– Lo se -dijo lugubremente.

Se miraron en silencio, mientras alrededor crecia el bullicio tipico de una posada flamenca.

Eduardo cogio la jarra y volvio a llenar su copa. Ricardo aun no habia tocado la suya.

– Basta de juegos, Dickon -murmuro-. No tengo animo para ello, y menos esta noche. Tengo un cunado que esta muy dispuesto a abrazar el Oso y el Baculo Enramado de los Neville, una esposa que ha pedido asilo, un hijo que quiza nunca llegue a ver… y lo peor de todo, Dickon, es que en gran medida todo es culpa mia.

Ricardo hizo un movimiento indeciso y tentativo; su mano rozo la manga de Eduardo.

– Te concedere lo de Jorge si me concedes lo de Johnny -dijo al fin, y Eduardo lo miro con ojos entre burlones y afectuosos.

– Pobre Johnny. Warwick y yo lo sometimos al potro de tormentos, de veras. -Eduardo sacudio la cabeza lentamente-. A veces recuerdo que Ricardo Neville fue mi amigo, pero lo que mas lamento es la situacion de Johnny… y la decision que le impuse.

Era la primera vez que hablaban sin tapujos de la traicion de Juan. Pero Ricardo no habia pensado en otra cosa en los ultimos tres meses, y creia entender por que Johnny habia tomado esa decision. Estaba convencido de que no lo habria hecho si Ned no le hubiera quitado el condado de Northumberland. Pero ahora, al oir que su hermano decia en voz alta lo que el habia pensado tantas veces, tuvo el perverso impulso de defender a Eduardo de las mismas conclusiones a las que el habia llegado.

– No le impusiste ninguna decision, Ned. Dependia de el. No tenia por que ser asi.

– Aprecio tu lealtad, Dickon, pero ambos sabemos como son las cosas. Si un hombre goza de buena salud, puede sufrir una mojadura sin resfriarse. Pero si arde de fiebre cuando le ocurre esa desgracia, puede ser su muerte. La lealtad de Johnny hacia mi le costo cara, pues el amaba a sus hermanos. Cuando le arrebate el titulo, le pedi demasiados sacrificios. Debi haberlo previsto. Tu lo previste, ?verdad?

Ricardo titubeo y asintio.

– No sabia que la herida era tan profunda, pero si, sabia que estaba herido. -Lamento haber roto el silencio que se habia impuesto sobre el tema de Johnny. Hablar sobre ello no le ayudaba, no aliviaba el dolor-. Francis Lovell me escribio que Johnny parecia alicaido al entrar en Londres -murmuro.

– No lo dudo, Dickon. Johnny es uno de los pocos hombres honrados que he conocido. La traicion no esta en su naturaleza. Pero debe convivir con la culpa de haber traicionado a su soberano, a hombres que confiaban en el. Sospecho que es mas dificil sobrellevar esa carga que cualquier mal que yo le haya infligido.

Callaron unos minutos. Ricardo nunca se habia sentido mas cerca de su hermano. Tan cerca que oso hacerle una pregunta que se habia creido incapaz de expresar en palabras.

– Ned, ?que haremos si Carlos no nos ayuda?

Eduardo parecia haber esperado esa pregunta.

– Preguntamelo la semana proxima, el mes proximo, y quiza tenga otra respuesta. Pero esta noche, hermanito, solo puedo contestarte que no lo se.

Otrora Ricardo habria exigido una respuesta franca, por desalentadora que fuese, y lo habria dicho en serio. Ahora preferia no hablar mas del asunto.

Marie estaba cada vez mas inquieta, y se aferro de una de las pocas palabras inglesas que conocia.

– ?Hermanito? -repitio-. Vous etes freres?

Ricardo asintio, y ella se inclino para susurrarle al oido, riendose de su respuesta y acurrucandose contra el, rozandole la comisura de la boca con los labios.

Ricardo sonrio timidamente al ver la mirada burlona de Eduardo.

– No cree que seamos hermanos, pues tenemos un color muy diferente -dijo, con la resignacion de quien ha escuchado ese comentario toda la vida, siendo moreno en una familia rubia-. Le explique, pues, que eras adoptivo -anadio, y Eduardo sonrio con amargura.

– ?Pensandolo bien, seria buena explicacion para Jorge! No en vano nacio en Irlanda, y por Dios que ha actuado como embrujado desde el dia en que empezo a hablar.

– No embrujado, Ned -suspiro Ricardo-. Solo condenadamente debil.

