– ?Demontre, confiarias en mi hasta la muerte y ambos lo sabemos! ?Confiesalo, Dickon, nunca has sabido juzgar bien a las personas!

Ricardo rio, y Marie se movio y, bostezando, volvio a apoyarse en su hombro.

– ?Pronto, cheri?

– Pronto, primor -respondio Ricardo automaticamente, pero siguio mirando a su hermano-. Ned, dijiste que me habias buscado esta noche. ?Por que? Si era para hablarme de la boda de Ana, no puedo creer que no pudieras esperar hasta que yo regresara.

– Tienes razon, habria esperado -confeso Eduardo sin verguenza-. Quiza sepas juzgar a las personas mejor de lo que yo creia. No, a decir verdad, sentia necesidad de hablar, tan intensa que no me importo si tu tenias… necesidades personales mas urgentes.

Ricardo miro de reojo a Marie, que se entretenia brunendo el colgante en la manga de su vestido.

– Ya que lo mencionas -dijo con impaciencia-, no es que no disfrute de tu compania, pero…

Eduardo rio, pero apoyo la mano en el brazo de Ricardo.

– Debi decirtelo enseguida, Dickon. Era mi intencion. Pero tambien era preciso que hablaramos de otras cosas.

Ricardo sintio un nudo en la garganta. Santo Dios, ?todas las noticias tenian que ser malas ultimamente? Se negaba a oirla. No queria saber lo peor; si estaban perdidos, queria que Ned se lo callara, al menos por esa noche.

– ?Que mas ha sucedido? -pregunto obtusamente, y se pregunto si su hermano le habia leido el pensamiento, pues Eduardo parecia reacio a hablar. Bebio de nuevo.

– Recordaras, Dickon, que cuando practicabas con el estafermo tenias una doble preocupacion. Primero, acertarle al blanco de lleno, y luego evitar el contragolpe cuando el impacto del lanzazo lo hiciera girar.

– Tengo buenos motivos para recordarlo -dijo Ricardo de buen humor-. Asi me quebre el hombro cuando tenia diez anos. Me cai del caballo cuando me pego ese costal de arena. ?Que tiene que ver con nuestra situacion?

– Es una buena descripcion de lo que siento esta noche. Estaba preparado para el primer impacto. Pero no estaba preparado para el costal…

Eduardo hurgo en su jubon y arrojo un papel enrollado a la mesa, frente a Ricardo.

– Lee eso.

Ricardo lo recogio. No habia salutacion ni firma; ambas estaban recortadas. No conocia la letra, pero estaba en ingles. Una oracion del parrafo inicial le llamo la atencion: «Declaro que siempre me he mantenido al margen de las luchas por el trono de Inglaterra». Miro a Eduardo y siguio leyendo: «Lamentaria muchisimo que la ambicion de un solo hombre diera motivos para el disenso y las hostilidades entre mi y un pueblo y un reino por los que siempre he demostrado gran estima».

El autor de la carta tenia que ser su cunado. El estilo altisonante era inconfundible. La arrojo con un juramento.

– La fina letra de Carlos -dijo con ironia-. ?Pero a quien va dirigida?

– A John Wenlock, en Calais.

– ?Como la conseguiste, Ned?

– Wenlock esta liado en un juego de alto riesgo. Defiende Calais en nombre de Warwick, como antano lo hizo por mi. Pero sabe que la fortuna puede ser una zorra veleidosa y se mantiene alerta al futuro.

– Asi que te la dio el propio Wenlock… -Ricardo hizo una mueca-. Casi siento pena por Warwick, con esos amigos. -Recogio la carta y leyo deprisa los parrafos restantes-. «Desciendo de la sangre de Lancaster» -cito causticamente-. ?Que conveniente para Carlos recordar que su madre puede alegar un parentesco con Lancaster! ?Y esta dispuesto a reconocer al rey ingles, sea quien fuere!

Lanzo otro juramento, acerco la vela, puso la carta bajo la lumbre mientras Eduardo y Marie miraban.

– Es un necio, Ned, si cree que una reconciliacion con Warwick lo beneficiara.

