llamaba desdenosamente Enrique el Tonto.

Aun no tenia cincuenta anos pero caminaba encorvado, como buscando objetos perdidos en el suelo. Tenia cabello canoso y ralo que antano habia sido rubio, ojos claros que podrian haber sido azules, y la tez era del color de la leche sin batir; parecia que nunca hubiera pasado un dia al sol en toda su vida. Ricardo sintio piedad, y al mismo tiempo aversion fisica.

El arzobispo lo conducia como a un nino, y anuncio, con la voz excesivamente alta que uno usaria frente a un sordo:

– He aqui a Su Gracia de York. -Enrique no respondio de inmediato, y el arzobispo repitio, en voz mas alta y con cierta impaciencia-: York… Eduardo de York.

Enrique asintio.

– Lo se -dijo docilmente, y le sonrio a Eduardo.

Eduardo extendio la mano con aire resignado.

– Primo -dijo cortesmente, un titulo mas de cortesia que de parentesco, pues la sangre que compartian se habia diluido en un periodo de setenta anos.

Enrique no tuvo en cuenta la mano tendida, avanzo y abrazo al hombre mas joven como si fueran viejos camaradas.

Eduardo retrocedio bruscamente, como si le hubieran pegado; era la unica vez que Ricardo habia visto a su hermano tan agitado. Por un momento, la consternacion se le vio en la cara, pero luego logro dominarse, estiro el brazo, estrecho la mano del otro, respondiendo al saludo pero manteniendolo a distancia.

Enrique aun sonreia.

– Mi primo de York, te doy la bienvenida -murmuro con voz inesperadamente agradable.

– Gracias, primo -dijo Eduardo con sequedad.

No revelo sus sentimientos, ni siquiera cuando Enrique anadio, como quien comparte un secreto con un amigo:

– Se que en tus manos mi vida no correra peligro.

Ricardo oyo que Hastings, a su lado, inhalaba bruscamente, en una aspiracion sibilante. El arzobispo tenia el aspecto de alguien que ansiaba disociarse de semejante bochorno. Ricardo tambien hubiera querido estar en otra parte, y le asombro que Eduardo pudiera oir tales palabras y permanecer imperterrito.

– Me place que asi lo creas, primo -dijo, una respuesta tan ambigua, tan poco natural, que Ricardo fue presa de una increible sospecha, tan desagradable que de inmediato la desecho como un pensamiento aberrante que Eduardo no merecia.

Eduardo alzo la mano y hombres que vestian los colores de York atravesaron la puerta de la galeria.

– El arzobispo de York te escoltara a la Torre, primo. Pide lo que necesites, y se te concedera.

Se hizo silencio mientras el arzobispo y el rey lancasteriano salian del salon flanqueados por hombres armados. Eduardo siguio con los ojos a ese hombre esmirriado vestido con terciopelo sucio y azul.

– Nunca entendere… -murmuro al fin-. Nunca sabre comprender por que habia gente dispuesta a morir para que el fuera rey. -Nadie le respondio, y echo un vistazo al silencioso circulo de hombres-. Bien, ?que esperamos? Traed los caballos. -Se aparto, enfilo hacia la puerta, y luego rugio, sin dirigirse a nadie en especial-: ?Y por amor de Dios, conseguidle otra tunica!

Estallo una conmocion en el patio interior. Jacquetta Woodville oyo el grito de la nodriza Cobb y al levantar la vista vio a su yerno en la puerta. Demasiado agitada para tener presencia de animo, se inclino en una reverencia, tuvo una vision fugaz de los ninos. Mary abria los ojos con incertidumbre, y Cecilia, de dos anos, parecia atemorizada. Pero antes de que Jacquetta pudiera hablar, Bess lanzo un grito estrangulado que no era una risotada ni un sollozo, sino una mezcla de ambos, y cruzo la habitacion a la carrera. El suelo estaba cubierto de juncos y al aproximarse a su padre tropezo y se cayo. Eduardo la aferro antes de que se desplomara y la alzo en brazos. No parecia necesitar palabras, y se contentaba con que la abrazaran, y Jacquetta sintio el ardor de las lagrimas pero no las contuvo, las dejo correr.

Thomas se acercaba, y tambien su hermano estaba en la habitacion, rojo de emocion. Jacquetta vio que Eduardo no estaba solo. Lo acompanaba Anthony, hijo de ella, y reconocio a Ricardo, Hastings, el abad Millyng y - con un respingo-a Jorge de Clarence.

