hombre que ahora le aferraba la mano sobre el tablero.
– Haria cualquier cosa por vuestro hermano de Gloucester -murmuro, y su corazon dio un respingo de culpa, pues en cuanto pronuncio esas palabras incriminadoras la puerta del gabinete se abrio y entro el conde de Warwick.
Warwick puso mala cara al ver a Francis, pero se abstuvo de hacer comentarios. No podia aislar a Eduardo del contacto con todos los de su casa, a menos que lo hiciera encerrar en sus aposentos bajo guardia constante. Y quiza ni siquiera eso bastara.
Aun recordaba la desagradable sorpresa que se habia llevado al entrar en la camara de Eduardo en el castillo de Warwick, poco despues de la captura, y encontrar a su primo jugando a los naipes con los hombres encargados de custodiarlo. Habia tomado medidas para cerciorarse de que Eduardo no confraternizara con sus carceleros en el futuro, pero aun recordaba el episodio, y le provocaba inquietud. Aunque le irritara reconocerlo, su primo podia ser muy seductor y eso, rumiaba amargamente, lo transformaba en un hombre muy peligroso. Demasiado peligroso para dejarlo en libertad.
Pero sus opciones se estaban reduciendo. Habria sido una cosa ejecutar a Eduardo en Olney o cuando lo llevaron a Coventry. Era muy otra matarlo a sangre fria al cabo de seis semanas de cautiverio. Miro a su primo, sopesando analiticamente cuanto arriesgaria y cuanto ganaria si hacia ahora lo que tendria que haber hecho en Coventry. Pero ya conocia la respuesta, sabia que si mataba a Eduardo ahora correria un albur que preferia evitar a menos que no le quedara mas remedio.
– Puedes irte, Francis -dijo abruptamente, y miro a Eduardo como retandolo a objetar esta arbitraria interrupcion de la partida. Pero Eduardo senalo el tablero con indolencia.
– Continuaremos en un momento mas oportuno, Francis -dijo.
Warwick siguio con los ojos al joven que se marchaba y njo una mirada hurana en Eduardo. No habia ningun reflejo de viejos afectos en su semblante, solo una hostilidad fria y calculadora. En el ultimo mes, sus sentimientos por Eduardo habian sufrido un cambio total, se habian revestido de resentimiento, despojado de toda calidez. Las cosas no salian como habia planeado. Se encontraba asediado por dificultades, se topaba con obstaculos imprevistos, y solo podia atribuir sus crecientes problemas al hecho de que su primo aun estaba con vida.
Londres seguia inquieta, tercamente leal a Eduardo. El duque de Borgona hacia amenazas en defensa de su cunado. Habia crecientes estallidos de violencia y pillaje a medida que oportunistas y forajidos aprovechaban el desmoronamiento de la autoridad. Algunos partidarios de Warwick se habian sumado a esa oleada de ilegalidad. Parecia que el pais hubiera recaido en aquellos dias caoticos en que reinaba Enrique de Lancaster y Margarita de Anjou luchaba contra el duque de York para decidir quien gobernaria.
Estos disturbios inquietaban a Warwick; tenia la astucia necesaria para entender que debia salvaguardar la paz si deseaba ejercer la autoridad, y en los ultimos tiempos parecia que ambos se le escabullian. Para colmo de su frustracion, no entendia que habia salido mal.
Hacia varios anos que la popularidad de Eduardo menguaba. La gente se sentia agobiada por impuestos poco equitativos, culpaba a Eduardo porque el tratado con Borgona aun no habia acarreado los previstos beneficios economicos, estaba resentida porque los Comunes habian otorgado al rey un subsidio de sesenta y dos mil libras el ano anterior para la guerra con Francia, pero Eduardo aun no habia actuado en ese sentido. Warwick no esperaba contar con una oposicion significativa para derrocar a Eduardo, pensaba que a nadie le importaria, y menos despues de diez agotadores anos de luchas entre York y Lancaster. Se habia equivocado, y ahora descubria que el pais aun respaldaba a su primo.
Su propia familia le causaba desazon en vez de apoyarlo. Su esposa no podia ocultar sus temores. Su hija Ana, que no tenia motivos para apreciar a Eduardo, le habia comentado con zozobra que entre los servidores de su primo Jorge corria el rumor de que Warwick se proponia arrebatarle la corona a Eduardo para entregarsela a Jorge. ?No debia tomar medidas para castigar a quienes osaban difamarlo asi?, le habia preguntado con preocupacion.
