lleguemos al agua, saquenlo en seguida, tiren de la lengueta roja y eso se hinchara solo.

– Supongo que usted nadara, ?verdad, senor Devlin? -pregunto Steiner con una sonrisa.

– A veces -contesto Devlin devolviendole la sonrisa.

Asa inicio el descenso, bajando poco a poco la palanca, con el rostro cubierto de sudor. La aguja del altimetro se situo en los quinientos pies y continuo bajando. El Lysander se estremecio al encontrar una rafaga de viento y descendieron a trescientos.

– He visto algo -grito Devlin.

La niebla parecio abrirse por delante de ellos, como si alguien hubiera apartado una cortina a cada lado. Habia grandes olas que rompian y casi un kilometro de arena humeda extendiendose hacia los acantilados de Cap de la Hague. Asa tiro de la palanca y el Lysander se nivelo a poco mas de cincuenta pies de altura sobre las olas.

Asa golpeo carinosamente el panel de instrumentos con una mano.

– Hermoso trasto, te quiero -grito.

Y lo dejo descender para aterrizar.

El camion en el que iban Schellenberg, Leber y varios mecanicos de la Luftwaffe llego a la playa en el mismo instante en que el Lysander aparecio ante su vista.

– Lo ha conseguido, general -grito Leber-. ?Que piloto!

Echo a correr hacia ellos, agitando las manos, seguido por sus hombres.

Schellenberg se sentia totalmente agotado. Encendio un cigarrillo y espero a que el Lysander se dirigiese hacia el final del trozo de playa. Se detuvo finalmente, y Leber y sus hombres se pusieron a vitorear, al tiempo que Asa cerraba el contacto del motor. Devlin y Steiner fueron los primeros en bajar, seguidos por Asa, que se quito el casco de vuelo y lo arrojo dentro de la carlinga.

– Ha sido todo un trabajo, capitan -dijo Leber.

– Trate este cacharro con carino, sargento de vuelo -le dijo Asa-. Dele solo lo mejor. Se lo merece. ?Estara a salvo aqui?

– Oh, si, la marea no llegara hasta esta zona.

– Estupendo. Compruebe el motor y luego tendran que llenar a mano el deposito.

– A sus ordenes, capitan.

Schellenberg estaba de pie, esperando, cuando Steiner y Devlin se le acercaron. Le tendio la mano a Steiner.

– Coronel, es un verdadero placer verle aqui.

– General -dijo Steiner.

Schellenberg se volvio hacia Devlin.

– En cuanto a usted, mi alocado amigo irlandes, aun no puedo creer que se encuentre aqui.

– Bueno, ya sabe lo que digo siempre, Walter, hijo mio, todo lo que uno tiene que hacer es vivir correctamente.-Devlin sonrio con una mueca-. ?Cree que puede haber para nosotros algo para desayunar en alguna parte? Me estoy muriendo de hambre.

Estaban sentados alrededor de la mesa, en la pequena cantina, tomando cafe.

– De modo que el Fuhrer llego anoche, sano y salvo -dijo Schellenberg.

– ?Y Rommel y el almirante? -pregunto Devlin.

– No tengo ni la menor idea de donde se han quedado a dormir, pero ahora ya no faltaramucho para que se reunan con el. A estas horas deben encontrarse ya de camino.

– Ese plan suyo no deja de tener cierto sentido -dijo Steiner-, pero hay muchas incertidumbres.

– ?No cree usted que los hombres de ese destacamento paracaidista le seguiran?

– Oh, no me refiero a eso, sino a lo que pueda suceder con ustedes tres en el castillo antes de que nosotros lleguemos.

– Bueno, si, pero no tenemos alternativa -dijo Schellenberg-. No hay otra forma.

– Si, esto tambien lo comprendo.

Hubo un momento de silencio, antes de que Schellenberg dijera:

– ?Esta usted conmigo en esto o no, coronel? Ya no nos queda mucho tiempo.

Steiner se levanto y se dirigio a la ventana. Habia empezado a llover con fuerza y se quedo mirando fijamente hacia el exterior, antes de volverse hacia el.

