en seco para mirar con ojos incredulos lo que veia. Hombres comiendo y bebiendo en largas mesas de roble, hombres que usaban los emblemas de la nobleza de Inglaterra. Reconocio de inmediato al duque de Suffolk, que estaba casado con Elisa Plantagenet, segunda hermana de Eduardo. Tambien reconocio la languida elegancia del conde de Arundel, y al moreno sir John Howard y, junto al hogar, al duque de Buckingham, de quince anos, que jugaba de rodillas con los perros de Warwick. Alzo la vista y le sonrio a Warwick con infantil despreocupacion.
Buckingham parecia ser el unico que no reparaba en la tirantez reinante. Los hombres observaban a Warwick con expectacion; varios, como Howard, eran francamente hostiles. Warwick poso la vista de rostro en rostro hasta encontrar el que buscaba. Eduardo estaba con el arzobispo de York. Este resplandecia con su mitra enjoyada y la tunica de un principe de la iglesia, pero estaba blanco como si lo llevaran al patibulo. Eduardo se reia cuando Warwick entro en el salon; estaba radiante de triunfo, y parecia asombrosamente joven y despreocupado.
Por un instante el tiempo parecio fragmentarse, como si ocho anos se hubieran desvanecido, y Warwick volvio a ver al jubiloso joven de diecinueve anos que habia entrado con el en Londres en medio de vitores ensordecedores, en aquel dia de febrero que lo conduciria al trono. Y luego la perturbadora ilusion se hizo anicos y Warwick afronto a un hombre que lo miraba con ojos burlones y una sonrisa que no prometia reminiscencias sino venganza.
Francis se habia vuelto en el asiento de la ventana del gabinete, que daba hacia el oeste, oteando la carretera que venia del sur. Se giro rapidamente cuando abrieron la puerta, y miro consternado mientras Warwick y Eduardo entraban en la camara, seguidos por el arzobispo de York. Se encogio en el nicho de la ventana, pero estaban demasiado colericos para reparar en el.
– No se que tienes en mente, Ned, pero te advierto que no dara resultado. Me importa un adarme que reunas a todos los pares de Inglaterra en Middleham.
– En efecto, primo, es precisamente lo que he hecho.
Warwick inhalo trabajosamente.
– Mientes -replico.
– ?De veras? -se burlo Eduardo, y Warwick descubrio que aferraba la empunadura de la daga con tal fuerza que las gemas incrustadas le dejaron profundas marcas en la palma de la mano. Destrabo los dedos con esfuerzo, dejo que la daga se deslizara en la vaina.
– Aunque digas la verdad, no tiene importancia -dijo al fin-. Estamos en Middleham, no en Westminster. Aqui yo doy las ordenes. Parece que lo has olvidado.
– No, en absoluto. Te aseguro que no olvidare nada de lo que ha ocurrido en los dos ultimos meses.
Francis quedo intimidado por el odio que veia en el rostro de Warwick. No dudaba de que en ese momento el conde queria matar a su primo. Eduardo tambien lo veia: habia amargura y triunfo en su boca arqueada.
– Maldito seas -exclamo Warwick-. ?Acaso crees que no hare nada mientras…?
– No, no estoy sugiriendo que no hagas nada, primo. Te sugiero que regreses al salon y te dispongas a acoger a tus huespedes en Middleham. En tus propias palabras, debes apreciar «las imposiciones de la necesidad», ?verdad?
– El tiene razon, Ricardo -intervino el arzobispo-. ?Que podemos hacer salvo poner buena cara ante ello…?
Warwick no le presto atencion.
El silencio era sofocante. Eduardo se apoyo en la mesa, sostuvo la mirada de Warwick. Uno de los alanos del conde se aproximo a Eduardo, se le froto afectuosamente contra las piernas. El silencio se prolongo hasta que Francis penso que no lo aguantaria mas. El arzobispo parecia compartir sus sentimientos. Pero Warwick desbordaba de furia y Eduardo parecia estar divirtiendose.
– ?Y si digo que no? -murmuro Warwick-. ?Y si digo que no puedes irte de aqui, primo? ?Acaso debo recordarte que los hombres de Middleham responden a mi y solo a mi?
Eduardo no le dio importancia, pero el arzobispo estaba pasmado.
– ?Por Dios, hermano, no puedes recurrir a la violencia ante la mitad de los lores del reino!
