ojos negros desencajados en un rostro descolorido, y cuando la condesa de Vaux le puso un rosario de marfil en la mano, lo aferro con tanta fuerza que las cuentas se desprendieron y se derramaron en las baldosas. Para los inquietos espectadores, fue un episodio ominoso.

Margarita no reparo en el rosario desparramado. Warwick habia sido su enemigo jurado y mortal. Lo habia odiado, habia desconfiado de el, lo habia necesitado. Pues solo a traves de Warwick pudo obtener la ayuda que el rey de Francia le habia negado tanto tiempo. Habia aceptado la alianza con Warwick impulsada por la desesperacion, las ambiciones de su hijo y la persuasiva insistencia del monarca frances. Se habia reconciliado con el hombre que mas aborrecia, se habia avenido a creer, como el, que Warwick tenia el destino en sus manos. ?Acaso toda su vida no habia hecho lo que otros hombres no osarian? El mas poderoso de los poderosos Neville, el Hacerreyes. No se habia permitido creer que el pudiera fracasar.

Todos la observaban: Somerset y Devon, la condesa de Vaux, el doctor Morton, el abad Bemyster. Somerset la interpelo, pero ella no le presto atencion. ?Que mas podia decirle despues de haberle hablado de Barnet Heath? Se paseo de aqui para alla, se detuvo ante el reclinatorio. Otrora se habia arrodillado en asientos forrados de saten blanco, tachonados de joyas. Este era un rustico reclinatorio monacal, casi un banco. Se arrodillo, apoyo la frente en las manos entrelazadas, pero no rezo.

No supo cuanto tiempo permanecio de hinojos. Al cabo de una pausa eterna, oyo pasos que se le acercaban con la energia de la juventud, oyo la voz que mas amaba.

– ?Maman?

Se volvio hacia su hijo. El le asio la mano, la ayudo a levantarse. Ella se apoyo en el, en el circulo de sus brazos.

– Edouard… ?lo sabes?

– Oui, maman. -El principe Eduardo senalo con la cabeza-. Somerset me lo conto.

Cuando Margarita se agitaba, su ingles muy acentuado tendia a fragmentarse, a desbarrancarse en un incomprensible farfulleo galico.

Asi sucedia ahora, y paso abruptamente a su lengua nativa, se puso a hablar aceleradamente, sin detenerse para recobrar el aliento. Ese frances rapido y coloquial resultaba dificil de seguir para Somerset y Devon, pero comprendieron lo suficiente como para intercambiar miradas de consternacion.

John Morton, que ademas de clerigo era un cortesano consumado, se alarmo al extremo de atentar gravemente contra la etiqueta.

– Madame -barboto, acercandose-, no podeis pensar seriamente en regresar a Francia. Os imploro, aseguradnos que hemos entendido mal…

La sorpresa de ella fue tan manifiesta como su disgusto.

– No habeis entendido mal.

Somerset estaba azorado, al igual que Devon. Pronto sumaron sus voces a la de Morton. Protestaron, debatieron, exhortaron, todo en vano. Margarita hizo oidos sordos a sus suplicas, les dio una respuesta monosilabica y renuente. Estaba decidida. Regresaria a Francia con la proxima marea. No arriesgaria la vida de su hijo ahora que Warwick habia muerto. No habia nada que valiera ese precio. Nada, repitio, con voz glacial.

Para esos hombres moria un sueno, e insistieron hasta hacerle perder la paciencia.

– Habeis dicho suficiente, senores -rugio-. Zarparemos para Francia, y no quiero oir una palabra mas.

Su hijo habia escuchado en silencio, hasta ahora.

– No, maman.

Ella se volvio para encararlo mientras Somerset, Morton y Devon observaban, tensos de subita esperanza.

– ?Edouard?

– No estoy dispuesto a huir, a cederle la victoria a York. Si no aprovechamos esta oportunidad, nunca se repetira. Me apena disentir en esto, maman. Pero no pasare el resto de mis dias en el exilio mientras un usurpador ocupa el trono que me pertenece por derecho.

Ella asintio lentamente.

– En efecto, la corona es tuya, Edouard, hijo mio… una vez que muera tu padre.

