yorkista.
Anochecia. Durante el dia una procesion festiva habia abarrotado las calles de la ciudad, desplazandose desde el gremio de Aldermanbury por Cheapside, Fleet Street y el Strand, hacia Westminster, donde el nuevo alcalde prestaria su juramento. Ahora las calles volvian a ser transitables y Francis no tuvo dificultades para encontrar una barcaza que lo trasladara de Southwark a Pauls Wharf, a corta distancia del castillo de Baynard.
El mirador de la camara de audiencias daba al sur y Francis tenia un claro panorama del Tamesis, donde luces fluctuantes indicaban el trafico fluvial. No habia esperado que la duquesa de York lo recibiera y comenzaba a lamentar el impulso que, en el comedor de una posada de Southwark, habia parecido un rapto de inspiracion, pero que en esta camara de audiencias parecia excesivamente audaz.
Ella entro tan silenciosamente que el no oyo la puerta ni las leves pisadas, y se giro sobresaltado cuando la duquesa pronuncio su nombre.
Las primeras palabras le evocaron vividamente a sus hijos, con quienes ella compartia una voz singularmente agradable, bien modulada, melodiosa, dificil de olvidar. Ella le extendio la mano y el beso los dedos largos y ahusados, desprovistos de joyas salvo una sortija nupcial de oro incrustada de gemas.
En la otra mano tenia un papel plegado, y cuando el se incorporo se lo entrego con una fugaz sonrisa.
– Te advertiria que no dejes testimonio escrito de tus indiscreciones -dijo friamente-. Sera mejor que quemes esto.
Francis arrugo el mensaje que le habia permitido ingresar alli.
– Me enorgullece ser amigo de Su Gracia, el duque de Gloucester. Nada de lo que ha pasado en estas cuatro semanas ha cambiado eso, Vuestra Gracia.
– Me temo, Francis Lovell, que no prosperaras bajo los Lancaster.
– Tampoco lo deseo, madame.
– ?Por que deseabas hablarme?
Los ojos grises eran tan directos que el se sintio obligado a decir la verdad.
– Londres se ha transformado en una letrina de rumores y chismes ruines. -Torcio la boca-. Los promotores de escandalos y los alarmistas se deleitan con las historias mas extravagantes, siempre expuestas como articulo de fe.
– Entiendo. ?Temes que esas historias sean veraces? ?Que Eduardo se haya ahogado mientras intentaba cruzar el Canal?
– No lo se, madame -murmuro Francis-. Y eso es lo que no soporto. Creo que preferiria enterarme de lo peor que no enterarme de nada. Pense que tal vez vos tuvierais noticias… que quiza supierais…
– Eduardo desembarco en Texel, Holanda, hace casi un mes, el mismo dia en que la nave de Ricardo arribo sana y salva a la isla de Walcheren, Zelanda. Se reunieron en La Haya el 11 de octubre.
–
Desdenando el cojin que el le ofrecia, ella se sento en una maciza silla de respaldo recto, senalo un taburete y lo invito a hacer lo propio.
– Lo que voy a decirte viene de la pluma de mi hija, la duquesa de Borgona, escrito de su puno y letra y despachado en secreto en cuanto se entero del desembarco de Eduardo en el reino de su esposo. Hay una pizca de verdad en las historias lugubres que circulan en las tabernas de Londres. Las ciudades alemanas de la Liga Hanseatica estaban en busca de los buques yorkistas; el capitan que capturase a Eduardo de York podria haber reclamado una recompensa al rey frances. Persiguieron a Eduardo hasta el mismisimo puerto de Texel, pero la bajamar impidio que los buques atracaran. Los alemanes anclaron, esperando que subiera la marea para abordar el buque de Eduardo.
Francis jadeo.
– ?Como se salvo, madame?
– Gracias a su talento para la amistad -dijo ella, sonriendo al ver su sorpresa-. Cuando los borgonones negociaban el matrimonio de su duque con mi hija, en el verano de 1467, Eduardo se gano la admiracion y el afecto de uno de sus enviados, Luis de Brujas, seigneur de la Gruuthuse. Afortunadamente, hoy es gobernador de la provincia de Holanda y, cuando se entero del trance de mi hijo, obligo a los alemanes a retirarse y permitio el ingreso de Eduardo en el puerto.
– Fue un dia propicio para York cuando lady Margarita unio su casa a la de Borgona -dijo calidamente Francis.
Ella endurecio los graciles dedos blancos que tenia entrelazados sobre el regazo.
– Sospecho que Carlos de Borgona piensa lo contrario.
– ?Pero el ha ayudado a York! -dijo Francis, frunciendo el ceno-. Despues de todo, es cunado del rey Eduardo…
– Y Jorge es hermano de Eduardo.
Francis la miro con desconcierto.
– ?Me estais diciendo que Carlos no ayudara a vuestros hijos, madame?
– Yo diria que el… carece de entusiasmo para dicha empresa. No quiere una guerra con Inglaterra, y si respalda a Eduardo, le dara motivos a Warwick para sumar fuerzas con el rey frances contra Borgona. No puede negar asilo al hermano de su esposa, pero se niega a reunirse con el, y Eduardo estaria en aprietos de no mediar la generosidad de Gruuthuse. -Escruto a Francis con gravedad-. Solo tenian encima la ropa que llevaban al huir de Inglaterra, y Eduardo solo tenia una capa de piel de marta para dar al capitan del barco.
Francis, conmocionado, no supo que responder. Habia temido que Eduardo y Ricardo no llegaran a Borgona. Habia pensado que una vez alli Carlos les daria el oro y los soldados que necesitaban para verselas con Warwick. Ahora solo veia una imagen: Eduardo Plantagenet, rey de Inglaterra y Francia, senor de Irlanda, pagando el pasaje con una capa forrada de piel.
La duquesa de York no parecia incomoda con el prolongado silencio. Se levanto, aparto la mano que el le tendia y se acerco al reclinatorio que habia frente al hogar. Recogio un rosario de coral, se lo sujeto a la esbelta muneca y se volvio hacia el muchacho, que la miraba con ansiedad.
– Dime, ?alguna vez reparaste en un simbolo de peregrino usado por mi hijo menor? ?Una pequena moneda de plata donde esta grabada una cruz latina?
Desconcertado, el asintio.
– Si, Vuestra Gracia. Por lo que recuerdo, nunca se desprendia de ella en los anos que pasamos en Middleham.
Un magnifico pano de Arras cubria la pared este de la camara, una detallada descripcion del sitio de Jerusalen. Ella fijo los ojos en el tapiz, siguiendo la intrincada urdimbre de topacio y bermejo.
– Cuando yo tenia quince anos -dijo-, fui presa de las tercianas. Creian que no sobreviviria, y mi hermano favorito juro que si yo me recobraba el haria una peregrinacion al bendito altar de Santa Cecilia en Trastevere. - Le obsequio una sonrisa distante-. Yo me recobre y el respeto su voto, y durante casi treinta anos lleve su simbolo de peregrino en una cadena de plata que me colgaba del cuello.
Francis dio una respuesta apropiadamente devota, esperando que su semblante no delatara su desconcierto.
– Cuando mi esposo, mi hermano y mi hijo Edmundo fueron asesinados en el castillo de Sandal, y mi sobrino Warwick fue derrotado en San Albano, temi por la vida de mis hijos menores, y decidi enviarlos a Borgona, para que no cayeran en manos de Lancaster. Esa noche me quite la cruz de peregrino por primera vez. La colgue del cuello de Ricardo y encomende a mis hijos a la misericordia del Todopoderoso, sin saber si volveria a verlos en esta vida.
Francis no sabia que reaccion se esperaba de el. Era una historia vivida y conmovedora, pero contada con tan poco apasionamiento como si ella le hablara de la contabilidad de su casa.
– Estoy seguro de que el aun lleva vuestra cruz, madame, y que lo salvaguardara tal como antes.
– Ricardo ya no tiene ocho anos -dijo ella glacialmente-. Es muy capaz de cuidarse.
– No entiendo, madame.
– Tu piedad me resulta presuntuosa, al igual que tu suposicion de que soy una madre doliente a quien debes complacer y consolar con nonerias. Te aseguro que tenia otro proposito al narrarte esa historia. -Curvo los labios-. Tengo mis defectos, Francis, pero no soy llorona.
– No, madame, claro que no -coincidio el, tan enfaticamente que ella se aplaco.