– Queria que entendieras -continuo con inusitada paciencia-como nos sentiamos en la ciudad cuando nos enteramos de la derrota de Warwick en San Albano. Yo sabia lo que sucederia cuando Londres cayera en manos de Lancaster. La noche en que puse a Ricardo y Jorge a bordo de un buque con destino a Borgona, esperaba que los lancasterianos entraran en Londres pocas horas despues. La ciudad era presa del panico. Las tiendas estaban tapiadas, los hombres estaban freneticos de miedo por sus esposas y sus hijas, las calles estaban desiertas como si cundiera la peste.

«Todo parecia perdido. Y luego, por gracia de Dios, llegaron noticias de Eduardo. Warwick le habia llevado la funesta noticia de San Albano y el junto tropas, y se aproximaba a Londres al galope.

»E1 26 de febrero, nueve dias despues de San Albano, Eduardo gano Londres. Jamas en tu vida veras una escena como la que saludo su ingreso en la ciudad. -Su sonrisa fue tan fugaz que el apenas llego a verla-. Ese dia, los londinenses hicieron causa comun con el.

«Tres dias despues, una delegacion de nobles encabezada por Warwick vino al castillo de Baynard y, en esta misma habitacion, le ofrecio la corona.

»Su coronacion, empero, tuvo que esperar. En solo once dias, reunio una fuerza de combatientes y marcho al norte. Alcanzo al ejercito de Margarita en Towton, a doce millas de York. La batalla se libro en medio de la peor tormenta de nieve en anos, y duro diez horas. Dicen que cuando termino el rio Cocke Beck estaba rojo y habia veinte mil muertos y moribundos. Y Eduardo obtuvo la victoria.

«Solo tres meses mediaron entre la muerte de mi esposo en Sandal y el triunfo de Eduardo en Towton. Eduardo logro lo que mi esposo no pudo lograr, lo que Warwick no pudo lograr… cuando le faltaba un mes para cumplir diecinueve anos.

»?Me entiendes? Mi hijo y yo hemos tenido desavenencias. El es un autentico Plantagenet y es presa de los pecados de la carne y de una arrogancia que fue muy util para Warwick. Pero te dire esto con toda certidumbre: nada en esta bendita tierra de Dios le impedira regresar para reclamar lo que es suyo. Si Carlos de Borgona se niega a ayudarlo, buscara el apoyo de Francisco de Bretana o Juan de Aragon… y, si es menester, del gran visir del Imperio otomano.

«Conozco a mi hijo. El regresara, y cuando se enfrente a Warwick en el campo de batalla, triunfara.

– Si -murmuro Francis-. Os creo. -La sinceridad lo insto a anadir-: Tengo que creerlo.

– Tambien yo -dijo Cecilia.

Capitulo 18

Westminster

Noviembre de 1470

El tiempo recrudecio a principios de noviembre. La nieve habia empezado a caer el amanecer del viernes, Dia de los Difuntos, y la ciudad estaba paralizada a la hora en que Isabel Woodville dio a luz a su hijo, pues una tormenta de inusitada ferocidad barria las calles, ahuyentando a todo el mundo, y encrespaba el helado Tamesis, creando el temor de una inundacion en la ribera baja, y obligando a todos los boteros, salvo los mas temerarios, a buscar refugio en cantinas y posadas.

Alison, lady Scrope de Bolton Castle, regresaba a la camara de Jerusalen de los aposentos del abad, que estaba dentro de la abadia benedictina de San Pedro, en Westminster. Era alli donde Isabel habia obtenido asilo para ella y sus hijos.

Isabel habia gozado de una bienvenida mas calida que la renuente admision que se acordaba a los infelices de menor rango que iban a reclamar el tradicional derecho de asilo. Thomas Millyng, el lord abad, habia recibido a la esposa del rey yorkista exiliado como si aun fuera la consorte de un monarca reinante, y le habia cedido sus propios aposentos. Ella estaba mucho mas comoda que en otro lugar, pero Alison concedia que aun asi era un gran descenso para una mujer habituada al esplendor de los palacios reales de Westminster, Eltham, Windsor y Shene.

Alison llevaba una humeante taza de te de hojas de frambuesa en una bandejilla de madera. No creia que Isabel necesitara sus conocidos beneficios terapeuticos. Alison habia visto pocos partos tan faciles como este, y Marjory Cobb, la comadrona de Isabel, habia coincidido.

