Ella rio.

– Sabes muy bien que lo hare.

Eduardo se sento y miro de soslayo a Ricardo.

– Creo que Meg es la unica que ha amado a Jorge de veras. Ojala el sepa valorarla… Pero, conociendo a Jorge, lo dudo.

Ricardo callo y Eduardo lo estudio con los ojos.

– No querias que Meg intercediera por Jorge. ?Por que?

– No era necesario -dijo Ricardo con voz cortante.

Eduardo no lo nego.

– ?Entonces por que te molestaste en hablarme de Ludlow y Borgona? -pregunto Ricardo con curiosidad.

– Porque Meg lo deseaba. Y porque crei que podria ayudarte a ver a Jorge a traves de nuestros ojos. Tal como ambos lo recordamos.

– ?Es eso lo que te molesta? ?Que yo no pueda ver a Jorge tal como lo veis Meg y tu?

– Creo que sabes lo que me molesta. Dejaste que Meg te implorase que perdonaras a Jorge cuando no era preciso que fuera asi. Siempre habia sido tu intencion.

– No le menti a Meg, Dickon -dijo Eduardo sin alterarse-. Hara frio en el infierno antes de que vuelva a confiar en Jorge.

– Quiza no confies en el, pero usaras su descontento. Serias un tonto si no lo hicieras, y nunca he conocido a un hombre menos tonto.

– Te lo agradezco, pero no creo que lo digas como un cumplido -dijo Eduardo, mas divertido que enfadado-. Tienes razon, por cierto. Jorge esta al mando de un ejercito y Warwick no tiene mas opcion que fiarse de el. Eso lo transforma en un aliado valioso. Supongo que no me culparas por eso.

– No, por eso no, sino por hacerle creer a Meg que lo hacias por ella.

– ?Que tiene de malo? Sabes cuanto amo a Meg. ?Que tiene de malo tratar de hacerla feliz?

– Maldicion, Ned, le hiciste creer que harias las paces con Jorge porque ella te lo pidio, cuando solo defiendes tus intereses. Y si Meg no estuviera tan desesperada por salvar a Jorge, ella tambien lo habria notado.

– Concedido, necesito a Jorge. Pero le debo mucho a Meg. Si puedo hacerle creer que es responsable de la reconciliacion, ?que dano hay en ello? Ella siente un profundo afecto por Jorge. ?No crees que le complace creer que lo ha ayudado? ?Por que negarle eso?

Ricardo puso una expresion incredula.

– Jesus -dijo al fin, sacudiendo la cabeza.

Eduardo rio.

– Si el fin es lo que ambos deseamos, ?por que renir en cuanto a los medios, Dickon? Trae esa jarra de vino del aparador. ?Quiza nunca tengamos mejores motivos para festejar que esta noche?

Ricardo puso la jarra sobre la brunida superficie de marmol y sirvio vino blanco en copas de plata con guardas de oro. En ninguna parte habia visto tanto lujo como en la corte borgonesa de su cunado. Recordo la ultima vez que habia bebido con su hermano, en picheles de peltre sucios, ante una deforme mesa de madera manchada de vino y salpicada con las gotas de apestosas velas de sebo.

– Nunca hubo un rey de Inglaterra que perdiera el trono y luego lo recobrara, Dickon. Enrique de Lancaster es un pelele, solo un titere al servicio de Warwick. Y los otros que perdieron la corona pronto perdieron la vida.

– Hasta ahora -murmuro Ricardo, y Eduardo le sonrio. En ese momento, Ricardo supo que tambien su hermano recordaba esa velada en el Gulden Viles.

– ?Por que brindamos, Ned? ?Por Inglaterra?

– Tengo una idea mejor. No es la temporada para ello, pues aun faltan cuatro dias para Epifania, y sospecho que nuestra madre nunca me perdonaria por decirlo. Pero, aunque sea una blasfemia, creo que es adecuada.

Choco la copa de Ricardo con la suya.

– Por la Resurreccion -dijo.

