devolvio a Henry Percy.

Ricardo se proponia avisar a su hermano de que habia llegado y banarse y cambiarse antes de reunirse con Eduardo en los aposentos del prior. Pero habia trazado ese plan antes de enterarse de que el lancasteriano Henry Percy era el nuevo conde de Northumberland y su primo pasaba a ser marques de Montagu. Su necesidad de ver a Eduardo era tan urgente que lo busco sin perdida de tiempo.

El salon del priorato estaba iluminado por dos miradores y varias ventanas, pero la luz era mucho mas tenue que en el soleado jardin, y Ricardo se detuvo un instante para adaptar la vista. Alli estaba Will Hastings, que sonrio al verlo, al igual que John Howard.

Su cunado, el duque de Suffolk, lo saludo desde lejos, sin mayor entusiasmo. Ricardo no conocia bien a Suffolk, un lancasteriano a quien habian casado con su hermana Elisa anos atras con la esperanza de ganarlo para la causa de York. Suffolk habia sido mas tratable que el otro cunado de Ricardo, el exiliado duque de Exeter, pero Ricardo dudaba de que Suffolk sintiera genuino afecto por la Casa de York.

Un joven delgado de pelo rubio y desalinado y ojos claros y evasivos estaba de pie junto a la ventana mas proxima. Ricardo reconocio a Henry Percy, el lord lancasteriano de veintitres anos que subitamente habia recobrado el titulo de conde. Ricardo intercambio saludos corteses con Percy y enfilo hacia su hermano, pero se paro en seco al cabo de varios pasos, mirando al hombre que estaba junto a la silla de Eduardo.

Era de estatura mediana y fisico corpulento, de unos treinta y cinco anos. El jubon de terciopelo de hombros anchos, las calzas de seda y los anillos incrustados de gemas proclamaban que era un hombre de fortuna. Pero su colorido atuendo era eclipsado por el bigote pulcramente recortado y la barba castana y puntiaguda, en lo que Ricardo consideraba un afectado reto a la moda. Pero Ricardo no tenia ningun pensamiento caritativo para Thomas, lord Stanley. Ninguno en absoluto.

En los ultimos seis meses, mientras Eduardo le daba cada vez mas responsabilidades, Ricardo habia soportado una abundante cuota de momentos desagradables, momentos de duda intima e incertidumbre. El hecho de que otros hombres buscaran su liderazgo podia provocar entusiasmo pero tambien abatimiento, pues el era consciente de su edad e inexperiencia. Pero ningun momento habia sido tan malo como el encontronazo que habia tenido con Stanley una quincena atras, en la carretera de Hereford a Shrewsbury.

Habia sido una sorpresa para ambas fuerzas y Ricardo habia tenido que tomar una decision instantanea que podia tener consecuencias militares inmediatas para el y consecuencias politicas duraderas para su hermano. Conocia a Stanley, lo consideraba un hombre indigno de confianza. No sabia por que Stanley cabalgaba hacia Manchester con una fuerza bien armada, pero no le agradaba en absoluto. El instinto, la suspicacia y el parentesco de Stanley con Warwick se fusionaron en su mente, y con una certeza glacial y convincente exigio que Stanley despejara el camino. Habia convencido a Stanley, al menos. Este habia cedido, a reganadientes y con protestas, pero habia cedido.

Al ver a Stanley evoco el episodio y no le quito los ojos de encima mientras se arrodillaba ante su hermano. Al mismo tiempo, lamento no haberse tomado el tiempo para banarse y cambiarse de ropa. Se sentia incomodamente sucio, defensivo, aprensivo e irritable, todo al mismo tiempo.

– Mi senor de Gloucester -dijo su hermano, y le sonrio mientras el rozaba con los labios el esplendido anillo de Eduardo-. Huelga decir cuanto me alegra que hayais vuelto de Gales sano y salvo. No obstante, milord Stanley tiene una queja contra vos. Alega que obrasteis de modo ilegal e injustificado en la carretera de Hereford a Shrewsbury hace una quincena. El declara -Eduardo miro de soslayo a Stanley, buscando su confirmacion-que interferisteis con el uso pacifico de la carretera real, y para colmo lo insultasteis. ?Es un resumen atinado, milord Stanley?

Stanley miraba a Ricardo con rencor.

– Muy atinado, Vuestra Gracia.

Ricardo abrio la boca, pero la cerro porfiadamente. Sentia un hueco en el estomago, la creciente sospecha de que habia liado a Ned en una engorrosa situacion politica, y todo porque habia sido demasiado impulsivo, demasiado atolondrado. Pero no, no era asi. Habia tenido razon al sospechar de Stanley, estaba seguro, y de ninguna manera diria lo contrario, ni siquiera por Ned. Aun asi, habia algo raro en la voz de Ned, una leve insinuacion de… ?enfado? ?Decepcion? Ricardo detectaba una emocion, aunque no lograba identificarla.

Eduardo lo miraba con expectacion, aguardando su respuesta. Ricardo noto que todos la aguardaban. Vio tambien, con cierto azora-miento, que solo el rostro de John Howard manifestaba simpatia. Hastings tenia un aire socarron, Suffolk parecia medianamente interesado, Percy cautelosamente neutral. Pero Ricardo sabia que ninguno de ellos gustaba de Stanley. Extrano, pero nunca habia advertido que tambien el podia ser blanco de la envidia, que algunos le guardaban rencor tan solo porque era el hermano de Ned. Tendria que pensar en ello, pero por el momento recobro la compostura.

– ?Majestad? -dijo con voz tensa.

– ?No quereis responder a las acusaciones de lord Stanley?

Ricardo miro de nuevo a Stanley, descubrio que la furia era una muleta util para su tambaleante confianza.

– Lord Stanley olvido hacer la unica acusacion que debe haberlo contrariado mas -dijo con serenidad-. De no haber sido por nuestro encuentro en la carretera de Hereford a Shrewsbury, habria seguido con tranquilidad para reunirse con el conde de Warwick en Manchester.

– Hablais sin fundamento, mi senor de Gloucester. Lo niego enfaticamente y no teneis pruebas para respaldar semejante acusacion. Sabeis que no las teneis. -Stanley se volvio hacia Eduardo y protesto-: Vuestra Gracia, me ofende profundamente que se difame mi lealtad con semejante calumnia.

– No esperaba menos, milord -respondio Eduardo, siempre con ese tono elusivo que Ricardo no lograba identificar-. ?Teneis dicha prueba, mi senor de Gloucester?

– No, Vuestra Gracia -dijo Ricardo a su pesar, y se nego a explayarse sobre esa admision tajante y a dar explicaciones, pero no pudo abstenerse de dirigir a su hermano una mirada escrutadora y fugaz en la que habia una medida de suplica.

– Bien, milores… A mi modo de ver, se trata de un lamentable malentendido. Agradezco vuestros votos de lealtad, lord Stanley. No cuestiono vuestra buena fe, aunque confio en el criterio de mi hermano de Gloucester. Dadas las circunstancias, creo que deberiamos olvidar el incidente. ?Ambos coincidis conmigo?

Eduardo se reclino en la silla, mirandolos por encima del borde de su copa de vino. Ricardo asintio casi imperceptiblemente. Stanley, en cambio, dijo en voz alta, un poco acalorado:

– No, Vuestra Gracia, no coincido. ?Por que debo responder por las sospechas de un nino? Creo que no entendeis, Vuestra Gracia, cuan impertinente fue. Oso decir…

Eduardo miro a Ricardo, interrumpiendo la perorata de Stanley.

– ?Que dijiste exactamente, Dickon? -pregunto.

Ricardo ahora estaba mas furioso que inseguro, y el tratamiento de confianza disipo sus dudas. Sabia que su hermano lo respaldaria, al menos en publico. Aun no sabia que esperar cuando estuvieran a solas.

– Le dije que despejara el camino. Como se nego, dije que pasariamos entre sus hombres o sobre ellos, que la eleccion era suya -declaro, procurando enunciar cada palabra con claridad, y Eduardo se atraganto con el vino.

Jadeo, escupio y empezo a toser, y tanto Ricardo como Will Hastings se alarmaron, hasta comprender que no procuraba recobrar el aliento sino reprimir una carcajada. Pero la habia contenido mucho tiempo y ya no podia mas, asi que se desternillo de risa hasta que le brotaron lagrimas.

Stanley miro al rey envaradamente. Tenia la cara arrebolada, y habia llegado a un matiz del rojo que la naturaleza nunca habia tenido en cuenta. Tambien el tenia lagrimas en los ojos, lagrimas de rabia que ardian como rescoldos, enturbiandole la vision. Vio que todos sonreian: Hastings, Howard, Suffolk, hasta Percy. Y Gloucester lo observaba sin disimular su aire triunfal.

– Vuestra Gracia, por favor -articulo, mascullando las palabras.

Eduardo se habia calmado y empezo a levantarse.

– Tienes la piel demasiado delicada, Tom -dijo con una sonrisa-. Nos conocemos hace largo tiempo, asi que sabras disculpar una ocasional falta en mis modales.

Stanley se quedo boquiabierto, sorprendido por la oleada de repulsion que se imponia sobre su enfado, fria, calculadora y desdenosa. Nunca le habia gustado Eduardo de York, pero nunca lo habia visto con tanta lucidez. Que actitud tan tipica de York, penso amargamente. Tan seguro de que nadie resistiria sus encantos, de que solo

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