Tom Wrangwysh se inclino sobre la mesa.
– Will -dijo afablemente-, no lo tomes a mal, pero debo recordarte que ya no eres alcalde.
En el silencio expectante, todos oyeron el respingo de Holbeck. Pero antes de que el pudiera replicar, el registrador de la ciudad se volvio hacia alguien que aun no habia participado en el debate.
– ?Que piensas, Chris? -le pregunto-. La ciudad carece de alcalde hasta que se zanje la disputa por las elecciones, asi que nos interesa tu opinion sobre el particular. Al fin y al cabo, eres escudero del alcalde, y si es preciso reunir tropas, la responsabilidad es tuya.
– No veo tal necesidad -dijo serenamente el hombre al que habian interpelado, mientras sus colegas callaban para dedicarle el respeto debido a su oficio y su persona-. Creo que debemos dejar la politica de lado y velar por los intereses de nuestra ciudad. Yo sugeriria una solucion intermedia. Ofrezcamos la admision a Eduardo… duque de York.
La resolucion encontro aceptacion entre los presentes, que asentian y murmuraban con aliviada satisfaccion.
– Caballeros, sugiero que votemos la mocion de maese Berwyck.
– ?Es necesario, Rob? Yo diria que todos coincidimos… quiza con excepcion de Will. ?Que dices, maese Holbeck? ?Quieres que conste en las actas de la ciudad que fuiste el unico que nego la entrada a Eduardo de York?
Holbeck lo fulmino con la mirada-Tu ganas, Wrangwysh -dijo, con tanta renuencia como si cada palabra valiera su peso en oro-. Haz lo que quieras. Pero esto no me gusta nada. Y te aseguro que tampoco le gustara al conde de Warwick.
Si alguna vez le preguntaban cual habia sido la peor noche de su vida, Rob Percy diria sin vacilacion que habia sido el jueves 14 de marzo. Pero sabia que Ricardo, ante la misma pregunta, habria elegido el dia de hoy, el 18. Nunca lo habia visto tan tenso, tan irritable como ese desdichado lunes, el cuarto dia desde su llegada a Inglaterra.
Habian zarpado de Flushing el dia 11, en el mar mas borrascoso que Rob habia visto; el solo recuerdo bastaba para provocarle nauseas. Pero habian tenido una suerte increible, pues habian eludido a la flota inglesa comandada por el pariente de Warwick, el Bastardo de Fauconberg, y habian perdido un solo barco durante el cruce, un bajel de aprovisionamiento que transportaba caballos.
El dia 12 avisaron la costa de Norfolk, donde podian esperar asistencia del yorkista duque de Norfolk y del duque de Suffolk, cunado de Eduardo y Ricardo. Eduardo habia tenido la prudencia de enviar a dos de la partida a tierra antes del desembarco, y este recaudo fue fructifero, pues ellos regresaron rapidamente con la aciaga noticia de que el duque de Norfolk estaba arrestado, Suffolk estaba ausente, y el lancasteriano duque de Oxford vigilaba la region. Eduardo habia ordenado que las naves se hicieran nuevamente a la mar, con rumbo a Yorkshire. Pero los sorprendieron varias borrascas y la pequena flota se desperdigo.
La noche del 14, la nave de Ricardo echo anclas frente a la costa de Yorkshire, al norte de la diminuta aldea pesquera de Ravenspur, y asi comenzaron las diez horas mas angustiosas de la vida de Rob. No habia rastro de sus camaradas y temio que solo ellos hubieran sobrevivido a la tormenta, que estuvieran varados en una tierra hostil a York, para enfrentarse a los ejercitos de Juan Neville y su pariente Percy, solo el con Ricardo y trescientos hombres. Era una idea escalofriante y estaba seguro de que tambien se le habia ocurrido a Ricardo.
Rob aun se maravillaba de la glacial circunspeccion que su amigo habia demostrado en esa noche tenebrosa. Ricardo habia congregado a sus hombres, habia impedido que el panico se aduenara de sus filas y al alba los habia conducido al sur en busca de los demas.
Rob nunca se habia sentido tan agradecido como cuando encontraron a los quinientos hombres del
Pero si el jueves habia permanecido imperterrito, hoy Ricardo era un manojo de nervios, y asi estaba desde que Eduardo los habia silenciado a el y Will Hastings a gritos y habia entrado solo en la ciudad de York.
