concedio que alteraba bastante el equilibrio de fuerzas.
Carlos echo la silla hacia atras, sometiendo a su cunado yorkista a un desafiante escrutinio critico.
– Supongamos que Clarence dice la verdad y Warwick tiene buenas razones para guerrear contra Borgona. Aun asi, no se deduce necesariamente que mi respaldo a vuestra causa resuelva mis problemas. -Hizo una pausa-. Con franqueza, mi senor de York, no veo que tengais muchas probabilidades de derrotar a Warwick. Y otros comparten mi parecer. Quiza hayais oido lo que dijo el embajador milanes sobre vuestras perspectivas: «Es dificil entrar por la ventana despues de salir por la puerta». -Carlos le sonrio a Eduardo y anadio, con una pizca de malicia-: Asegura que si intentais regresar a Inglaterra, dejareis alla vuestro pellejo.
Eduardo rio y su risa sono genuina aun para los suspicaces oidos de sus interlocutores.
– Acepto esa apuesta -replico con desenfado-. ?Y vos? ?Quereis apostar, Charles le Temeraire? Mi pellejo contra una Inglaterra yorkista enemiga de Francia… ?Como podeis perder?
Philippe alzo la mano tardiamente para ocultar su sonrisa, y al cabo de una pausa Carlos rio a reganadientes.
– Me gustais mas de lo que esperaba -concedio-. Pero dudo que me gusteis tanto como para financiar una expedicion condenada al fracaso.
Eduardo aun sonreia.
– Mi hermana me previno que no teniais pelos en la lengua. Permitidme que sea igualmente franco: solo podeis perder si no haceis nada. Si me respaldais, os aseguro que mantendre a mi primo Warwick demasiado ocupado para interesarse en guerras de conquista. Si no me respaldais, afrontareis una fuerza anglofrancesa antes del deshielo de primavera.
– ?De veras creeis que podeis ganar? -pregunto Carlos, con mas curiosidad que escepticismo, y tanto Eduardo como Philippe notaron el cambio de tono.
– Creo que el mejor modo de responder es con una pregunta, cunado. ?Alguna vez habeis oido decir que el conde de Warwick puede derrotar a Eduardo de York en el campo de batalla?
– Sois persuasivo, mi senor de York -dijo Carlos-. Pero olvidais mi afecto por la Casa de Lancaster. ?Acaso no soy bisnieto de Juan de Gante, el primer duque de Lancaster? Aunque despose a vuestra hermana, y me alegro de ello, siempre senti simpatia por Lancaster. Como bien sabeis, hace varios anos que dos de los mas poderosos senores lancasterianos, los duques de Somerset y Exeter, residen en mi corte.
Eduardo asintio.
– Hombres valientes, ambos -dijo friamente-. Y leales a Lancaster hasta la muerte. Si yo estuviera en vuestro lugar, ?sabeis que haria con esos nobles senores?
– Me lo imagino -dijo Carlos con una sonrisa adusta-. Los enviariais a Dios.
– No, los enviaria a Inglaterra.
Carlos quedo demasiado sorprendido para ocultar su asombro.
– Pero han consagrado su alma y corazon a Lancaster.
Eduardo sonrio, no dijo nada.
Philippe permanecio impasible, pero necesito un esfuerzo de voluntad. Procuro no mirar al ingles a los ojos, pues de lo contrario revelaria que habia descubierto un espiritu afin en Eduardo de York. En cambio se volvio hacia Carlos.
– En efecto, Vuestra Gracia -coincidio-. Pero creo que Su Gracia de York esta mas interesado en sus enemistades que en sus lealtades. Ninguno de los dos siente amor por el conde de Warwick. -Dirigio a Eduardo una mirada cortesmente inquisitiva-. ?Me equivoco, mi senor?
– No, monsieur de Commynes, claro que no -dijo Eduardo con compostura-. Siempre hubo rencillas entre los Beaufort y los Neville. En cuanto a Exeter, hace tiempo que les tiene inquina a los Neville. Culpa a Warwick por sus anos de exilio. Al menos, eso me han dicho.
