– ?A que se dedica? -pregunto la senora Dreyer con inocencia.

– A todo un poco. Es una especie de intermediario entre el Registro Civil y la Oficina de Colocaciones.

Porta rio suavemente.

– He aqui una excelente comparacion. Pero, de todos modos, no es la mas adecuada para aquella casa de locos.

– Bueno, le explicare -grito Barcelona.

– ?Por el amor de Dios, ahorranos tu chachara! -interrumpio el Viejo, con sequedad.

– Me temo que manana llegare tarde al pedicuro -gimio la senora Dreyer-. Por esta vez, tendre que renunciar. Me sabe mal porque, de todos modos, he de pagar. Dos marcos veinticinco es mucho dinero.

– ?Le duelen los pies? -pregunto Hermanito-. Si es grave, podriamos pedirle a nuestro medico ayudante que la examine. Hace todo lo que nosotros queremos. Nos lo hemos metido en el bolsillo. Solo es ayudante medico mientras nos interese. Le tenemos atrapado desde que sabemos que recibia pasta de la Escoba. -Se senalo la estrecha frente con aire de complicidad-. Porque aqui dentro hay materia gris. Sabiamos que ocurria algo turbio. ?Por que motivo la Escoba iba a dar pasta a un medico militar? Emborrachamos a la Escoba. La cosa nos costo treinta y un marcos. Despues, el matasanos nos rembolso.

– ?Quieres callarte de una vez? -gruno Porta-. Tu palabreria acabara por llevarnos al cadalso.

Pero no era facil hacer callar a Hermanito. Prosiguio:

– Cuando la Escoba estuvo algo chispa, empezo a hablar. Porta le dio a entender que podia confiar en nosotros. Fue bastante interesante y en seguida comprendimos el truco. Ella procuraba clientes al matasanos. Damas ricas que querian desembarazarse de una carga ilegal. Pedimos, cortesmente, una gratificacion que nos permitiera olvidar nuestros deberes con el Fuhrer, el pueblo y la patria. Pero la Escoba se burlo de nosotros. (?Que buena mujer tan mal educada!) Asi, pues, fuimos a ver al matasanos. Lo encontramos en su casa. Ya era tarde. No pude contener la risa cuando le vi. Llevaba un largo abrigo gris y una bufanda blanca. Vestido de aquella manera, yo no iria ni a las letrinas. Todo ocurrio como podia esperarse. Empezo por amenazarnos con la carcel y el Tribunal de Guerra. Le pedi que bajara un poco la voz. Gesticulaba como un loco. Pero basto con que Porta le explicara que teniamos derecho a detenerlo. Entonces, se mostro muy amable. Como no era tonto, en seguida comprendio que causaria mal efecto que un gran medico ayudante como el compareciera ante la Gestapo. Nos ofrecio una buena mensualidad El mismo nos la trae regularmente.

– ?Por Ala, no conocia esta historia! -exclamo el legionario.

– Es el hombre mas estupido de todo el Ejercito -grito Porta, furioso, mientras lanzaba una mirada asesina a Hermanito.

– Esto no es un secreto para nadie -dijo el legionario-. Pero ahora que ha descubierto vuestra combinacion, sigue explicandonos lo que habia hecho vuestro matasanos.

– Sigue haciendolo -continuo Hermanito-, y hace bien en no dejarlo. Porta le hizo entender que solo un buen porcentaje de sus ingresos podria hacer que olvidaramos nuestro deber civico. Este tipo entorpece el progreso demografico, y esto es algo que no gusta en el pais de Adolph. Porta le dijo: «Escuche, matasanos, si esta historia llega a saberse, les destinarian a usted al 27.° Regimiento de Husares, 2.° Batallon, 5.? Compania, 1.? Seccion, l.er Grupo, y en los combates de Infanteria llevara usted mi lanzallamas. Y esto no es divertido. Ningun portalanzallamas consigue sobrevivir a dos o tres ataques.» Entonces, el medico capitulo. No obstante, intento discutir.

– Por una vez, procura callarte -dijo entonces el Viejo-. A la senora Dreyer no le duelen los pies como tu te figuras.

Hermanito ya no entendia nada. Para el, dano en los pies equivalia a decir tener los pies estropeados de tanto andar.

