El conde de Warwick llego a Exeter, en la costa de Devonshire, el 10 de abril y ese mismo dia se embarco para Francia. Tras un peligroso cruce del Canal, fue expulsado de Calais por su antiguo aliado, lord Wenlock. Busco refugio en Honfleur, Normandia, y recibio la calida bienvenida del rey frances. Por el momento no se sabe nada mas en cuanto a su paradero ni a sus planes. Pero se con certeza que mi senor de Warwick no es hombre que acepte docilmente el destino del exilio.

Capitulo 15

York

Agosto de 1470

Durante la ultima semana de julio, Eduardo recibio noticias de un levantamiento en Yorkshire instigado por lord Fitz-Hugh, aliado y cunado del exiliado conde de Warwick. Eduardo reunio tropas sin perdida de tiempo y cabalgo con Will Hastings hacia el norte para reunirse con Ricardo en York, que habia pasado el verano reclutando soldados en la region central del oeste.

Pero cuando Eduardo llego a la antigua ciudad de Ripon, la rebelion habia terminado. Fitz-Hugh huyo a Escocia; sus complices se apresuraron a ofrecer su sumision al rey yorkista. Eduardo regreso triunfante a York y se dedico a restaurar el orden en esa region, la mas turbada y turbulenta del reino.

La noticia de la frustrada rebelion de lord Fitz-Hugh llevo consternacion al hermoso valle del Windrush, ciento ochenta y cinco millas al sur, el vistoso entorno de Minster Lovell Hall. Francis estaba azorado; lord Fitz-Hugh era su suegro. No tardo en recibir una histerica carta de su esposa Anna, que le imploraba que intercediera ante el rey por su padre.

Francis no necesitaba semejante exhortacion. No queria que Anna sufriera por la necedad de su padre, y mucho menos que la traicion de Fitz-Hugh arrojara una sombra sobre los Lovell. Sabia que la traicion era una enfermedad muy contagiosa, y que la inocencia no era garantia de inmunidad.

Francis cavilo sobre la carta de Anna, y el alba del dia siguiente lo hallo en Ermine Way, la carretera que conducia al norte, hacia York. Aunque aun no tenia diecisiete anos, era muy consciente de sus obligaciones familiares. Su madre habia muerto cuatro anos atras, despues de un breve y malhadado segundo matrimonio con sir William Stanley, hermano menor de Thomas, lord Stanley. Sus hermanas solo contaban con la proteccion que el pudiera ofrecerles y estaba decidido a impedir que su involuntaria asociacion con la imprudente familia de Anna las mancillara.

Impulsado por la aprension, el lunes 27 de agosto avisto los blancos muros de caliza de York. Alli fue recibido con entusiasmo por Ricardo y con halaguena cordialidad por el rey. Casi de inmediato, expuso el motivo de su mision. Ricardo se asombraba y Eduardo se divertia mientras el aseguraba solemnemente que los Lovell eran leales a York, ahora y para siempre.

Eduardo se echo a reir y declaro que no pedia ningun juramento de lealtad que se extendiera mas alla de la vida de un hombre, y Ricardo interrumpio para preguntarle a Francis como podia imaginar que su lealtad se pondria en duda. Francis, sometiendose dichosamente a las burlas de uno y los reproches del otro, supo que nunca mas deberia abrigar semejante temor por su familia. Su futuro estaba entrelazado con el de la Casa de York, y el estaba muy dispuesto a que asi fuera.

Lamentablemente, vio poco a Ricardo en los dias siguientes, pues su amigo presidia un tribunal de indagacion en York, y los deberes de este menester lo ocupaban de sol a sol. En la tercera noche despues de su llegada, Ricardo logro hacerse de tiempo para el placer y los dos muchachos se dispusieron a saborear los deleites mas cuestionables que ofrecia York.

Francis queria cenar en una posada de Conyng Street, pero Ricardo queria refugiarse en el anonimato, y prevalecio. Compraron pasteles de lamprea horneados en una tienda cercana al convento agustino donde Ricardo se alojaba, se atragantaron con el vino agrio que compraron para bajar el pescado y entraron en una tras otra de las sordidas tabernas de las orillas del rio, solo para descubrir que Ricardo era reconocido aun en los mas miseros de esos establecimientos.

