tan corta edad. Pero yo seria el ultimo en dudar de tus aptitudes. Ya se pusieron a prueba en Middleham.
Francis conocia bien esa tactica; con frecuencia Warwick hacia reclamos sobre Ricardo valiendose de remembranzas de Middleham. Le disgustaban, en nombre de Ricardo, sabiendo que su amigo era muy vulnerable a esa manipulacion. La respuesta de Ricardo lo apeno, aunque no le sorprendio:
– Fui bien instruido durante los anos que pase en tu residencia, primo.
– Me alegra que lo recuerdes, Dickon.
Ricardo no devolvio la sonrisa del otro.
– En todo salvo en el honor -dijo en voz baja, pero muy clara.
Francis sintio un arrebato de placer. Ah, no te esperabas eso, Hacerreyes, penso con regocijo, viendo que Warwick arqueaba la boca y endurecia los ojos oscuros.
– Cuidado, Dickon. Esas palabras son peligrosas. Tienes una deuda conmigo.
– Toda deuda que tuviera contigo, primo, se saldo por completo en Olney.
– No, Dickon. Te equivocas. En Olney no se efectuo ningun pago. Pude haberlo exigido, pero no lo hice. Sera mejor que no vuelvas a contar con ello. Mi joven primo de Gloucester, tomalo como el consejo de un amigo o como una admonicion, segun tu preferencia. -Sonrio amargamente-. Para mi da lo mismo.
Como Ricardo no respondio, Warwick dio media vuelta, anadiendo en el ultimo momento:
– ?Tienes algun mensaje para mi hija?
Y tuvo la efimera satisfaccion de ver que las minuciosas defensas de Ricardo eran vulnerables, a pesar de todo.
Siguiendo a Warwick con la mirada, Francis lanzo una maldicion.
– Caminemos, Francis -dijo Ricardo-. Tenemos mucho que decir y muy poco tiempo.
Atravesaron el patio, se alejaron del torreon y de la presion de los hombres que rondaban las escalera, donde Eduardo reia bajo el sol.
Francis estudio al nuevo lord condestable de Inglaterra.
– Estoy pensando, Dickon -dijo gravemente-que quiza termines juzgando a parientes mios. Un hermano de mi esposa Anna murio luchando por Warwick en la batalla de Edgecot en julio, y mi suegro es la mano derecha del conde.
Ricardo se encogio de hombros. Tenia sentimientos ambiguos sobre la revelacion de Warwick, una mezcla de entusiasmo con aprension. No queria hacer comentarios antes de hablar con su hermano.
– Rob Percy esta conmigo -dijo-. ?Lo has visto?
Francis nego con la cabeza. Su amistad con Rob Percy, que antes solo se basaba en la proximidad, habia evolucionado hasta transformarse en genuino afecto. No obstante, ahora percibia un vago resentimiento. Rob era libre de participar en los acontecimientos mas decisivos mientras que el, como pupilo del conde, debia permanecer recluido en Middleham.
Tras una mirada al caviloso perfil de su amigo, Ricardo dijo:
– Tengo un mensaje para ti, de parte de mi hermano. Me pidio que te dijera que el no olvida las heridas sufridas a su servicio.
Francis rio, pensando que un labio partido era un precio pequeno por el favor del rey.
– Soy yo quien debe agradecer a Su Gracia. El me salvo de la ira del conde, sin provocar sospechas en alguien que es famoso por su recelo.
– Pues no me sorprende. Conozco a pocos que puedan pensar tan rapidamente como el. -Ricardo miro con cierta compasion la mejilla hinchada del muchacho mas joven; ya prometia que se descoloraria hasta transformarse en una magulladura espectacular-. Tambien me pidio que te dijera que considera que soy muy afortunado en mis amistades. Yo pienso lo mismo, Francis.
Se miraron con repentina timidez, echaron a andar de vuelta.
– ?Has visto a mi hermano de Clarence, Francis?
Tomado por sorpresa, Francis estuvo a punto de barbotar un relato de ese agresivo dialogo en el gabinete del conde. Pensandolo mejor, nego con la cabeza.
– Es sumamente extrano -dijo Ricardo, con ecos de furia sofocada en la voz-. Jorge tiene tres anos mas que yo y no es ningun nino. Tiene veinte anos. Sin embargo, se deja arrastrar como un chiquillo.