Anthony le sonreia, pero se quedo en el umbral. Todos miraban a Eduardo, esperando sus palabras. Pero el sonreia a su hija, le acariciaba el suave cabello rubio, y por el momento ella acaparaba su atencion. Hasta que se abrio la puerta de la camara de Jerusalen.

Isabel llevaba solo una cenida bata de tela ligera y el cabello se le derramaba en la espalda en una cascada de plata enmaranada. Aferraba una enagua de seda de forro y un cepillo, y parecia desalinada, jadeante, sorprendida.

Eduardo dejo a Bess en el suelo. Isabel solto la enagua y el cepillo en el unico gesto autenticamente espontaneo que Ricardo habia visto en su cunada, y avanzo hacia su esposo. Sin esperar, el dio dos zancadas y la estrecho en un abrazo apasionado.

Fue ella quien se separo, apoyandole la mano en el pecho, como para retenerlo alli.

– Espera -dijo, y le sonrio-. Espera… -Y dio media vuelta, y descubrio que la nodriza Cobb ya estaba junto a ella, alcanzandole el bebe. Isabel lo recogio, se volvio hacia Eduardo, le puso el chiquillo en los brazos.

Nadie se habia movido aun, ni siquiera sus hijas. Eduardo estudio al nino y alzo los ojos hacia Isabel, por encima de la cabeza del chiquillo.

– ?Alguna vez dudaste de mi?

– No, jamas. ?Creiste que dudaria?

El sonrio, nego con la cabeza.

Eduardo estaba rodeado de ninos. Se habia reido, declarando que se sentia como el flautista de Hamelin, y casi de inmediato gano el ultimo baluarte, la timida Cecilia, que habia cumplido los dos anos cuando el entraba solo en la ciudad de York. Con Bess en el regazo y Mary a sus pies, escuchaba a sus hijastros, respondiendo amablemente una avida andanada de preguntas sobre el exilio, Brujas, la campana de Yorkshire. Pero al rato perdio interes y sus respuestas eran menos atentas, menos coloridas. Observaba a su esposa, y ella lo noto, y se volvio hacia el. Intercambiaron un mensaje silencioso; ella se levanto de al lado de su hermano, sacudio la enmaranada masa de cabello rubio y Eduardo se puso de pie, depositando a Bess en el suelo.

– Aun no has saludado a tu tio Anthony ni a tu tio Dickon, tesoro -le dijo sonriendo-. Asi me gusta, nina.

Bess fue obedientemente hacia el tio Anthony, pero se paro en seco al ver que su padre cruzaba la habitacion, cogia la mano de su madre y entraba en la camara de Jerusalen. Avanzo un paso, pero la puerta se cerro, y oyo el chasquido del pestillo.

Ricardo se acerco a Will Hastings.

– Creo que Ned esta en buenas manos… Dile de mi parte, Will, que he ido al castillo de Baynard.

Will sonrio y envio saludos a la duquesa de York, pero Ricardo, mientras lo escuchaba, estudiaba a su desdichada sobrina. Bess sollozaba suavemente, mirando con afliccion la puerta cerrada, y ni Jacquetta ni Thomas lograban consolarla.

A Bess le gustaba su medio hermano Thomas, pero ahora no pres-taba atencion a sus intentos de entretenerla con el conejo de trapo que el habia hecho para Mary. Queria que la dejara en paz; tendria que saber que no le interesaria un tonto juguete cuando su padre habia llegado, despues de una larga ausencia, solo para desaparecer antes de que ella pudiera confiarle cuanto lo habia extranado. Busco un panuelo, no lo encontro y uso la mano. Su tio Dickon se arrodillo y ella lo miro con suspicacia, para ver si queria alejarla de la puerta de la alcoba. Pero Ricardo se contento con permanecer junto a ella, y Bess se relajo. Grand-mere le habia preguntado si recordaba a sus tios, una pregunta boba; claro que los recordaba.

– Bess, ?quieres cabalgar a Londres conmigo?

Ella moqueo, nego con la cabeza, pero se volvio abruptamente hacia el.

– ?Londres?-pregunto-. ?Quieres decir… fuera? No podemos. Esta prohibido.

– Ya no, Bess. ?No te gustaria volver a ver la ciudad? Hace meses que estas encerrada entre estas paredes. ?No sientes curiosidad?

Ella titubeo.

– No tengo pony -dijo con tristeza-. Quedo abandonado. Ni siquiera pude traer mi perro… -De nuevo le

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