Capitulo 22

Londres

Marzo de 1471

Paul's Cross, en la esquina noreste del patio de la catedral de San Pablo, era el mas celebre de los pulpitos al aire libre de Londres. En Paul's Cross se leian bulas papales y edictos reales. Los desventurados que habian ofendido a la Santa Iglesia o habian infringido leyes seculares hacian penitencia ante el pulpito octogonal de madera. Los domingos al mediodia una numerosa multitud se congregaba en el patio para oir el sermon, que con frecuencia era de indole marcadamente politica.

Ese domingo de Cuaresma no era la excepcion. En septiembre un predicador franciscano, el doctor John Goddard, habia proclamado alli a Enrique de Lancaster como el verdadero rey de Inglaterra, y ese helado dia de marzo, seis meses despues, de nuevo predicaba en Paul's Cross en nombre de la casa de Lancaster.

Era un orador consumado, con talento para la frase feliz y la metafora memorable, y estaba habituado a acaparar la atencion de los espectadores. Pero ese mediodia el publico estaba inquieto, distraido, y el estaba tan irritado como desconcertado. En medio del sermon descubrio la atraccion que competia con el, y se asombro de no haber reparado antes en esa mujer austeramente elegante, la madre de Eduardo de York. Era un orador demasiado experto para titubear, sin embargo, y al cabo de una pausa continuo con aplomo. Por su parte, la duquesa de York no parecia reparar en la conmocion que habia causado, y escuchaba impasiblemente mientras el franciscano ponderaba la piedad y la gracia del buen rey Enrique.

Al otro lado del patio, lady Scrope conversaba en acalorados susurros con su esposo, sin dejar de mirar a la duquesa.

– Tenemos que hablarle, John -insistio-. Hace anos que conocemos a Su Gracia. ?Como podemos desairarla?

– No dije que debieramos desairarla -respondio el con irritacion-. Pero no entiendo por que debemos acercarnos. Seria sumamente incomodo y no veo la necesidad. ?Que debo decirle? ?Que espero que su hijo se pudra en Borgona? Para colmo, su hija esta con ella, y sabes que esa dama no me agrada.

Alison dejo de mirar a la esbelta duquesa de York para detenerse en su hija Elisa, duquesa de Suffolk, de proporciones mas generosas.

– Es una cuestion de modales, John. Al menos merece eso.

Tras concluir el sermon, el doctor Goddard descendio por la escalera de piedra y Alison se distrajo. Cuando volvio a mirar a la duquesa de York, vio que un hombre corpulento se habia abierto paso en la multitud para detenerse ante la madre y la hermana de Eduardo de York.

– Mira -susurro, codeando al marido-. John Howard no titubea en acercarse a Su Gracia.

– Es facil para el -replico John agriamente-. Siempre ha sido yorkista. Puede expresar que lamenta el infortunio de su hijo y decirlo en serio. Pero yo no soy hipocrita, Alison, y…

– John, pasa algo raro -interrumpio ella, y una mirada fue suficiente para demostrarle que asi era.

Las duquesas de York y Suffolk se habian aproximado a lord Howard, y lo miraban con una atencion que indicaba algo mas que una conversacion superficial. Incluso Jack, el hijo de ocho anos de la duquesa de Suffolk, habia interrumpido sus intentos de llamar a uno de los perros extraviados que rondaban el lugar y tironeaba de la manga de la madre, preocupado por su subita inmovilidad.

Pero el friso se resquebrajo ante los ojos de Alison. Howard asintio vigorosamente, como confirmando algo, con mas animacion de la que Alison jamas habia visto en ese rostro oscuro y saturnino. La duquesa de Suffolk se volvio hacia su madre y luego, riendo, se hinco de rodillas y estrecho a su inquieto hijo en un abrazo exultante. Entonces Alison tuvo su primera vision clara de Cecilia Neville. La duquesa de York le sonreia a Howard con una expresion tan radiante, tan encantadora, que Alison supo de inmediato lo que le habian dicho.

– Dios mio -jadeo, y se volvio hacia el marido. Noto que el tambien habia adivinado el mensaje de Howard. Mientras se miraban, el asintio sombriamente.

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