Eduardo la observaba con un amable desinteres que la puso tensa. Tragandose el resentimiento, asintio.

– Vine a decirte que has ganado, Ned. Acepto tus terminos.

Ojala pudiera vislumbrar sus emociones tan bien como el vislumbraba las de ella. Su expresion no le decia nada sobre sus pensamientos, y la voz revelo tan poco como su rostro.

– ?Primero no deberias saber cuales son esos terminos?

– Se exactamente cuales son -replico ella-. Rendicion incondicional.

Le parecio que Eduardo sonreia con los ojos, y avanzo antes de que el pudiera hablar. No queria hablar, no confiaba en si misma, sabia que la menor chispa volveria a atizar la rina.

Se inclino y le beso la boca. El no la rechazo, pero tampoco respondio, y al incorporarse ella temia que el le pagara en su propia moneda. En tal caso, ella nunca podria olvidar la humillacion, nunca podria perdonarlo. Sin atreverse a esperar, comenzo a quitarse las peinetas de marfil que le sujetaban el cabello. Se derramo en un remolino de resplandor plateado. «Hebras de claro de luna», lo llamaba Ned, y le gustaba sepultar su rostro en el, sentirlo contra el pecho, una barrera sedosa entre ambos.

Estos recuerdos de su pasada pasion eran tan fuertes y vividos que disiparon sus dudas y se desato el sayo de la bata, la abrio y se la cino en la cintura, quedando expuesta del tobillo a los muslos y de los abultados senos a la garganta.

Eduardo ya no sonreia. La atmosfera entre ambos habia cambiado, estaba saturada de una subita tension sexual.

– Vaya que eres hermosa -murmuro el, casi intrigado.

Isabel ya no tenia problemas para vislumbrar las emociones de su marido. Se le seco la boca, y no eran los nervios los que aceleraron su respiracion. Sabia que el no tendria quejas sobre su respuesta esa noche. Sentia un vertiginoso mareo de excitacion, de triunfo y de alivio, y se echo a reir, se quito la bata.

El tendio los brazos y la hizo sentar sobre sus piernas. Su boca estaba caliente; ella se entrego gustosamente a ese calor, dejo que el le plantara besos en la curva de la garganta y la blandura del hombro. Le desabotono el jubon, tironeo de la camisa hasta que pudo meter las manos y tocarle la piel. El deslizo la boca hacia el busto, desperto borbotones ardientes en la punta de sus nervios, sensaciones de una intensidad casi insoportable.

Las tiras de cuero que unian el jubon con las calzas se aflojaron. El jadeo cuando ella le toco la entrepierna y encontro una hinchada prueba de su apetito. Se giro en sus brazos hasta que sus labios se encontraron, y una nube de cabello rubio y lustroso los rodeo a ambos, hasta que la intimidad erotica de sus caricias hizo que ella se arqueara, inhalando abruptamente mientras tartamudeaba su nombre. Cuando el la alzo en brazos para llevarla a la cama, Isabel no sabia si era la seductora o la seducida.

Isabel estaba mondando una naranja, su fruta favorita. Nunca se cansaba de ellas, pues no las habia probado hasta que fue esposa del rey de Inglaterra; tenian que embarcarlas desde Italia, costaban una exorbitancia, y ella las valoraba por eso, no solo por su gusto dulce y penetrante. Se inclino, pasando el cabello sobre el pecho de Eduardo, y le dio un gajo, luego se inclino para beber el zumo de su boca con la punta de la lengua. El abrio los ojos, le sonrio.

– ?Quito todo esto? -murmuro ella, senalando la bandeja que habia en la cama entre ellos. Estaba llena de comida, queso y pan y fruta; tras satisfacer su hambre por si mismos, ambos habian sentido un hambre de otro tipo y habian causado una conmocion en las cocinas con su imprevista peticion de una cena a medianoche.

El asintio y ella dejo la bandeja en el suelo; se recosto en sus brazos. Desde la cama, veia el destello de la corona. Le gustaba la tradicion de ponerla junto al lecho, le gustaba ver esa prueba tangible de majestad.

Ya no lamentaba haber sucumbido a Eduardo en su guerra de voluntades. Estaba enfadada consigo misma por no haberlo hecho antes, por no haberse ahorrado tantos dias de crispacion y tantas noches interminables. Nunca habia querido doblegarse ante su primer esposo, pero Ned no se parecia en nada a John, no se parecia a ningun hombre que hubiera conocido. De nuevo miro y estudio el fulgor tenue de la corona; aun a la luz del fuego, brillaba con tranquilizadora luminiscencia.

