habian destinado en Belle Ile. Incapaz de conciliar el sueno, con la perspectiva de lo que su cederia al dia siguiente como algo demasiado trascendental en su mente, estaba alli sentado, en la oscuridad, con la ventana abierta, escuchando la caida de la lluvia a traves de la niebla. Se escucho un golpe en la puerta, esta se abrio y la luz entro en la habitacion. En el rectangulo de luz aparecio la sombra recortada de uno de los centinelas de servicio de las SS.
– Estoy aqui. ?Que sucede?
– El
– Ire en cinco minutos -le dijo Berger y el hombre salio.
Cuando Berger llamo a la puerta y entro, Himmler estaba de pie en el salon de sus habitaciones, junto al fuego encendido en la chimenea y vistiendo su uniforme completo.
– Ah, es usted -dijo el
– Evidentemente, el Fuhrer no puede dormir. Ha enviado a buscarme y me ha pedido que venga usted conmigo.
– ?Cree el
– No lo creo -contesto Himmler-. La salud del Fuhrer ya hace algun tiempo que constituye un problema. Su incapacidad para dormir no es mas que uno de sus muchos sintomas. Ha terminado por depender completamente, hasta un grado insolito, de las sustancias que le receta su medico personal, el profesor Morell. Desgraciadamente, desde el punto de vista del Fuhrer, claro, Morell permanece en Berlin, mientras que el esta aqui
– ?Morell es entonces de una importancia tan vital? -pregunto Berger.
– Hay quienes le considerarian como un charlatan -dijo Himmler-. Por otro lado, el Fuhrer no puede ser considerado como un paciente facil.
– Comprendo,
– ?Quien sabe? Sera por algun capricho. -Himmler consulto su reloj-. Tenemos que estar en su suite dentro de quince minutos. Y con el Fuhrer, el tiempo lo es todo, Berger. No podemos llegar ni un minuto mas tarde, ni un minuto antes. Ahi, sobre la mesa, hay cafe recien hecho. Puede servirse una taza antes de que nos marchemos.
En el cobertizo de Shaw Place, todos esperaron mientras Devlin enviaba su mensaje por la radio. Se quito los auriculares, apago la radio y se volvio a Steiner y a Asa, que estaban alli de pie y, en medio de ambos, Dougal Munro, con las manos todavia atadas.
– Ya esta -dijo Devlin-. Le he comunicado a Schellenberg que nos marchamos.
– Entonces, saquemos el avion -dijo Asa.
Munro permanecio junto a la pared mientras los tres empujaban el Lysander, sacandolo a la niebla. Lo hicieron rodar un poco, alejandolo del cobertizo. Asa levanto la carlinga y se puso el casco.
– ?Que hacemos con nuestro amigo del cobertizo? -pregunto Steiner.
– El se queda -contesto Devlin.
– ?Esta seguro? -pregunto Steiner volviendose a mirarle.
– Coronel, es usted un hombre agradable, expuesto a los caprichos de la guerra, y resulta que yo estoy de su lado en estos momentos, pero eso es una cuestion personal. No tengo la menor intencion de entregar a la inteligencia alemana al jefe de la seccion D del SOE. Y ahora ya pueden subir al avion y ponerlo en marcha. Volvere con ustedes dentro de un momento.
Al entrar en el cobertizo, Munro estaba medio sentado sobre la mesa, junto a la radio, forcejeando con la cuerda que le sujetaba las munecas. Se detuvo en cuanto Devlin entro. El irlandes se saco una pequena navaja de bolsillo y abrio la hoja.
– A ver, brigadier, permitame.
Le corto las cuerdas y le libero. Munro se froto las munecas.
– ?Que significa esto?
– No se le habra ocurrido pensar que yo iba a entregarle a usted a esos nazis bastardos, ?verdad? Hubo un ligero problema durante un tiempo, debido a que Shaw le permitio verlo todo, pero ahora ya no queda nadie. Mi buen amigo Michael Ryan y su sobrina Mary, en Cable Wharf; los Shaw, aqui. Todos han muerto. Nadie puede salir perjudicado.
