instantes y luego tornaron al baile.
– Ahora en frances y en lengua flamenca -indico mi padre.
Y Lucas, aunque yo no comprendia sus guirigais y lo mismo podia estar gritando en turco, asi lo hizo, pero tampoco nadie respondio y, al igual que antes, las luces quedaron como en suspenso en cada ocasion para, luego, seguir moviendose de un lado a otro. Al poco, sin embargo, el aire del mar trajo una voz hasta nosotros:
– ?Esteban Nevares! ?Estais ahi?
Mi padre no respondio.
– ?Senor Esteban, quiero parlamentar con voace!
– ?Cuidado, padre! -me alarme, recordando a los maleantes que transitaban por la plaza Zocodover de Toledo-. Tiene hablar de rufian y maton.
– Y de esclavo -murmuro mi senor padre, inclinandose sobre la borda como si, de este modo, pudiera ver quien habia en la playa-. ?Aqui estoy! -grito-. ?Quien sois y que quereis?
Las luces se pararon.
– ?Soy el rey Benkos!
Un murmullo de sorpresa salio de la boca de mis compadres. Negro Tome, Anton Mulato, el cocinero Miguel y el grumete Juanillo se abalanzaron sobre el costado de estribor lanzando exclamaciones de jubilo. Mi senor padre, con grande enojo, les hizo dejar el sitio mal de su grado.
– ?Fuera de aqui, idiotas! -les espeto-. ?Si os disparan con un arcabuz o con un mosquete podeis daros por muertos!
– ?Pero si ya ha oscurecido y no se ve nada! -protesto Juanillo.
– ?Esteban Nevares! -insistio la voz desde tierra-. ?Seguis ahi o habeis fallecido del susto?
– ?Mucho mas famoso tendrias que ser y mucho mas grandes tus hazanas para que yo me asustara de un cimarron [25] como tu!
– ?Venid a tierra, senor mercader! ?Tengo negocios que tratar con voace!
Mi padre quedo pensativo.
– ?Que garantias me das? -pregunto al fin.
– ?Cuales quereis?
– ?Envia nadando a algunos de tus hombres y mi batel los recogera a medio camino! ?Se quedaran en mi barco mientras nosotros parlamentamos!
– ?Sea! -admitio la voz del tal rey Benkos-. ?Y, por mas, como garantia total de mi buena fe os enviare de rehen a uno de mis hijos!
– ?Soltad el batel! -ordeno mi padre.
– ?Pero en garantia de la vuestra -siguio diciendo el rey-, os pido que traigais tambien al vuestro, a Martin!
– ?Alto! -grito el senor Esteban, parando la maniobra-. ?Como sabe ese cimarron que yo tengo un hijo? - mascullo.
– ?Aceptais, senor? -pregunto el supuesto rey.
– ?Hasta aqui han llegado nuestros parlamentos! ?Que sabes tu si yo tengo un hijo o no y como se llama?
– ?Soy el rey Benkos Bioho -grito el otro-, y todos los esclavos negros de Tierra Firme escuchan para mi, senor mercader! ?Lo se todo y lo conozco todo, por eso el tino me dice que hemos de llegar a un buen trato de comercio!
Mi senor padre puso cara de estar viendo un fantasma, un anima en pena o un espiritu hechizado. Parecio dudar pero, finalmente, hizo con el brazo un gesto rapido para que culminaramos la maniobra de bajar el batel al mar y ordeno a Jayuheibo y a Mateo que recogieran a los rehenes del agua aunque sin acercarse demasiado a la playa. Echamos las anclas y permanecimos en vilo mientras todo esto acontecia, escuchando en silencio el ruido de los remos.
Cuando el batel regreso y los cascos de ambas naves se tocaron, supe que algo muy grave iba a suceder. Me lo dijo mi instinto y el sudor copiosisimo que me corria por todo el cuerpo a pesar de la fresca brisa nocturna.
Cuatro negros empapados, con las ropas hechas pedazos, descalzos, las cabezas sin cubrir y los muchos cabellos ensortijados goteando agua, saltaron sobre la cubierta mirando a diestra y siniestra con desconfianza. No iban armados pero hubieramos hecho falta todos nosotros para acabar con ellos, pues eran recios, altos, de anchas espaldas y poderosos brazos. Uno de los cuatro, el que debia de ser el hijo del rey Benkos Bioho, parecia tener solo catorce o quince anos (los mismos que tenia mi hermano cuando murio) y, de todos, era el que mostraba mas orgullo en los ojos y un porte mas altivo. La piel y los rizos negros le brillaban como si se los hubiera untado con aceite.