– Pero, entonces, ?por que quieres ver al matasanos? ?Tener dano en los pies cuando no hay ni una ampolla? Esto no es para mi, gracias. ?Os acordais de cuando fui a ver al matasanos a casa de el Gordo?

– ?Callate, maldita sea! Y no abras la boca hasta que se te interrogue -ordeno Porta.

La senora Dreyer empezo a contar su historia. Mas que a nosotros, parecia dirigirse a la fotografia de Himmler que colgaba de la pared.

– Me disponia a salir de mi casa cuando han llegado. -Cerro los ojos y se recosto en su silla-. Iba a pagar mi nota a casa del senor Berg, en Gansemarkt. Iba adelantada. Como siempre. Me gusta sentarme en la estacion y mirar a la gente. Es bonita la estacion. Y, ademas, en esta epoca del ano, hay flores. El jefe de estacion, el senor Gelbenschneid, es muy habil para cultivar rosas. Debe de ser el abono que le dan los campesinos. Fue mi marido quien me enseno a ser puntual. Siempre bajaba antes que nosotros. En cuanto sali a la calle, vi el gran automovil. Un «Mercedes» gris que llevaba esa especie de S en forma de rayos. «Iran a ver a la senora Becker, mi vecina», me dije. Porque ella tiene un hijo en las SS. Es Untersturmfuhrer de la Division «Das Reich». Antes de ser ascendido a oficial, estaba en el regimiento SS «Westland». Como mi hijo menor. Le reni cuando se alisto en las SS. Le atraia el uniforme, estoy segura. Era un buen hijo. Ahora, ha muerto. Me enviaron su Cruz de Hierro. Se enfado cuando le dije que a su padre no le hubiera gustado que fuese SS. Hubiera debido esperar a que le llamaran, como a sus tres hermanos. Dos de ellos estan en la Infanteria. El mayor, en los pioneros de asalto. Tambien ha muerto. Lo otros dos figuran como desaparecidos. Hace unos meses que lo supe.

Al marcharse, el mas joven me dijo: «Mama, mi deber seria denunciarte por derrotismo, pero por una vez fingire que no he oido lo que has dicho.» Ni siquiera quiso darme un beso antes de irse. Ahora, ha muerto. Solo me queda su Cruz de Hierro. La he guardado en el cajon donde conservo sus camisitas de cuando era pequeno.

»El gran vehiculo de lujo no iba a casa de la senora Becker. Avanzaba con lentitud y se ha detenido delante de mi. Un joven muy atento se ha apeado. Me ha recordado a mi hijo Paul, el pequeno. Ambos se parecian. Cerca de dos metros. Delgado como una muchacha. Hermosos dientes blancos. Bonitos ojos pardos. Muy, muy bien. Parecia muy cortes y educado. Si no hubiera llevado esa cazadora de cuero… Nunca me han gustado. Resultan frias, impresionantes.

Barcelona murmuro a el Viejo:

– Tiene mucha razon. Esas cazadoras huelen a muerte. En la antiguedad, el verdugo era un viejo alcoholico. Ahora, lo son jovenes bien educados, con cazadoras de cuero negro.

La senora Dreyer no les presto atencion. Siguio hablando a la foto de Himmler.

Imaginabamos facilmente la escena. Sabiamos con exactitud lo que el gran bandido de ojos pardos debio de decirle. Tendria un aspecto tan amable a los ingenuos ojos de la senora Dreyer… Mas para nosotros era otra cosa.

– ?La senora Dreyer? -habia preguntado al salir del vehiculo.

Ella le habia mirado, sorprendida. Despues, se habia presentado, sonriente:

– Emilie Dreyer.

El se habia acariciado la barbilla con una mano enguantada, y despues, campechano, habia hecho un guino con sus ojos pardos.

– Emilie Dreyer, Hindenburgstrasse, numero 9. ?No es eso?

La viejecita habia asentido. No habia percibido el peligro tras la cortesia. El habia palpado el bolsillo en que llevaba su «Walter» 7,65. Tambien llevaba un revolver de reglamento, en una funda, junto a la mano izquierda.

– Tenemos que hablar con usted. Acompanenos.

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