pero sin capacidad para la reflexion o la expresion de sentimientos. A pesar del contenido de la carta y aun en la distancia, Ramiro seguia marcando el ritmo de mis actos y yo, simplemente, me limite a obedecer. Abri una maleta y la llene a dos manos con lo primero que cogi, sin pararme a pensar sobre lo que me convenia llevar y lo que podria quedarse atras. Unos cuantos vestidos, un cepillo del pelo, algunas blusas y un par de revistas atrasadas, un punado de ropa interior, zapatos desparejados, dos chaquetas sin sus faldas y tres faldas sin chaqueta, papeles sueltos que habian quedado sobre el escritorio, botes del cuarto de bano, una toalla. Cuando aquel barullo de prendas y enseres alcanzo el limite de la maleta, la cerre y, con un portazo, me fui.
En el alboroto del mediodia, con los clientes entrando y saliendo del comedor y el ruido de los camareros, los pasos cruzados y las voces en idiomas que yo no entendia, apenas nadie parecio percatarse de mi marcha. Tan solo Hamid, el pequeno botones con aspecto de nino que ya no lo era, se acerco solicito para ayudarme a llevar el equipaje. Le rechace sin palabras y sali. Eche a andar con un paso que no era ni firme ni flojo ni lo contrario, sin tener la menor idea de adonde dirigirme ni preocuparme por ello. Recuerdo haber recorrido la pendiente de la rue de Portugal, mantengo algunas imagenes dispersas del Zoco de Afuera como un hervidero de puestos, animales, voces y chilabas. Callejee sin rumbo y varias veces tuve que apartarme contra una pared al oir detras de mi el claxon de un automovil o los gritos de
–?Necesita que la lleve a algun sitio, mademoiselle? – pregunto el conductor en una mezcla de espanol y frances.
Creo que asenti con la cabeza. Por la maleta debio de suponer que tenia intencion de viajar.
–?Al puerto, a la estacion, o va a coger un autobus?
–Si.
–Si, ?que?
–Si.
–?Si al autobus?
Afirme de nuevo con un gesto: igual me daba un autobus que un tren, un barco o el fondo de un precipicio. Ramiro me habia dejado y yo no tenia adonde ir, asi que cualquier sitio era tan malo como cualquier otro. O peor.
6
Una voz suave intento despertarme y con un esfuerzo inmenso logre entreabrir los ojos. A mi lado percibi dos figuras: borrosas primero, mas nitidas despues. Una de ellas pertenecia a un hombre de pelo canoso cuyo rostro aun difuso me resulto remotamente familiar. En la otra silueta se perfilaba una monja con impoluta toca blanca. Intente ubicarme y solo distingui techos altos sobre la cabeza, camas a los lados, olor a medicamentos y sol a raudales entrando por las ventanas. Me di cuenta entonces de que estaba en un hospital. Las primeras palabras que musite aun las mantengo en la memoria.
–Quiero volver a mi casa.
–?Y donde esta tu casa, hija mia?
–En Madrid.
Me parecio que las figuras cruzaban una mirada rapida. La monja me cogio la mano y la apreto con suavidad.
–Creo que de momento no va a poder ser.
–?Por que? – pregunte.
Respondio el hombre:
–El transito en el Estrecho esta interrumpido. Han declarado el estado de guerra.
No logre entender lo que aquello significaba porque, apenas entraron las palabras en mis oidos, volvi a caer en un pozo de debilidad y sueno infinito del que tarde dias en despertar. Cuando lo hice, aun permaneci un tiempo ingresada. Aquellas semanas inmovilizada en el Hospital Civil de Tetuan sirvieron para poner algo parecido al orden en mis sentimientos y para sopesar el alcance de lo que los ultimos meses habian supuesto. Pero eso fue al final, en las ultimas jornadas, porque en las primeras, en sus mananas y sus tardes, en las madrugadas, a la hora de las visitas que nunca tuve y en los momentos en los que me trajeron la comida que fui incapaz de probar, lo unico que hice fue llorar. No pense, no reflexione, ni siquiera recorde. Solo llore.
Al cabo de los dias, cuando se me secaron los ojos porque ya no quedaba mas capacidad de llanto dentro de mi, como en un desfile de ritmo milimetrico empezaron a llegar a mi cama los recuerdos. Casi podia verlos acosarme, entrando en fila por la puerta del fondo del pabellon, aquella nave grande y llena de luz. Recuerdos vivos, autonomos, grandes y pequenos, que se acercaban uno tras otro y de un salto se encaramaban sobre el colchon y me ascendian por el cuerpo hasta que, por una oreja, o por debajo de las unas, o por los poros de la piel, se me adentraban en el cerebro y lo machacaban sin atisbo de piedad con imagenes y momentos que mi voluntad habria querido no haber rememorado nunca mas. Y despues, cuando la tribu de memorias aun continuaba llegando pero su presencia era cada vez menos ruidosa, con frialdad atroz empezo a invadirme como un sarpullido la necesidad de analizarlo todo, de encontrar una causa y una razon para cada uno de los acontecimientos que en los ultimos ocho meses habian sucedido en mi vida. Aquella fase fue la peor: la mas agresiva, la mas tormentosa. La que mas dolio. Y aunque no podria calcular cuanto duro, si se con plena seguridad que fue una llegada inesperada la que logro ponerle fin.
Hasta entonces todas las jornadas habian transcurrido entre parturientas, hijas de la Caridad y camas metalicas pintadas de blanco. De vez en cuando aparecia la bata de un medico y a ciertas horas llegaban las familias de las otras ingresadas hablando en murmullos, haciendo arrumacos a los bebes recien nacidos y consolando entre suspiros a aquellas que, como yo, se habian quedado en mitad del camino. Estaba en una ciudad en la que no conocia a un alma: nunca nadie habia ido a verme, ni esperaba que lo hicieran. Ni siquiera tenia del todo claro que hacia yo misma en aquella poblacion ajena: solo fui capaz de rescatar un recuerdo embarullado de las circunstancias de mi llegada. Una laguna de espesa incertidumbre ocupaba en mi memoria el lugar en el que deberian haber estado las razones logicas que me impulsaron a ello. A lo largo de aquellos dias tan solo me acompanaron los recuerdos mezclados con la turbiedad de mis pensamientos, las presencias discretas de las