– Que Dios me ayude, Devlin. Nunca podre comprenderle.
– ?Y por que iba a comprenderme usted, brigadier, cuando ni siquiera yo mismo me comprendo la mayor parte de las veces? -Se escucho el ruido del motor del Lysander al ponerse en marcha y Devlin se llevo un cigarrillo a los labios-. Ahora tenemos que marcharnos. Podria usted alertar a la RAF, pero ellos necesitarian tener una suerte de mil demonios para encontrarnos con esta niebla.
– Eso es cierto -asintio Munro.
Devlin encendio el cigarrillo.
– Por otro lado, tambien es posible que piense que a Walter Schellenberg se le ha ocurrido la idea correcta.
– Resulta extrano -comento Munro-. En esta guerra ha habido momentos en que hubiera saltado de alegria ante la idea de que alguien pudiese asesinar a Hitler.
– En cierta ocasion, un gran hombre dijo que los hombres sensibles cambian a medida que pasa el tiempo. - Devlin se dirigio a la puerta-. Adios, brigadier. No espero que volvamos a vernos.
– Le aseguro que desearia estar seguro de eso -dijo Munro.
El irlandes echo a correr hacia el Lysander. Steiner le habia arrancado del fuselaje las insignias de la RAF, poniendo al descubierto las de la Luftwaffe. Devlin corrio hasta el timon de cola e hizo lo mismo. Luego, subio al aparato despues de que lo hubiera hecho Steiner. El Lysander se dirigio hacia el final del prado y se volvio a favor del viento. Un momento mas tarde avanzo rapidamente sobre la pista y despego. Munro permanecio alli de pie, escuchando el sonido del motor, hasta que se desvanecio en la noche. Se escucho de pronto un repentino gemido y
Jack Carter, que estaba en el despacho exterior del cuartel general del SOE, escucho el sonido caracteristico del telefono rojo y se apresuro a contestarlo.
– ?Jack? -pregunto Munro desde el otro lado de la linea.
– Gracias a Dios, senor. He estado muy preocupado. En cuanto regrese de York me parecio como si acabara de meterme en un campo minado. El infierno se ha desatado sobre el priorato de St. Mary y el portero dijo que estaba usted alli, senor. ?Que ha sucedido?
– Es todo bastante sencillo, Jack. Todo un caballero bastante inteligente llamado Liam Devlin se ha burlado de nosotros y en estos precisos momentos se encuentra volando de regreso a Francia con el coronel Kurt Steiner.
– ?Quiere que alerte a la RAF? -le pregunto Carter.
– Yo mismo me encargare de eso. Pero ahora tengo cosas mas importantes que hacer. Lo primero es que hay una casa en Cable Wharf, en Wapping, propiedad de un hombre llamado Ryan. Encontrara alli a ese hombre y a su sobrina, muertos. Quiero que acuda un equipo lo antes posible y disponga de los cadaveres. Utilice ese crematorio que hay en el norte de Londres.
– Muy bien, senor.
– Tambien quiero que acuda un equipo aqui, Jack. Me encuentro en Shaw Place, en las afueras del pueblo de Charbury, en las marismas de Romney. Venga usted mismo. Le esperare.
Colgo el telefono. No serviria de nada llamar a la RAF, desde luego. Schellenberg tenia razon, y eso era todo. Abandono el estudio y se dirigio a la puerta delantera de la casa. Al abrirla, la niebla seguia siendo muy densa.
– Pobre perra -dijo-. Y pobre y viejo Devlin. Le deseo buena suerte.
Cuando Himmler y Berger fueron admitidos en las habitaciones del Fuhrer, Adolf Hitler estaba sentado ante una enorme chimenea de piedra en la que ardia un fuego vivo. Tenia un expediente abierto sobre las rodillas, que siguio leyendo mientras ellos permanecian alli de pie, esperando. Al cabo de un rato levanto la mirada, con una expresion ligeramente ausente en su mirada.