– Tome, Martin -llamo mi padre-. Vamos.
Al poco, bogabamos en silencio hacia la costa con Jayuheibo y Mateo, rompiendo el agua con los remos. En cuanto las misteriosas luces de la bahia sirvieron para algo mas que para hacer senas, descubri, en el centro de la playa, quince o veinte negros con picas cortas y espadas al cinto que miraban fijamente en nuestra direccion. Por unica vestidura se cubrian con unos calzones astrosos y rotos, dejando el torso al aire. Delante de ellos, un hombre viejo, fuerte y tan descalzo como los demas, hundia sus pies y el asta de su lanza en la arena, esperandonos. Tendria cerca de los cuarenta anos, pero parecia que ni un huracan podia derribarle, tal era su arrogancia. Sin duda, se trataba del rey Benkos.
Jayuheibo y Tome saltaron al agua en cuanto estuvimos a diez pasos de la orilla y arrastraron el batel con nosotros dentro.
– ?Sed bienvenido, senor Esteban! -exclamo Benkos, aproximandose y haciendo una inclinacion ante mi padre, que caminaba ya tambien hacia el-. Y tu -anadio, dirigiendose a mi-, sin duda eres Martin Nevares, su hijo, pues mucho os pareceis. Vengan voaces y tomen asiento junto a nosotros.
El corro de cimarrones se abrio para dejarnos paso y alguno prendio fuego a una pila de maderos y yesca que habia alli mismo, encendiendo una hoguera. Al otro lado, dos sillas vacias esperaban, dispuestas para la conversacion. Mi padre y el rey Benkos las ocuparon. Un negro se acerco hasta ellos con dos vasos de vino. Los demas, nos sentamos en la arena.
– ?Como le van los negocios, senor Esteban? -se intereso el rey con una sonrisa mientras levantaba el vaso de vino en el aire-. ?A su salud!
Mi padre tambien bebio y se seco los labios con la mano.
– Mis negocios -repuso- sin duda van mejor que los tuyos, Domingo. No has de tardar en caer en manos de la justicia.
– Mi nombre es Benkos -se ofendio el otro.
– Fuiste bautizado como Domingo cuando llegaste a Cartagena.
– Cuando llegue a Cartagena estaba hecho un esqueleto y, de tanto latigazo, andaba con el cuerpo en carne viva. Ni siquiera sabia lo que estaba ocurriendo cuando aquel fraile me tiro el agua sobre la cabeza en el puerto. No entendia el castellano, senor, y no di mi consentimiento. Yo era rey en Africa y nunca volvere a ser esclavo en ninguna parte del mundo. Me llamo Benkos Bioho y, si quereis llegar a un buen acuerdo conmigo, asi debereis nombrarme.
– ?Y por que iba yo a querer ningun trato contigo, cimarron?
Me extranaba mucho que mi padre, contrario a la esclavitud, estuviera actuando de aquel modo. No se me vino al entendimiento entonces, ignorante de mi, que nuestra situacion era de peligro, que nos superaban en numero y que el solo intentaba aparentar una fortaleza que estaba muy lejos de sentir.
– Ambos nos necesitamos, senor mercader -afirmo el rey con una sonrisita burlona en los labios-. Voace debe pagar a Melchor de Osuna veinticinco doblones al tercio y yo quiero armas y polvora para defender mis palenques. Yo tengo doblones para voace y voace puede mercadear para mi arcabuces y mosquetes de rueda.
– ?Que son los palenques? -pregunte en un susurro a Negro Tome, que estaba sentado a mi lado.
– Poblados de cimarrones. Son tantos los esclavos que huyen a las cienagas y a las montanas siguiendo al rey Benkos que han fundado varios de esos palenques en los que viven segun las costumbres africanas.
– ?Y tu no quieres ir a uno de esos? -inquiri con curiosidad.
– Yo soy un hombre libre -susurro con orgullo-. El maestre me compro y me dio la carta de libertad ha muchos anos. No he menester escapar ni ocultarme de nadie.
– ?Y de donde -estaba preguntando mi padre-, si puede saberse, voy a sacar yo ballestas,