Muchas de estas cosas las vendio al trueque pues, segun me dijo, los caudales escaseaban en las Indias porque todos los metales se iban para Espana, tanto el oro y la plata como el cobre, faltando tambien las perlas que salian a millones de los ostrales de Tierra Firme asi como cualquier otra cosa de valor que pudiera usarse como moneda. Por esta razon, zarpamos de Trinidad con unas buenas cantidades de cacao, yeso, carne de res, cocos (que resultaron ser aquellas nueces cubiertas de pelo marron y con carne blanca y tiesa que yo comia en mi isla), aves de corral, brea y carbon.
Los alisios y las corrientes de la zona seguian la direccion de la costa hasta Santa Marta, asi que la navegacion era rapida y comoda y la distancia entre las ciudades se hacia bastante corta. Desde Trinidad, pasando por las despobladas islas de los Testigos, llegamos a Margarita en solo dos dias. El pregonero anuncio nuestra llegada y pronto el puerto se lleno de comerciantes y vecinos interesados en nuestros generos. Mi padre me prohibio bajar a tierra para no correr ningun riesgo con mi senor tio Hernando y me quede sola en el barco viendo como todos se alejaban alegremente en el batel. Aproveche para vaciar la vejiga sin los peligros habituales pues, en el mar, teniamos que subir por la borda hasta el mascaron de proa y colgarnos del aparejo -lo que, por suerte, nos ocultaba de la vista, y a mi me permitia mantener el engano-, de manera que las olas, al chocar contra el barco, lo fueran limpiando todo.
Me aburri mucho esperando a que regresaran mi nuevo padre y mis companeros pero, a lo menos, tuve ocasion de escudrinar toda la nave a mi gusto. La
La vida a bordo era muy sencilla. Por la manana, tras despertarnos antes del alba, nos lavabamos un poco en los baldes, desayunabamos, achicabamos el agua que habia entrado por la noche, comprobabamos y cosiamos las velas (en el mar, no hay pano que aguante) y repasabamos las jarcias. Guacoa, el piloto, era el unico que no participaba en estas actividades porque no podia abandonar su puesto en la cana del timon. Despues, a media manana, comiamos. Siempre habia agua o vino para beber y galletas de maiz a modo de pan y, luego, unos dias tomabamos pescado con guisantes o alubias y, otros, cerdo salado con trigo y cecina. Los domingos, ademas, queso en aceite de oliva. El mulato Miguel, el cocinero, preparaba la comida en un gran caldero de hierro, sobre una lumbre que prendia a cielo abierto junto al palo mayor. Por la tarde, limpiabamos a fondo la cubierta con vinagre y sal y fumigabamos las bodegas y compartimentos inferiores quemando azufre, de cuenta que no se formasen nidos de ratas ni de cucarachas. Despues, cenabamos lo mismo que habiamos comido a mediodia y, antes de ir a dormir, mi padre y sus hombres cantaban canciones acompanandose con el laud y el pifano (que tocaba el murciano, Lucas Urbina) o jugaban a los naipes unas largas y emocionantes partidas de rentoy, primera o dobladilla que, las mas de las veces, terminaban a gritos y golpes contra la mesa. El marinero Rodrigo, el de Soria, habia sido garitero [16] en una casa de tablaje de Sevilla durante algunos anos y dominaba todos los ardides y fullerias de los juegos de naipes: sabia marcarlos, guardarlos fuera de la vista, anadirlos durante la partida, disponerlos de tal modo que saliera el mas favorable, cambiar un mazo por otro, enganar al cortar, varias maneras para hacer senas y otras tantas para conocer la mano del contrario. Por eso nunca le consentian participar y se limitaba a ejercer de arbitro en las disputas, que eran muchas e incesantes. Menos mal que no jugaban a estocada, apostando caudales, pues podria haber acaecido alguna desgracia.