Habia tenido una amarga confrontacion con su tia Cecilia antes de irse de Londres, otra con su hermano en el castillo de Sheriff Hutton. Juan le habia advertido sin rodeos que si Eduardo moria estando bajo su custodia, el creeria que era un asesinato, aunque Warwick reuniera a una veintena de galenos y sacerdotes que jurasen que Eduardo habia muerto por enfermedad o accidente.
Warwick apreciaba a su hermano; habia sido una conversacion dolorosa. Y no podia pasar por alto las implicaciones politicas de la posicion de Juan. Como conde de Northumberland y soldado veterano capaz de convocar a muchos bajo la insignia del Grifo, Juan era una poderosa figura politica. Warwick necesitaba su respaldo; despues de Sheriff Hutton, habia tenido que resignarse a no contar con el.
Al fin habia tenido que cancelar el parlamento de York; con el pais al borde de la anarquia, no podria lograr que aceptaran la reclamacion de Jorge a la corona. Pero aunque septiembre le habia traido malas nuevas, no estaba preparado para las lugubres novedades que su hermano Jorge traia de Londres.
Los forajidos no eran los unicos que sacaban partido del desorden. Habia estallado una revuelta lancasteriana en la frontera escocesa, y Warwick se apresuro a reunir tropas para sofocar la rebelion. La reaccion habia sido perturbadoramente lenta, sin embargo, y esa tarde el arzobispo habia ido a Middleham con noticias realmente alarmantes de la capital. En el sur nadie responderia a su llamada a las armas mientras el rey permaneciera en cautiverio.
– Quiero que me acompanes a la ciudad de York -dijo sin rodeos, y vio el destello de sorpresa en los ojos de Eduardo, pronto reemplazado por una cauta reserva-. Sere franco contigo, Ned. Necesito que me ayudes a reclutar hombres para aplastar la revuelta lancasteriana.
Escruto a Eduardo, que guardo un impavido silencio, acariciando pensativamente la pieza de ajedrez que sostenia cuando Warwick entro en el gabinete. Warwick ocupo el asiento que Francis habia dejado.
– Te dije que seria franco, primo. Eso significa que hare lo que sea necesario si optas por cometer alguna necedad precipitada mientras estemos en York. Te recuerdo que cabalgaras con mis hombres.
Eduardo se reclino en la silla.
– No te preocupes, primo -dijo con una sonrisa glacial-. Considero que es de mi conveniencia sofocar rapidamente cualquier rebelion respaldada por Lancaster.
Warwick asintio.
– Solo queria que nos entendieramos.
Tras la aparicion publica de Eduardo con Warwick en York, los hombres respondieron a la llamada a las armas. La rebelion fue sofocada y sus cabecillas decapitados en York el 29 de septiembre, en presencia de Eduardo y los Neville.
Con esas apremiantes preocupaciones, Warwick no tenia tiempo para ocuparse del paradero de su joven pupilo. Francis aguardo prudentemente a que el conde se hubiera ido a Pontefract, pero no preveia dificultades para hallar al mensajero que buscaba. No en vano habia vivido cinco anos en Yorkshire, y sabia que hombres eran leales a York. Se escabullo un amanecer y viajo hacia Scotton, donde hacia tiempo que la familia de Rob Percy tenia una residencia. Ese intento fue vano, sin embargo; descubrio que hacia seis semanas que los Percy estaban en Scarborough.
Pero mientras regresaba por la aldea de Masham, su suerte tuvo un cambio favorable. Al cruzar el puente del rio Ure, se encontro con Thomas Wrangwysh, y sabia que Thomas era uno de los pocos habitantes de York que siempre habia respaldado incondicionalmente al rey yorkista. En un santiamen, le confio lo que Eduardo queria que hiciera y pronto galopaba hacia Middleham, con la exultante certeza de que Wrangwysh llevaria el mensaje del rey al sur.
Ese octubre prometia una considerable belleza, y amanecia con cielos radiantes y un follaje salpicado de colores resplandecientes. El sol del mediodia estaba en lo alto cuando el conde de Warwick y su cunado entraron en el patio de Middleham tras pernoctar en el vecino castillo de Bolton.
Habia sido una visita fructifera. Lord Scrope habia accedido a presidir un tribunal especial para investigar los disturbios continuos del sur. Tambien apuntalo el desfalleciente animo de Warwick al refirmar su lealtad y amistad en un tiempo en que Warwick necesitaba ese respaldo. Aun asi, no disipo su desazon. Tenso y fatigado, Warwick tenia la sensacion de estar luchando contra fantasmas, de no dominar la situacion.
Tras entregar su cabalgadura a un palafrenero, despidio a su escolta. Mientras Jorge se dirigia a la camara de damas en busca de su esposa, Warwick subio la escalera que conducia al torreon. Entro en el salon y se paro