fuerza de visitar los mercados y ciudades de Tierra Firme, mas viviamos bien, si por vivir bien se puede considerar estar siempre preocupados por si eramos descubiertos. Al abandonar el trato de otras mercaderias y comprar solo tabaco, pronto fue de conocimiento publico que el senor Esteban se habia pasado al contrabando. Teniamos el tiempo contado y lo unico que importaba era retrasar el momento en el que las autoridades y los alguaciles encontraran probanzas valederas en nuestra contra o testigos dispuestos a hablar.
En Santa Marta, como era de suponer, todos los vecinos (menos el gobernador) estaban al tanto del cambio de intereses de mi senor padre, aunque era tan grande el aprecio en el que le tenian que ninguno se fue nunca de la lengua por descuido. Al ser yo considerada su hijo y, por mas, apreciada en general, muchos de los del pueblo se me acercaron para decirme, enhilando frases turbadas, que a ellos nada se les daba de los negocios de mi padre y que, por lo mismo, nada sabian ni dirian. Para mantener abierta la tienda, madre puso al frente a una de sus mozas y los bienes se compraban, de tapadillo por las apariencias, a los comerciantes de trato que acudian a la mancebia.
A finales de la estacion seca [35] del ano mil y seiscientos y uno, escapamos por los pelos del corsario ingles William Parker, que aparecio en Margarita en el momento justo en que nosotros nos marchabamos con nuestro cargamento de tabaco. En la boca de la bahia, nos cruzamos con el navio
Pero Parker no fue el unico que asolo nuestras costas aquel ano. Promediando la estacion lluviosa, otro britanico ataco Curacao, Aruba y El Portete. No llegamos a saber su nombre. Poco despues, el corsario Simon Bourman saqueo todas las poblaciones entre Cumana y Rio de la Hacha. Menos mal que este fue capturado por las autoridades. Y, para remate del asunto, por si no teniamos bastante con las rapinas de los ingleses, los flamencos empezaron tambien a desempenarse en negocios tan provechosos como el secuestro y el robo. Cuando mi padre, a traves de Lucas, menciono el asunto a Moucheron, que aquel dia nos habia invitado a visitar la salina, el de Middelburg vino a decirle, mientras se rascaba la cabeza con ahinco, que lo habian hecho holandeses de otras provincias y que con su pan se lo comiesen y lo disfrutasen, pues mientras Su Majestad les cerrase los mercados del imperio, ellos harian lo que les viniese de gusto.
Muy poco me agradaba a mi el tal Moucheron, aunque era de justicia reconocerle el buen gobierno y la organizacion de los trabajos de la salina. Pasandome un brazo por el hombro como si fuese mi padre o un buen amigo, nos condujo, iluminandonos con un farol, por los enormes maderos que servian de puentes sobre la extensa mina de sal, que tenia legua y media de circunferencia. Era de noche, pues de dia no se podia ni estar alli ni trabajar por el ardiente calor que, a lo que dijo, mataba a los hombres. Pero, con sol o con luna, la pujanza de la sal era tan atroz que se comia el grueso y recio cuero de las botas, corroyendoles los pies a los trabajadores, de cuenta que tenian que usar chanclos de madera que tampoco aguantaban demasiado. Moucheron nos enseno las faenas que estaban haciendo los flamencos: unos, con picos y piquetas, golpeaban la piedra para que otros, una vez suelto el bloque, lo levantaran con la ayuda de grandes palancas de hierro acerado y lo dispusieran sobre unas chalanas que eran arrastradas hasta los puentes por cinco o seis hombres fuertes. Desde alli, con unos carros pequenos de dos ruedas tirados por caballerias, los bloques de sal eran llevados hasta la playa, a unos setecientos pasos de distancia, para ser cargados en los bateles de las urcas, en cuyas bodegas descansarian hasta llegar a Flandes y ser vendidos a muy buenos precios.
– No puedo dejar de pensar -musito Rodrigo con rencor- que esta sal es nuestra y que nos la estan robando.
– Olvida eso ahora -le replico mi padre, tambien en susurros-. Que mande tropas el rey y lo resuelva. Nosotros solo queremos armas.
Y armas tuvimos, y muy buenas. Excelentes, en verdad. Con ellas, el rey Benkos defendio sus cada vez mas numerosos palenques, que ya se esparcian desde Cartagena hasta Rio de la Hacha. Siempre habia alguno de ellos que, segun informaban los confidentes, estaba a punto de sufrir un proximo asalto y Benkos nos pedia pertrechos de continuo. Le conseguimos excelentes arcabuces de rueda de doble quijada, mosquetes con llave y mosquetes de borda con serpentin, que eran los que el mas queria, ademas de polvora, plomo y mecha en abundancia. El palenque mas cercano a Santa Marta era uno que habia fundado su hijo en la margen derecha del rio Magdalena y Benkos pasaba alli, a menudo, largas temporadas, durante las cuales mi senor padre, como solo estabamos a unas pocas horas de distancia a caballo, le hacia largas visitas. Ahora, el rey Benkos y el compartian algo muy importante: ambos huian de la justicia y sus vidas estaban marcadas por el temor a dar con sus huesos en las galeras del rey, en el mejor de los casos, o en el cadalso, en el peor. Alguna vez yo le acompanaba y disfrutaba con los bailes y las extranas ceremonias africanas que celebraban aquellos esclavos fugados, satisfechos de poder comportarse de acuerdo a sus antiguas costumbres lejos de los malos tratos, las vejaciones y las obligaciones de una religion que no era la suya. Madre tambien se habituo a venir y pronto hizo buenas migas con la mujer de Benkos (una de las mujeres de Benkos, la principal, pues tenia otras), asi que, cuando en la estacion seca del ano mil y seiscientos y dos, el entonces gobernador de Cartagena, don Jeronimo de Zuazo Casasola, organizo un numeroso ejercito para asaltar los palenques de la Matuna, el rey Benkos, informado de ello, dejo al cuidado de madre a las mujeres y a los ninos en el palenque de Santa Marta y se enfrento a los hombres del gobernador en una dura batalla que duro varios dias. De no haber tenido las magnificas armas que le habiamos vendido, hubieran sido derrotados pero, gracias a ellas, ni un solo cimarron cayo en manos de los soldados, si bien, tras la victoria, se vio que las labranzas y los bajareques habian quedado destrozados y que se imponia cambiar de lugar, buscar otro mas abrupto y selvatico, mas alejado de Cartagena. Fue entonces cuando se fundo el gran palenque de los montes de Maria, mas al sudeste, que nunca fue conquistado.
Otro acontecimiento importante ocurrio aquel ano y por aquel entonces. Cierto dia, estando yo ocupada en mis lecturas, disfrutando de encontrarme en casa entre un viaje en la
– ?Que le pasa, padre? -pregunte, devolviendole la sonrisa.
– ?Quieres escuchar lo que dice esta carta?
– Si vuestra merced lo desea, por supuesto -repuse, sentandome bien y dejando el libro sobre mi mesa-bajel. Lo bueno de los calzones es que se podian poner los pies sobre la cama sin problema, cosa que con las enaguas y las sayas hubiera resultado muy incomodo.
Tomo asiento en la otra silla del cuarto y se calo los anteojos:
– «A treinta de mayo de mil y seiscientos y dos -empezo a leer con su vozarron grave-. Por la presente, Esteban Nevares, hidalgo, vecino de la ciudad de Santa Marta, ubicada en la provincia de Tierra Firme, dice que suplica a Vuestra Alteza le haga la merced de mandar legitimar a un hijo suyo natural que hubo con una india arawak de Puerto Rico, soltera como el y vasalla Vuestra, para honras y oficios y para que le pueda heredar sus bienes y hacienda por no tener otros legitimos ni naturales. El hijo se llama Martin Nevares y es de dieciseis anos poco mas o menos y benemerito y virtuoso. Esteban Nevares lo reconoce por tal su hijo natural para que en testamento le pueda heredar y suceder y que goce de todas las otras honras, preminencias y libertades que gozan y pueden gozar los que son nacidos de legitimo matrimonio. Suplica ser oido por Vuestra Alteza y que Vuestra Alteza mande que asi se haga y disponga que en ello reciba merced.» [36]
Alzo la mirada del papel, pasandola por encima de los anteojos, y anadio:
– El documento esta firmado y rubricado por mi y por el escribano publico Baltasar de la Vega, y dirigido a su Real Majestad Felipe el Tercero. Solo es la copia que me dieron, pues el original salio en el aviso que partio de Cartagena hace dos semanas rumbo a Sevilla.