La reprimenda lo silencio momentaneamente. Con frecuencia hablaba del sufrimiento de su padre, y juraba vengar su cautiverio, como correspondia. Pero lo cierto es que habia largos periodos en que se olvidaba por completo de Enrique de Lancaster. Los recuerdos de su padre, nunca vividos, se habian enturbiado con los anos, y ademas eran oscuramente desagradables. Tanto los recuerdos como las emociones que despertaban permanecian inexplorados, nunca habian sido expuestos a la luz. Por instinto, el lo preferia asi, y sospechaba que su madre tambien. Su madre debia estar muy preocupada por el, de lo contrario no habria usado asi el nombre del padre.

Aprovechando el titubeo de su hijo, ella cubrio el espacio que los separaba. Le cogio la mano, le estrujo los dedos en una caricia persuasiva, y los presentes vieron que su sonrisa no habia perdido su encanto durante sus anos de exilio.

– No te pido que renuncies a nada, bien-aime. Solo te pido que aguardes tiempos mas favorables… solo eso.

– Si nos vamos de Inglaterra ahora, perdemos todo -declaro el-. Esta oportunidad no se repetira.

– Edouard, no lo entiendes. No comprendes lo que arriesgamos…

– Comprendo lo que esta en juego. La corona de Inglaterra.

Ella le aferro los hombros como si quisiera sacudirlo. Pero no lo hizo, y tras varios jadeos entrecortados, dejo caer los brazos.

– Edouard, amor mio, escuchame -apremio-. No conoces a tu enemigo. Eduardo de York es un soldado curtido, un hombre implacable que nunca fue derrotado en el campo de batalla.

Somerset y Devon se pusieron rigidos, pues la implicacion era obvia, pero ella no tenia tiempo para preocuparse por sus remilgos.

– York juro que teniamos una deuda de sangre despues de Sandal y, aunque miente con la facilidad con que otros hombres respiran, esta vez se propone cumplir su palabra. Ha esperado diez anos para ello. Si perdemos, no tendra piedad contigo.

Habia cometido un error, y lo comprendio, pero demasiado tarde.

– No pido la piedad de York -protesto el-. ?Solo pido ver su cabeza en la Drawbridge Gate de Londres, y a fe que asi sera!

– Bien dicho, Vuestra Gracia -intervino Devon, mientras Somerset y Morton guardaban un prudente silencio, no queriendo irritar mas a la reina sin necesidad, sabiendo que se saldrian con la suya, que el principe prevaleceria.

Margarita tambien lo sabia. Fue evidente en sus siguientes palabras.

– ?Y si insisto, Edouard? -Y el hecho mismo de que necesitara preguntarlo era una concesion de derrota.

– No insistas, maman -murmuro Eduardo.

El silencio que siguio fue incomodo, aun para los exultantes hombres. Devon habia descubierto una jarra de vino y copas en el aparador. Se arrodillo ante el principe Eduardo sosteniendo una copa desbordante.

– Me honraria beber a vuestra salud, alteza.

Eduardo acepto la copa, le sonrio. Habia admiracion en los ojos de Devon; Somerset y Morton tambien lo miraban con aprobacion. Solo las morbidas aprensiones de su madre enturbiaban el placer de ese momento. El le dedico una mirada de afectuosa impaciencia, pensando que pronto volveria a sus cabales. Su madre no era presa de los temores y fantasias tontas que consideraba comunes a la mayoria de las personas de su sexo. No en vano los yorkistas la llamaban «Capitan Margarita», la mujer que habia aplastado a Warwick en San Albano con un imaginativo ataque lateral que ella misma habia concebido. Las mujeres no debian asumir los deberes y prerrogativas de los hombres, pero su madre no era una mujer cualquiera. Era Margarita de Anjou, y el sentia orgullo al mirarla. Aun ahora, cuando era tan insensata, cuando le raqueaba el animo.

Le estampo un beso conciliador en la mejilla tensa.

– Se que no esperabas la derrota de Warwick. Pero si recapacitas, maman, veras cuan poco hemos perdido con la muerte del conde. -Volvio los ojos hacia Somerset-. ?Que decis, milord Somerset? Vos perdisteis a vuestro padre y vuestro hermano a manos de los Neville. ?Acaso podeis decirle a madame mi madre, con sinceridad, que lamentais la muerte de Warwick o Montagu?

Вы читаете El sol en esplendor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату