– No quisiste hacerme caso, hijo, pero ya te dije que necesitabas buscarte una clase de trabajo diferente.

Detras de el, las puertas se abrieron de golpe y Kurt Steiner irrumpio en la sala a la cabeza de sus hombres.

Cuando Schellenberg llamo y entro en la habitacion de Himmler, encontro alReichsfuhrer de pie ante la ventana. Comprendio en seguida que Himmler estaba dispuesto a defenderse con argumentos descarados.

– Ah, ya esta aqui, general. Ha sido una situacion de lo mas desgraciada. Se refleja terriblemente en todos los que formamos parte de las SS. Gracias a Dios, el Fuhrer considera la abominable traicion de Berger como un acto individual.

– Afortunadamente para todos nosotros,Reichsfuhrer.

– ?Y la llamada anonima que recibio usted? -pregunto Himmler, sentandose-. ?No tiene ninguna idea de quien pudo tratarse?

– Me temo que no…

– Es una pena. Sin embargo… -Himmler miro su reloj-. El Fuhrer quiere marcharse al mediodia y yo debo volar con el de regreso a Berlin. Canaris vendra con nosotros. En cuanto a Rommel, ya se ha marchado.

– Comprendo -dijo Schellenberg.

– Antes de marcharse, el Fuhrer quiere verle a usted y a los otros tres. Creo que tiene la intencion de condecorarles.

– ?Condecorarnos? -pregunto Schellenberg.

– El Fuhrer nunca va a ningun sitio sin llevar condecoraciones consigo, mi general. Vaya a donde vaya, siempre guarda una buena reserva en su maleta personal. Cree en la necesidad de recompensar los servicios leales, y yo tambien.

– Reichsfuhrer.

Schellenberg se volvio hacia la puerta y Himmler anadio:

– Hubiera sido mejor para todos nosotros que este desgraciado asunto no hubiese ocurrido nunca. ?Me comprende, general? Rommel y Canaris tendran cerradas las bocas, y en cuanto a esos paracaidistas, sera facil manejarlos. Un traslado al frente ruso dara buena cuenta de ellos.

– Comprendo,Reichsfuhrer -dijo Schellenberg con recelo.

– Lo que, desde luego, nos deja con Steiner, el Hauptsturmfuhrer Vaughan y ese hombre, Devlin. Tengo la sensacion de que todos ellos podrian resultar un inconveniente, con lo que estoy seguro estara usted de acuerdo.

– Si elReichsfuhrer esta sugiriendo… -empezo a decir Schellenberg.

– Nada -le interrumpio Himmler-. No estoy sugiriendo nada. Simplemente, dejo la cuestion a su buen criterio.

Era poco antes del mediodia cuando Schellenberg, Steiner, Asa y Devlin esperaban en la biblioteca del castillo. Se abrio la puerta y entro el Fuhrer, seguido por Canaris y Himmler, que llevaba una pequena cartera de cuero.

– Caballeros -dijo Hitler.

Los tres oficiales se pusieron firmes y Devlin, que habia estado sentado junto a la ventana, se puso en pie de mala gana. Hitler hizo un gesto de asentimiento hacia Himmler, quien abrio una caja que estaba llena de condecoraciones.

– Para usted, general Schellenberg, la Cruz Alemana en oro, y tambien para usted,Hauptsturmfuhrer Vaughan. -Les puso las condecoraciones sobre las guerreras y se volvio a Steiner-. Usted, coronel Steiner, ya tiene la Cruz de Caballero con hojas de roble. Ahora le concedo las espadas.

– Gracias, mi Fuhrer – contesto Kurt Steiner con un considerable tono de ironia en su voz.

– En cuanto a usted, senor Devlin -dijo el Fuhrer, volviendose hacia el irlandes-. La Cruz de Hierro de primera clase.

A Devlin no se le ocurrio nada que decir, aunque reprimio un alocado deseo por echarse a reir en el momento en que el Fuhrer le coloco la medalla sobre la chaqueta.

– Cuentan ustedes con mi gratitud, caballeros, y con la gratitud del pueblo aleman -les dijo Hitler.

Luego se dio media vuelta y salio, seguido de cerca por Himmler. Canaris se quedo un momento junto a la puerta.

– Ha sido una manana de lo mas instructiva, pero yo, en su lugar, llevaria cuidado a partir de ahora, Walter.

La puerta se cerro.

– ?Y ahora, que? -pregunto Devlin.

– El Fuhrer regresara inmediatamente a Berlin -dijo Schellenberg-. Canaris y Himmler le acompanaran.

– ?Y que pasara con nosotros? -pregunto Asa Vaughan.

– En ese aspecto tenemos un pequeno problema. ElReichsfuhrer ha dejado bien claro que no quiere a ninguno de los tres en Berlin. En realidad, no los quiere en ninguna parte.

– Comprendo -dijo Steiner-. ?Se supone que debe usted encargarse de nosotros?

– Algo asi.

– El viejo cabron -exclamo Devlin.

– Claro que hay un Lysander esperando en la playa, en Chernay -dijo Schellenberg-. Leber ya habra revisado el motor y lo habra repostado.

– Pero ?a donde demonios podemos ir? -pregunto Asa Vaughan-. Acabamos de salir de Inglaterra por los pelos y Alemania es, desde luego, un lugar demasiado caliente para nosotros.

Schellenberg le dirigio una mirada interrogativa a Devlin, y el irlandes se echo a reir al comprender.

– ?Ha estado alguna vez en Irlanda? -le pregunto a Vaughan.

Hacia frio en la playa y la marea estaba bastante mas alta que aquella manana, pero aun quedaba un amplio espacio para despegar.

– Lo he comprobado todo -informo el sargento de vuelo Leber a Asa-. No deberia tener ningun problema,Hauptsturmfuhrer.

– Y ahora, sargento de vuelo, puede usted regresar al campo de aterrizaje -dijo Schellenberg-. Yo le seguire mas tarde.

Leber saludo y se alejo. Schellenberg estrecho las manos de Steiner y Asa.

– Caballeros, les deseo buena suerte. -Ambos subieron al Lysander, y el se volvio hacia Devlin-. Es usted un hombre verdaderamente notable.

– Vengase con nosotros, Walter -le dijo Devlin-. Aqui ya no tiene nada que hacer.

– Demasiado tarde, amigo mio. Como ya le he dicho antes, a estas alturas ya es demasiado tarde para evitar lo que nos espera.

– ?Y que dira Himmler cuando se entere de que nos ha dejado marchar a todos?

– Oh, ya he pensado en eso. Un tirador tan excelente como usted no deberia tener ninguna dificultad para meterme una bala en el hombro. Pero, eso si, que sea en el izquierdo, y que solo afecte a la carne, claro.

– ?Jesus, mira que es usted un viejo zorro!

Schellenberg se alejo y luego se volvio hacia el. Devlin saco la mano del bolsillo, sosteniendo la Walther. El arma tosio una vez y Schellenberg se tambaleo, llevandose la mano derecha al hombro herido. Habia sangre entre sus dedos, pero el sonrio.

– Adios, senor Devlin.

El irlandes subio al aparato y bajo la carlinga. Asa giro el avion y el Lysander rugio a lo largo de la playa, despegando. Schellenberg lo observo cobrar velocidad y perderse en el mar. Al cabo de un rato se volvio y, sosteniendose todavia el hombro con la mano, se dirigio al camino que conducia de regreso a la base.

Lough Conn, en el condado de Mayo, no lejos de la bahia de Killala, en la costa oeste de Irlanda, tiene mas de quince kilometros de longitud. Aquella noche, cuando la luz del ocaso se desvanecia y la oscuridad iba descendiendo de las montanas, su superficie era como un gran cristal negro.

Michael Murphy se dedicaba a sus tareas agricolas en el extremo sur dellough, pero aquel dia se lo habia pasado pescando y bebiendo poteen hasta que, en palabras de su

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