Jorge nunca habia tolerado el calor y tenia la impresion de derretirse bajo el peso de la armadura y el resplandor del sol. Movia con impaciencia la visera del yelmo, y le resultaba casi imposible enjugarse el sudor de la frente con el guantelete. Maldijo y vio las cabezas que se volvian hacia el, sintio los ojos que le taladraban la espalda.

Sus lugartenientes le habian dirigido miradas irritantes y solapadas toda la manana, tratando de adivinar que tenia en mente, preguntandose si presentaria batalla a sus hermanos. Bien, que se quedaran con la intriga.

Ahora que los exploradores habian informado de que el ejercito yorkista se desplazaba al sur para enfrentarlo, la tension de sus capitanes era intolerable. Dos veces en el ultimo cuarto de hora, Thomas Burdett lo habia abordado para hacerle preguntas ansiosas y dos veces Jorge, con extrana paciencia, repitio la orden de que debian esperar, no hacer nada hasta que el lo ordenara.

Burdett regreso.

– Milord, alla vienen -dijo innecesariamente, senalando la carretera.

– Yo tambien tengo ojos, Tom -replico Jorge de mal humor. La vision del estandarte de su hermano lo habia afectado mas de lo que esperaba. Trago saliva; tenia un nudo en la garganta que no se debia al calor ni al polvo del camino. Sabia que podia confiar en Dickon. ?Que haria Ned? Miro por encima del hombro a los efectivos desplegados en formacion de batalla, hombres que su suegro esperaba angustiosamente en Coventry.

– ?Vuestra Gracia!

Burdett volvio a senalar y Jorge vio que algo pasaba en las filas yorkistas. Hubo movimiento, un remolino de polvo, y luego se apartaron para ceder el paso a un jinete solitario, que dio la vuelta y galopo hacia ellos.

Una vez lejos del ejercito yorkista, el jinete aminoro el paso y siguio la marcha en un trote despreocupado. No usaba yelmo y el sol resplandecia en su armadura en una llamarada de luz, le aureolaba el pelo negro como azabache. A sus espaldas Jorge oyo murmullos de reconocimiento, oyo el nombre Gloucester susurrado entre las tropas con creciente alboroto.

No hizo nada, permanecio inmovil hasta que su hermano se aproximo. A sus espaldas se intensifico la algarabia. La disciplina flaqueaba; sus hombres especulaban abiertamente sobre sus intenciones, pero el aun esperaba. Solo se volvio hacia Burdett cuando Ricardo estaba a menos de cien yardas. Ordeno que mantuvieran sus posiciones, y espoleo a su caballo.

Ricardo habia frenado, y espero a que Jorge se le acercara.

– Vaya, Jorge, te tomaste tu tiempo. ?Que tenias en mente? ?Inducir a Ned a temer que hubieras decidido apoyar a Warwick, a pesar de todo?

Jorge fruncio el ceno, de nuevo atrapado en una marana de sospechas, pero el rostro oscuro de Ricardo no decia nada. No sabia si eso era una broma, una acusacion o una frase demasiado acertada.

– Si quieres saberlo, Dickon, no quise interrumpir una llegada tan espectacular. Parecia que lo estabas disfrutando.

Ricardo entorno los ojos y sonrio.

– Asi era.

Se aproximo, riendo, extendiendo la mano, y Jorge la aferro y rio tambien, con la seguridad de que todo andaria bien, aun con Ned, y oyo a sus espaldas un vasto rugido de aprobacion mientras sus tropas comprendian que no iban a luchar y morir, al menos no ese mediodia de abril en el camino de Banbury.

Capitulo 25

Londres

Abril de 1471

El mismo dia en que Juan Neville y los lancasterianos Exeter y Oxford llegaron a Coventry, el conde de Warwick se entero de que su yerno se habia pasado al bando de sus hermanos yorkistas. Una vez mas, Eduardo se presento ante los muros de Coventry para retar a los hombres que aguardaban en el interior. Una vez mas, se negaron a presentar batalla, y el viernes 5 de abril Eduardo levanto campamento y emprendio viaje al sur, hacia Londres.

Warwick inicio una tenaz persecucion, pero Eduardo le llevaba dos dias de ventaja y el conde sabia que tenia pocas esperanzas de interceptar a Eduardo antes de que llegara a la capital. Mando despachar mensajes urgentes, ordenando al alcalde y al concejo que negaran la entrada a Eduardo.