– Carlos siente tan poca simpatia por Warwick como por mi, pero Warwick domina Inglaterra y…

– Y entregaria toda Northumbria para retenerte en Borgona -concluyo huranamente Ricardo, y Eduardo asintio.

– Dickon, hay algo mas. El costal de arena, ?recuerdas? -Eduardo se inclino hacia delante-. Esta noche nuestra hermana Meg me envio un mensajero. Para advertirnos que Carlos se propone emitir una proclama prohibiendo a sus subditos brindar socorro o asistencia a York.

Ricardo contuvo el aliento y dio un punetazo en la mesa. El vino se derramo de las copas y el candelero patino por la madera humeda hasta llegar al borde de la mesa. Solo Marie reparo en ello y estiro la mano para detenerlo.

– Por Dios, Ned, ?como puede Carlos ser tan miope? Luis ya ha declarado la guerra a Borgona; hay tropas francesas en Picardia. Aunque Warwick le haga promesas a Carlos, esta comprometido con Francia por eleccion y por necesidad. Con Inglaterra bajo Warwick y Lancaster, la guerra con Borgona es inevitable.

– Como dices, Dickon, nuestro cunado de Borgona es un necio -dijo Eduardo acidamente. Vacio la copa de vino, la dejo-. Sera mejor que te reunas con Will y conmigo por la manana. Parece buen momento para enviarle otra carta a Francisco de Bretana. Una futilidad, sin duda, pero nuestras opciones estan menguando.

– Ned, tenemos que hablar de nuevo con Meg. Tenemos que persuadir a Carlos de que te vea. Si pudieras hablar con el…

– Creo que tu confianza en mi es erronea, Dickon, aunque halaguena. Coincidimos, sin embargo, en cuanto a lo que se debe hacer. Tenemos una sola oportunidad, lograr que Carlos vea que solo estara seguro con una Inglaterra yorkista.

Empujo el banco hacia atras, se puso de pie.

– Pero si fracasamos en eso, sera mejor que te resignes a las costumbres borgononas, porque estaras aqui un largo tiempo.

Ricardo se dispuso a hablar, vacilo, y luego dijo precipitadamente:

– Ned, dijiste que yo tenia una opcion. Si tuviera que volver a afrontarla, tomaria la misma decision.

Eduardo lo miro con expresion melancolica, cansada y, por una vez, libre de burlas.

– Lo se, Dickon, y en el ultimo ano he llegado a depender de esa lealtad, a confiar en ti como no he confiado en nadie mas… ni siquiera en Edmundo. -Ricardo quedo atonito, y al cabo de un instante Eduardo rio-. ?Pero, por amor de Dios, que no se te suba a la cabeza!

– Eso sera dificil -murmuro Ricardo, y senalo el establecimiento abarrotado y humoso con su algarabia de lenguas extranjeras-, dado lo que he ganado por mi lealtad.

Una risa ironica y silenciosa ilumino los ojos de Eduardo.

– Se que no me defraudaras, hermanito. -Se agacho, recogio la capa. Estaba en mucho mejor estado que la de Ricardo; el no compartia los escrupulos del muchacho sobre la generosidad de Gruuthuse-. Y ahora, lleva a esta paciente y bonita moza a la cama, y por unas horas trata de olvidarte de Warwick, del hermano Jorge y de la prima con la que tendrias que haberte casado.

Ricardo comprendio que acababa de escuchar una disculpa oblicua, un tacita confesion de arrepentimiento. Sonrio.

– Id con Dios, majestad.

Capitulo 21

Aire, Borgona

Enero de 1471

Philippe de Commynes, chambelan de Borgona, tenia solo veinticinco anos, pero nadie gozaba de mayor estima y mayor confianza con el hombre que tanto intimos como enemigos llamaban Carlos el Temerario. Philippe era valorado como confidente, consejero astuto, diplomatico habilidoso. A finales de diciembre, cuando cambio de opinion e insto a Carlos a reunirse con su cunado de York, Carlos escucho y recapacito. El 26 de diciembre invito a Eduardo a reunirse con el a principios de enero en Aire, Artois.

Вы читаете El sol en esplendor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату