temblaba la boca.

– Si te encuentro un caballo -se apresuro a decir el-, ?te gustaria venir conmigo?

Ella asintio, empezo a sonreir, pero volvio a mirar la puerta de la camara de Jerusalen y fruncio el ceno.

– No… no puedo…

– Bess, ?sabes donde he estado estos ultimos seis meses?

– En Borgona -respondio ella, y agradecio que el no le preguntara donde estaba Borgona.

– ?Sabes con quien estuve? -dijo el, en cambio.

– Con papa.

– El no se ira sin mi, Bess. Puedes esperarlo en el castillo de Baynard, si gustas… y mientras yo este alli, sabras que el no ha vuelto a irse.

Ella reflexiono, penso que tenia sentido.

– ?Podemos cabalgar junto al rio? -regateo, y el rio y la ayudo a levantarse.

– Claro, junto al rio -accedio, pero Thomas Grey le cerro el paso.

– No creo que mi senora madre permita que su hija se vaya sin su autorizacion -dijo friamente-. No puedo aprobar este paseo a Londres.

Jacquetta estaba a punto de agradecer a Ricardo su inspiracion, y se volvio sorprendida hacia su nieto. Celos, sin duda; esos meses no habian sido faciles para el muchacho, que se sentia desplazado, ignorado. Se acerco, dispuesta a interceder, aunque de tal modo que Thomas no se sintiera reganado. Pero entonces Ricardo dijo, con lo que ella considero una rudeza innecesaria:

– ?Que te hace pensar que me importa un bledo tu aprobacion?

Anthony Woodville fruncio el ceno.

– Creo que su preocupacion por su hermana es digna de elogio -dijo con voz poco amigable, y Jacquetta, viendo que Ricardo iba a responderle de la misma manera, se dispuso a hablar.

Pero Will Hastings fue mas rapido. Remoloneaba contra la pared, pero se irguio al oir el intercambio de replicas, y sonrio a Anthony.

– Creo que el joven Grey no debe preocuparse por lady Bess. No se me ocurre mejor escolta que Su Gracia de Gloucester, y estoy seguro de que el rey coincidiria conmigo. ?Acaso sugeris lo contrario, milord Rivers?

Anthony le clavo los ojos. La inquina que habia entre ambos era casi tangible en su intensidad.

– Os dire lo que sugiero, milord Hastings… Este es un asunto de familia que no os concierne.

Bess se movia con impaciencia; estaba acostumbrada a las rinas entre adultos y no le interesaban. Ahora que iba a cabalgar al sol, ver las calles de la ciudad y oir que la gente la ovacionaba como solia hacerlo cuando atravesaba Londres en el pasado, ansiaba partir, y tiro del brazo de Ricardo.

– ?Podemos irnos?

– No veo por que no, Bess.

Ricardo reto a Thomas con la mirada. El segundo titubeo, sin saber hasta donde debia insistir con este asunto, y en la pausa que siguio Jorge hablo por primera vez.

– Vamos, Dickon, lleva a Bess a ver a nuestra madre. Si Grey quiere jugar a la ninera, que lo haga con sus hermanas.

Jacquetta noto que Hastings y Ricardo festejaban la ocurrencia, y que su nieto perdia los estribos y se disponia a verselas con Jorge. Decidio intervenir.

– Ojala hubierais demostrado tanta solicitud por los hijos de vuestro hermano, milord Clarence, en los seis meses pasados desde que ellos tuvieron que buscar refugio bajo las amenazas de vuestro suegro.

El abad Millyng escuchaba con creciente reprobacion, y se inquieto al ver la expresion del duque de Clarence.

– En verdad debo protestar -tercio-. No es apropiado que haya disenso entre vosotros en este dia, el mas dichoso para la Casa de York.

Todos lo miraron en silencio, y el noto que aceptaban a reganadientes la verdad de su acusacion. Ricardo dejo que su sobrina lo guiara hacia la puerta, deteniendose solo para murmurar unas palabras destinadas a Jorge. Jorge no respondio, pero parecieron llegar a un entendimiento y siguio a Ricardo. Will fue el siguiente en partir, y al pasar junto al abad murmuro, con una sonrisa oblicua:

– Bienaventurados los mansos, pues seran llamados hijos de Dios.

El abad atranco la puerta de calle y miro de soslayo la puerta de la alcoba, que permanecia cerrada. Jacquetta intento calmar a su airado nieto sin mayor exito.

