lastima. Hay destinos peores que ser reina de Inglaterra.

Isabel se disponia a marcharse cuando Veronique dijo en voz baja y rapida:

– Pero crei que vos, nada menos, os compadeceriais de ella en este trance. Despues de todo, madame, vos tuvisteis la fortuna de desposar al hombre de vuestra eleccion.

Isabel abrio la boca para replicar con una frase hiriente.

– Si, fue mi eleccion, ?verdad? -se oyo decir en cambio-. De veras lo fue…

Se asombro de sus propias palabras, y se asombro aun mas cuando se echo a reir. Calmandose con esfuerzo, miro a la muchacha a los ojos. Eran castanos como los suyos, y tenian un irritante destello de piedad.

– Creo que te ordene que ayudaras a mi hermana, Veronique. ?Por que te demoras? Hazla hermosa para Lancaster. Es lo que el espera.

Capitulo 20

Brujas, Borgona

Diciembre de 1470

Por primera vez en su vida, Rob Percy temia la llegada de la Navidad. De joven, esperaba los festejos navidenos a partir del dia de San Martin. Su familia los celebraba al estilo de Yorkshire y desde el dia de San Nicolas hasta la Epifania abundaban los banquetes, los regalos, las mascaradas y las obras alegoricas que se representaban en las iglesias de York y en que la Virtud triunfaba sobre el Vicio en el ultimo momento.

Pero habria poca alegria en esa Navidad para los exiliados ingleses de Brujas. Su credito estaba agotado; sus enormes deudas provocaban antagonismo y alarma entre los mercaderes de la ciudad. Solo contaban con la mesada que el duque de Borgona ofrecia con renuencia a su cunado de York, y solo gracias a la mediacion de la duquesa Margarita, Dios la bendiga, penso Rob con fervor.

Pero quinientas coronas al mes no servian para mucho y Rob se preguntaba cuanto tiempo Eduardo podria abusar de la hospitalidad del seigneur de la Gruuthuse. Gruuthuse habia demostrado ser una rareza, un amigo que los apoyaba mas que un hermano. Pero tambien era subdito del duque de Borgona y, cuando Carlos se entero de que Eduardo habia desembarcado en Texel, rugio: «Preferiria haber sabido que habia muerto».

Al marcharse de la posada donde se alojaba con una veintena de companeros, Rob suspiro de alivio por haber logrado salir sin toparse con el resentido dueno. Las exigencias de pago de ese hombre eran cada vez mas groseras; Rob sabia que lo unico que impedia que los expulsara era que el posadero era reacio a recurrir a la violencia durante el Adviento. Hacia semanas que Rob comprendia que el tiempo obraba a favor de Warwick, no de York.

Tomo su atajo habitual, a traves del cementerio de la catedral de San Salvador, que lo condujo a la Groote Herjlig Geest Straete; al cabo de dos meses en Borgona, aun le costaba pronunciar el nombre de esa calle. Envidiaba a Ricardo, pues el fluido frances de su amigo le permitia franquear esa brecha gutural entre el ingles y el flamenco. Pero Rob no tenia oido para las lenguas. En Middleham, nadie habia aprendido a manejar el espadon mejor que el, pero nunca habia dominado el frances, el latin lo desconcertaba y ahora el flamenco le dejaba la lengua anudada.

Apuro el paso. Diciembre no era mes para estar en Brujas; el viento era implacable y los canales estaban cubiertos de hielo. Se cino la capa en la garganta; tenia muchos remiendos, y tirito cuando una subita rafaga de aire helado estuvo a punto de arrebatarsela. Su tambaleante frances lo afligia menos que el monedero vacio que le colgaba del cinturon.

Vio el raudo chapitel de Onze Lieve Vrouwkert o, como la llamaban los ciudadanos francofonos, Eglise Notre- Dame. Rob pensaba en ella como la iglesia de Nuestra Senora. Era la iglesia mas alta que habia visto, aun mas que la catedral de San Pablo, y se elevaba sobre todos los edificios circundantes, aun la suntuosa mansion conocida como Herenhuis Gruuthuse.

Cada vez que veia el palacio Gruuthuse, Rob pensaba en la ironia de que sus senores yorkistas anduvieran tan escasos de dinero y morasen en una mansion tan fastuosa como una residencia ducal. El rey Eduardo se las habia apanado para encontrar un amigo rico como Creso, y era una suerte, pues en menudo aprieto estarian si tuvieran que depender de la generosidad de su tacano cunado. Y ese momento aun podia llegar.