Sentia una creciente languidez, una sensacion deliciosa y flotante, como si sus huesos se hubieran vuelto liquidos. Pero lucho contra esa sensacion; aun no estaba dispuesta a dormir. Eduardo se estiro, la estrecho mas. La sostenia dentro del circulo de su brazo izquierdo, que reposaba bajo los pechos. Ella vio las marcas rojas y tenues que habia trazado con las unas en la piel de Eduardo y las siguio con el dedo.

Sabia que sus adversarios la llamaban ramera y mujerzuela, insinuaban que habia arrojado un hechizo sexual satanico sobre Eduardo para inducirlo a casarse. A veces esas acusaciones le resultaban indiferentes y a veces la exasperaban, pero de haber tenido otro temperamento lo habria tomado con ironico humor, pues la verdad era que solo habia yacido con dos hombres en su vida, y se habia casado con ambos.

Tenia quince anos cuando desposo a John Grey, y no era reacia a aprender lo que el le ensenaba en el lecho conyugal. Habia sido buena alumna, y habria estado dispuesta a experimentar mas si el hubiera tenido esa inclinacion. Pero pronto descubrio que el se desconcertaba si Isabel tomaba la iniciativa, y preferia que ella actuara pasivamente cuando hacian el amor.

Isabel no sabia juzgar bien a la gente, pues no tenia curiosidad suficiente para especular sobre las necesidades que motivaban a los demas. Pero aun ella comprendia que su esposo se sentia amenazado al notar que ella tenia sus propias necesidades sexuales. Como no tenia modo de comparar, Isabel suponia que todos los hombres eran asi y se resigno a una relacion sexual que era modicamente placentera pero poco imaginativa y totalmente previsible.

Su segundo matrimonio fue distinto del primero en todos los sentidos; ante todo, en el lecho. Eduardo la alentaba a tomar la iniciativa, y se deleitaba cuando ella demostraba que lo deseaba, y cuanto mas desinhibida era, mas le agradaba. Con el, Isabel habia aprendido nuevos modos de dar placer fisico y con el tiempo llego a entender que el secreto de la ardiente pasion de Eduardo por ella se debia menos a su belleza que a su avidez. Isabel lo deseaba tanto como el a ella, y la intensidad de esta necesidad comun los habia atraido en su primer encuentro, habia enlazado sus vidas en un matrimonio que, para las pautas de la epoca, no tendria que haber existido, pero habia resistido a pesar de una oposicion universal, las flagrantes infidelidades y la falta de un hijo varon.

Isabel siguio acariciandole el antebrazo y luego se movio levemente, de modo que el brazo de el le apretaba gratamente los pechos. Estaba satisfecha pero no saciada, y las comparaciones sexuales que habia hecho entre los dos hombres habian vuelto a encaminar sus pensamientos en esa direccion. Se puso a jugar con el vello brillante del pecho, tironeando suavemente; conocia el cuerpo de el como si fuera el propio, sabia como complacer y provocar, y como excitarlo.

– ?Ned?

El farfullo una respuesta, un sonido de sonolienta satisfaccion, y ella bajo mas la mano, le toco la cadera y el muslo. Limito sus caricias a esa zona por un rato, y luego lo acaricio entre las piernas.

El no tardo en despabilarse y entregarse nuevamente a las manos suaves y habilidosas que pronto lo hicieron suspirar de placer.

Isabel se inclino de nuevo sobre el, para besarlo largamente.

– ?Ned? -Le respiro contra la oreja, espero a que el abriera un ojo inquisitivo-. Ned… ?que sucede ahora que Warwick tiene su indulto?

– Ahora espero -dijo el laconicamente.

– ?Esperas que? -susurro ella.

Estaba tan cerca que solo ese susurro separaba sus bocas. El vio que ella lo escrutaba intensamente, sin respirar, como si el destino del mundo dependiera de su respuesta.

– Espero a que el se pase de la raya, amor mio -murmuro.

– ?Y lo hara? ?Estas seguro, Ned?

– Apostaria mi vida -dijo el, y la vio sonreir.

– Preferiria que apostaras la suya -dijo ella. Le beso la boca. Su perfume era elusivo, una fragancia atractiva y sensual que lo invitaba a buscar su origen, y el contacto de su cuerpo era calido, un cutis como seda tensa, lisa pero firme-. ?Por mi? ?No reclamarias su vida por mi, Ned? -Y volvio a besarle la boca, pero se detuvo abruptamente, porque el se echo a reir.

– Y cuando Salome bailo para el rey Herodes, el prometio darle lo que ella quisiera y ella pidio que le trajeran la cabeza de Juan Bautista en una bandeja de plata -cito con una sonrisa burlona, mientras Isabel lo miraba en silencio.

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