Carlos dejo de mirar al cunado para dirigirse al chambelan.
– Y despues dicen que Luis es el Rey Arana -dijo secamente.
Era el retrato de un hombre treintanero. El cabello era grueso y negro como la pez; los ojos eran de un azul asombrosamente vivido; el rostro era redondo, los rasgos armonicos; la tez morena atestiguaba la sangre de su madre portuguesa, y la mandibula prominente un temperamento terco e inflexible.
Retrocediendo para estudiar la pintura desde otro angulo, Ricardo exclamo con admiracion:
– Cielos, que bien hecho, Meg. ?Quien es el artista?
Margarita se junto con su hermano frente al retrato de su esposo, enmarcado con elegancia.
– Rogier van der Weyden. Un talento notable, ?verdad? Lo pinto cuando Carlos aun era conde de Charolais y es mi favorito, sin lugar a dudas. Es como si Carlos estuviera aqui, ?no crees?
– Ojala estuviera. Asi la espera habria terminado.
Margarita sonrio y le acaricio el cabello.
– No te preocupes tanto, Dickon. Como te dije, creo que Carlos respaldara a Ned. Ven a sentarte. Para pasar el tiempo, te mostrare como se juega al primero, que en nuestra corte es aun mas popular que trump y all fours.
Ricardo obedecio con visible desgana, y Margarita repartio expertamente los naipes en la mesa de tabla de marmol.
– Recuerda que cada baraja tiene el triple de su valor y la sota de corazones es la quinona, que vale por cualquier naipe de cualquier palo que quieras… ?Dickon, presta atencion!
Ricardo arrojo los naipes a la mesa.
– ?Meg, no puedo concentrarme en una partida de naipes cuando hay tantas cosas en juego!
– De acuerdo. No me extrana que tengas los nervios de punta. ?De que quieres hablar, pues, mientras esperamos a Ned?
– De ti. Hemos pasado muy poco tiempo juntos y solo hemos hablado de politica. Quiero saber como estas. ?Eres feliz? ?No te arrepientes de nada?
Margarita habia cumplido veinticinco anos ocho meses atras, pero la sonrisa que le dedico a Ricardo era inconfundiblemente maternal.
– De nada, querido. Me agrada mi vida de duquesa de Borgona. Pero agradezco que te preocupes por mi. A veces eres muy tierno.
– Y cada octubre cumplo anos -le recordo el-. Ya no tengo quince anos, Meg.
–
– ?De veras? -Ricardo sonrio, y Margarita asintio. Tenia encantadores ojos verdes, como su madre, pero ahora chispeaban con una picardia muy ajena a la duquesa de York.
– No, no eres el hermanito que yo recuerdo -concedio jovialmente-. Has aprendido el arte de la guerra desde la ultima vez que te vi. Y tambien el arte de la seduccion, aparentemente… Ned dice que tuviste una hija la primavera pasada.
Ricardo se sobresalto, para diversion de ella.
– A veces Ned habla demasiado -protesto, y Margarita rio entre dientes.
– No me confundas con nuestra madre -le reprocho-. ?Aunque sospecho que esta tan preocupada por la magnitud de los pecados de Ned que no tiene tiempo de pensar en faltas menores como las tuyas!
Ricardo rio.
– No obstante, prefiero que no repare en ellas -confeso, y Margarita tambien rio.
– ?Recuerdas, Dickon, que ella podia avergonzarnos con solo una mirada? Y siempre sabia cuando habiamos hecho alguna trastada. Jorge juraba que ella poseia clarividencia.
La mencion de Jorge les quito las ganas de reirse. Ella se apoyo en la mesa, le toco la mano.
– Dickon, quiero pedirte un favor.
– Sabes que solo tienes que mencionarlo.
– Te dije que creia que Carlos escucharia la peticion de ayuda de Ned. Lo creo tanto que he estado pensando en vuestro regreso a Inglaterra… y en Jorge. Se siente muy desdichado, Dickon. Ahora sabe que Warwick lo tomo por idiota. Piensa que ya no puede confiar en Warwick y teme por su vida bajo un gobierno lancasteriano, un