– En efecto, hijo, algo ofrece. Lo primero, no robar a mas honestos vecinos ni autoridades ni personas principales como me robo a mi, pues dice que, si no se parlamenta, habra otros como yo y que estos ya no volveran vivos.

– ?Grandisimo bellaco! -solto Cristobal Aguilera-. ?Hideputa! ?Como se atreve? ?Poner a la ciudad y a sus prohombres bajo amenaza! ?Asi, las grandes familias de Cartagena, por miedo, obligaran a parlamentar al gobernador!

– Aun hay otra cosa. Propone no aceptar en sus palenques ni a un solo cimarron mas desde la fecha en que se firme el acuerdo.

– ?Y ya esta? -inquirio despectivamente Cristobal Aguilera-. ?Pues vaya cosa!

– No es ninguna tonteria, senor Cristobal -objete-. ?Sabeis cuantos negros, mulatos, zambos y demas castas han huido de las ciudades de Tierra Firme en los ultimos cinco anos para unirse al tal Domingo Bioho? Son tantos que no se pueden contar y todos veneran y obedecen a ese que llaman su rey. Haced memoria y recordad las reuniones que hubo en Cartagena y en Panama a principios del ano pasado, el de mil y seiscientos y tres, cuando las autoridades, hostigadas por los desesperados propietarios de esclavos, quisieron resolver el conflicto utilizando cimarrones traidores que guiaban a los soldados hasta los palenques a trueco de su libertad.

– Si, es cierto -admitio el senor Cristobal.

– Recuerde vuestra merced que aquello acabo mal -anadi-. Los delatores aparecian muertos en las calles, con el cuello rebanado y la lengua cortada. Cada dia son decenas los esclavos que huyen, cada semana son cientos y cada ano son miles, senor. Cerrar los palenques a nuevos fugitivos es una oferta muy buena que sera favorablemente acogida por los propietarios de esclavos.

– Tu hijo habla con mucho entendimiento, Esteban -afirmo Francisco de Oviedo.

– ?Es muy ingenioso! -concedio mi senor padre con orgullo-. ?Nunca llegaras a saber, amigo Francisco, lo muy ingenioso que es!

EPILOGO

Todo se me ocurrio el dia que mi padre sufrio aquel vaguido de cabeza y perdio el seso y el juicio al salir de la casa de Melchor de Osuna. Este sera, pues, el relato verdadero de lo que acontecio desde aquel momento cuando, viendole tan abatido y quebrantado, supe que no viviria otro ano si no ponia presto en ejecucion el juramento que me habia hecho a mi misma de acabar con el de Osuna y devolverle sus bienes para que sus ultimos dias no fueran de afliccion y desengano.

Corri, pues, en busca de Rodrigo, que se hallaba recogiendo el tabaco con el resto de los compadres, y le pedi que me acompanara hasta el mercado para hablar con las gentes. No habia otra manera de acabar con el de Osuna que achacandole algun delito en el que tuviera que intervenir la justicia y del que sus poderosos primos no pudieran salvarle. Mas no solo la ley debia caer con todo su peso sobre el; tambien yo, con mis debiles manos, debia estar en disposicion de sujetar a los Curvos de suerte que no pudieran mover un dedo en su favor pero se vieran obligados a forzarle para que nos devolviera la propiedad de la casa, la tienda y la nao. Y todo ello debia acontecer a un tiempo, de modo que no hubiera escapatoria.

Ante todo era menester conocer bien a los poderosos hermanos Curvo y tuve para mi, en aquel momento, que la mejor manera de conseguirlo era escuchando lo que las gentes del puerto tenian que decir. Cuando conocimos que nadie sabia en verdad que traian las naos mercantes de los Curvos que llegaban desde Sevilla y que en toda ocasion disponian de las mercaderias que no traian las flotas anuales, supe que estabamos ante unos grandes, temibles y muy ricos adversarios a los que no nos seria dado tocar desde nuestra humilde posicion de mercaderes de trato. Mas si esta no era la direccion por la que debiamos avanzar, tendria que ser otra y, con personas tan fulleras, solo cabia la trampa, el engano y la mentira.

Por eso precisaba conocer mucho mas de ellos y, asi, el recuerdo de la flor villana del espejuelo, ese que un compadre pone tras las cartas del contrario para poder verlas de frente, me hizo discurrir que, colocando un espejo delante de Melchor que mostrara las debilidades mas secretas de sus primos, al tiempo que ocultaba de la vista nuestros furtivos movimientos, podriamos cazarlos a todos y, teniendolos en nuestras manos, conseguir lo que queriamos era posible.