– Como quieras. Agradece que tu hermano Jorge y tu seais tan poco parecidos, en todos los sentidos. - Eduardo ladeo la cabeza para evaluarlo-. A decir verdad te pareces a Edmundo. Tienes sus ojos, y el tambien tenia pelo oscuro, aunque no tanto como el tuyo. -Interpreto mal la cara de sorpresa de Ricardo-. Pero, claro solo tenias siete anos cuando el murio. No me extrana que no lo recuerdes.

– Tenia ocho -corrigio Ricardo-, y si recuerdo. No es eso… Es que rara vez hablas de Edmundo.

– Lo se. Durante largo tiempo fue demasiado doloroso.

Ricardo no sabia que decir. Eduardo no compartia sus pesares; Ricardo no habia creido que la herida abierta por la muerte de Edmundo no hubiera sanado despues de diez anos. De pronto noto que estaba celoso y sintio verguenza.

– En mis recuerdos de Edmundo -dijo para compensarlo-, ambos estais siempre juntos. Recuerdo que siempre me intrigaba el modo en que hablabais con frases inconclusas, un codigo que nadie podia descifrar… como si no necesitarais palabras.

Eduardo rio.

– En general no las necesitabamos. Solo teniamos un ano de diferencia. A menudo pareciamos compartir la misma vida, tan intimos eramos. Claro que tambien teniamos nuestras grescas. Pero no cuando contaba. Cuando el murio, tuve la sensacion de que me habian partido en dos. -Ricardo callo-. Yo estaba Gloucester cuando me informaron sobre la batalla que se libro en el castillo de Sandal -dijo Eduardo al cabo de una pausa prolongada-. Fue un cruel dia de diciembre para York. Enterarme de que habia perdido a mi padre, mi hermano, mi tio, mi primo… pero lo mas dificil de aceptar era la muerte de Edmundo. ?Si el podia morir, cualquiera podia morir, incluso yo!

Sonrio inesperadamente, pero los ojos azules estaban oscurecidos por recuerdos largamente reprimidos. Recogio la copa, se la llevo a la boca y la volvio a dejar sin probar el vino.

– Cielos, hace anos que no pienso en ello -confeso-. Tuve muy poco tiempo para llorarlo… De pronto todos se fijaban en mi, y Santo Dios, todo fue tan rapido, Dickon. Recuerdo que lo que mas sentia era furia. Por Cristo, fue tan estupido. No tendrian que haber salido del castillo. Fue una locura, no tendria que haber ocurrido… Supe con certeza, sin embargo, que nunca confiaria en otra alma viviente como en Edmundo. Creo que eso fue lo peor, aun peor que la perdida de su compania. Durante casi dieciocho anos, toda mi vida, yo habia tenido un confidente… y de pronto no habia nadie.

– ?Que hay de Will Hastings? ?O John Howard?

– No hablo de amistad, Dickon. Hablo de confianza.

– Pero…

– ?Crees que son la misma cosa?

Ricardo reflexiono.

– Si, lo creo.

– No para los reyes, hermanito. No para los reyes. -Eduardo tenso la boca, se permitio mostrar su amargura-. Si alguna vez pense asi, nuestro primo Warwick me enseno lo contrario.

Ricardo ya no pudo contenerse.

– ?No crees que puedas confiar en mi?

Eduardo bebio para ocultar su sonrisa.

– Bien… Sin duda confio en ti mas que en tu hermano Jorge.

– Gracias. -Pero el sarcasmo salio mal, y Eduardo lo noto y cedio terreno.

– La confianza es una reaccion adquirida, Dickon. Aunque siempre he sentido un inexplicable afecto por ti, hermanito, no confiaba en ti mas que en una docena de otros que podria nombrar. -Hizo una pausa-. Es decir, hasta que me diste un motivo para confiar. -Se echo a reir-. Y si mal no recuerdo, me diste ese motivo hace once anos, en un prado cerca del castillo de Ludlow.

– ?Todavia recuerdas eso? Al cabo de tantos anos, y tantas mujeres.

– Claro que lo recuerdo. Fue cuando presenti que podias ser un aliado que merecia la pena. Y el tiempo no me ha demostrado lo contrario.

Ricardo estaba complacido, pero la timidez le impedia expresarlo.

– Por mi parte, podria decir lo mismo de ti -dijo generosamente.

Eduardo sonrio.

Вы читаете El sol en esplendor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату