Francis, que conocia el rostro de Ana tan bien como el suyo, se encontro estudiandola con la mirada de Eduardo. Isabel siempre haria sombra a la fragil Ana. Pero Francis reparo en el cutis traslucido e inmaculado, los ojos separados, un calido castano con motas doradas. Vio que su cabello tenia un lustre brillante; se habia oscurecido bastante desde la infancia y su color era enigmatico y elusivo, y bajo la luz cambiante pasaba de un castano soleado a un oro rojizo y brunido. Vio, por primera vez, que el carnoso labio inferior daba a su boca una expresion insinuante, en inesperado y cautivador contraste con los elegantes pomulos y la nariz angosta y recta, y penso con cierta sorpresa que era muy bonita.
Era una revelacion sorprendente para Francis, pues hasta esa noche siempre habia visto a Ana con los ojos ciegos y afectuosos con que miraba a sus propias hermanas. Esta subita valoracion no implicaba otra cosa, sin embargo; sabia muy bien que Ana habia entregado su corazon tiempo atras. Pero, por primera vez en meses, se sorprendio pensando en Anna, su esposa, que tenia la edad de Ana pero para el era casi una desconocida. Se pregunto, con repentina curiosidad, si tambien ella habria florecido como mujer.
Estaba tan enfrascado en estas especulaciones que paso por alto los murmullos que intercambiaban Ana y Eduardo. El comentario de Eduardo, mejor dicho, pues Ana no habia hablado. Retrocedio, tropezo con Francis, y el vio que su piel ardia de rubor.
– ?Que te dijo, Ana? -susurro.
Ella titubeo y luego hablo en voz muy baja, asi que el tuvo que esforzarse para entender las palabras.
– Me dijo… me dijo: «Con que tu eres la Ana de Dickon».
A mediados de septiembre, Jorge e Isabel visitaron el castillo de Middleham con un fastuoso sequito, y los aldeanos, a pesar de estar acostumbrados al magnifico cortejo que siempre rodeaba al senor de Warwick, quedaron deslumbrados por la espectacular llegada del duque de Clarence y su duquesa.
Solo entonces Eduardo supo que el parlamento planeado se habia cancelado subitamente y sin explicaciones. Tambien supo que sus sospechas sobre la verdadera intencion de Warwick eran acertadas.
Isabel Neville confirmo sus temores sin darse cuenta. Isabel eludia su compania y parecia sumamente incomoda en su presencia. El pronto adivino el porque. Isabel sabia lo que planeaban su esposo y su padre, coronar a Jorge, y no sabia como tratar al hombre que se proponian destronar, o algo peor. Al principio le divertia provocarla, pero pronto noto que estaba realmente angustiada, se apiado de ella y dejo de buscar su compania.
Siguio fingiendo aplomo, y era tan galante con la condesa que ella termino por derretirse bajo sus sonrisas y empezo a actuar como si el fuera en verdad un huesped de honor. El habia intentado conquistar a la otra hija, la parca Ana, hasta que comprendio que lo mas amable seria dejarla en paz, igual que a Isabel.
Solo con Jorge se le caia la mascara; a Eduardo le costaba ser cortes con Jorge. En parte era una respuesta espontanea a la creciente hostilidad de su hermano, pero ante todo era una amarga reaccion contra lo que consideraba una traicion de su propia sangre. Jorge era su hermano, asi que su felonia era tan antinatural como imperdonable.
En cuanto a su primo, Eduardo consideraba afortunado que Warwick no pasara mucho tiempo en Middleham ese septiembre, pues cada vez le costaba mas desviar las provocaciones y sarcasmos con cortesia ironica, disciplinar una lengua que nunca habia conocido restricciones salvo las que el imponia por su voluntad.
No solo era un manojo de nervios a causa de la presion implacable, sino que la afabilidad de Warwick se estaba deteriorando. Warwick era cada vez mas diestro para seleccionar palabras hirientes, y era tajante cuando semanas atras habia sido solicito, condescendiente en su cortesia. Eduardo reparo en este cambio con gran interes, comprendio que significaba que el se encontraba en una posicion mas favorable, y paradojicamente mas peligrosa, que en aquellas primeras horas en Coventry.
Desde que lo habian capturado en Olney, Eduardo sabia que estaba al borde de la muerte. Pero nunca desesperaba. Desde su infancia, habia actuado a su antojo, habia cogido lo que queria y el precio nunca habia sido demasiado alto.
Solo una vez le habia fallado la suerte, en las nieves de Sandal, y estaba convencido de que si el hubiera estado alli ese dia de diciembre, con su padre y Edmundo, habria podido impedir la necedad de ese ataque fatidico. No podia creer que perderia, aunque su primo parecia tener todos los naipes y el solo tenia a su favor el tiempo.
El sol de septiembre entraba oblicuamente por las ventanas del gabinete, salpicando el cabello de Eduardo con destellos cobrizos, haciendo resplandecer sus anillos mientras su mano revoloteaba sobre el tablero de ajedrez. Comio un alfil y miro a Francis con una sonrisa desafiante, mientras acariciaba la cabeza que tenia apoyada en la rodilla.
Francis vio que el alano lameteaba la mano de Eduardo y se echo a reir.
– Parece que habeis conquistado incluso a los perros de Su Gracia, majestad.
– Que mi primo no te oiga decir eso, Francis. No hay mejor modo de ganarse la enemistad de un hombre que conquistar a sus perros. Mas vale seducir a su esposa.
Francis rio.
– Dudo que ni siquiera vos podais seducir a lady Nan, Vuestra Gracia -oso decir-. Para ella solo existe un hombre en el mundo… mi senor de Warwick.
Eduardo reprimio la replica procaz que se le ocurrio, por respeto a la edad de su joven companero.
– Quiza eso explique, Francis -dijo en cambio-, por que mi primo parece confiar su esposa a mi cuidado, pero me priva de la compania de sus hijas.
Francis tambien habia notado que Ana e Isabel eludian a Eduardo. Su discrecion se relajo un poco frente al desenfado de Eduardo.
– Quiza vuestro hermano de Clarence este celoso, majestad -dijo audazmente.
Eduardo sonrio con discrecion y se encogio de hombros. Habia reparado en la simpatia de Francis desde ese primer momento en el salon, y el muchacho se la habia confirmado al responder avidamente a los gestos amistosos de Eduardo. Pero Francis era pupilo de Warwick, y estaba casado con la sobrina de Warwick. Mas aun, si la memoria no lo enganaba, los Lovell eran lancasterianos. Preferia no comprometerse hasta cerciorarse de haber conquistado plenamente el afecto del joven.
Miro los ojos oscuros de Francis con ojos inocentes, y desvio la conversacion del peligroso tema de los celos de su hermano.
– Sea como fuere, eso aun deja a la hija menor, y ella ha sido tan elusiva como un hada del bosque. Apenas la he visto esta semana.
Francis miro el tablero, experimentando el ansia de proteger a Ana Neville.
– Se sintio muy apenada, majestad, cuando le negasteis permiso para desposar a Su Gracia, el duque de Gloucester.
– No tan apenada como mi primo de Warwick, sospecho -dijo secamente Eduardo. Como Francis no respondio, el urgio-: Te toca mover, Francis. -Y anadio, con vaga curiosidad-: Supongo que se sintio aun mas apenada, pues, porque Gloucester no intento casarse en secreto a despecho de mis deseos, como hizo Clarence.
– No, Vuestra Gracia, no es asi -dijo Francis, con tanto enfasis que Eduardo lo miro inquisitivamente-. Ella lo conoce demasiado para eso. -Sacudio la cabeza con gravedad-. Vuestro hermano de Gloucester amaba al conde. Pero tomo su decision hace cinco anos. Lo se, yo estaba con el.
Eduardo lo miro con subita concentracion.
– Ahora recuerdo… Tu eres amigo intimo de Dickon, ?verdad?
Francis capto el matiz sutil de esa pregunta, asintio.
– Tengo ese privilegio, Vuestra Gracia.
Trago saliva, fijo los ojos en las piezas de marfil. Sabia que Eduardo lo observaba, sentia sus ojos, un escrutinio intenso que era como un contacto fisico. Acerco la mano a su peon amenazado y Eduardo la cogio en la suya. El anillo de la coronacion resplandecia con un brillo cegador. Francis alzo la vista, sabiendo que preguntaria Eduardo y que contestaria el.
– ?Cuan amigo eres de Dickon, Francis?
Francis no reparo en las consecuencias de su respuesta. Hacia tiempo habia reconocido intimamente que debia lealtad no al conde de Warwick ni a la olvidada reina de Lancaster, sino a la Casa de York. A Dickon y al