– Tengo pocas razones para que me guste el Fuhrer, y no solo por lo que le ocurrio a mi padre. Podria decir que el es malo para todos, un verdadero desastre para la raza humana. Pero, en cuanto a mi, lo mas importante es que es un desastre para Alemania. Despues de haber dicho eso, admito que tener a Himmler al' frente del estado seria infinitamente peor. Con el Fuhrer, al menos, uno puede contemplar la perspectiva de ver terminada esta guerra sangrienta.: -?Asi que se unira a nosotros en esto?

– No creo que ninguno de nosotros tenga otra alternativa.

– Que demonios! -exclamo Asa encogiendose de hombros-. Tambien puede contar conmigo.

Devlin se levanto y se desperezo.

– Muy bien, pongamonos entonces en marcha -dijo.

Abrio la puerta y salio.

Cuando Schellenberg entro en la cabana que el y Asa habian utilizado, encontro a Devlin con un pie sobre la cama, subida la pernera del pantalon, ajustandose la Smith Wesson en la tobillera.

– ?Su as en la manga, amigo mio?

– Ademas de esto -dijo Devlin tomando la Walther con silenciador y colocandosela en el cinturon, a la espalda. Luego tomo la Luger-. Y esta es para el bolsillo. Dudo mucho de que los guardias de las SS nos permitan entrar armados por la puerta, de modo que sera mejor tener algo que entregarles.

– ?Cree que eso funcionara? -pregunto Schellenberg.

– ?Incertidumbre por su parte y a estas alturas, general?

– No, en realidad, no. Mire, los aliados han dejado una cosa bien clara. No negociaran la paz. Exigen rendicion incondicional. Eso es lo ultimo que podria permitirse Himmler.

– Si, y eso significa que uno de estos dias se encontrara con la soga que le esta esperando.

– Y quiza tambien a mi. Despues de todo, soy un general de las SS -dijo Schellenberg.

– No se preocupe, Walter -dijo Devlin con una sonrisa-. Si terminan encerrandole en una prision ire a buscarle y lo liberare. Y ahora, pongamonos en marcha.

El mariscal de campo Erwin Rommel y el almirante Canaris habian salido de Rennes a las cinco de la manana en una limusina Mercedes conducida, por razones de seguridad, por el ayudante de Rommel, el mayor Cari Ritter. Su unica escolta eran dos motociclistas de la policia militar, que abrian paso siguiendo las curvas de las estrechas carreteras francesas con las primeras horas del amanecer.

– Es evidente que la unica razon por la que nos ha convocado a una hora tan ridicula ha sido para tenernos en desventaja -dijo Canaris.

– Al Fuhrer le encanta tenernos a todos en desventaja, almirante -dijo Rommel-. Creia que ya habia aprendido usted eso hacia tiempo.

– Me pregunto que andara tramando -dijo Canaris-. Sabemos que va a confirmarle a usted en su nombramiento como comandante del grupo de ejercitos B, pero podria haberle pedido que volara a Berlin para eso.

– Exactamente -asintio Rommel-. Ademas de que hay telefonos. No, creo que se trata del asunto de Normandia.

– Seguramente podremos hacerle comprender el sentido que hay detras de eso -dijo Canaris-. El informe que le hemos presentado es bastante concluyente.

– Si, pero, desgraciadamente, el Fuhrer favorece la idea del paso de Calais, lo mismo que su astrologo.

– ?Y que tio Heini? -sugirio Canaris.

– Himmler siempre se muestra de acuerdo con el Fuhrer, y eso lo sabe usted tan bien como yo. -En lo alto, a traves de un hueco en la lluvia, vieron Belle Ile-. Impresionante -anadio Rommel.

– Si, es una vista muy wagneriana -admitio Canaris secamente-. Es como el castillo situado en el fin del mundo. Eso es algo que debe de gustarle al Fuhrer. El y Himmler deben de estar disfrutando.

– ?Se ha preguntado alguna vez como ocurrio, almirante? ?Como hemos llegado a permitir que esa clase de monstruos llegaran a controlar los destinos de millones de personas? -pregunto Erwin Rommel.

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