Ella habia explicado que le era totalmente imposible. Que tenia que ir a pagar sus facturas a la ciudad. Y que, ademas, tenia una cita con el doctor Johr.

El SS se habia reido en voz alta. Jamas habia oido una disculpa tan mala para no ir a la Gestapo.

– ?El pedicuro? -habia preguntado, riendo-. Ya ira a casa del pedicuro, senora Dreyer.

Despues, le habia acometido otro ataque de risa. La senora Dreyer no comprendia por que se reia. Explico que era indispensable que fuese al pedicuro. El doctor tenia mucha clientela, y si no se estaba a la hora perdia el turno, y habia que pagar la visita.

El SS se inclino cortesmente. Tenia sentido del humor y no conseguia contener su risa. Aquella viejecilla era, sin duda, la mas chiflada que jamas hubiera visto. Explico que se pondrian en contacto con el pedicuro y que no tendria que garle.

Pero la senora Dreyer siguio protestando. El la sujeto por un hombro.

Entonces, ella noto que solo tenia un brazo. La manga izquierda colgaba, vacia.

– ?Oh, Dios mio! ?Tan joven y tan guapo y manco…!

El SS murmuro que el otro brazo habia quedado en Stalingrado.

Ella enseno su anillo SS.

– Tambien mi hijo estaba en la Division «Das Reich», senor oficial.

Pero aquello no le interesaba al manco. Era como si no la hubiese oido.

La instalaron en el asiento posterior del automovil gris. Avanzaron aprisa. Los hombres con cazadora negra siempre tienen prisa.

El chofer era muy diferente del manco. Era tuerto. Su ojo de vidrio estaba mal hecho. Era imposible apartar la mirada de el.

– Nada de historias, abuela -amenazo cuando la senora Dreyer hubo ocupado su asiento.

Por un momento, ella habia sentido miedo al ver el verdadero rostro de la Gestapo, pero el manco hizo callar inmediatamente al chofer.

– Silencio, Scharfuhrer. Limitese a conducir.

Habian llegado, en silencio, a la plaza Karl Muck.

El manco era uno de esos funcionarios incorruptibles, desprovistos del menor sentimiento humano. Un lobo sanguinario bajo una piel de cordero. Uno de esos hombres de la Gestapo que, ante todo, comprobaba si el documento era autentico, incluso antes de leer el texto; y capaz, una vez hecha la comprobacion, de hacer ejecutar a su propia madre. Era cortes incluso con un cadaver. A menos de conocer muy bien la Gestapo, era imposible figurarse hasta que punto era peligroso aquel hombre. La cortesia caracteriza a las personas inteligentes. Solo los idiotas son brutales y groseros. La senora Dreyer inspiro y abrio los ojos.

– No ha estado bien que el chofer me haya llamado abuela en ese tono. Nadie me habla asi. Soy una persona respetable.

– Pues, a veces, a mi se me escapan cosas peores -reconocio Hermanito.

– ?Oh, ese…! -intervino Porta-. Contesta solo si o no y asi no correras ningun riesgo.

– ?No me vengas con monsergas! -grito Hermanito, gesticulante-. La primera vez que conteste que si ante un tribunal me costo dos meses de carcel. Por lo tanto, decidi que en lo sucesivo siempre diria que no. Por otra parte, esto por poco me cuesta la vida en Minsk.

– Entonces, callate -propuso Heide.

– Tampoco es solucion. Trate de hacerme el mudo cuando el asunto del robo en Bielefeldt, cuando estabamos en el 11.? de Husares. Ya os acordareis de la historia del «Skoda» blindado y de la locomotora de Goering. Y yo me lo cargue todo porque permaneci mas mudo que una carpa. ?Como me recibieron en Fagen!

El legionario le toco una mano. Era un ademan que testimoniaba una muda admiracion.

– Bien, camarada, pero no pudieron contigo.

– Les resulto totalmente imposible -dijo Hermanito, riendo-. Me echaron del campo. Decian que perjudicaba la disciplina. No se atrevieron a liquidarme abiertamente, porque procedia del Ejercito. Por el contrario, debian procurar que no me ocurriera nada. Se las dieron de listos al proponerme que me largara. Uno de los veteranos me puso en guardia.

»El tipo estaba en Fagen por sexta vez. Nos hicimos amigos, aunque el pertenecia a Zapadores, a los que yo nunca he podido tragar. Era un buen hombre. Los SS me prometieron montones de cosas si me evadia. Era el unico medio de hacerle doblar la rodilla a un esclavo del Ejercito. Siempre se las arreglaba para tener a infelices sin ninguna relacion con el partido, como testigos de una evasion. La primera vez, me dejaron en una piedra y me dijeron que me largara. Pero fui mas listo que ellos. Habian apostado a unos individuos tras los arbustos, con el fusil amartillado.

»La vez siguiente, aquellos superhombres escogieron su propio campo de tiro. Era una hermosa tarde. Yo me distraia con varios colegas, eliminando la mala hierba. El SS Sturmmann, que debia vigilarnos, se habia sentado en una piedra. Se llamaba Greis. Era el peor canalla que jamas haya llevado la gorra con la calavera. Fumaba tranquilamente una pipa de marihuana, pero como una gachi. Con una bolita en medio del cigarrillo.

»Otros dos SS llegaron a visitar a Greis. Unos verdaderos carniceros. Habian organizado cosas entre los tres. Y despues se echaron a reir de una manera que no enganaba a nadie. «Tienen el gatillo muy suelto», murmuro uno de mis companeros. ?Ya podemos ir con cuidado! Un verdadero ballet con la punta de los pies, ibamos con mucho ojo para no rebasar ni un milimetro la zona permitida. Despues, el Oberscharfuhrer Breit me hizo llamar. Era tan amable que daba ganas de vomitar. Me dio una palmadita con sus guantes y, despues, dijo con una sonrisa:

»-Apuesto a que te gustaria marcharte de aqui.

»-Si, Herr Oberscharfuhrer.

»Los tres se echaron a reir y me aseguraron que saldria muy pronto.

»-Muy pronto -repitio Breit por su cuenta.

«Regresamos al campo. Ibamos en columna de a uno, a paso de desfile, con los tobillos rigidos. De modo que, una vez de regreso, volvi a salir con los tres SS. Hablamos muy amablemente de varias cosas. Aludi a mi infancia en el correccional «Sonnenheim». El director era un maldito hipocrita.

»-?Te gustaria pegarle una paliza a un cura? -me pregunto Greis.

»-No diria que no

»Pero el Oberscharfuhrer interrumpio en seco nuestra conversacion.

»-No le pegara a ningun cura. Se marchara de aqui.

«Tuvieron otro ataque de risa. Greis empezaba a hipar. Las lagrimas le resbalaban por las mejillas. Yo no le veia la gracia a sus palabras. Me senalaban con el dedo y hablaban de mi cabeza. Y despues, se echaban a reir.

»Al llegar al campo de tiro, el Oberscharfuhrer me senalo tres pequenos abedules.

»-?Ves aquellos abedules, Creutzfeld?

»Claro que los veia: saltaban a la vista

»-Ya me lo figuraba -comento, risueno-. Eres soldado desde hace anos, Creutzfeld, y sabes lo que significa una orden. Ahora, yo, tu Oberscharfuhrer, te doy una orden. Correras cuanto puedas hasta aquellos arboles. Si llegas en menos de dos minutos, seras hombre libre y podras regresar a tu Regimiento de Blindados.

»-?Y si tardo mas?

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