plena noche para anunciar vuestra llegada.

Era una voz dura y afilada que Warwick jamas le habia oido. Warwick esperaba que su primo adoptara una actitud conciliatoria, o quiza defensiva, pero no habia esperado una socarroneria rayana en el desprecio. Por un momento quedo descolocado.

– Era necesario que hablara con vos esta noche -dijo crispada-mente-. No podia esperar.

– Necesario para vos, quiza. Yo no veo tal necesidad.

Warwick no podia creer que Eduardo osara rechazarlo.

– No puede esperar -repitio tercamente.

– Entonces, milord, teneis un problema. Pues no tengo la menor intencion de hablar con vos, ni con nadie, a estas horas.

Eduardo no habia alzado la voz, pero cada palabra golpeaba a Warwick con la fuerza de un grito. Miro con incredulidad a su primo.

– Si quereis una audiencia, podeis regresar a Westminster manana a las diez de la manana. Os vere entonces -dijo Eduardo. Bajo aun mas la voz, y anadio solo para Warwick-: Ahora saca a tus hombres de aqui, y largate de inmediato.

No espero para ver si le obedecian, sino que se giro hacia la puerta. Warwick le aferro el brazo.

– ?Ned! -lo increpo con voz ahogada, tan sofocada de incredula furia que tuvo que hacer una pausa antes de poder hablar con coherencia.

Eduardo no intento zafarse.

– Estas peligrosamente cerca de agotar el credito que te queda, primo -murmuro.

Y entonces Juan se interpuso.

Warwick hizo un esfuerzo supremo, logro recobrarse de un furor extremo que era ciego a las consecuencias, al sentido comun. Solto el brazo de Eduardo, se llevo la mano a la cara; para su sorpresa, noto que tenia la frente humeda.

– Regresare manana -dijo con lentitud y claridad. No aguardo la venia real para abandonar el recinto.

Juan miro con consternacion a Eduardo, pero no supo que decir. Iba a seguir a su hermano fuera del recinto, que se despejaba rapidamente, cuando Eduardo hablo.

– Quedaos un momento, milord de Northumberland. Hay algo que deseo deciros.

– ?Majestad? -Juan esperaba no parecer hurano ni hostil. En ese momento, solo sentia un cansancio abrumador.

– En privado -dijo Eduardo, y le indico que entrara en la alcoba.

La muchacha movio las piernas sobre el costado de la cama y se dispuso a levantarse.

– ?Ya todo esta bien, mi amor? -pregunto.

Al ver a Juan, se apresuro a sumergirse bajo las mantas. A Juan le agrado esa actitud. No todas las mancebas de Eduardo eran tan pudicas.

– Quiero hablar unas palabras con mi primo, tesoro.

Eduardo aun estaba tenso de rabia, pero logro dedicar una sonrisa aceptable a la muchacha, y se acerco para cerrar las cortinas de la cama. Volvio a la mesa donde siempre aguardaba una jarra de vino para aplacar la sed nocturna, miro inquisitivamente a Juan, que no acepto la invitacion, y se sirvio un trago.

– Sera mejor que hables con el, Johnny -dijo abruptamente-. Mi paciencia se agota.

Juan sacudio la cabeza.

– Me temo que no me escuchara, Ned -confeso a reganadientes.

Eduardo lo miro.

– Por el bien de el, por el bien de todos, espero que te equivoques, Johnny.

Juan no dijo nada. Sabia que no se equivocaba. Al cabo de un momento, Eduardo dejo la copa de vino en la mesa. Juan se dirigio a la puerta, Eduardo a la cama. Mientras asia la aldaba, el dormitorio quedo a oscuras. Eduardo acababa de apagar la ultima vela.

Juan hizo lo posible para estar en Westminster a las diez de la manana, pero su esperanza de oficiar de mediador entre su hermano y su primo era nula. Mientras atravesaba la antecamara atestada, reconocio muchas caras, en general de los Woodville, y se detuvo un instante para saludar a sir John Howard, ferviente yorkista y viejo amigo. Luego continuo hacia la camara contigua, donde no le sorprendio encontrar a lord Hastings y le disgusto encontrar a su joven primo, Jorge de Clarence.

Saludo a Jorge con renuente cortesia; aun le guardaba rencor por la inoportuna revelacion de la noche anterior. Tendria que haber sospechado que Jorge estaria alli. Jorge siempre esta en primera fila en un hostigamiento de osos, penso sombriamente, y se volvio para devolver el saludo de Hastings.

En los seis anos transcurridos desde que Eduardo habia ascendido al trono, William Hastings habia escalado a la cima del exito con extraordinaria facilidad. Eduardo lo habia nombrado caballero en el campo de batalla de Towton, y al mes de la coronacion de Eduardo en junio lo habia designado baron Hastings. Ese mismo mes habia obtenido el prestigioso puesto de lord chambelan. No habia mayor prueba de su rapido ascenso que el hecho de que en 1462 Juan Neville y el conde de Warwick habian considerado que Hastings era un esposo apropiado para Katherine, la hermana de ambos.

Juan saludo a su cunado con amabilidad, aunque con escaso afecto. Eran demasiado disimiles para ser amigos, aunque el no tenia objeciones contra ese hombre. Extranamente, pocos en la corte las tenian, salvo la reina, y Juan sospechaba que las infidelidades de Eduardo molestaban a Isabel mas de lo que ella aparentaba. De lo contrario, ?por que le disgustaba tanto Hastings? Pues Hastings era algo mas que el lord chambelan. Aunque los separaban once anos de edad, Will Hastings era el amigo mas intimo y el companero de jarana favorito del rey, que tenia veinticinco anos.

No habia nadie mas en la camara. Juan fruncio el ceno, intrigado, y luego vio la puerta cerrada y entendio.

– ?Estan dentro? -pregunto, y Hastings asintio.

– Ned tiene razon en esto, ?sabes? -murmuro.

– Lo se, Will. Una vez que se firme el tratado, Carlos restaurara el libre comercio y levantara ese maldito embargo sobre la importacion de lana inglesa.

Para sorpresa de Juan, Will meneo la cabeza.

– ?A que te refieres? ?Acaso niegas que Borgona siempre fue nuestro mejor mercado para el comercio de telas?

– Claro que no. Las consideraciones comerciales influyeron mucho en Ned. Tanto, creo, como su conviccion de que buscar la amistad de Luis de Francia es abrir el establo de par en par y permitir que el lobo conviva con las ovejas. No, no me referia a eso. Solo digo que, aun si pensara que Ned se equivoca al favorecer a Borgona sobre Francia, afirmaria que el tiene razon y mi cunado Warwick esta equivocado. En resumidas cuentas, Ned es el rey.

Juan coincidia con lo que decia Will. Pero la razon y la pasion pueden existir con mutua independencia. Aunque estuviera enfadado con su hermano, no toleraba que un extrano lo criticara.

– ?Acaso estais sugiriendo que necesito que me recordeis semejante cosa, lord Hastings? -dijo friamente.

Will lo miro con tristeza.

– No, Johnny. Tu eres el que menos necesita que se lo recuerden.

Voces airadas estallaron en la camara contigua. La puerta se abrio con tal violencia que los antiguos goznes chirriaron y la gruesa falleba de metal se deslizo hacia abajo y se torcio. Oyeron la voz de Warwick con alarmante claridad.

– ?No tengo por que escuchar esto!

Camino hacia la salida, pero giro sobre los talones cuando Eduardo volvio a tirar de la puerta con igual fuerza.

– ?Claro que si! ?Aun no os di la venia para iros, milord!

– ?Como te atreves a hablarme asi? -replico Warwick, y anadio con socarroneria-: ?Parece que habeis olvidado, majestad, que llegasteis al trono gracias a mi!

– ?De veras? ?Asi habla el vencedor de San Albano? -Warwick estaba rojo, pero se sonrojo aun mas cuando Eduardo anadio con voz hiriente-: Nunca he negado la ayuda que me diste, y has recibido una generosa

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