Somerset sacudio la cabeza.
– No, Vuestra Gracia. No lloro por Warwick -dijo secamente.
Eduardo se volvio hacia su madre.
– Cuando mi senor padre fue capturado por York, Warwick lo paseo por las calles de Londres para que fuera objeto de las befas de la chusma. Warwick le sujeto los pies a los estribos como si fuera un malhechor de la peor ralea… cuando era un rey ungido. Warwick oso mancillar tu nombre y mi heredad, Warwick puso la corona de Lancaster en la testa de York.
– Sabes bien que no lo he olvidado -dijo Margarita con cierta aspereza.
Sin amilanarse, el le dedico su sonrisa mas seductora.
– Estamos entre amigos, podemos hablar sin tapujos. ?Y si York hubiera muerto en Barnet? Aun tendriamos que lidiar con Warwick. Sabiamos que le llegaria el momento de rendir cuentas; tenia mucho por que responder. Pero con York muerto y Warwick bien montado en la silla… bien, no habria sido tan facil bajarlo del caballo. - Sonrio-. De veras,
Devon rio.
– Su Gracia tiene razon, madame. Los hombres acudiran en tropel a vuestro estandarte, hombres que se negarian a pelear por un traidor como Warwick.
– Mi principe -dijo Somerset, con tono de advertencia, pues solo el habia reparado en la joven que aguardaba en el umbral. No sabia cuanto tiempo habia estado escuchando. Pero sin duda habia oido palabras que no estaban destinadas a ella. El habia adivinado su identidad de inmediato, y no necesitaba que le dijeran que era la hija de Warwick, que estaba casada con su principe.
Estaba rigida, en una postura antinatural; el cuerpo esbelto estaba tieso. Su mirada era turbia. Por un instante poso los ojos en Somerset, pero el supo que no lo veia. Habia afrontado esa mirada muchas veces y sabia reconocerla. Hombres mutilados en combate le habian clavado esos ojos intensos y desconcertados en el instante en que cobraban consciencia de la amputacion.
Penso en acercarsele, pero se contuvo. Despues de todo, no era el quien debia ofrecerle consuelo; eso correspondia a Margarita y al principe Eduardo, aunque ni su reina ni su principe parecian dispuestos. Somerset titubeo. ?Por que arriesgarse a la ira de la realeza por un erroneo momento de piedad? Pero la muchacha se habia puesto a temblar. Se tambaleo, busco apoyo en la jamba de la puerta. Somerset juro entre dientes, se le acerco.
– Sera mejor que os senteis, milady -dijo bruscamente, y le aferro el codo, la condujo hacia el asiento mas cercano. Ella no se resistio, se le apoyo en el brazo. Ni siquiera parecia reparar en su asistencia, pero alzo la vista cuando el se enderezo y retrocedio.
– Gracias -susurro.
Desorientado, Somerset miro de reojo a Margarita y su hijo. Observaban atentamente, pero lo miraban a el, no a Ana Neville. Se enfurecio, con ellos por su cruel indiferencia, y consigo mismo por su renuencia a cumplir un sencillo acto de amabilidad. Abrio la boca, dispuesto a decir palabras que lo dejarian mal parado.
– ?Ana? Hermana, ?que te sucede?
Somerset se giro, agradecido de delegar una responsabilidad ingrata en alguien mas capacitado para ejercerla. La hija mayor de Warwick se inclino sobre su hermana. Noto que la muchacha mas joven tragaba saliva, y oyo su tartamudeo de respuesta y el resuello de Isabel Neville.
Isabel se volvio para encarar a los demas.
– Madame, ?que dice mi hermana? ?No puede ser cierto!
Margarita se habia sentado en la silla de respaldo alto del abad. Ante la pregunta, se volvio hacia Isabel.
– Ayer por la manana se libro una batalla cerca de una aldea llamada Barnet -respondio-. York triunfo. Tu padre y tu tio murieron en la contienda.
Somerset fruncio el ceno; aunque amaba a su reina, lamento que no hubiera hallado palabras mas suaves. Oyo a sus espaldas el gemido estrangulado de Ana Neville. Santo Dios, penso, ella no sabia lo de Montagu. Isabel Neville, en cambio, no emitio ningun sonido. Le daba la espalda a Somerset, pero el vio que encorvaba los hombros, que su cuerpo se estremecia.
