– ?A que se dedica? -pregunto la senora Dreyer con inocencia.
– A todo un poco. Es una especie de intermediario entre el Registro Civil y la Oficina de Colocaciones.
Porta rio suavemente.
– He aqui una excelente comparacion. Pero, de todos modos, no es la mas adecuada para aquella casa de locos.
– Bueno, le explicare -grito
– ?Por el amor de Dios, ahorranos tu chachara! -interrumpio
– Me temo que manana llegare tarde al pedicuro -gimio la senora Dreyer-. Por esta vez, tendre que renunciar. Me sabe mal porque, de todos modos, he de pagar. Dos marcos veinticinco es mucho dinero.
– ?Le duelen los pies? -pregunto Hermanito-. Si es grave, podriamos pedirle a nuestro medico ayudante que la examine. Hace todo lo que nosotros queremos. Nos lo hemos metido en el bolsillo. Solo es ayudante medico mientras nos interese. Le tenemos atrapado desde que sabemos que recibia pasta de
– ?Quieres callarte de una vez? -gruno Porta-. Tu palabreria acabara por llevarnos al cadalso.
Pero no era facil hacer callar a
– Cuando
– ?Por Ala, no conocia esta historia! -exclamo el legionario.
– Es el hombre mas estupido de todo el Ejercito -grito Porta, furioso, mientras lanzaba una mirada asesina a
– Esto no es un secreto para nadie -dijo el legionario-. Pero ahora que ha descubierto vuestra combinacion, sigue explicandonos lo que habia hecho vuestro matasanos.
– Sigue haciendolo -continuo
– Por una vez, procura callarte -dijo entonces
– Pero, entonces, ?por que quieres ver al matasanos? ?Tener dano en los pies cuando no hay ni una ampolla? Esto no es para mi, gracias. ?Os acordais de cuando fui a ver al matasanos a casa de
– ?Callate, maldita sea! Y no abras la boca hasta que se te interrogue -ordeno Porta.
La senora Dreyer empezo a contar su historia. Mas que a nosotros, parecia dirigirse a la fotografia de Himmler que colgaba de la pared.
– Me disponia a salir de mi casa cuando han llegado. -Cerro los ojos y se recosto en su silla-. Iba a pagar mi nota a casa del senor Berg, en Gansemarkt. Iba adelantada. Como siempre. Me gusta sentarme en la estacion y mirar a la gente. Es bonita la estacion. Y, ademas, en esta epoca del ano, hay flores. El jefe de estacion, el senor Gelbenschneid, es muy habil para cultivar rosas. Debe de ser el abono que le dan los campesinos. Fue mi marido quien me enseno a ser puntual. Siempre bajaba antes que nosotros. En cuanto sali a la calle, vi el gran automovil. Un «Mercedes» gris que llevaba esa especie de S en forma de rayos. «Iran a ver a la senora Becker, mi vecina», me dije. Porque ella tiene un hijo en las SS. Es
Al marcharse, el mas joven me dijo: «Mama, mi deber seria denunciarte por derrotismo, pero por una vez fingire que no he oido lo que has dicho.» Ni siquiera quiso darme un beso antes de irse. Ahora, ha muerto. Solo me queda su Cruz de Hierro. La he guardado en el cajon donde conservo sus camisitas de cuando era pequeno.
»El gran vehiculo de lujo no iba a casa de la senora Becker. Avanzaba con lentitud y se ha detenido delante de mi. Un joven muy atento se ha apeado. Me ha recordado a mi hijo Paul, el pequeno. Ambos se parecian. Cerca de dos metros. Delgado como una muchacha. Hermosos dientes blancos. Bonitos ojos pardos. Muy, muy bien. Parecia muy cortes y educado. Si no hubiera llevado esa cazadora de cuero… Nunca me han gustado. Resultan frias, impresionantes.
– Tiene mucha razon. Esas cazadoras huelen a muerte. En la antiguedad, el verdugo era un viejo alcoholico. Ahora, lo son jovenes bien educados, con cazadoras de cuero negro.
La senora Dreyer no les presto atencion. Siguio hablando a la foto de Himmler.
Imaginabamos facilmente la escena. Sabiamos con exactitud lo que el gran bandido de ojos pardos debio de decirle. Tendria un aspecto tan amable a los ingenuos ojos de la senora Dreyer… Mas para nosotros era otra cosa.
– ?La senora Dreyer? -habia preguntado al salir del vehiculo.
Ella le habia mirado, sorprendida. Despues, se habia presentado, sonriente:
– Emilie Dreyer.
El se habia acariciado la barbilla con una mano enguantada, y despues, campechano, habia hecho un guino con sus ojos pardos.
– Emilie Dreyer, Hindenburgstrasse, numero 9. ?No es eso?
La viejecita habia asentido. No habia percibido el peligro tras la cortesia. El habia palpado el bolsillo en que llevaba su «Walter» 7,65. Tambien llevaba un revolver de reglamento, en una funda, junto a la mano izquierda.
– Tenemos que hablar con usted. Acompanenos.