El arzobispo de York hizo desfilar a Enrique de Lancaster por las calles, pero fue un error. Los espectadores se mofaban de los nacidos almorejos que pendian del estandarte de Lancaster, y preguntaban por que el pobre viejo usaba la misma tunica azul que cuando habia aparecido en publico por ultima vez, en octubre. Eduardo de York siempre habia gozado de popularidad en Londres y aun debia a los mercaderes de la ciudad considerables sumas de dinero. Y ademas ya estaba en San Albano, a solo un dia de marcha, con un ejercito detras.

Siguieron llegando mensajes del conde de Warwick, urgiendo a los londinenses a defender al rey Enrique. Margarita de Anjou y su hijo llegarian en cualquier momento. Desde San Albano, Eduardo ordeno que Enrique de Lancaster fuera considerado un prisionero del estado. Ante eso, John Stockton, alcalde de Londres, contrajo un diplomatico malestar que lo obligo a guardar cama. El vicealcalde, Thomas Cook, alegaba que debian cerrar las puertas de la ciudad a los yorkistas. Pero en ese preciso momento el arzobispo de York enviaba una capitulacion secreta para que su primo la recibiera en San Albano. Y el con-sejo de los Comunes, reuniendose en sesion urgente, resolvio: «Dado que Eduardo, antiguo rey de Inglaterra, marcha apresuradamente hacia la ciudad con una poderosa hueste, y que los habitantes no estan tan versados en el uso de las armas como para combatir contra una fuerza tan numerosa, no se debe hacer ningun intento de resistencia».

El mediodia del Jueves Santo, Eduardo entro en Londres por la puerta de Aldersgate, exactamente un mes despues de que zarpara de Borgona. Solo seis meses antes, el conde de Warwick habia ido a San Pablo para agradecer los favores del Todopoderoso, y ahora Eduardo hizo lo propio y aqui encontro el entusiasmo tan ausente durante su avance hacia el sur, una marcha que habia demostrado en que medida estas reyertas continuas por la corona habian devaluado lo que otrora era la moneda mas brillante del soberano, la ciega devocion de su pueblo.

Desde San Pablo, Eduardo debia ir a Westminster, donde lo aguardaba el arzobispo de Canterbury, que celebraria la ceremonia simbolica de volver a coronarlo. En Westminster tambien aguardaban su reina y sus hijos. Pero aun quedaba una tarea pendiente, y poco despues de la una entro en el palacio del obispo de Londres para aceptar la rendicion formal del hombre que comandaba la Torre, su primo Jorge Neville.

El arzobispo de York se sentia incomodo. A diferencia de sus hermanos, no habia sido amigo de Eduardo y sabia que no podia recurrir a los recuerdos de un pasado comun para atemperar a su primo si este decidia vengarse.

Eduardo escucho impasiblemente mientras el arzobispo tartamudeaba sus disculpas por seis meses de traicion, hasta que se aburrio y dijo friamente:

– No temas, primo. No enviaria a un sacerdote al tajo, ni siquiera a un sacerdote como tu. No obstante, te mandare a la Torre, y agradece que en ciertas ocasiones soy misericordioso, pues de lo contrario compartirias la celda con tu poco llorado senor de Lancaster.

El arzobispo se arrodillo, y juro lealtad a York en el presente y el futuro, y ante el gesto impaciente de Eduardo se retiro para ir en busca de Enrique de Lancaster.

Eduardo se volvio hacia Ricardo con un mohin.

– Este es un placer, Dickon -mascullo-del que bien podria prescindir.

Ricardo era el unico que nunca habia visto al rey lancasteriano, aunque toda su vida habia oido anecdotas sobre este hombre inestable a quien algunos consideraban un santo y otros un cretino. Sabia que Enrique siempre habia sido raro, dado a los devaneos; un lunatico, dirian en Yorkshire. No habia encontrado paz en su matrimonio con la imperiosa princesa francesa de Anjou; y en el verano de sus treinta y dos anos, cuando hacia seis meses que Margarita estaba encinta del muchacho que ahora era esposo de Ana Neville, Enrique habia caido en una oscuridad mental de la que nunca se habia recobrado del todo.

Ricardo sabia todo esto de memoria; desde su infancia, la locura de Lancaster habia sido una letania en su casa. Pero ni siquiera estas repetidas anecdotas lo habian preparado para la realidad del hombre que su hermano

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