Pensaba entonces que nadie debia conocer lo que yo andaba cavilando porque, si alguno se iba de la lengua, todo el asunto quedaria sin provecho. Este fue el motivo por el cual me senti tan defraudada cuando madre me pillo aquella noche a mi regreso del encuentro con Sando y con el asustadizo Francisco, el hijo bastardo de Arias, en el camino de los huertos, cerca del pequeno rio Manzanares. Sin embargo, tras escucharme hablar sobre lo que nos habia contado Hilario Diaz a Rodrigo y a mi en La Borburata, lo que ambos habiamos descubierto en Cartagena y lo que me habia referido aquella noche en el rio el pobre criado mulato, madre se mostro entusiasmada y dijo estar cierta de tener la solucion en las manos, pues nadie sabia tanto sobre los Curvos como nosotras dos y que si le haciamos llegar una misiva a la condesa viuda Beatriz de Barbolla contandole que la Ejecutoria de Hidalguia y Limpieza de Sangre de Diego Curvo era un engano y que corria por sus venas sangre judia, la boda con la joven Josefa de Riaza no tendria lugar y los Curvos verian desvanecerse para siempre sus suenos de acceder a la nobleza y encumbrarse a una alta posicion social.

Aquel pensamiento no era malo aunque habia razones para suponer que tal cosa no haria que Melchor de Osuna nos devolviera nuestras propiedades y, en cambio, atraeriamos las iras de los Curvos que, si asi lo deseaban, podrian empeorar mucho nuestra situacion. El asunto era tenerlos bien acorralados de cuenta que ellos no pudieran hacernos dano mas nosotros a ellos si. Por unos instantes me quede sin discurso en el entendimiento mas, al punto, la idea de madre viro y se troco en mi cabeza de suerte que aquella misiva a la condesa viuda se torno en una misiva para los propios Curvos. Y el resto fue cosa de poco: ?que fechoria se le podia atribuir a Melchor de Osuna para que la justicia tuviera que intervenir, prenderle, meterle en prision y llevarle al cadalso sin que nadie pudiera impedirlo? Una muerte. ?La de quien? La de alguien al que el de Osuna tuviera una razon para matar en un momento de furor. Mi padre tenia esa razon, una razon de caudales, la mejor para el caso.

Y asi, hablando con madre aquella noche, alcance a ver todas las costuras y puntos de la celada, con sus idas y venidas, sus dobleces y las piezas necesarias. Sin duda, el principio de todo se hallaba en el pago del tercio. Solo restaba uno aquel ano, el de diciembre, mas el desastre de la cosecha de tabaco y la negativa de Moucheron a fiarnos las armas me brindaron la ocasion propicia para poner en marcha el asunto antes de la fecha prevista: habia que avisar al rey Benkos de lo acaecido, de modo que no contara con las habituales mercaderias que precisaba para defender sus palenques. Fue entonces cuando hable con mi senor padre para contarle lo que pensaba. Me dio una rotunda negativa y me llamo loca y falta de seso, sin embargo cuando madre le volvio a contar lo mismo, le parecio que la idea era buena y que, sin falta, debiamos aprestarnos a ello pues no habria mejor ocasion. Madre me dijo, viendo mi enfado, que si algun dia me casaba entenderia lo ocurrido, que tuviera paciencia hasta entonces, lo que aun me enfado mas, pues, tras probar la libertad, no estaba interesada en someter mi voluntad y mis deseos a los de un marido que me encerraria en casa para el resto de mi vida.

Asi pues, inexplicablemente, padre acepto el engano y, la noche antes de zarpar hacia Cartagena, me encerre en mi aposento y empece a escribir una larga misiva para el rey de los cimarrones en la que le explicaba que, a la vuelta de dos dias, mi padre llegaria solo a su palenque, que le agradeceria mucho que mandara gentes a buscarlo para ayudarle a llegar en buenas condiciones pues era mayor y el camino de cienagas y montes iba a ser muy duro para el. Esta era la parte que mas me preocupaba. Sabia que el rey enviaria sin tardanza a los mas valederos de sus apalencados a recoger a mi padre, mas pensar en el solo en las cienagas durante, a lo menos, un dia o dia y medio, a su edad y con las perdidas de juicio, me angustiaba mucho. Le explique tambien a Benkos con muy buenas razones todo lo que iba a acontecer y como ibamos a necesitar nuevamente de su ayuda, especialmente en lo que se referia a encontrar un esclavo de Melchor que hubiera visto a mi padre entrar en la hacienda y en la casa para pagar el tercio y que, cuando llegaran las declaraciones en el cabildo, estuviera dispuesto a jurar que no lo vio salir. Sabia que Benkos no tendria dificultades para encontrar a alguien, pues no habia esclavo en Tierra Firme que no diera su alma a trueco de la libertad. Resultaba fundamental que ese esclavo no sintiera reparos de perjurar ante las autoridades acudiendo a su fe cristiana y a cuantas otras cosas le resultaran necesarias porque su testimonio seria el que llevara a Melchor de Osuna hasta el cadalso.

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