el derecho a reclamar el ducado de York, como mayor hijo legitimo del difunto duque. Cecilia anadia laconicamente que habia recibido un mensaje de Jorge en que le imploraba perdon por la ley parlamentaria que la calificaba de adultera. Jorge sostenia que era Warwick quien habia mancillado asi su nombre y que el no habia intervenido.

Conociendo a su madre, Ricardo veia muchos significados en el trazo de tinta negra que subrayaba la palabra «legitimo». No le sorprendia que Jorge no se hubiera atrevido a encararla despues de esa injuria. A medida que aumentaban sus problemas, Ricardo era cada vez menos propenso a ver las necedades de Jorge con ojos caritativos.

Reanudo la lectura, aunque conocia las palabras de memoria. El hijo varon de Eduardo se encontraba bien, asi como las hermanas del chiquillo. Ricardo sonrio; su madre ni siquiera mencionaba a su nuera, la madre de los ninos. Londres estaba tranquila; aguardando, decia ella, lo que deparase el porvenir. Por ahora, aceptaban a Lancaster.

Solo en la ultima frase dejaba aflorar las emociones, aunque muy contenidas: «Nuestra causa es justa, Ricardo, y prevalecera. Querido hijo, no debes desesperar».

Los parrafos iniciales de la carta de Francis eran engolados, y estaban salpicados de palabras tachadas y las manchas de tinta de una pluma vacilante. ?Que se le dice a un amigo que esta en el exilio? Sus lecciones infantiles en buenos modales no incluian ese tema, penso Ricardo con una pizca de humor negro.

Pero Francis pronto recobraba la compostura. Describia la entrada de Warwick en Londres: «Orgulloso como un pavo real». Se habia arrepentido de una referencia a Jorge y la habia tachado cuidadosamente pero, con pluma incisiva, mencionaba a Enrique de Lancaster, a quien Ricardo nunca habia visto, y lo describia vividamente en las paginas de su carta: el cabello largo y cano cayendo sobre el cuello del manto azul de Eduardo, sus impavidos ojos de nino, su andar desmanado, meciendose en la silla de montar como un costal de paja.

El rey de Inglaterra, penso Ricardo, con asombro y amargura. Warwick debia de estar tan loco como Enrique.

Francis comentaba tambien (y aqui un asomo de piedad coloreaba su narracion) que se decia que Enrique habia garrapateado en la pared de su camara de la Torre: «La realeza solo significa cuitas».

Ricardo echo una ojeada al resto de esa carta tan releida. Le divirtio el sesgo ironico con que Francis lamentaba que hubieran tenido que emprender un viaje maritimo por razones de salud, y lo conmovio la conclusion, en que Francis confesaba que extranaba la primavera, cuando volveria a florecer la rosa blanca.

Una vez mas, desde que el mensajero de la madre le habia entregado las cartas, Ricardo penso que mas valia que Dios guardara a Francis, si esta era su idea de la discrecion. Dejo las cartas para volver a llenar la copa y la vacio de nuevo antes de recoger la tercera esquela.

No estaba tan arrugada y ajada como las otras dos; habia llegado el dia anterior desde Aire, Artois, donde residia su hermana Margarita. La carta era obcecadamente alegre, tenazmente optimista, tal como Margarita habia sido en persona durante su breve reunion en Aire poco despues de que Eduardo y Ricardo llegaran a Brujas.

Margarita confiaba en que Carlos pronto decidiera darles una suma mas principesca que las quinientas coronas que ella habia logrado extraerle para ayudar a costear los gastos. Apenas mencionaba el hecho de que Carlos se habia negado nuevamente a recibirlos, y no decia nada sobre la presencia en su corte de los duques de Somerset y Exeter, hombres tan devotos de la causa de Lancaster como Margarita de Anjou.

Le contaba que San Quintin, sitiada por los franceses desde el 10 de diciembre, habia caido. Le comentaba que habia recibido una carta de Inglaterra, de alguien cuyo bienestar era caro para ambos, alguien que comprendia la necedad de haber escuchado las melifluas palabras de Warwick. Se explayaria sobre ese tema cuando lo viera, pero aun no debia mencionarle nada de esto a Ned.

No tenia otras noticias, salvo que Margarita de Anjou aun permanecia en Francia, postergando una vez mas su partida hacia Inglaterra… ?Cuan poco debia confiar en Warwick! Ahora estaba en Paris, tras haber dejado Amboise la semana anterior, en compania de su hijo y la esposa de este, pues al fin se habia casado con la hija de Warwick el 13 de diciembre. Tambien los acompanaban la condesa de Warwick, y la esposa de Jorge, que aparentemente estaba enferma.

Ricardo dejo de leer, guardo las cartas en el jubon. No habia sido del todo franco con Rob; no le importaba quedarse solo. Mas aun, habia agradecido esa soledad. Como huesped de Gruuthuse, tenia que poner freno a sus emociones, sabiendo que una declaracion inoportuna realizada en un momento de descuido podia originar rumores que serian explotados por Lancaster.

Pero su soledad era ilusoria. Estaba rodeado por fantasmas que se sentaban a la mesa con el, compartian su vino y lo acuciaban con recuerdos que solo le infligian dolor. Y asi, cuando sintio que le rozaban la mano y vio unos ojos verde mar que prometian compartir mucho mas que esta discreta compania, unos ojos verdes que podian ahuyentar aun a los espiritus mas pertinaces, agradecio la intrusion con genuino alivio.

Ella se acomodo junto a el con actitud aplomada, aunque debia de tener la misma edad que Ricardo, y por un tiempo mantuvo a raya los fantasmas con un animado alud de preguntas.

Era ingles, ?verdad? Hablaba frances mejor que la mayoria de sus compatriotas. ?Acaso habia pasado un tiempo en Francia? Si, le apeteceria vino, o cerveza, si el preferia. Ella hablaba frances y flamenco con la misma fluidez. Era de la capital, Dijon, pero vivia en Brujas desde los catorce anos. Tambien chapurreaba el aleman y el italiano. ?Que donde los habia aprendido? ?Acaso no lo adivinaba? ?En el lecho, desde luego!

?Hacia mucho que el estaba en Brujas? No tenia aspecto de mercader. ?Acaso estaba al servicio del principe exiliado que era hermano de la duquesa! ?Si, le habia parecido! ?Pensaba regresar pronto a Inglaterra?

– Ojala lo supiera -confeso Ricardo de mala gana, y apuro esas palabras con vino. Cuando volvio a alzar la copa, ella se inclino, asiendole la mano. Le deslizo los dedos por la muneca, bajo la manga del jubon, raspandole suavemente la piel del antebrazo con las unas.

– Suave, dulce, suave. -Sonrio provocativamente-. Si necesitas olvidar, puedo ofrecerte algo mas que vino.

Su cabello era largo y lacio, un pardo ardiente mechado de oro con profundos destellos cobrizos, y recibio la luz de las velas mientras el le pasaba los dedos.

– El color de la miel oscura -dijo el con admiracion-. Bermejo y dorado como hojas otonales.

Ella se rio, acercandose en el banco.

– Crei que los ingleses preferiais el cabello claro -se burlo. Ojos azules y cabello dorado. ?No era ese el rasero de la belleza en Inglaterra? A menudo ella deseaba tener cabello luminoso como su amiga Annecke. Pero al menos tenia ojos claros; algunas muchachas tenian la desgracia de tener ojos castanos, como gitanas.

Hacia tiempo que habia aprendido a calar el estado de animo de los hombres y vio de inmediato que habia cometido un error. El le aparto la mano del cabello para coger la jarra de vino.

– Si, los ojos castanos traen mala suerte -coincidio con voz neutra.

– Tus pensamientos se extravian de nuevo, Ricar -lo regano ella, cogiendole la mano.

– Ricardo -corrigio el, complacido con ese cordial intento de pronunciar su nombre.

– ?Como seria mi nombre en tu idioma? -El titubeo, pues no recordaba el nombre, y sintio alivio cuando ella insistio-: Marie-Elise. Dilo en ingles.

– Mary… Mary Eliza -tradujo el, y ella se echo a reir, articulando esas palabras desconocidas con contagiosa jovialidad.

– ?Que raro suena! Prefiero Marie. -Bajo el brazo para acomodarse las faldas y le rozo la pierna, le apoyo la mano en el muslo.

– Si, Marie es mas grato al oido -convino el-. Y mas suave al tacto…

Ella se dejo acariciar y el le sumergio la mano en el cabello, atrayendola hacia si hasta que sus bocas se tocaron. Ricardo sintio ese aliento calido y agitado en el cuello y, cuando la beso, ella respondio con pasion experta, prolongando el abrazo hasta que el se olvido del tiempo y del lugar.

– Tengo una habitacion arriba -susurro ella, apoyandole las manos en el pecho y jugando con un colgante que el llevaba al cuello; impulsivamente, el se quito la cadenilla y se la sujeto alrededor de la garganta-. ?Para mi? - exclamo ella. La acaricio con asombrado deleite-. ?Eres demasiado generoso!

Quiza ella tuviera razon, penso Ricardo. Tal como lo trataba la suerte ultimamente, habria sido mejor conservar el colgante. No tenia gran valor, pero quiza un dia necesitara empenarlo.

Rio brevemente y sacudio la cabeza ante la mirada inquisitiva de la muchacha.

– No te preocupes, primor. Es una broma personal, y como la mayoria de esas bromas, carece de humor-No

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