Rob ingreso en el patio de Herenhuis Gruuthuse. La servidumbre de Gruuthuse lo conocia de vista y lo dejo entrar sin reparos. El vestibulo nunca dejaba de impresionarlo con su alto techo con vigas de madera, su deslumbrante escalera de marmol banco y su brillante suelo de baldosas. Contra su voluntad, Rob evoco el cuartucho humedo y sofocante que compartia con otros cuatro companeros de exilio, un camastro relleno de paja y alimanas, con una pared en cuyos boquetes entraba una mano entera.

Se avergonzo de ese pensamiento; nunca habia estado en su naturaleza envidiar a los demas. Era esta maldita temporada navidena, decidio; crispaba los nervios. Subio los escalones de dos en dos, y Thomas Parr lo recibio en la camara del duque de Gloucester. Ricardo no estaba, pero el no llevaba prisa y estaba muy dispuesto a pasar un rato con ese joven de Yorkshire que era escudero de su amigo desde que tenia memoria.

Sabia que esa tarde Ricardo se habia reunido con varios mercaderes ingleses que habian llegado de Calais, con la esperanza de obtener un prestamo para su hermano.

– ?Como le fue hoy a Su Gracia? -le pregunto a Thomas en voz baja.

Thomas sacudio la cabeza, pero en ese momento Ricardo traspuso la puerta, y fue el quien respondio la pregunta que le habia hecho a Tomas con discrecion.

– Nada bien, Rob… Bonitas palabras, y en abundancia, pero nada mas.

Al cabo de una incomoda pausa, Rob aventuro:

– Bien, si hablan tan amablemente de Su Gracia, quiza decidan darle el oro que necesitamos…

– Si, y si los deseos fueran caballos, los mendigos cabalgarian -dijo Ricardo con voz cortante-. ?Estas listo, Rob? Tom, no me esperes. Creo que llegare tarde.

Tras oir las visperas en el reclinatorio de los Gruuthuse en la catedral de Notre-Dame, los muchachos salieron a Den Dijver. Un ocaso de diciembre descendia sobre la ciudad, con su aire frio y cortante. Sabiendo que los establos de Gruuthuse estaban a disposicion de Ricardo, pero tambien sabiendo que su amigo era reacio a aceptar favores que quiza no pudiera retribuir, sugirio, con pocas esperanzas:

– ?Vamos a buscar caballos, Dickon?

Ricardo sacudio la cabeza.

– No, Rob. Caminemos.

Ricardo no recordaba bien aquellos meses aciagos que habia pasado en Brujas y Utrecht siendo un fugitivo de ocho anos que escapaba de la venganza lancasteriana. Al ver Brujas ahora, como adulto, habia caido bajo el hechizo de esa ciudad amurallada, entrecruzada de canales y puentes de piedra arqueados. Las calles adoquinadas eran mucho mas limpias que las de Londres. Los jardines florecian gran parte del ano, y las casas de los ciudadanos eran macizas estructuras de ladrillo y piedra, con tejados de pizarra multicolores que brillaban al sol en plateados matices de verde y azul y chillones matices de rojo. En los canales, los cisnes competian con las embarcaciones por el derecho de paso; decenas de molinos de viento, una novedad para Ricardo, se perfilaban contra el cielo, y aun en su actual estado de animo, Ricardo obtenia cierto placer al mirar el entorno.

Rob, que era ciego para la belleza salvo en cuestion de mujeres, lamento que Ricardo no hubiera optado por cabalgar. A diferencia de Londres, Brujas no tenia una ordenanza que requiriese faroles callejeros y la oscuridad llegaba rapidamente. Apoyo la mano en la empunadura de la espada mientras cruzaban el puente del Dijver Rei para entrar en Wolle Straete, pues unos hombres salian tambaleandose de una taberna y varios yorkistas ya se habian enzarzado en grescas callejeras o habian tenido que ahuyentar a salteadores. Los hombres pasaron sin molestarlos, sin embargo, y se relajo, pues ahora entraban en Grote Markt, una plaza iluminada por antorchas que era escenario de torneos, transacciones comerciales y ejecuciones publicas.

Encima del mercado cubierto llamado Hallen se elevaba la gracil silueta del Belfort. Ahora daba la hora, un melodico anuncio de que la ciudad se aprestaba a cerrar sus puertas. Dos scadebelleters uniformados de la ronda nocturna estaban apostados en la puerta del campanario; otro vigilaba al

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