he comprendido.
– ?Que ha dicho? -pregunto
– Ha dicho que la verdad es, a menudo, estupida. Esto es todo. Y se ha ido tan silenciosamente como habia llegado. Como si flotara. Los otros me han dicho que llevaba suelas de goma. El manco ha dicho: «?El cerdo…!» No hay derecho a decir esto de su jefe, ?no es verdad? ?Cree usted que el automovil llegara pronto,
– Es lastima…
– Un dia, cuando tengan tiempo, vengan a verme, soldados. Les hare un pastel. Con pasas. A mis hijos les gustaba mucho el pastel de pasas.
– Tendria que probar de hacerlo con enebro -propuso el legionario-. Tambien es bueno.
Ella tomo nota del consejo y, despues, se durmio. Roncaba ligeramente.
Porta habia terminado de ordenar sus naipes. Propuso una partida, en lo que estuvimos de acuerdo, a condicion de que fuese con la baraja de
Jugamos en silencio durante algun tiempo. Despues, sono el telefono. Nadie le hizo caso.
La senora Dreyer dormia.
Todo el mundo estaba absorto en el juego. Tanto, que orinabamos en el lavabo, para no perder tiempo en ir hasta el retrete. De repente, llamaron a la puerta.
En el umbral estaban dos SD con la metralleta sobre el pecho.
– ?Heil Hitler, companero! ?Teneis aqui a una senora llamada Emilie Dreyer?
– Soy yo.
La viejecilla se habia despertado y se levanto vacilante.
– Bien -dijo el SD-. En marcha hacia Fuhlsbuttel. Coja sus cosas.
– Yo no voy a Fuhlsbuttel -protesto ella-. Yo vuelvo a casa.
– Todo el mundo se va a casa -dijo riendo el SD-. Pero, primero, daremos una vueltecita.
La senora Dreyer se agito. Empezaba a asustarse. Nos fue mirando sucesivamente. Nosotros rehuiamos sus ojos. Cogio a tientas la mano de
– ?Que Dios la proteja! -murmuro este.
Y se precipito hacia los lavabos.
Empezaba a comprender. Hablando suavemente consigo misma, siguio al SD. Se le habia soltado el lazo de uno de sus zapatos. Sus medias de lana estaban torcidas.
La pesada puerta se cerro de golpe.
Abajo, en el patio, oimos voces. Alli esperaban los coches celulares.
Otras puertas se cerraron con estrepito. Se oyeron voces de mando. El ruido de los motores que se calentaban. Los fatidicos vehiculos de color verde oscuro abandonaron la Jefatura.
En uno de ellos, la senora Emilie Dreyer, sus labores, encerrada en una caja hermetica que apestaba a sudor.
Guardamos silencio. Cada uno se entretenia en sus cosas. Sentiamos verguenza. Verguenza de nuestro uniforme.
Poco despues,
– Blank ha cogido el tren del infierno. Su cuerpo esta alli, colgado de los tirantes.
Gran conmocion. Todos nos apretujabamos para ver.
En el suelo estaba la gorra con la calavera. Blank se habia ahorcado de los barrotes de su celda. Tenia el rostro tumefacto y azulado. El cuello era demasiado largo. Los ojos, sobresalientes y sin brillo.
– No tiene buen aspecto -cuchicheo
– Le ha hecho una jugarreta a Dirlewanger -dijo el legionario.
– Esto ahorrara trabajo al tribunal -comento Heide.
– Ahora, ya solo pueden firmar el acta de defuncion -anadio Porta, riendo malevolamente.
– Nadie le llorara. Tenia muy mala reputacion.
– Estoy seguro de que alguien se sentira aliviado -medito Stege.
– Con tal de que esta historia no nos cause quebraderos de cabeza…
– Pensandolo bien, no ha sido muy delicado -comento Steiner-. Hubiera podido esperar a encontrarse en Fuhlsbuttel.
Escupio hacia la banderita SS que adornaba el guardabarros delante del «Mercedes» gris.
Y, sin transicion, prosiguio:
Porta aguzo el oido, mientras sus mejillas se sonrojaban. Se sono.