Tomo la pequena campanilla de plata que habia a su mano derecha y la hizo sonar.
Apenas diez minutos mas tarde, el
– El Fuhrer nos espera -le dijo Schellenberg.
El sargento le miro, desconcertado.
– Tengo ordenes de no dejar pasar a nadie, general.
– No sea estupido, hombre -exclamo Schellenberg-. Eso no se me puede aplicar a mi -Se volvio hacia Asa y ordeno-: Siga conduciendo,
Entraron en el patio interior y se detuvieron.
– ?Saben lo que dicen los espanoles para referirse al instante en que el torero entra a matar y no sabe si vivira o morira a continuacion? -pregunto Devlin -. Dicen que ese es el momento de la verdad.
– Vamos, senor Devlin, dejemonos de eso ahora -dijo Schellenberg-, y sigamos adelante.
Subio los escalones que conducian a la puerta de entrada al castillo y extendio la mano para abrirla.
Hitler estaba disfrutando en el comedor, comiendo un plato a base de pan tostado y fruta.
– Una de las cosas buenas que tienen los franceses, es que hacen un pan excelente -dijo, extendiendo la mano para tomar otra rebanada de pan tostado.
En ese momento se abrio la puerta y un sargento mayor de las SS entro en el comedor. Fue Himmler quien le hablo:
– Crei haber dejado bien claro que no se nos debia molestar por ninguna razon.
– Si,
– ?No diga tonterias! -exclamo Himmler-. ?Ya sabe cuales son sus ordenes!
Hitler intervino de inmediato.
– ?Schellenberg? Me pregunto a que puede haber venido. Hagale pasar, sargento mayor.
Schellenberg, Devlin y Asa esperaban en el vestibulo, junto a la puerta. El sargento mayor regreso.
– El Fuhrer les vera, general, pero deben dejar aqui sus armas. Tengo ordenes en tal sentido. Y eso se aplica a todos.
– Desde luego -asintio Schellenberg sacando su pistola de la funda y dejandola sobre la mesa con un ruido seco.
Asa hizo lo mismo, y Devlin se saco la Luger del bolsillo interior de la chaqueta.
– Todas las aportaciones ofrecidas graciosamente.
– Y ahora, caballeros -dijo el sargento mayor-, si quieren seguirme…
Se volvio y les indico el camino hacia el comedor.
Cuando entraron en el, Hitler seguia comiendo. Rommel y Canaris los miraron con curiosidad. Himmler estaba mortalmente palido.
– Veamos, Schellenberg -dijo Hitler-, ?que le trae por aqui?
– Lamento mucho la intrusion, mi Fuhrer, pero a mi atencion ha llegado una cuestion de la mas grave urgencia.
– ?Y hasta que punto es urgente esa cuestion? -pregunto Hitler.
– Esta relacionada con su propia vida, mi Fuhrer, o mas bien deberia decir con un atentado contra su vida.
– ?Imposible.' -exclamo Himmler.
Hitler le hizo un gesto con la mano, ordenandole que se callara, y miro a Devlin y a Asa Vaughan.
– ?Y quienes son ellos?
– ?Me permite explicarselo? Recientemente, el Reichsfuhrer me encomendo la tarea de organizar el regreso al Reich, sano y salvo, de un tal coronel Kurt Steiner, que estuvo prisionero en la Torre de Londres durante un tiempo. Herr Devlin, aqui presente, y el Hauptsturmfuhrer Vaughan lograron alcanzar el mayor de los exitos en esta cuestion, y hace muy poco tiempo me han entregado al coronel Steiner en una pequena base de la Luftwaffe situada cerca de aqui.
– No sabia nada de esto -dijo Hitler mirando a Himmler.
– Iba a ser una sorpresa, mi Fuhrer -dijo Himmler, que parecia derrumbado.
Hitler se volvio de nuevo a mirar a Schellenberg.
– ?Y donde esta ese coronel Steiner?
– Estara aqui muy pronto. La cuestion es que hace apenas un par de horas he recibido una llamada telefonica anonima. Lamento tener que decir esto en presencia del
– ?Imposible! -exclamo Himmler, que estaba conmocionado.
– Se refirio tambien a un oficial llamado Berger.
– Pero el
– A pesar de todo, mi Fuhrer, eso fue lo que se me dijo por telefono.
– Lo que no hace mas que demostrar que no se puede confiar en nadie -dijo en ese momento Horst Berger saliendo de entre las sombras, en uno de los extremos del comedor, acompanado por un miembro de las SS a cada lado, todos ellos sosteniendo pistolas ametralladoras.
Steiner y el capitan Kramer iban al frente de la columna que subia hacia el castillo. Avanzaban sentados en un
– Cuando empiece el jaleo, actuaremos con dureza, sin detenernos. Recuerdelo -dijo.
– Estamos con usted pase lo que pase, coronel -le aseguro Kramer.
Aminoro la marcha al llegar a la puerta exterior. El sargento de las SS se les acerco.
– ?Que es todo esto?
Steiner levanto la Schmeisser, le disparo una rafaga rapida que le hizo dar un salto hacia atras, se incorporo en el vehiculo descapotable, y giro para interceptar con una nueva rafaga al otro guardia, al tiempo que Kramer dirigia el
Al llegar al pie de los escalones que conducian a la puerta principal aparecieron mas guardias de las SS, procedentes del cuerpo de guardia situado a la derecha. Steiner se saco la granada de mano de la bota y la arrojo hacia el centro del grupo, luego salto del vehiculo y empezo a subir los escalones. Detras de el, los paracaidistas saltaron de los transportes y le siguieron al asalto, disparando a traves del patio contra los guardias de las SS que seguian apareciendo.
– ?Se atreve usted a acercarse a mi de ese modo, empunando un arma??-pregunto Hitler mirando a Berger con ojos enfurecidos.
– Lamento mucho tener que decirselo, mi Fuhrer, pero ha llegado su hora. La suya, la del mariscal de campo Rommel y la del almirante. -Berger sacudio la cabeza con un gesto de pesar-» Ya no podemos permitir la presencia de ninguno de ustedes.
– No puede usted matarme, estupido -le dijo Hitler-. Eso es imposible,
– ?De veras? -pregunto Berger-. ?Y por que lo cree asi?
– Porque no es mi destino el morir aqui -le con testo Hitler con serenidad-. Porque Dios esta de mi lado.
Desde alguna parte, en la distancia, llego hasta ellos el sonido de unos disparos. Berger medio se giro para mirar hacia la puerta y el mayor Ritter se puso en pie de un salto, le arrojo el maletin que tenia sobre la mesa y echo a correr hacia la puerta.
– ?Guardias! -grito.
Uno de los guardias de las SS disparo su Schmeisser, alcanzandole varias veces en la espalda.
– Senor Devlin -dijo Schellenberg en voz baja.
La mano de Devlin encontro la culata de la Walther con silenciador, que llevaba metida en la cintura, a la espalda. Su primera bala alcanzo en la sien al hombre que acababa de matar a Ritter; la segunda alcanzo al otro SS en el corazon. Berger se lanzo de un salto hacia el, con la boca abierta, emitiendo un terrible grito de rabia; la tercera bala de Devlin le alcanzo justo entre los ojos.
Devlin se le acerco y lo miro, sosteniendo aun la Walther.