Ahora, aunque ansiaba rechazarlo, vacilaba en hacerlo, y tenia demasiado orgullo para fingir un malestar. A la hora en que sus damas le habian cepillado el cabello y perfumado la garganta y las munecas, tuvo la solucion para su dilema.

Se levanto, cruzo lentamente la habitacion en renuente respuesta a la llamada de Eduardo, se planto delante de el, y espero mientras el se levantaba de la cama y la estrechaba. Se sometio pasivamente a su abrazo, dejo que el le acariciara el cabello, le explorara la boca con la lengua, la despojara de la bata. Se sometio en silencio a sus caricias, no reacciono cuando el la toco en lugares y de modos que le brindaban el maximo placer. Pero ahora no sentia nada, y se regocijo en el triunfo de su voluntad sobre su cuerpo.

Mientras el la llevaba a la cama, sus ojos se cruzaron. Noto que a el le divertia esa afectacion de indiferencia, confiando en que solo fuera una pose, en que pronto lograria un involuntario reconocimiento de excitacion.

Ella temia que su cuerpo la traicionara, que esta forma de represalia fuera mas efectiva en la teoria que en la practica. La atraccion sexual entre ambos era muy intensa, y asi habia sido desde su primer encuentro. Aun ahora, al cabo de cinco anos y un sinfin de infidelidades, el cuerpo de Isabel ardia y temblaba si el le sonreia desde el otro lado de una estancia. Nunca habia tratado de reprimir su deseo por el, y no sabia si podria.

Descubrio, con cierta sorpresa, que no era tan dificil. Solo tenia que pensar en Warwick. Warwick, que habia ido a Westminster con el real salvoconducto de su esposo. Warwick, que asistia al gran consejo como si en Olney no hubiera pasado nada, como si no hubiera asesinado a sus parientes y encarcelado a su esposo.

Sintio una frialdad que le helaba la sangre y apagaba a tal punto las llamas del deseo que no habria podido responder a Eduardo aunque quisiera. Se sentia abotargada, como si la mente hubiera cortado todos los lazos con el cuerpo, y se quedo inerte y apatica bajo el peso de su marido mientras su cerebro se llenaba con imagenes de Warwick y su corazon se llenaba de odio.

El odio era una emocion facil para Isabel; aun cuando nina, no perdonaba una ofensa. Ahora juro que llegaria el dia en que veria la destruccion de Warwick y todos los suyos. Y no olvidaria el papel que Jorge de Clarence habia desempenado en el asesinato de su padre. Tambien Clarence tenia una deuda de sangre.

Movio los hombros; estaba clavada contra la cama en una postura incomoda y esperaba que Ned terminara pronto, pues se le estaba acalambrando la pierna. Quiza esta vez la dejara encinta. Lo anhelaba fervientemente; estaba desesperada por darle un hijo varon y habian pasado meses desde su ultima prenez. El embarazo del verano anterior habia sido falso, o bien habia sufrido un aborto natural a finales del segundo mes. Era agosto, cuando Ned estaba cautivo en Olney. Si, esa podia ser otra deuda que debia cobrarle a Warwick. Le daba una lugubre satisfaccion pensar asi, culparlo por su actual esterilidad.

Noto que su esposo estaba quieto y su inmovilidad la tomo por sorpresa, pues sabia que el aun no estaba satisfecho. Se acodo para mirarlo inquisitivamente. Con un sobresalto, vio que el le clavaba los ojos, que quiza hacia un rato que la estudiaba. Ahora no parecia divertido; sus ojos eran de color muy claro y tenian una patina de hielo.

– ?Quieres un libro para entretenerte? -murmuro el, e Isabel comprendio que lo habia herido de un modo que el no esperaba, y que no podria perdonar. Asi, entrelazados en el mas intimo abrazo, se miraron con los ojos acusadores de dos enemigos.

Isabel no era una mujer nerviosa, ni era dada a temer espectros ni abrigar presagios sobre males desconocidos. La escasa imaginacion que poseia era estrictamente disciplinada, y no sucumbia a devaneos que superasen los limites que ella habia trazado tiempo atras.

Pero ahora le costaba dormir de noche, y solo dormia entre sobresaltos. La intimidaban los ruidos imprevistos y, cuando un paje negligente volco una jarra de ceramica en la alcoba, ella perdio los estribos y abofeteo repetidamente la cara del joven, con tal fuerza que durante dias el llevo en la mejilla las marcas de ese estallido.

A mediados de la segunda semana, sus nervios estaban tan desgastados que sus criados tenian miedo de atenderla. Habia pedido una pocion para dormir a Dominic de Serego, un medico de la corte, y todas las noches tragaba una repulsiva mezcla de opio, beleno y vino, pero caia en un sueno tan pesado y profundo que se sentia mareada durante horas despues de despertar. Le fallaba el apetito; nada tenia el sabor debido, y despues de cada comida los alimentos se le asentaban en el estomago como plomo. Se obligaba a comer, sin embargo, asi como se obligaba a asistir a todos los entretenimientos de la corte navidena.