En el campamento no era ningun secreto que los cabecillas yorkistas habian cuestionado la intencion de Eduardo de entrar en York. Sus voces se habian oido fuera de las tiendas, y Rob no era el unico que se habia reunido a prudente distancia para escuchar. Ricardo, Will Hastings y Anthony Woodville se habian opuesto a Eduardo con vehemencia, y por momentos la conversacion habia sido muy acalorada. Pero Eduardo habia prevalecido, y entonces Ricardo y Hastings quisieron acompanarlo a la ciudad. Eduardo se nego y ellos insistieron, pero al cabo Eduardo se salio con la suya.
Mas de tres horas atras, habia cabalgado hacia la puerta llamada Walmgate. Habian observado mientras la abrian para admitirlo y luego se cerraba ominosamente a sus espaldas. Era el acto mas valeroso que Rob habia presenciado y la locura mas increible, y con el paso de las horas noto que la compostura de Ricardo se despedazaba como un pergamino bajo presion.
Habia pensado en tratar de tranquilizar a Ricardo, diciendole que Eduardo no corria peligro, pero habia desistido. No podria confortarlo con sinceridad, pues el pensaba que Eduardo corria el mayor peligro imaginable. Mas aun, Rob preferia mantenerse a distancia de Ricardo, que se habia mostrado muy irritable toda la tarde.
Y no solo Dickon, penso sombriamente. Todos estaban quisquillosos como gatos mojados, y se encolerizaban por nada. Como prueba de ello, el imperturbable Hastings sobresalto a todos los presentes cuando se puso a insultar a uno de los artilleros flamencos. Rob se pregunto cuanto faltaba para que Dickon y Hastings rineran con Anthony Woodville. No sabia bien que sentian uno por el otro, pero si sabia que ninguno de los dos soportaba a Anthony, que correspondia ese rechazo con toda generosidad. Y se preguntaba que harian si Eduardo habia caido en una trampa, si se habia topado con la daga de un asesino.
Los hombres se alborotaron. El rastrillo de rejas de hierro se elevaba; varios jinetes atravesaban la barbacana de Walmgate. El joven vigia se olvido del protocolo y grito que avisaran a Gloucester, y Rob se apresuro a acomodarse la funda de la espada, acercandose para mirar mejor a los jinetes.
Ricardo y Will estaban juntos, y Rob vio que Ricardo sonreia y le oyo murmurar:
– Buenas noticias, Will. Entre ellos viene Tom Wrangwysh. Si hubiera problemas, se le veria en la cara.
Ambos sheriffs estaban impasibles, pero Tom Wrangwysh y Thomas Conyers parecian muy complacidos consigo mismos y Conyers anuncio la noticia a gritos mientras se apeaba. Ahora todos eran bienvenidos intramuros, y el senor de York los aguardaba en el ayuntamiento. Si deseaban…
– Mis senores -interrumpio dichosamente Tom Wrangwysh-, tendriais que haberle visto. Por la dignidad de su porte, cualquiera diria que iba a la cabeza de un ejercito. Conquisto a muchos con su coraje. Y luego hablo al pueblo y pronuncio un maravilloso discurso en que declaro que se contentaria con ser duque de York y servir al buen rey Enrique, y la multitud lo vitoreo hasta enronquecer.
La noticia se propagaba rapidamente; alrededor de Rob, los hombres reian y se palmeaban la espalda. Ricardo trataba de hacerse oir por encima del tumulto, pero pronto desistio y observo con una sonrisa mientras sus hombres vitoreaban a Su Gracia de York y a la ciudad que ahora estaba dispuesta a recibir a su ejercito.
Rob se acerco a Ricardo, a tiempo para oir que Tom Wrangwysh preguntaba;-Milord, ?como se le ocurrio a Su Gracia reclamar el ducado de York? Puedo decir con certeza que de no haber sido por eso, la ciudad no le habria abierto sus puertas.
Ricardo rio.
– Un viejo truco, Tom. Cuando el abuelo de Enrique de Lancaster regreso del exilio, solo reclamo el ducado de Lancaster, y depuso a un rey. Mi hermano considero adecuado que la treta usada por el primer rey lancasteriano ahora favoreciera a York.
Capitulo 24