Se detuvo en el umbral. Alison no sentia simpatia por la reina yorkista; habia accedido a atenderla solo para complacer al esposo de su amigo y vecino norteno, el conde de Warwick. Pero reconocio que ofrecian una escena cautivadora, la madre amamantando al bebe y la hija mayor, una precoz nina que aun no habia cumplido cinco anos, sentada al pie de la cama, mirandolos con gran interes.

Como caen los poderosos, penso Alison con maliciosa satisfaccion. La mujer que otrora solo habia comido en platos de oro debia conformar a su familia con media res y dos ovejas que les entregaba cada semana un carnicero yorkista y los cestos que la duquesa de York les enviaba como caridad.

El trance de Isabel no conmovia a Alison. Opinaba que Isabel debia agradecer que Warwick fuera un hombre honorable que no se avenia a vengarse en una mujer. ?Acaso no habia pedido personalmente que ella asistiera a Isabel durante su convalecencia? No, Alison opinaba que Warwick habia tratado a Isabel con una piedad que ella no merecia y que no habria devuelto si la situacion se hubiera invertido.

Alison y su esposo pensaban que su amigo habia sido magnanimo durante el mes en que habia ejercido el poder. No habia cobrado deudas de sangre, no habia intentado ajustar viejas cuentas. Claro que habia devuelto la cancilleria a su hermano, el arzobispo de York, sin dilacion, pero habia perdonado al hombre que habia sido canciller hasta la caida de Eduardo, Robert Stillington, obispo de Bath y Wells. Para asombro de Alison, Warwick incluso habia perdonado a un hermano menor de Isabel. Y Alison y su esposo sabian que el 26 de noviembre, cuando se reuniera el parlamento, Warwick solo solicitaria dos ordenes de proscripcion, para Eduardo de York y su hermano, Ricardo de Gloucester.

Isabel alzo la vista, y Alison penso que una mujer que acababa de parir no tenia derecho a ser tan hermosa; era inquietante, antinatural. Los que hablaban del cabello aureo de Isabel no exageraban. Era exuberante, lustroso, de un purisimo color rubio argentado, y aun ahora, cuando pendia desalinado sobre los pechos y los hombros, daba ganas de tocarlo, de comprobar si era tan suave y sedoso como parecia. Ese cutis perfecto podia tolerar el escrutinio mas critico; Alison, con cierta envidia, dudaba que Isabel hubiera tenido que lidiar con las manchas y pecas que tocaban en suerte a sus hermanas menos afortunadas. Tenia una boca carnosa, seria pero sensual en su reposo, y la frente ancha y alta tan alabada por juglares y poetas. Solo el color de los ojos era insatisfactorio para la moda de esos dias; el azul porcelana era el tono predilecto, y los ojos de Isabel, con sus gruesos parpados, eran de un verde gatuno.

Alison sabia que Isabel era treintanera y habia pasado la flor de la juventud, pero tenia un cuerpo que cualquier hombre desearia y cualquier mujer envidiaria; y nadie que viera esos senos abultados y firmes pensaria que habia dado a luz seis hijos. No por primera vez, Alison penso que podia haber una pizca de verdad en las habladurias que sostenian que Isabel practicaba la magia negra.

Alison cerro la puerta suavemente, se acerco a la cama. Isabel observo en silencio; nunca se molestaba en trabar conversacion, nunca interpelaba a Alison a menos que quisiera pedir algo especifico.

Alison no habia sido testigo de la reaccion inicial de Isabel ante la aciaga noticia que llego de Doncaster. Segun los rumores, al principio se habia negado a creerla, rechazaba tercamente todas las pruebas que le presentaban, y asi siguio hasta que le entregaron una carta de advertencia garrapateada apresuradamente por su esposo. Se decia que habia sufrido un ataque de histeria, un estallido emocional tan violento que todos habian temido por el bienestar del hijo que llevaba en el vientre. Sin embargo, se habia recobrado rapidamente, pues habia llevado a su refugio todas sus joyas y gran parte de su guardarropa.

Hacia una quincena que Alison iba al refugio, y en vano buscaba grietas en la altiva compostura que ocultaba al mundo los dolores o temores que atormentaban a Isabel en privado. Habia que conceder que estaba a la altura de las circunstancias. Aunque lastimara su orgullo, Alison sabia que, de estar en el trance de Isabel, no se habria comportado tan bien como esa mujer que le gustaba tan poco.

– ?Como esta el? -se obligo a preguntar cortesmente. ?Que pena que ese hijo fuera varon! Cuanto mas simple habria sido todo si ella hubiera parido otra hembra.

– Esta durmiendo. -Isabel echo una ojeada a la cabecita apoyada en su pecho. Curvo las comisuras de la

Вы читаете El sol en esplendor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату