– Manuel Angola debio de mantener oculto y desmayado a vuestro senor padre en algun lugar de la casa hasta que pudo entregarlo a los cimarrones de Domingo.

Cerre los ojos y suspire. Oi, en ese momento, unas fuertes carcajadas que venian del corro que formaban los compadres y amigos del mercado.

– No quiero pensar, senor alguacil, en todo lo que habra sufrido mi padre durante estas horribles semanas. Ahora nos lo relatara, sin duda, mas ya imagino, por lo que vuestra merced me dice del golpe en la cabeza del primer dia y de las heridas que tenia hoy cuando esos indios le han encontrado, que ha debido de ser un infierno para el. -Razone que ya era hora de despedir al alguacil mayor para unirme al feliz corro de mi padre-. Os doy las gracias, senor, por allegaros hasta la nao para ponerme al tanto de lo acontecido. Decidle de mi parte a don Alfonso y al gobernador que quedo obligado con ellos por su valiosa ayuda y por todo el bien que nos han hecho.

– Les comunicare vuestro agradecimiento.

– Decidles tambien que acudire a presentarles mis respetos en cuanto baje a tierra.

– Esta misma noche podreis hacerlo, senor -agrego-. Debido al interes y a la buena disposicion que ha mostrado el pueblo hacia vuestro padre, don Jeronimo de Zuazo va a organizar para hoy sabado y para manana domingo, unos saraos populares en los que habra danzas, esgrimas, justas poeticas, lanzadas, juegos de sortijas y de canas…

– Don Jeronimo sabe hacer bien las cosas -declare, con una sonrisa.

– Asi es, senor Martin -concluyo el alguacil mayor, orgulloso, iniciando la inclinacion de despedida-. Ya se esta pregonando la noticia por toda la ciudad.

Respondi a su inclinacion y le acompane hasta la borda para ayudarle a descender por la escala. En cuanto puso el pie en el batel, me gire hacia mi senor padre y, acercandome a el, preste atencion a lo que estaba contando:

– …y me dijo entonces don Jeronimo: «Senor Esteban, habeis demostrado un valor y una gallardia propias no de un hidalgo sino de un caballero espanol», y yo le conteste: «Asi es, don Jeronimo, pues dudo mucho que cualquier otro hombre de mi edad hubiera aguantado, como yo lo he hecho, los golpes y latigazos que me propinaban todos los dias esos malditos cimarrones.» «Sereis recompensado, senor Esteban», me dijo el gobernador, quien habia ordenado que me pusieran cojines en la silla, a lo que yo replique: «No es necesario, don Jeronimo, pues ya me siento pagado por haber salido vivo de aquel oscuro y sucio palenque, donde, si no me estaban dando suplicio, me estaban mordiendo las ratas y las serpientes.»

Contuve la sonrisa aunque, por dentro, no pude dejar de figurarme a mi padre sufriendo durante aquellas dos semanas en el palenque de Benkos, comiendo como un rey, gozando de las fiestas y bailes africanos y descansando en un comodo lecho de algun seco y bien aderezado bajareque, al cuidado de alguna joven y agraciada criada cimarrona educada para el servicio en una casa principal. Sin duda, habia sufrido muchos y muy terribles suplicios.

– ?Y que dijo el gobernador cuando le entregaste el mensaje del jefe de los cimarrones? -le pregunto, intrigado, su amigo Cristobal Aguilera.

– ?Acaso no te has enterado, hermano? -se enfado mi padre-. Yo no le entregue nada a don Jeronimo. Ya he dicho que me lo hicieron tomar en la memoria a verdugazos y latigazos.

– Sea -insistio el otro-. ?Y que dijo?

– Nada. Quedo mudo. Mas si la lengua de don Jeronimo callaba, su pensamiento, a no dudar, discurria. Solo me pidio que repitiera el largo recado para que un escribano pudiera trasladarlo de mi entendimiento al papel con su letra estirada y ligada.

– De seguro que ahora andan todas las autoridades estudiando ese escrito -comento Rodrigo.

– Cierto -repuso mi padre-, pues hay en el asuntos importantes.

– No se yo como puede ser eso, Esteban -objeto su amigo Juan de Cuba-. ?Que asuntos importantes puede presentar un fugitivo de la justicia al gobernador de Cartagena? A lo que yo entiendo, el gobernador esta organizando ahora mismo un ejercito de soldados para atacar los palenques, pues dispone de la nueva informacion que tu le has dado.

– ?Calla, hermano Juan -bramo mi padre-, que hoy parece que no estas sino lastimado de los cascos! ?De que informacion hablas? ?Quiza no he dicho bien claro que, el dia que me robaron, me dieron tal golpe en la cabeza que tuve perdido el conocimiento hasta que desperte en el palenque? ?Y no te he explicado, acaso, que, tras una buena somanta de palos que me dejo desmayado, torne en mi cargado en la mula de unos indios que me llevaban al hospital? ?Que informacion quieres que le haya dado a don Jeronimo?

– ?Calla tu, bribon! -le respondio Juan de Cuba, sonriendo-. ?Calla y ten verguenza de lo que has dicho! ?No te las das de largo de entendimiento? Pues bien corto lo tienes hoy si no eres capaz de ver que, con esas mismas palabras que has pronunciado, estas diciendo que el palenque de ese maldito cimarron, que el diablo se lleve, se halla a pocas horas de Cartagena, antes de llegar al cauce del Magdalena, y de seguro que el gobernador ha tomado buena nota de ello y que no tardara en salir con los soldados a registrar de nuevo las inmediaciones.

Tal era lo que pretendiamos, de cuenta que habiamos alejado a los soldados del lugar en el que se encontraba en verdad el palenque de Benkos.

– ?Y cual era, padre -pregunte yo-, ese largo recado que el tal Domingo os dio para el gobernador?

– ?Ah, Martin, hijo mio, ven aqui! -exclamo el, abriendome los brazos-. ?Que orgulloso estoy de ti, muchacho! ?Que bien has cuidado de todo!

Me cogio por los hombros y me los apreto con fuerza. Sin duda, las semanas en el palenque le habian sentado bien.

– ?Quieres saber que decia el mensaje de ese maldito cimarron? -me pregunto con una amplia sonrisa.

– Si, padre -repuse, haciendome la ignorante, mas lo cierto era que el tal mensaje lo habia redactado yo misma, en Santa Marta, la noche antes de zarpar hacia Cartagena.

– Pues estate atento y escucha, que lo voy a repetir entero para ti.

– ?No, maestre, por los cielos, entero no! -suplicaron todos.

– ?Mi hijo tiene derecho a escucharlo! -se encolerizo mi padre, que estaba disfrutando, como siempre, de recibir tanta atencion.

– No, no es necesario -rechace. En verdad, era un texto largo que incluia varias peticiones y un trato-. Abrevie vuestra merced.

– Sea -admitio el, mirandome burlonamente-. Lo reducire a lo principal. Escucha con atencion. El mensaje de Domingo Bioho al gobernador decia que, tras derrotar en todas las ocasiones a los ejercitos enviados contra ellos y, puesto que estas derrotas iban a continuar de igual manera en el futuro, creia llegado el momento de ofrecer a las autoridades una ocasion para sentarse a parlamentar. El bandido le pide a don Jeronimo cartas de libertad para todos los apalencados que se hallan bajo su gobierno, sin represalias por parte de los antiguos amos, y con la autorizacion para poder entrar y salir de las ciudades sin sufrir acoso. Pide que sus palenques sean reconocidos como poblaciones legales y que no sufran mas ataques de las tropas, que no se puedan establecer en ellos los hombres blancos y que se los deje gobernarse a su modo africano cuando este no contravenga las leyes espanolas.

– ?Quien se ha creido que es? -objeto, indignado, Francisco Cerdan, otro de los viejos amigos de mi senor padre.

– La siguiente peticion…

– ?Siguiente peticion? -exclame, sorprendida. Yo no habia puesto mas peticiones que las ya mencionadas. Y aun faltaba explicar el trato.

– Si, hijo, si -me dijo mi padre, haciendome un leve gesto de resignacion-. El maldito Domingo quiere licencia para vestir a la usanza espanola, como un caballero, y para poder entrar armado con espada y daga en las ciudades sin que los soldados le detengan. Asimismo, pide ser tratado por las autoridades espanolas con el respeto debido a un rey.

– A fe mia, padre -dije, perpleja-, que ese tal rey tiene un orgullo mas grande que la mar oceana.

– ?Bien dices, muchacho! -me felicito Juan de Cuba-. Hay que acabar pronto con el y con todos sus rufianes. Con la informacion que le ha dado tu padre al gobernador…

– ?Mira que eres terco, cubano! -exclamo mi senor padre.

– Desde el mismo dia en que me pario mi madre -repuso el otro, muy satisfecho.

– Seguid, padre -le anime-, pues algo tendra que ofrecer ese rey a trueco de tanta solicitud.

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