lejos de todo arrepentimiento. Si no hablaban ahora, no hablarian nunca, y el lo sabia tan bien como ella.
– ?Jorge, espera!
El estaba ante la puerta, con la mano en la traba, se volvio con renuencia.
– Si,
– No te vayas. He cambiado de parecer. Creo que sera mejor que hablemos ahora.
El titubeo.
–
Habia abierto la puerta; Cecilia noto que ya se le habia escabullido. Aun asi, hizo el intento, presa de un furor subito y desconocido que solo le permitia sentir colera.
Camino deprisa, lo alcanzo en la escalera de madera que bajaba del gabinete al salon y le agarro el brazo con fuerza, ansiando lastimarlo.
– ?Quiero hablar contigo ahora, Jorge!
El no ofrecio resistencia, se quedo tieso, mirando el salon, el pandemonio que estallaba en el piso de abajo. La furia ciega de Cecilia se despejo; miro en torno, como si despertara de un sueno desagradable que ya no recordaba.
Tuvo la impresion de que todos sus sirvientes, todos los criados a su servicio, cada hombre, mujer y nino alojados en el castillo de Baynard estaban en el salon. El bullicio de las voces ascendia para asaltarle los oidos en olas discordantes. Ardian tantas antorchas que aun los rincones mas oscuros estaban iluminados como si fuera de dia. Vio los rostros de hombres que no habia visto en meses, otros rostros totalmente desconocidos, y casi de inmediato a su nuera. Rodeada por sirvientes, ataviada con tela de oro y con la garganta y los hombros tan cubiertos de joyas que hubieran deslumbrado aun al ojo mas ahito, Isabel lucia elegante, altiva y tan bella que todos la miraban con embeleso, aun quienes la detestaban.
En medio de ese tumulto, regodeandose en el alboroto que habia creado, estaba su hijo. Alzo la vista, la vio de pie en la escalera y sonrio.
– Bien, madame -dijo-, ?no pensais darme la bienvenida a casa despues de mis andanzas?
Cecilia descubrio con horror que le ardian lagrimas en los ojos. No podia creer que sus nervios le fallaran ahora, no tenia la menor intencion de sucumbir a su emocion ante ese mar de espectadores. Y no sucumbio. La disciplina que habia cultivado toda una vida la ayudo a mantenerse firme. Contuvo el llanto con un parpadeo, sonrio a su hijo y se dispuso a bajar la escalera.
– No, no os movais -dijo Eduardo, riendo-. Esta vez, madame, permitid que sea yo quien vaya a vos.
Capitulo 26
El aturdido Ricardo se levanto en las primeras horas del alba. Le palpitaba la cabeza por falta de sueno y exceso de vino. El dia se extendia ante el como una carretera interminable, caliente y seca. Debia deliberar con sus capitanes, acopiar provisiones, inspeccionar piezas de artilleria, requisar caballos. Le dijo al sonoliento Thomas Parr que no se molestara con el desayuno, pues no tenia tiempo que perder. Pero poco despues reorganizo drasticamente sus planes para esa manana, en cuanto abrio la carta sellada que habia llegado por la noche. Desplego el papel, leyo deprisa, y su expresion cambio.
– Ensilla unos caballos -ordeno, mientras Thomas lo miraba sorprendido-. Si mi hermano el rey me requiere, dile que hay algo urgente… No, no digas eso. Dile que tuve asuntos que atender, que regresare en cuanto pueda.
Era media manana cuando regreso al castillo de Baynard. A esas horas los curiosos y los fieles se habian congregado en el exterior y, cuando se difundio la noticia de que ese joven menudo y moreno con el caballo gris plata era el hermano del rey, lanzaron una halaguena ovacion por Ricardo. Un joven mas atrevido que los demas se adelanto, lo siguio unos pasos junto al caballo.
– ?Estamos contentos de que hayais regresado!
– Tambien yo -dijo Ricardo, sonriendo.
Poco despues, al entrar en el salon, Ricardo noto que era el centro de atencion, y se encontro asediado por hombres que esperaban ver a su hermano. Se detuvo para saludar a los que conocia, paso por alto al resto, vio a Thomas Parr en la escalera del gabinete, se dirigio hacia su escudero.
Thomas sonreia.
– Hay alguien que esperaba vuestro retorno, milord…
Ricardo lo miro inquisitivamente.
– Parece que media Londres esperaba mi retorno. ?Es alguien que yo deseo ver?
Thomas no tuvo oportunidad de responder. Tan abarrotado estaba el salon que mucha gente habia tenido que subir la escalera que conducia al gabinete. Ahora los hombres se movian a cada lado de la escalera dejando un espacio en que se erguia una silueta enorme y oscura. Ante la mirada incredula de Ricardo, se lanzo escalera abajo. Ricardo se tambaleo al ser embestido por la enorme mole de un lobero irlandes, y necesito mucha destreza y aun mas suerte para conservar el equilibrio.
– Thomas, ?como diablos…? -farfullo. Siguio la mirada de su escudero, y vio a Francis Lovell en el tope de la escalera. Lidiando como podia con la frenetica bienvenida del perro, aguardo a que Francis bajara y pregunto con genuino asombro-: ?Como lo encontraste, Francis?
Francis sonreia muy orondo.
– No fue dificil -dijo airosamente-. Sabia que aun estabas en York cuando recibiste la noticia de que Warwick habia desembarcado en Devon. Y sabia que no llevarias a Gareth a la guerra. Asi que solo tuve que pensar con quien lo dejarias, y recordar que siempre te alojas con los frailes agustinos cuando estas en York. Anadire que estaban encantados de entregarmelo. El prior Bewyck comento que les resultaba mas economico dar asilo a una docena de ladrones hambrientos que al lobero irlandes de Su Gracia de Gloucester.
– De Minster Lovell a York son seis dias de viaje. Es una larga cabalgada para hacerla a partir de una mera corazonada.
Francis se encogio de hombros.
– En el momento no tenia otra cosa que hacer.
– Pero si yo no hubiera regresado, habrias tenido que quedarte con el.
Francis fingio horror.
– ?Santo Dios, nunca se me ocurrio!
Ricardo se echo a reir.
– Creo que estoy casi tan contento de verte a ti, Francis Lovell, como de ver a Gareth.
Estaban sentados a la mesa de la alcoba de Ricardo, y al fin se habian quedado sin palabras. Entro Thomas, seguido por un paje, y mientras el nino llenaba las copas con el vino blanco del Rin que le gustaba a Ricardo, Thomas se disculpo.
– Lamento esta intrusion, milord, pero el rey…
– ?Se ha reanudado el consejo, Thomas?
– No, milord, todavia no. Pero el rey os aguarda en la camara de audiencias. Ya os ha llamado dos veces mientras no estabais en el castillo.
Ricardo asintio, miro a Francis con resignacion y se levanto de mala gana. Francis tambien se levanto.
– Me sorprendio que no estuvieras. Pense que pasarias el dia reunido con el rey.
– Y asi sera durante el resto de la jornada, me temo. Manana nos ponemos en marcha, ?lo sabias? -Ricardo no aguardo la respuesta de Francis-. En cuanto a mi paradero, estuve en Westminster… para ver a mi hijo.
Francis lo miro sorprendido y el sonrio.
– Solo me entere esta manana. El otono pasado Nan me escribio a York para anunciarme que estaba encinta.