– Es solo que no entiendo por que Bess tiene que ir a ver a Su Vanidosa Gracia ahora -se quejaba-, cuando ella jamas vino a vernos en nuestro refugio…

El abad no oyo la respuesta de Jacquetta, pues Anthony habia empezado despotricar contra «ese hideputa Hastings». El abad Millyng sintio un escalofrio. Habia temido profundamente una Inglaterra gobernada por el conde de Warwick y Margarita de Anjou, pues no podia haber paz entre esos enemigos acerrimos. Ahora se preguntaba si seria tan diferente con la Casa de York. Penso que tambien aqui estaban las semillas de la destruccion, al igual que con Margarita de Anjou y el Hacerreyes.

Era un pensamiento deprimente, pero luego recordo algo con profundo alivio… Gracias a Dios Todopoderoso, existia un hombre con la fuerza necesaria para mantenerlos unidos a todos, un hombre capaz de conciliar las pasiones de Woodville y Plantagenet bajo el deslumbrante emblema del Sol en Esplendor. La hostilidad que acababa de ver en esta sala habia sido perturbadora, pero no habria una sangrienta escision de la Casa de York. Volvio a mirar la puerta de la alcoba y le dijo a Jacquetta:

– Agradezcamos, madame, que Su Gracia el rey haya regresado sano y salvo.

Bess se acurrucaba contra Ricardo en el banco del gabinete de su abuela. Habia combatido tenazmente el sueno desde la cena, pero ahora tenia los ojos entornados y, bajo la mirada de Cecilia, las sedosas pestanas cubrieron los destellos azules. Cecilia sonrio; Bess tenia el pelo plateado de su madre, pero sus ojos eran los de Eduardo.

En muchos sentidos, Cecilia era una extrana para la nina, pues su relacion con su nuera era tal que rara vez veia a sus nietos salvo en situaciones ceremoniales. Ricardo conocia mucho mejor a la primogenita de Eduardo que ella, y ella habia esperado que Bess la tratara con cierta timidez. Pero Bess no era mas timida que cualquier criaturilla condicionada para esperar solo amor y aprobacion, y no habia titubeado en trepar al regazo de Cecilia, tal como si hubiera pasado cada dia de su vida con su abuela en el castillo de Baynard.

Cecilia se inclino para limpiar una mancha grasienta de la barbilla de la nina.

– Podriamos leer nuestro menu en la cara de esta chiquilla -comento-. Ven, Bess, hora de acostarte.

Bess tenia la mirada vidriosa, y sus parpados se negaban a permanecer abiertos, pero de inmediato ofrecio una sonolienta resistencia, aferrandose a Ricardo con firme resolucion.

– Dejala, ma mere. ?Acaso importa que duerma aqui o en la cama?

– No, claro que no -concedio Cecilia, viendo que Bess, alentada por la intercesion favorable de Ricardo, habia dejado de forcejear. El se la acomodo en el brazo y ella volvio a dormirse con un suspiro de satisfaccion-. Se ha apegado a ti, Ricardo.

El sonrio, sacudio la cabeza.

– No, no es eso. Bess y yo llegamos a un trato. Le jure que Ned vendria al castillo de Baynard, y mientras el no llegue, no esta dispuesta a perderme de vista.

Cecilia sonrio.

– A veces olvidamos que los pequenines son los que mas padecen. Si nosotros no logramos comprender por que sufrimos ciertas penas, ?como pueden comprenderlo ellos?

Ricardo asintio, y al mirar a su sobrina dormida penso en Kathryn, su hija. Ya tenia casi un ano y el no la habia visto desde que era bebe. Ni siquiera sabia con certeza si estaba con vida. Los bebes sufrian difteria, fiebres subitas, muchas dolencias que podian extinguir una pequena vida tan abruptamente como la llama de una vela. Y si Kathryn hubiera enfermado, ?como podia Kate hacerle llegar la noticia? Podia estar muerta y enterrada desde hacia meses y el ni siquiera lo sabria.

– ?Que te preocupa, Ricardo? ?Estas pensando en tu hija?

Ricardo ensancho los ojos. Su sorpresa era visible, aunque logro ocultar un poco su bochorno. Ella sacudio la cabeza.

– ?Acaso esperabas que lo ignorase por mucho tiempo? -dijo secamente-. Te aseguro que hay pocos actos de

Вы читаете El sol en esplendor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату