confiando en que Guacoa gobernara bien el timon para contrarrestar los movimientos del oleaje. Juanillo y Nicolasito sufrieron unas bascas terribles y mi padre los mando a las bodegas para vigilar las mercaderias porque, dijo, esas cosas se pasaban de unos a otros con mucha facilidad y, al final, ibamos a terminar todos malos. Salimos de la tormenta cerca de Punta Araya y, tras reparar con presteza los danos de la nao, guindamos velas y arrumbamos hacia las salinas con la esperanza de toparnos con una de aquellas urcas flamencas y liquidar el asunto con presteza. Pero como las urcas, segun supimos luego, surcaban los mares en flotillas de a seis o de a ocho barcos y permanecian juntas hasta despues del tornaviaje, era imposible que encontraramos a una de ellas mareando sin las demas. En cambio, en cuanto nos acercamos al puerto de Araya -una tarde, despues del mediodia-, divisamos la escuadra completa de naos panzudas, atracadas en formacion defensiva y con todas las dotaciones a bordo y las artillerias de cubierta listas para ser utilizadas.
El estruendoso disparo de un canon nos advirtio que no debiamos avanzar mas. La pelota de piedra no iba dirigida contra el casco de nuestro jabeque pues se hundio en el mar con grandes salpicaduras de agua, a unas sesenta varas de la proa, por el lado de babor.
– Aqui nos quedamos -dijo mi padre, mirando la flota flamenca-, no sea que quieran hundirnos.
– Quiza deberia hablar con ellos, maestre -propuso Lucas.
– Hazlo. Anunciales que queremos comerciar.
Lucas se subio al baupres, en la proa, y, agarrado por las piernas como un mono, se puso las manos alrededor de la boca y grito sus galimatias. Los flamencos contestaron y el torno a gritar. Luego, bajo del baupres y volvio junto a mi padre.
– Senor Esteban, piden que mandemos a alguien para parlamentar.
– Sea -repuso mi padre con semblante grave.
Nada de aquello le gustaba y solo por caudales se avenia a tales tratos, mas lo peor era que, desde el momento que empezara sus acuerdos con aquellos flamencos, el mismo seria, ante la ley, un contrabandista y eso representaba una carga muy grande para un hidalgo tan orgulloso y honesto como el, que ya se habia visto en la necesidad de pactar alianzas con cimarrones buscados por la justicia. Tantos disgustos, a su avanzada edad, me hacian temer no tanto por su salud como por su vida, pues le veia desgastarse y consumirse de dia en dia.
Bajamos el batel al mar y mi padre, Lucas, Jayuheibo y Anton embarcaron y partieron rumbo a la nave capitana de la flota. Tardaron mucho en regresar. La lluvia arrecio y los que habiamos quedado en la
Mi padre subio a bordo el primero. Venia apesadumbrado y silencioso y se fue a su camara sin decir nada. Jayuheibo y Anton se quedaron recogiendo el batel mientras Lucas, mi maestro, se sentaba en la cubierta mojada por la lluvia para contarnos lo que habia ocurrido:
– A fe mia que esos flamencos son duros negociantes -empezo a decir el de Murcia tentandose las barbas-. Dicen que solo quieren tabaco a trueco de las armas, que nada mas les interesa mercadear y que quieren grandes cantidades.
– Grandes cantidades no se si encontraremos -declaro Rodrigo, preocupado.
– Venia en el batel comentando con el maestre -continuo diciendo Lucas- que, con los abastos que llevamos en las bodegas, podemos adquirir algo de tabaco en los mercados de Cartagena, Cabo de la Vela, Cumana y Margarita, donde se hallan las principales plantaciones de Tierra Firme. Las arrobas de tabaco que saquemos, sean muchas o pocas, se las traemos a estos flamencos. Ellos nos dan armas y nosotros se las entregamos a los cimarrones que, a su vez, nos pagaran con plata del Potosi. Con esta suma, a ser posible, tratamos esta vez con los plantadores de tabaco de los lugares mentados y, como faltan caudales por toda Tierra Firme y nosotros llevaremos plata contante, pactamos unas cantidades y unos precios, de suerte que obtengamos mas arrobas por menos dineros. Cargamos la nao con el tabaco y regresamos, empezando de nuevo. En cada viaje ganaremos un poco mas.
– ?Pero han exigido alguna cantidad? -quise saber.