Siempre habia amado la danza, siempre la habian deleitado la musica de los juglares, las piruetas de los malabaristas y sus osos y monos amaestrados, las obras teatrales representadas por los gremios y las companias de actores ambulantes. Ahora lo odiaba todo, sabiendo que todos se fijaban en ella, especulativos, curiosos, hostiles. Pues habia pocos secretos en la corte. Su esposo la trataba con irreprochable cortesia cuando se reunian en publico, pero pocas actividades del rey escapaban al escrutinio de ojos que estaban presentes por doquier, y todos estaban enterados de que el no visitaba el lecho de Isabel.

Isabel sabia que era odiada, pero ese conocimiento la habia vuelto mas recalcitrante, mas obcecada. Pero ahora se sentia observada con una intensidad distinta, expectante. Le evocaba el modo en que una manada de lobos perseguia a un venado durante dias, aguardando indicios de agotamiento para abalanzarse sobre la presa.

Esa idea era tan ajena para Isabel que solto un gemido de consternacion. Con voz subitamente tremula, ordeno a sus servidoras que se marcharan de la alcoba y luego miro a la mujer reflejada en el espejo. Esta vez no vio la belleza que no negaban ni siquiera sus enemigos mas acerrimos. Solo vio esos ojos fatigados y temerosos.

Al cabo de un rato, se acosto en la cama, totalmente vestida. Hacia una quincena que se negaba a afrontar el hecho de que tenia miedo de este distanciamiento cada vez mas profundo entre ella y Ned. Primero por furia, luego por orgullo, se habia negado a ver la verdad, a reconocer quien de los dos podia perder mas.

Era una reina odiada que no habia dado a su esposo un hijo y heredero. Le habia dado tres hijas y ya hacia nueve meses desde el nacimiento de la ultima. Y tenia enemigos, por Dios, enemigos suficientes para una vida entera. Enemigos pero no amigos, nadie en quien pudiera confiar. Si ella caia, caeria su familia. ?Que le sucederia si Ned dejaba de desearla y amarla?

Se levanto y regreso al espejo. Tenia ante ella un frasco de talco perfumado; se froto la fragancia en la garganta y el hueco de los senos. Y luego empezo a desvestirse, sin molestarse en llamar a sus damas, dejando que las prendas cayeran a sus pies hasta que la rodeo un circulo de seda y saten desechados.

– No es preciso anunciarme -les dijo a los hombres apostados en la puerta de la alcoba de su esposo, con toda la altivez de que fue capaz, y se apresuraron a cederle el paso. Rogo en silencio que el estuviera solo y entro en la camara.

No estaba solo, pero no habia ninguna mujer, e Isabel le dio gracias a Dios. Los criados practicaban el complejo ritual de preparar el lecho real, y concluyeron rociando las mantas con agua bendita. Otros dos preparaban el hogar. Ya habia vino y pan en la mesilla, y cerca de la cama habia una silla donde la corona de Inglaterra relucia a la lumbre sobre un cojin de terciopelo rojo. En medio de esta actividad, su esposo estaba reclinado en el asiento de la ventana, jugando al chaquete con su hermano.

La entrada de Isabel interrumpio la conversacion. Ella cruzo la camara, espero mientras Ricardo se apresuraba a ponerse de pie. Se inclino para besarle la mano y se hinco sobre una rodilla hasta que ella asintio, autorizandolo a levantarse.

No le agradaba ese muchacho moreno y silencioso que se parecia tan poco a Ned o al truhan de Clarence. No era una antipatia personal, pues no lo conocia demasiado. Pero sentia un rechazo instintivo por cualquiera que reclamara el afecto de su esposo y pensaba que Ned demostraba demasiado carino por su hermano menor.

El muchacho habia regresado a la corte esa manana; habia estado en Gales el mes pasado, cumpliendo una mision encomendada por Ned. No sabia que, aunque recordaba jirones de una conversacion que habia oido esa tarde, que el habia capturado un castillo o algo parecido. Pero sintio un subito arrebato de amistad hacia el, pues si no hubiera estado alli, quiza habria encontrado a Ned en la cama con una de sus rameras. Pensando en ello, ofrecio a Ricardo una sonrisa deslumbrante, y lo felicito por su exito.

El se sobresalto ante esa inesperada cordialidad; en general solo le brindaba una cortesia formal. Pero tenia tacto, Isabel debia concederlo, pues no se demoro sino que se marcho discretamente. Los criados lo siguieron enseguida, asi que pronto estuvo a solas con su esposo.

– ?Deseabas hablar conmigo, Lisbet?

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