llevar un embarazo a buen termino. La realidad era el forzado compromiso de su hermana Ana con el heredero de Lancaster, una alianza que habia transformado su vida conyugal en un infierno de recriminaciones y acusaciones. Su resentido esposo habia volcado en ella el rencor que no se atrevia a expresar ante su suegro. El furor de Jorge se aplaco en cuanto comprendio que la decepcion de ella era tan intensa como la de el, pero el dano ya estaba hecho.
Estaba sumamente abatida esa manana, acuciada por la fatiga, el dolor de espalda y una jaqueca muy aguda. Esa noche habia dormido poco, pensando en el aciago futuro que afrontaba en una corte lancasteriana, pensando en el matrimonio que transformaria a Ana en princesa de Gales y un dia en reina de Inglaterra… siempre que su padre impusiera su voluntad. Pero en ese helado dia de diciembre, cuando Eduardo de York era un fugitivo sin blanca y su padre dominaba Inglaterra, no habia motivos para dudar de que en efecto triunfaria.
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Isabel tardo un instante en entender. Dominaba bastante el frances, cada dia mejor, pero la muchacha estaba alborotada, y parloteaba sin aliento a toda velocidad.
– ?Por la sangre de Cristo! -maldijo ella al comprender, y las asistentes que conocian su idioma y entendian las maldiciones inglesas intercambiaron subrepticias sonrisas de divertida especulacion. Estallaria un escandalo de deliciosas proporciones si la muchacha inglesa se negaba a casarse con el principe Edouard.
Isabel penso en alertar a su madre, pero desistio. Ana estaba tan poco apegada a su madre como ella. Los limites del mundo de la condesa de Warwick estaban trazados por el halito y la sangre de su esposo. Desde que Isabel tenia memoria, habia sido asi, y no creia que su madre le sirviera de ayuda.
La camara de Ana estaba fria; ni el pano de Arras ni el brasero bastaban para combatir la helada. Pero Ana estaba vestida solo con una enagua color crema, sentada ante el espejo, rodeada por un impresionante despliegue de perfumes, agua de rosas y cosmeticos: kohl y belladona para los ojos, albayalde para blanquear el cutis, pintalabios de ocre rojo, balsamo de calendula.
Su hermana no estaba sola; otra muchacha se inclinaba sobre ella. Alzo la vista cuando entro Isabel, y esta reconocio a Veronique de Crecy, una de las jovenes francesas que era dama de compania de Ana. Esta muchacha solo tenia unos anos mas que Ana, y habian desarrollado un alto grado de familiaridad durante esos cuatro meses en Amboise.
– ?Ana? ?Por que no te estas vistiendo? Tienes menos de tres horas.
Ana fijo la vista en el espejo.
– Largate, Isabel -replico flematicamente.
Isabel aparto a la muchacha francesa, se acerco a su hermana.
– Me dijeron que expulsaste a tus damas… ?Es verdad? ?Ana, mirame! ?Que disparate es este? -Viendo que contaba con la renuente atencion de su hermana, continuo friamente-: Supongo que no pretenderas darnos otro lacrimoso espectaculo de autocompasion.
– No puedo hacer esto, Isabel -susurro Ana-. No puedo.
– Pero lo haras, y ambas lo sabemos. Hemos hablado tanto sobre ello que hemos abordado todos los aspectos. El futuro de nuestro padre depende de este matrimonio. Ha dado su palabra al rey frances. Necesita el apoyo frances… y este matrimonio es el precio que debe pagar por ese respaldo. Lo sabes, Ana.
– ?El precio que el debe pagar? -exclamo Ana, incredula-. A mi entender, soy yo quien debe pagarlo. Soy yo quien debe casarse con Lancaster, con un hombre que desprecio.
– Cuida la lengua -advirtio Isabel-. No conviene decir esas cosas.
– Pero son ciertas. -Ana desvio la vista del espejo para dirigir una mirada implorante a Isabel-. Isabel, toda mi vida me ensenaron a odiar a Lancaster. Ellos mataron a nuestro abuelo, nuestro tio Tomas, nuestro primo Edmundo. ?Como puedo olvidarlo?
– No tienes opcion -dijo Isabel, con voz tan implacable que Ana descargo un punetazo en la abarrotada mesilla lateral, haciendo entrechocar redomas y frascos.
– Por Dios, Isabel, ?no entiendes lo que siento? ?Ni lo intentas?
Ana tirito y Veronique se acerco para echarle una bata sobre los hombros. Isabel titubeo y recogio un peine de marfil.
– Ven, te ayudare con el cabello. -Ana aparto la cabeza, e Isabel rugio-: ?Debo repetirlo? ?No tienes opcion!
– Eso dices tu -replico Ana amargamente-. Parece que abandone todas mis opciones cuando segui a mi padre al exilio en Francia. Bien, hoy lamento haberlo hecho. ?Ojala no me hubiera ido de Inglaterra!
– Hablas como una chiquilla, Ana. Sabes que no podias quedarte en Inglaterra. Habrias encontrado pocos amigos ansiosos de ayudar a la hija de un traidor declarado.
– ?Si? -dijo Ana tercamente, e Isabel perdio la paciencia.
– Supongo que insinuas que siempre podrias haber acudido a tu primo de Gloucester. -Sacudio la cabeza con repulsion-. Pareces olvidar, hermana, que Dickon no tenia interes en ti.
Los ojos oscuros de Ana relucian como carbon contra su cara blanca como tiza.
– ?Por que me odias?
– Sabes que no te odio.
– Si, me odias -insistio Ana-. Desde que padre impuso esta boda, has sido distinta conmigo… como si fuera culpa mia. No es justo culparme porque el soslayo a Jorge. Yo no elegi esto. ?Por Dios, sabes que es asi! Nunca quise ser esposa de Lancaster… jamas. Preferiria morirme -concluyo, tan apasionadamente que Isabel se conmovio a pesar de si misma.
– No es tan malo, Ana -suspiro-. Recuerdalo… Como esposa suya, un dia seras reina de Inglaterra.
– ?No quiero ser reina de Inglaterra!
Isabel la miro con desden.
– Entonces eres una necia -dijo.
– No -replico Ana, con una voz crispada que parecia la de otra persona-. No, soy una mercancia. Me vendieron a Lancaster por un precio, tal como se trocaria una capa o un pendiente de oro.
Esto era lo que se decia, aun en la cinica corte francesa, e Isabel lo sabia.
– No digas esas cosas -le reprocho sin conviccion. Estaba cansada, muy cansada. Suponia que debia sentir pena por su hermana, pero era muy dificil invocar la piedad, sentir una emocion. Habia logrado su objetivo, habia sofocado el ultimo y debil intento de rebelion de Ana, pero no le complacia. Lagrimas silenciosas surcaban la cara de su hermana. Isabel habia sabido que terminaria asi, con el llanto de Ana. Siempre terminaba asi.
– Llamare a las otras damas para que puedas vestirte -dijo.
Ana no parecio oirle. Ahora las lagrimas eran mas caudalosas. Se envolvio con los brazos, se balanceo. Tenia mas aspecto de nina que de mujer; solo en el ultimo ano su silueta de muchacha esbelta habia empezado a redondearse y suavizarse, a cobrar curvas y contornos femeninos, y todavia le faltaba. Isabel se mordio el labio. No queria pensar en ello, no queria ver el llanto de su hermana. No podia hacer nada. Nada.
Se agacho, rozo la mejilla humeda de Ana con los labios.
– Enviare a tus damas -murmuro. No espero la respuesta de Ana, pues sabia que no habria ninguna. Pero Ana se dejaria poner el vestido nupcial de seda extendido sobre la cama. Se casaria con Lancaster. Isabel se llevo las manos a las sienes doloridas; la luz se borroneo y bailoteo ante sus ojos. Su padre, penso, estaria complacido.
Salio al pasillo, y casi de inmediato la puerta se abrio a sus espaldas.
– ?Por que no estas ayudando a lady Ana, Veronique?
– Ella tiene miedo, madame. ?No podeis verlo? ?No entendeis?
– Te extralimitas -dijo friamente Isabel, irritada al advertir que la muchacha francesa entendia el ingles mejor de lo que ella sospechaba.
– No, madame, solo me preocupo -insistio audazmente la muchacha-. Lady Ana es mi amiga. ?No podriais ser amable con ella, justo en este dia? Ella os necesita. ?No podeis recordar que solo tiene catorce anos, una doncella virgen que se casara con un hombre que no le agrada ni le despierta confianza…?
Isabel la interrumpio con un gesto.
– No puedo evitarlo -dijo fatigadamente, preguntandose por que daba explicaciones a esa francesita impertinente-. Ana es mi hermana. Te aseguro que no me complace su desdicha. Pero en este mundo debemos hacer lo que se espera de nosotros. Ana es una Neville, y debe actuar como tal. -La mirada desafiante de Veronique no agrado a Isabel, que anadio cinicamente-: Por lo demas, no veo por que Ana merece nuestra