control; su boca revelaba una subita tension-. Jorge pensaba que te negarias. No se por que.

Warwick se divertia. Habia ocasiones en que la irrealidad de la situacion lo embestia con fuerza abrumadora y le resultaba imposible creer que el y Ned hubieran llegado a esto. Pero no ahora. Gozaba de este momento, le parecia una generosa retribucion por lo que consideraba anos de humillaciones infligidas por los Woodville.

– Le dije a Jorge que se equivocaba, desde luego. Le dije que estarias dispuesto a colaborar, que apreciarias… las imposiciones de la necesidad.

Eduardo apreto el puno. Miro los nudillos blancos, el rojo anillo de coronacion. Paso un instante, otro. Y luego cogio la pluma.

– ?Por que no? -dijo, y Warwick le sonrio de soslayo a su yerno.

– Es un rasgo que siempre he admirado en ti, Ned -dijo afablemente-. Siempre has sido realista.

Se dirigio al aparador, le indico a un sirviente que le sirviera vino.

– Tu hermano Edmundo, en cambio, encaraba los acontecimientos con pesimismo. Y Dickon, pobrecillo, es un idealista y un moralista. Pero tu siempre has tenido una vision lucida de la vida, sin el estorbo de elevadas ideas caballerescas o altos principios morales. Eso es meritorio, primo, de veras.

Warwick oyo que Jorge se reia, pero Eduardo no mordio el cebo.

– Has omitido a tu yerno. ?Que hay de Jorge?

– Creo que el puede hablar por su cuenta. Dinos, Jorge, ?como te describirias?

Jorge no dejo de mirar a Eduardo mientras respondia a la juguetona pregunta de Warwick.

– Como un hombre que sabe aprovechar una oportunidad -murmuro.

Se hizo silencio despues de esas palabras. Warwick y Jorge observaban a Eduardo mientras escribia. Warwick sorbio el vino, paladeando el sabor y lo que vendria a continuacion.

– Hay algo mas, Ned. Debes prepararte para un viaje. -Vio que Eduardo hacia una pausa y luego seguia escribiendo, y sintio un brote de admiracion. Pocos hombres podian afrontar una crisis con tanta compostura. Con una sonrisa casi afectuosa, anadio-: Si, he decidido que seria conveniente que residieras en Middleham.

Eduardo no pudo contenerse; su pluma dio un salto. ?Middleham! A doscientas cincuenta millas de Londres. En una region que durante largo tiempo habia sido favorable a Lancaster, y que tenia gran estima por Warwick. Pero no por el, ni por la Casa de York. Vio que habia manchado su firma con tinta; las primeras cuatro letras de Edwardus Rex eran ilegibles. La tacho, escribio encima de ella en un garabato inclinado muy disimil de su cursiva habitual, y luego alzo la vista.

– Hace cinco anos que no voy al norte. Diria que una visita es mas que oportuna -contesto, y vio que su serena respuesta divertia a Warwick, aunque no a Jorge.

Era extrano, penso Eduardo, que Jorge fuera el mas dificil de tratar. Nunca habia comprendido cuanto lo detestaba Jorge. Los lazos de sangre significaban tanto para Eduardo que se habia negado a reconocer que podian significar muy poco para su hermano.

– Sabes, Ned -dijo Jorge burlonamente-, siempre me he preguntaba cuanto apreciabas a los Woodville. Es obvio que esa mujer te atrajo por motivos que todos entendemos muy bien. ?Pero que dices del resto del clan? ?Que sientes por ellos? Tu suegro, por ejemplo.

– No se que importancia tiene eso, Jorge, ni en que te concierne -dijo Eduardo sin inmutarse, y Jorge sonrio con indolencia.

– Pero me importa, Ned. Siento curiosidad. Dame ese gusto.

El resto de la paciencia de Eduardo se agoto en el silencio caliente y pegajoso que siguio.

– Isabel viene de una familia numerosa. Cabe esperar que yo no sienta el mismo grado de afecto por todos ellos -suspiro Eduardo, e hizo una breve pausa antes de anadir-: Lamentablemente, hermano Jorge, un hombre no puede elegir a sus parientes como puede elegir a sus amigos.

Asombrosamente, la sonrisa de Jorge no se borro. Eduardo se puso alerta; su hermano nunca aceptaba los insultos con bonhomia.

– Eso me tranquiliza, Ned, pues hay algo que debo decirte.

Eduardo sabia que se esperaba que pidiera detalles. No dijo nada.

– ?Sabias…? No, claro que no. Has estado aislado estos once dias, ?verdad, Ned? Bien, sucede que el padre de tu esposa y su hermano John fueron capturados el otro dia cerca de Chepstow. -Eduardo estaba muy tieso, clavaba los ojos en Jorge. Su hermano no parecia tener prisa para hablar. Vacio la copa de vino, la apoyo en los juncos del suelo, le chasqueo los dedos a un alano de Warwick, alzo la vista, sonrio-. Los hicimos decapitar ayer al mediodia, frente a los muros de Coventry.

Capitulo 12

Middleham

Agosto de 1469

En los cinco anos transcurridos desde que Eduardo desposara a Isabel Woodville, Francis Lovell habia documentado concienzudamente la conflictiva relacion entre el conde de Warwick y su primo el rey, y en esa humeda noche de agosto Francis hojeaba su diario mientras todos aguardaban la llegada del conde con su remiso huesped, el cautivo rey de Inglaterra.

Francis estaba tan poco preparado para la decision del conde como Eduardo, y aun sentia desconcierto e incredulidad un mes despues de la captura del rey. No sabia que se proponia Warwick, pero esta insolita circunstancia lo llenaba de aprension. Esta aprension era compartida por la esposa de Warwick y su hija Ana, que ahora aguardaban al conde en el salon, pues les habian anunciado que arribaria en una hora. Francis estaba seguro de que ellas ignoraban las intenciones de Warwick; el episodio de Olney las habia conmocionado tanto como al resto del pais. Segun decian los rumores, toda Inglaterra estaba soliviantada.

Francis sopesaba avidamente cada habladuria que le llegaba y hallaba cierto consuelo en lo que oia. Era cada vez mas evidente que Warwick habia interpretado mal el animo de sus compatriotas. Aun los mas virulentos antagonistas de los Woodville estaban escandalizados por la campana de Warwick contra Eduardo. Francis sabia que por ese motivo Warwick habia decidido trasladar a Eduardo a Middleham. El castillo de Warwick estaba demasiado cerca de Londres, y Londres aun era leal a Eduardo.

Francis cerro el diario; se descorazonaba al leerlo. Se levanto, guardo el diario en el cofre y comenzo a extinguir las velas. Entonces oyo el ladrido de los perros del castillo.

Una veintena de antorchas alumbraban el salon, manteniendo a raya las sombras y arrojando una luz fluctuante sobre la escena que se representaba ante los pasmados ojos de Francis. Bajo la lumbre, Eduardo no parecia un hombre que habia soportado seis dias de marcha forzada. Menos aun parecia un hombre que habia permanecido cautivo durante casi un mes. Aceptaba los saludos respetuosos pero inseguros del sequito del conde como si presidiera la corte en Westminster, y sonrio con soltura cuando Francis se arrodillo ante el.

– Francis Lovell… Claro que te recuerdo. Eres pupilo de mi primo de Warwick, y companero de mi hermano de Gloucester.

Esas palabras evidenciaban una memoria turbadoramente precisa. El tono era cordial, pero los inescrutables ojos encerraban todos los secretos en un mar limpido y azul. Francis miro de soslayo a Warwick, que recibia la bienvenida de su esposa y su hija, y de nuevo a Eduardo. Es mucho mas inteligente que Warwick, penso, y por primera vez desde que habian recibido noticias del episodio de Olney, Francis dejo de temer por lo que deparaba el futuro.

Aunque fuera un cautivo, Eduardo sabia cuidarse, penso Francis, y le dirigio al rey yorkista una sonrisa de tan franca admiracion que Eduardo se detuvo y evaluo a Francis con los ojos.

Para intima diversion de Francis, Eduardo saludo a la esposa de Warwick con tal calidez que ella se agito visiblemente y se zafo del abrazo con una brusquedad que rayaba en la groseria. Eduardo, como si no hubiera reparado en el efecto que habia surtido en la madre, se volvio hacia la hija, la tocaya de Nan.

Ana estaba en las sombras, y avanzo con renuencia para inclinarse en una rigida reverencia. Eduardo le asio los codos, la obligo a levantarse y la atrajo hacia si. Alzandole la barbilla, le escruto el rostro con un interes que no era fingido.

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