– No, estos bribones no han querido convenir nada -me respondio mi maestro de escuela-, pero si han dicho que, cuanto mas tabaco, mas armas. En esa oronda nao de dos palos habia uno de Middelburg llamado Moucheron [32], quien manda en este sitio, que parecia mas dispuesto a negociar. Los otros, los maestres de las urcas, han dicho que ellos, con la sal de piedra ya ganan bastante y que, si queremos armas, tendremos que comprarlas con mucho tabaco en rama [33], una mercaderia que se vende a precio de oro en las ferias de Amberes. Estaban enfadados porque dicen que el rey de Espana, aconsejado por el gobernador de la cercana Cumana, don Diego Suarez de Amaya, esta pensando en envenenar la salina para que ellos no puedan trabajar aqui.
– ?Y por que, en lugar de envenenar la salina -pregunte, extranada-, no la explotan los cumaneses y Espana se la vende a cualquier otra nacion? Ganariamos todos, pues el rey tendria sus caudales de los impuestos y los cumaneses sus buenos maravedies.
– Vives muy enganado, Martin -me dijo Rodrigo, socarron-. Has de saber que el rey quiere derrotar a toda costa a estos rebeldes flamencos para mantener unido su imperio, asi que, ademas de combatirlos con ejercitos les cierra los mercados y les prohibe comerciar con Espana. Solo en esta guerra se gastan, todos los anos, mas de tres millones y medio de ducados [34], dineros que salen de las rentas reales y que hacen del rey un recaudador insaciable que nunca exprime bastante a sus subditos ni tiene suficientes riquezas ni acumula demasiados prestamos de los banqueros de Europa. Por mas, Espana abastece de hombres los Tercios y las Armadas, y no hay bastantes padres, hermanos, hijos ni parientes para proveerlos. Perderemos Flandes, Martin, puedes estar seguro, pero, en el entretanto, Espana volvera a arruinarse una y otra vez, como ya ha sucedido, y las oportunidades de buenos negocios, tal que este de la salina de Araya, se extraviaran en manos de gentes mas listas que nosotros. Tu dile al gobernador Suarez de Amaya que ponga a trabajar a sus gentes en la salina y te dira que no puede porque tienen que sacar perlas de los ostrales y te dira tambien que no dispone de bastantes hombres para protegerla de los piratas flamencos porque el mismo rey que le exige una gran produccion perlifera para su Caja Real no le envia soldados, ni barcos, ni armas suficientes. Asi pues, Martin, perderemos Flandes, perderemos la sal de Araya, perderemos el imperio y Espana seguira siempre en bancarrota.
– ?Basta, Rodrigo! -la voz de mi senor padre sono como uno de los truenos de aquella tormenta que volviamos a tener encima-. ?Ya te tengo dicho muchas veces antes de ahora que no quiero oir lamentos de este jaez! ?Al trabajo! Zarpamos rumbo a Margarita. Volveremos a Cumana en el tornaviaje.
Juro cierto que aquellos anos de constante trabajo, de contrabando, de peleas con los flamencos por las armas (nunca tenian bastante tabaco), de miedo a la ley y a la justicia, de encuentros clandestinos con Benkos, de mercadeo con los plantadores, de idas y vueltas por la costa de Tierra Firme, con buen tiempo, mal tiempo, siempre temerosos de encontrarnos con los piratas ingleses, ora llevando tabaco a Moucheron, el de Middelburg, que nos hacia de intermediario con los maestres de las urcas, ora despistando a las autoridades, a los conocidos, a otros mercaderes -amigos y enemigos-, e, incluso, a los oficiales reales de las aduanas, juro cierto, digo, que aquellos anos resultaron muy duros para todos, mas, pese a ello, debo confesar que tambien fueron, secretamente, venturosos y felicisimos para mi, pues comparandolos con los que habia pasado en Toledo me sentia la mas dichosa de las mujeres por disfrutar de semejante libertad y por poder vivir aquellos peligrosos lances. Mis sentimientos debian de ser muy parecidos, me decia yo, a los de los cimarrones del rey Benkos cuando huian de la esclavitud hacia la libertad de las cienagas y las montanas.
Sin embargo, en modo alguno fue asi para mi padre. Gano muchos caudales, sin duda, pero su humor, antes amable, se torno agrio, su caracter duro y su gallardo porte volviose el de un anciano cansado. Madre (la senora Maria) temia tanto por el que le prodigaba hartos cuidados maternales, desatando su ira, ahora rauda y facil, y provocando tumultuosas peleas de las que yo escapaba saliendo por la puerta de la cocina con Mico, el pequeno y viejo mono, que se asustaba mucho con los desaforados gritos de sus duenos.
Cada cuatro meses visitabamos a Melchor de Osuna para pagarle el obligado tercio y yo seguia prometiendome que, algun dia, salvaria a mi padre de aquel ladron, aunque como al presente teniamos dineros, ya no nos costaba reunir los veinticinco doblones. No es que nadaramos en la abundancia, pues tampoco eramos grandes mercaderes como los hermanos Curvo, los primos de Melchor, cuya gran fama se me hizo conocida a