Por fortuna, aquella larga jornada de soledad en el puerto de Margarita termino al atardecer, cuando el batel regreso a la nao cargado con agua para el viaje y con las nuevas mercaderias cobradas al trueque: maiz, mijo, yuca, patatas, pinas…, todas ellas desconocidas para mi pero muy sabrosas y nutritivas segun pude comprobar en los dias siguientes, cuando Miguel las anadio a las comidas. Tambien habia algodon, tabaco y cafe en no muy grandes cantidades porque, al parecer, eran articulos escasos y muy valiosos. De todas estas pequenas transacciones mercantiles en los puertos que realizaban los mercaderes de trato, la Corona se quedaba una parte muy importante. Mi padre tenia que pagar muchos impuestos pero los mas gravosos eran el almojarifazgo, el diezmo y la alcabala, que se llevaban un buen bocado de cada negocio. Puede que las ciudades fueran apenas un pequeno grupo de casas de barro y madera, que no hubiera soldados ni canones para defenderlas de los ataques piratas, que los colonos no tuvieran comida que llevarse a la boca ni ropas que ponerse, pero lo que si habia, sin excepcion, era uno o dos oficiales de la Real Hacienda encargados de la aduana que no dejaban entrar o salir ni a una gallina si no pagaba el previo arancel.
– Yo creia que estas tierras eran ricas -le dije a mi padre esa noche-, pero, a lo que se ve, aqui hay tanta miseria y necesidad como en Espana. ?Por que las gentes carecen de todo?
– Porque las flotas anuales no llegan cuando tienen que llegar -me respondio, dejando un momento de lado a Guacoa, el piloto, que discutia con el algo sobre la derrota [17] hasta Cubagua, nuestro proximo destino-. Solo Espana puede surtir de toda clase de abastos los mercados de las Indias. Ningun otro pais tiene permiso para mercadear aqui, de cuenta que, si los productores espanoles no estan en condiciones de cargar las naos suficientemente para proveernos o si se reciben noticias de barcos piratas en las rutas de las flotas, estas se retrasan hasta estar completamente cargadas o hasta que la amenaza inglesa, francesa o flamenca desaparece y, en el entretanto, aqui nos falta de todo.
– Pero de aqui salen montanas de oro, plata y perlas para la Corona -objete-. Algo se quedara.
– Te equivocas -repuso, muy serio-. Los colonos de estas poblaciones siempre estan muy necesitados de todo. ?Para que les serviria el oro si no hay nada que comprar? Ademas, si tuvieran oro o plata o perlas o, incluso, gemas preciosas, que tambien las hay, los piratas se las quitarian durante sus habituales asaltos a las villas. La poca o mucha riqueza que pudiera quedar se gasta en las guerras contra los indios, pues la Corona no aporta suficientes naves, ni soldados, ni armas, ni polvora, ni construye suficientes guarniciones para defender a sus subditos de los ataques de las tribus que aun no han sido conquistadas, ya que debe sufragar sus guerras por la fe catolica en Europa. Todo lo pagan los vecinos con sus propios caudales y anadele que, aunque las tierras son muy buenas para las labranzas y las crianzas, los pobladores no pueden acceder a ellas porque pertenecen a unos pocos y ricos encomenderos a quienes la Corona se las dio y que solo estan interesados en la busqueda del oro y la plata. Por mas, si algo faltare para aumentar la miseria de estas tierras y de sus lugarenos, los escasos frutos del trabajo propio, como el mio, pagan unos impuestos altisimos a la Real Hacienda. Asi que nada queda, en verdad, para los colonos.
En Cubagua ya me encontre mas suelta en los trajines del comercio y el manejo de la balanza de cruz. Bien es verdad que alli no quedaban apenas vecinos pues los ostrales se habian agotado recientemente y las gentes abandonaban sus casas en busca de otros sitios donde mejor vivir, pero yo me sentia como una reina (o como un rey), mercadeando nuestros generos junto a mi padre. Cubagua era famosa por la habilidad de sus indios guaiqueries para la pesca de perlas.
– Que te cuente Jayuheibo -le animo mi padre durante la cena-. El es de aqui.
Jayuheibo, el marinero, levanto la mirada de su plato y echo una ojeada hacia la isla por encima del costado de babor. Un gran calvario de piedra se divisaba en la distancia. Lo mismo que al piloto Guacoa, al marinero Jayuheibo no le habia oido hablar en demasiadas ocasiones. Ambos indios eran gentes calladas y muy suyas, aunque Jayuheibo se reia mas y convivia mas con sus compadres que Guacoa, quien siempre andaba a solas, con el rostro serio y en silencio. Sin duda, era un piloto excelente que no necesitaba ni portulanos ni cartas de marear para conducir la nave, orientandose de dia por el sol y de noche por las estrellas, pero su silencio y maneras cautas me producian una cierta inquietud. Jayuheibo, el indio guaiqueri, actuaba de otra manera.