Francis estaba tan pasmado como el arzobispo. Se movio con in-quietud, y asi obtuvo lo que menos deseaba, la atencion del conde. Warwick se volvio hacia el muchacho.
– ?Que haces aqui, Lovell? ?Bien, responde! ?Ven aqui, ya!
Francis atraveso rigidamente el gabinete. Estaba muy asustado, pues sabia que seria el cordero sacrificial de la colera de Warwick. Solo rezaba para que Warwick estuviera actuando por furia y frustracion y no con motivos mas siniestros. Afrontaria de buena gana la colera de Warwick si sabia que estaba libre de sospechas.
– Milord… -susurro, y se tambaleo cuando Warwick le abofeteo la cara. No fue un golpe demasiado fuerte; lo habian castigado con mayor severidad por infracciones menores. Pero un anillo de Warwick le abrio un tajo en la comisura de la boca. Jadeo, y la sangre empezo a gotear por la barbilla, y se dispuso a padecer el dano que Warwick estuviera dispuesto a infligirle.
– Tienes mi venia para irte, Francis. -Francis volvio a jadear, no de dolor sino de sorpresa. Se giro. No habia esperado que Eduardo interviniera en su favor, pero tampoco esperaba que Eduardo compartiera la furia de Warwick ante su presencia. Pero Eduardo lo miraba con ojos indiferentes a su dolor, y anadio con una voz en la que no habia el menor eco de amistad-: ?No me has oido, Francis? Te di una orden. No me obligues a repetirla.
Francis quedo mas conmocionado por la glacial despedida de Eduardo que por el golpe de Warwick. Aunque con ello quedaria libre de la ira de Warwick, le dolia, le dolia espantosamente. Miro nerviosamente a Warwick, y noto que Warwick lo miraba a Eduardo, no a el.
– Si, Vuestra Gracia -dijo con afliccion, e hizo una torpe reverencia mientras Eduardo se alejaba de la mesa y senalaba la puerta con la cabeza.
– Venga, largate de aqui -dijo con impaciencia. Pero al volverse dio la espalda a Warwick. Le guino el ojo a Francis y en un santiamen el animo del muchacho paso de la desesperacion a la euforia. Camino de espaldas hacia la puerta, procurando mantener su expresion a-congojada.
– No sabia que te interesaba tanto mi pupilo -oyo que decia Warwick-. Me pregunto por que.
Francis se alarmo, pero la respuesta despectiva de Eduardo lo tranquilizo.
– Me importa un bledo tu pupilo. Pero esta conversacion no es para oidos ajenos. A menos, desde luego, que quieras un publico que te mire mientras te pones en ridiculo, primo. En ese caso, sugiero que regresemos al salon y continuemos esta conversacion alli.
Francis cogio la traba, justo cuando la puerta se le abria en la cara. Retrocedio mientras Jorge de Clarence entraba en el gabinete.
– ?Hombres armados! -jadeo-. Acercandose desde el sur, quinientos por lo menos.
Los Neville se volvieron hacia Eduardo. Eduardo no dijo nada. Miro a Warwick y rio. Warwick no se movio.
– Mira los estandartes -le dijo a Jorge, sin apartar los ojos de Eduardo-. ?Quien los comanda?
Jorge aun no habia mirado a su hermano. Fue deprisa a la ventana donde Francis habia montado guardia. Arrodillandose en el asiento, se enderezo de inmediato y se volvio hacia su suegro.
– Hastings… -dijo con voz ahogada-. Y el Jabali Blanco de Gloucester… Dickon.
Todos miraron a Eduardo, pero el le hablo solo a Warwick.
– En efecto. Mi hermano de Gloucester y mi lord chambelan han resuelto brindarme una escolta adecuada para mi viaje de regreso a Londres.
Por un helado instante, se sostuvieron la mirada, hasta que Warwick aflojo los hombros.
– Entiendo -dijo con voz atona.
Eduardo miro rapidamente a Jorge, y de nuevo a Warwick.
– Debiste haberlos retenido en Olney, primo -dijo con voz ironica pero estremecedora.
Warwick guardo silencio.
Francis, que habia escuchado con embeleso, reparo tardiamente en el peligro que corria y avanzo varios pasos hacia la puerta. Entonces Jorge se acerco a su hermano.
– ?Deseas que te acompane a Londres, Ned? -murmuro con voz tensa.
Warwick se puso rigido, se volvio hacia su yerno. Tambien Eduardo.
– Por mi puedes irte al mismisimo infierno -dijo lenta y enfaticamente.