– ?Que hay de mi esposo?
Somerset se sobresalto. Habia pensado en la muchacha como la hija de Warwick, y casi se habia olvidado de que era esposa de Clarence. Penso que ella habria hecho mejor en no recordarselo.
– ?Tu esposo? -repitio Margarita, en un tono que habria amilanado a un espiritu mas indomito que el de Isabel Neville.
Pero al instante Somerset entendio que la muchacha lo habia interpretado mal, pues exclamo:
– ?Santa Madre de Dios! ?Tambien ha muerto!
– No. -Margarita se inclino hacia delante-. No ha muerto. No derroches lagrimas por Clarence. Sospecho que a el le va bien, como suele ocurrir con los hombres de su calana. Clarence sera tonto, pero hasta ahora ha sido un tonto bastante afortunado. Sera mejor que llores por ti misma, lady Isabel.
A Somerset le desagrado el comentario, pero Isabel solo entendio que su esposo estaba con vida.
– ?Donde esta el, madame? ?Se reunira con nosotros…? -Dejo morir la frase. El instinto la alertaba sobre un peligro desconocido-. ?Esta herido?
– No, tu esposo salio indemne de la batalla. Ni siquiera un rasguno.
Esas palabras debian haberla tranquilizado, pero solo sirvieron para asustarla. Isabel espero, atonita, que le asestaran el golpe.
– Nos traiciono. -Margarita escupio las palabras, vio la reaccion de Isabel. Al comprobar que la conmocion de la muchacha no era fingida, se relajo un poco, dijo con desden-: En cuanto tuvo la oportunidad, se paso al bando de York. Abandono a tu padre… y tambien a ti, al parecer.
– La traicion ya es un habito para Clarence -observo el principe Eduardo, y Margarita aparto los ojos del rostro demudado de Isabel, miro a su hijo.
– Y apuesto a que no penso en la esposa que podria pagar el precio de su ruindad.
Somerset no interpreto que ella se propusiera responsabilizar a Isabel Neville de los pecados del esposo. Margarita era impulsiva pero no tonta. Nunca daria a York un arma tan potente como la acusacion de que Lancaster habia maltratado a la hija de Warwick. Mas aun, la muchacha seria un rehen dudoso, en el mejor de los casos; Clarence solo cambiaba de bando cuando corria peligro su propio pellejo. Pero al mirar a la intimidada Isabel, comprendio que ella tomaba en serio la amenaza implicita de Margarita.
Ana Neville se puso de pie, tan rapidamente que tropezo con sus faldas.
– Madame, Isabel es mi hermana -dijo resueltamente.
Somerset sabia que eso significaba muy poco. Sospechaba que Ana tambien lo sabia. Veia el temblor de esos pequenos punos que se apretaban contra los pliegues de la falda con reveladora intensidad.
Isabel Neville tambien parecio entender que necesitaba un protector mas poderoso que su hermana, y miro a su cunado.
– Un principe de Lancaster no se vengaria en una mujer -declaro, en una apelacion que carecia de sutileza pero no de sinceridad.
El principe parecia disfrutar del momento. Somerset no atino a distinguir si se sentia halagado por la suplica de Isabel, pero respondio afablemente:
– Calmate,
–
Al cabo de una larga pausa, Ana anadio su agradecimiento con un hilo de voz, y Eduardo miro tardiamente a su madre, en busca de una confirmacion. Margarita miraba a su aplomado hijo con desconcierto, pero no lo contradijo. Por primera vez parecio reparar en el abad Bemyster. El no habia participado en la conversacion, ni habia intentado confortar a las hijas de Warwick. Pero aunque fuera neutral, era un sacerdote, y no era uno de los suyos, como Morton. En su presencia debian observar ciertas formalidades. Volvio a mirar a su nuera.
– Sospecho que tu y tu hermana preferis volver a vuestros aposentos, Ana. Teneis mi venia para retiraros. - dijo impavidamente. Y anadio con indiferencia-: Mis condolencias por vuestra perdida.
Margarita, sumida en sus cavilaciones, siguio con los ojos a Ana Neville. Su expresion era enigmatica,