Para diversion de Francis, los unicos que no reconocieron a Ricardo fueron los integrantes de la ronda nocturna, que los detuvieron para un interrogatorio hostil, pues a esas horas todos los hombres decentes descansaban a la lumbre de su hogar. Pero antes de que pudieran responderles, un tercer hombre corrio hacia ellos, apartando de un empellon a sus irritados colegas para deliberar con susurros, y Francis oyo que repetian una palabra con creciente consternacion, el nombre de Gloucester. Pronto los dejaron libres para seguir su camino, con gran profusion de disculpas.

Ricardo acepto su derrota y menos de una hora despues de que San Miguel anunciara el toque de queda bajaron por Conyng Street para regresar al convento que se extendia desde Ald-Conyng Street hasta el rio. Avanzaban despacio, pues York no disponia de una ordenanza que requiriese alumbrado en las calles, como Londres, y la unica luz era la plateada luna en cuarto creciente y el farol que pendia de la torre octogonal de la iglesia de Todos los Santos. Pero Francis sospechaba que el andar pausado de Ricardo se debia no solo a la oscuridad, sino que su amigo era reacio a encarar las responsabilidades adultas que lo aguardaban a su regreso.

Aunque era tarde, en los aposentos del prior aun habia gente que esperaba una audiencia con Ricardo, por breve que fuera. Ricardo tuvo que dedicar unos minutos a Robert Anmas, un sheriff que llevaba un mensaje del alcalde Holbeck, pero los demas, dijo con firmeza, tendrian que regresar al dia siguiente.

Francis pronto se aburrio de dar vueltas y se escabullo para esperar a Ricardo en la camara que le habian destinado durante su estancia en York.

Era una habitacion ordenada y austera, que mostraba pocos indicios de la personalidad del actual ocupante. Francis se lo esperaba, sabiendo que la necesidad habia ensenado a Ricardo a viajar con poco equipaje. Habia una larga mesa con libros, papeles, plumas, un tintero plateado, velas y un gran mapa de la region fronteriza de Escocia que estaba salpicado de cera y cubierto de garabatos cripticos. En un rincon habia una pulcra pila de papeles que esperaban la firma de Ricardo; otros, ya firmados, estaban listos para el envio. Francis echo un breve vistazo a la sesgada firma de la esquela de arriba, R. Gloucestre, notando con interes que iba dirigida a Juan Neville, marques de Montagu.

Echo una ojeada al titulo de los libros estrategicamente dispuestos para sujetar el mapa: Tratado sobre la guerra, Libro de horas, El arte de la cetreria. Al inclinarse sobre la mesa, sintio una presion en la pierna y bajo la mano para confirmar la presencia de un perro lobero negro. El enorme animal acepto su caricia gravemente, para diversion de Francis, como si fuera su igual, y se tendio a sus pies cuando el se sento en la cama.

Junto a la cama habia un cofre que servia como apoyo para una gran vela de cera y un libro encuadernado en cuero marroqui. Francis lo recogio con curiosidad. Al mirar el titulo, no le sorprendio que fuera un tratado historico, las Cronicas de Froissart, pues Ricardo tenia una mente practica y disciplinada, pero le sorprendio que pareciera muy leido. Se pregunto cuando encontraba el tiempo Dickon.

Hojeo las paginas, se detuvo en la inscripcion del frontispicio, y vio que el libro era un prestamo de Juan Neville. No le asombraba esta prueba de intimidad, sabiendo que Ricardo sentia un profundo afecto por el Neville que habia permanecido leal a Eduardo. Se pregunto cuando se habrian visto por ultima vez. Tambien se pregunto, y con mucha piedad, que se sentiria al esperar una invasion de tropas francesas, un ejercito conducido por el propio hermano. Cerro el libro, pensando que no querria estar en el lugar de Juan Neville por la mitad del oro de la cristiandad. Ni de Dickon, tampoco. En ocasiones se olvidaba de que tambien Dickon tenia un hermano exiliado en Francia.

Cuando volvio a poner el libro sobre el cofre, un papel ajado cayo de las paginas y aleteo hasta el suelo. Lo recogio y vio que era una carta, inconclusa y aparentemente olvidada, pues tenia fecha, en puno y letra de Ricardo, de mas de una quincena atras. Le basto ver el saludo, «Mi dulce Kate», para comprender por que no habia dictado esta esquela a su amanuense.

A Francis le complacia pensar que era el amigo mas intimo de Ricardo, pero sabia poco y nada de sus amorios. A diferencia de Eduardo, que no se preocupaba por ocultar sus muchas infidelidades, sin negar a sus queridas ni a los vastagos bastardos que nacian de sus andanzas, Ricardo era sumamente discreto y demostraba

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