Francis dio una respuesta prudentemente neutra, y tan ambigua como para satisfacer su conciencia y al mismo tiempo alentar otras confidencias si Ricardo lo deseaba. Pero en ese momento Isabel Neville aparecio en la puerta que conducia a la camara de las damas.
Vacilo y luego camino hacia ellos, se enfrento a Ricardo con una sonrisa fragil.
– Bien, Dickon, reconozco que tus regresos son espectaculares.
– No porque yo lo haya elegido -dijo el, pronunciando cada palabra con helada precision.
Ella lo miro con zozobra y suspiro, alzando las palmas en una suplica involuntaria.
– El buen Jesus sabe que vivimos tiempos aciagos. Pero debo confesar que yo no puedo verte como un enemigo, Dickon.
– ?Como cunado, entonces? -sugirio el, y cuando ella se acerco, el la tomo en sus brazos. Se estrecharon en silencio y se separaron con una sonrisa.
– Dickon, nadie lo sabe aun, ni siquiera mi padre. Estabamos esperando a que yo estuviera segura. Pero quiero que lo sepas… Estoy encinta. -Ricardo contuvo el aliento y ella le toco la mejilla en una tierna imploracion-. Alegrate por nosotros, Dickon. Por favor, alegrate.
– Claro que me alegro, Bella -dijo el sinceramente, y le dio un beso leve. Ella lo abrazo convulsivamente.
– Dickon, habla con Ned, por favor -urgio-. El no quiere escuchar a Jorge. Pero quiza te escuche a ti. Hazle entender que mi padre y Jorge solo querian apartarlo de los Woodville. Es la pura verdad. Obraron contra los Woodville, no contra Ned. Haz que lo entienda.
– Le hablare en nombre de Jorge, Bella -convino Ricardo, al cabo de una larga pausa, y Francis se pregunto si Isabel discernia la sutil pero significativa diferencia entre lo que ella pedia y lo que el prometia.
– Gracias. Sabia que podiamos confiar en ti.
Mientras ella volvia a abrazarlo, Ricardo bajo la voz, le hablo al oido, y Francis solo capto fragmentos.
– Dile… la capillita que esta junto al salon… la esperare alla…
Isabel escucho atentamente y asintio.
– Claro que si, Dickon. -Titubeo y luego dijo-: Pero no creo que ella vaya.
Francis tampoco lo creia, y poco despues confirmo que tenia razon. Ricardo estaba de vuelta junto a su hermano y mientras leia la pregunta tacita de Francis, meneo lentamente la cabeza.
La mayoria de los hombres ya habian montado y Eduardo, en el fino caballo de raza que le habian llevado Hastings y Ricardo, intercambiaba cortesias sardonicas con el conde de Warwick, asegurandole a su primo que recordaria su hospitalidad.
Ricardo aprovecho estos momentos libres para guiar a su caballo hacia los dormitorios de sirvientes de la pared este, donde Francis estaba a solas.
Francis experimentaba el inevitable abatimiento de alguien que se quedaria atras.
– Dios te guarde, Dickon… y tambien a Su Gracia el rey -dijo melancolicamente.
– Cuidate, Francis.
– Dile a Su Gracia que yo… -No termino la frase, pues un borron de color le llamo la atencion. Senalo con la cabeza-. ?Dickon!
Ana estaba sonrojada, y respiraba entrecortadamente. Tenia ojeras y el cabello suelto le enmarcaba el rostro con remolinos desgrenados. Viendo a Ricardo, anduvo mas despacio y se detuvo mientras el se volvia en la silla.
El hizo girar el caballo y se encontraron en el centro del patio. Francis estaba lejos, pero no parecian estar hablando. Ricardo se inclino para apartarle el cabello castano de la cara. Luego trazo un semicirculo y echo a trotar por el patio. Paso frente a Francis y lo saludo en silencio antes de espolear al caballo para cruzar el puente levadizo y dirigirse a la carretera que atravesaba la aldea y conducia al sur, lejos de Middleham.
Dos meses despues, Francis escribio en su diario:
Se comenta que el rey Eduardo fue aclamado con gran fervor al llegar a Londres. El lord alcalde, los regidores y doscientos artesanos vestidos de azul se reunieron en Newgate para darle la bienvenida. Llevaba consigo mil jinetes y en la escolta estaban los duques de Gloucester, Suffolk y Buckingham; los condes de Arundel y Essex; y