tus hermanos y tu que no lleguen a mis oidos… ?incluso aunque no quiera enterarme!
– Entiendo -respondio Ricardo con embarazo.
– Por amor del cielo, Ricardo, no pensaras que me sorprende que tengas una hija ilegitima. En mi familia habia mas hermanos varones de los que podia contar. Mas aun, crie a cuatro varones, y tus hermanos eran tan propensos a la tentacion como tu… aunque lamentablemente eran menos discretos. No puedo aprobar las circunstancias del nacimiento de tu nina, pero ciertamente apruebo tu voluntad de responsabilizarte por tu acto. -Y suspiro, con voz sorda y abatida-: Los hombres nacen para pecar, Ricardo. Lo mas importante no son nuestros desvios, sino que aprendamos de nuestros errores, que seamos capaces de un arrepentimiento sincero, de genuina contricion.
Ricardo se inclino, le toco la mano.
– El me prometio que vendria,
– Visperas -dijo ella, y callo. Pero no era preciso decir mas; hacia rato que habia anochecido.
Siguio un incomodo silencio. No era facil brindar consuelo a alguien que estaba mas acostumbrada a confortar que a ser confortada, pero Ricardo lo intento.
– Se que el queria venir,
– Y con razon -replico ella, tan incomoda como el en esta subita inversion de papeles.
Ricardo no intento justificar a Jorge. En cambio, le recordo a su madre que Ned llegaria pronto.
Esta vez ella acepto el solaz que el ofrecia. Se levanto, le beso la mejilla.
– Si no me equivoco, ya esta aqui -dijo, con una sonrisa avida y expectante, y se dirigio a la puerta mientras Bess, alertada por un mistico sexto sentido, se movia y bostezaba.
John Gylman, un paje de la camara, aparecio en la puerta del gabinete. Su agitacion parecia confirmar que habia llegado Eduardo.
– Madame -tartamudeo-. Madame… Vuestro hijo…
Cecilia lo miro sorprendida.
– ?Que pasa contigo? ?Donde esta…? ?En el salon?
– Aqui,
Gylman retrocedio, alejandose de Jorge, y huyo. Ricardo se puso de pie. Bess, totalmente despabilada, abrio la boca para protestar, y luego, al ver que no iban a abandonarla, le arrojo los brazos al cuello, dejo que el la levantara del banco.
– ?No, Dickon, no te vayas! -exclamo Jorge, pero Ricardo ya estaba en la puerta. Miro a su hermano con cierta compasion, pero no tenia la menor intencion de ser un testigo involuntario de la escena que seguiria. Puso a su sobrina en el suelo, le cogio la mano y cerro la puerta al salir.
Cecilia no dijo nada mientras Jorge cruzaba el gabinete. El se detuvo ante ella y se hinco lentamente de rodillas. Tenia el rostro arrebolado, y la ropa, aunque era del corte mas fino y costoso, no le sentaba bien. No habia desidia, pero la usaba con cierto desalino, y Jorge era muy puntilloso con la moda y la apariencia. Y le habia resbalado la voz al llamar a Ricardo. Quiza se debiera a la tension, pero Cecilia noto que las comisuras de la boca estaban flojas, que el se relamia los labios como si los tuviera resecos.
– ?Cuanto vino necesitaste para venir aqui, Jorge? -pregunto con voz distante y desdenosa.
El guardo silencio, y se quedo de rodillas. Tenia el cabello desmelenado; ella no recordaba un momento en que el hubiera podido impedir que le cayera sobre la frente. En la pared ardia una antorcha y bajo su luz fluctuante el cabello parecia aun mas rubio de lo que ella recordaba, parecia haber recobrado el brillo de la infancia. Estaba mas delgado, y le sobresalian los pomulos. Quiza fuera eso lo que le daba una apariencia inesperadamente juvenil. No lo sabia. Solo sabia que de pronto aparentaba mucho menos que veintiun anos, que tenia el mismo semblante que cada vez que volvia a defraudarla, prometia subsanar sus faltas y juraba que cada pecado seria el ultimo.
Sin hablar, el intento cogerle la mano. Ella contuvo el impulso de zafarse, y le cedio una mano blanda y fria. Sin duda era un engano de la luz, o de sus sentidos, que el pareciera tan joven. Ya no era un nino. Era un hombre. Un hombre que debia rendir cuentas de los males cometidos, de las heridas infligidas. De traiciones que no podian considerarse travesuras infantiles. Aparto la mano, y noto que brillaban lagrimas en los ojos de Jorge.
– ?No vas a hablarme,
– ?Que quieres que diga, Jorge?
– Que me perdonas…
Ella dejo que volviera a cogerle la mano. Jorge se incorporo gracilmente, pero Cecilia sabia que el conservaba cierto garbo aun cuando estaba ebrio. Aun asi, esperaba que no estuviera tan borracho como temia al principio.
– ?Estas sobrio, Jorge?
El asintio, se inclino, le beso timidamente la mejilla. Como ella no lo regano, se animo a besarla de nuevo.
–
La miro a los ojos. No estaba avergonzado de las lagrimas que empanaban ese turquesa claro. En su rostro ella solo vio dolor, dolor y remordimiento.
Extendio la mano; detuvo los dedos a un palmo de la mejilla.
– ?Lo lamentas de veras? -murmuro al cabo.
– Si,
Cecilia iba a hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Retrocedio, y antes de que el repitiera que no era culpable, le abofeteo la boca con todas sus fuerzas.
El dio un respingo. Sus vividos ojos de purisimo turquesa estaban desencajados de pasmo y dolor.
–
– Quiero que al menos una vez en tu vida aceptes tu responsabilidad por lo que has hecho. Solo una vez, quiero que confieses que actuaste mal y que no trates de endilgar la culpa a los demas. ?Puedes hacerlo, Jorge? ?Puedes decirme que cometiste ruindades contra quienes te amaban, y que ahora lo comprendes y te arrepientes? ?O ni siquiera de eso eres capaz?
El le dirigio una mirada implorante en la que habia una desdicha que ni siquiera ella podia negar.
–
Cecilia lo escudrino. El lo decia en serio, cada palabra. No comprendia en absoluto lo que ella acababa de decirle.
– Largate, Jorge -dijo al fin. No recordaba haber sufrido nunca tanto cansancio; nunca habia sentido todo el peso de sus cincuenta y seis anos como en ese momento. Hizo un enorme esfuerzo-: Hablaremos despues. Pero no ahora… no esta noche.
Lejos de enfadarse por esa despedida, el parecia inexpresablemente aliviado. Se apresuro a cogerle la mano, llevarsela a los labios.
– Desde luego,
Cecilia lo siguio con los ojos y supo que ya no habria nuevas conversaciones entre ellos. La proxima vez que lo viera, el habria recobrado el aplomo, habria sanado sus pequenas heridas, y de nuevo estaria fuera de su alcance,