he comprendido.

– ?Que ha dicho? -pregunto Barcelona, furioso, mientras encendia un cigarrillo.

– Ha dicho que la verdad es, a menudo, estupida. Esto es todo. Y se ha ido tan silenciosamente como habia llegado. Como si flotara. Los otros me han dicho que llevaba suelas de goma. El manco ha dicho: «?El cerdo…!» No hay derecho a decir esto de su jefe, ?no es verdad? ?Cree usted que el automovil llegara pronto, Feldwebel?

El Viejo dijo que si con la cabeza, mientras lanzaba una mirada al legionario, quien movio la suya, al tiempo que exhalaba un suspiro.

– Es lastima…

– Un dia, cuando tengan tiempo, vengan a verme, soldados. Les hare un pastel. Con pasas. A mis hijos les gustaba mucho el pastel de pasas.

– Tendria que probar de hacerlo con enebro -propuso el legionario-. Tambien es bueno.

Ella tomo nota del consejo y, despues, se durmio. Roncaba ligeramente.

Porta habia terminado de ordenar sus naipes. Propuso una partida, en lo que estuvimos de acuerdo, a condicion de que fuese con la baraja de Barcelona.

Jugamos en silencio durante algun tiempo. Despues, sono el telefono. Nadie le hizo caso.

La senora Dreyer dormia.

Todo el mundo estaba absorto en el juego. Tanto, que orinabamos en el lavabo, para no perder tiempo en ir hasta el retrete. De repente, llamaron a la puerta.

Barcelona fue a abrir.

En el umbral estaban dos SD con la metralleta sobre el pecho.

– ?Heil Hitler, companero! ?Teneis aqui a una senora llamada Emilie Dreyer?

– Soy yo.

La viejecilla se habia despertado y se levanto vacilante.

– Bien -dijo el SD-. En marcha hacia Fuhlsbuttel. Coja sus cosas.

– Yo no voy a Fuhlsbuttel -protesto ella-. Yo vuelvo a casa.

– Todo el mundo se va a casa -dijo riendo el SD-. Pero, primero, daremos una vueltecita.

La senora Dreyer se agito. Empezaba a asustarse. Nos fue mirando sucesivamente. Nosotros rehuiamos sus ojos. Cogio a tientas la mano de el Viejo.

– ?Que Dios la proteja! -murmuro este.

Y se precipito hacia los lavabos.

Empezaba a comprender. Hablando suavemente consigo misma, siguio al SD. Se le habia soltado el lazo de uno de sus zapatos. Sus medias de lana estaban torcidas.

La pesada puerta se cerro de golpe.

Abajo, en el patio, oimos voces. Alli esperaban los coches celulares.

Otras puertas se cerraron con estrepito. Se oyeron voces de mando. El ruido de los motores que se calentaban. Los fatidicos vehiculos de color verde oscuro abandonaron la Jefatura.

En uno de ellos, la senora Emilie Dreyer, sus labores, encerrada en una caja hermetica que apestaba a sudor.

Guardamos silencio. Cada uno se entretenia en sus cosas. Sentiamos verguenza. Verguenza de nuestro uniforme.

Poco despues, Hermanito se levanto, salio al pasillo, seguido de Porta. Oimos una puerta que se abria. Gritos. Hermanito entro como una exhalacion.

– Blank ha cogido el tren del infierno. Su cuerpo esta alli, colgado de los tirantes.

Gran conmocion. Todos nos apretujabamos para ver.

En el suelo estaba la gorra con la calavera. Blank se habia ahorcado de los barrotes de su celda. Tenia el rostro tumefacto y azulado. El cuello era demasiado largo. Los ojos, sobresalientes y sin brillo.

– No tiene buen aspecto -cuchicheo Barcelona.

– Le ha hecho una jugarreta a Dirlewanger -dijo el legionario.

– Esto ahorrara trabajo al tribunal -comento Heide.

– Ahora, ya solo pueden firmar el acta de defuncion -anadio Porta, riendo malevolamente.

Hermanito se sono con los dedos.

– Nadie le llorara. Tenia muy mala reputacion.

– Estoy seguro de que alguien se sentira aliviado -medito Stege.

El Viejo se instalo en su escritorio, para preparar el informe.

– Con tal de que esta historia no nos cause quebraderos de cabeza…

– Pensandolo bien, no ha sido muy delicado -comento Steiner-. Hubiera podido esperar a encontrarse en Fuhlsbuttel.

Tenian el mismo grado. Ambos eran grandes ladrones, pese a la diferencia de uniforme. Jefazos del mercado negro que vendian cualquier cosa. Desde mujeres hasta cartuchos de pistola vacios. Eran soldados hasta la medula de sus huesos, pero jamas lo admitirian, ni en su fuero interno.

El chofer SS sopeso el cigarrillo liado a mano, lo olfateo.

– Creo que eres un maldito embustero -murmuro-. No huelo nada. Abrelo para que vea las bolas.

– ?Te digo que hay una en cada cigarrillo, es la pura verdad! - protesto Porta.

Escupio hacia la banderita SS que adornaba el guardabarros delante del «Mercedes» gris.

El SS devolvio inmediatamente la fineza, escupiendo hacia el monumento a los soldados muertos en la otra guerra,

– Tengo varios neumaticos de automovil -ofrecio el SS-, pero queman los dedos.

– Tambien tu trasero quemara si algun dia te pescan -le profetizo Porta-. Te enviaran con nosotros.

Y, sin transicion, prosiguio:

– Fui chofer como tu, con un coronel. Pero me liquido.

– ?Por que? -pregunto el SS.

– Lave nuestro estandarte y me tragaba su comida. Cuando le ensene el estandarte bien limpio y planchado, estuvo vociferando cuatro horas seguidas Aseguro que la mierda que habia quitado era la patina de Austerlitz.

– Tengo una direccion donde las gachis suben semidesnudas a un cuadrilatero y la emprenden a mamporros.

Porta aguzo el oido, mientras sus mejillas se sonrojaban. Se sono.

– ?Es verdad?

– Solo con algunos trapos. Zapatos, medias y portaligas. Todo

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