decir que vienes de parte de Kebler. Rudolph Kebler. Soy yo. Aparte de esto, si algun dia quieres hablarme, estoy en el cuartel de Longhorn. Vivo alli.

En el mismo momento, lanzo un pequeno silbido y se sento muy tieso detras del volante. En un segundo, se habia transformado en un disciplinado automata.

Porta se echo el fusil al hombro. Con el pulgar a lo largo de la correa, segun prescribia el Reglamento. Cuarenta y cinco grados de separacion entre ambos pies. El brazo izquierdo pegado a la costura del pantalon. El codo a la altura de la hebilla del cinturon. Siguio con la mirada a los tres hombres que salian de la oficina del comandante. Paul Bielert, de paisano, el SD Unterscharfurer, con la mano apoyada en la funda de la pistola, y, entre ambos, el teniente Olhsen. El gran «Mercedes» salio del cuartel. Porta reanudo la guardia. Por un instante, se pregunto que ocurria con el teniente Olhsen. Se dirigio hacia los garajes. Oculto tras unas tablas, cerca del lugar donde se lavaban los vehiculos, se puso a estudiar las fotografias pornograficas. Ordeno los tres fajos de billetes. Del bolsillito que tenia en la parte baja de la guerrera, saco un billete de cien marcos. Rio satisfecho. El truco de hacer desaparecer el billete mientras contaba no habia llegado, por lo visto, a oidos de Kleber. Riendo por lo bajo, siguio andando hasta las cajas de municiones, donde le esperaba Heide, que estaba alli de guardia.

– ?Que diablos haces? -le pregunto-. Hermanito ha venido ya dos veces.

– Callate, tengo otras preocupaciones que la de montar la guardia.

– Por lo menos, podrias tenerme alguna consideracion -gruno Heide, ofendido-. Al fin y al cabo, soy tu superior. Te protejo sin cesar. ?Sabes que la Gestapo merodea por el cuartel? Buscan a alguien y me parece que es a ti. Todo me dice que terminaras con una cuerda al cuello.

– Atrasas, Julius. Ya se han marchado, llevandose la presa. Pero puesto que hablas de proteger, te aconsejo que sigas haciendolo. Seria muy molesto para ti que olvidara mi deber de ser discreto. ?Sabes? Conozco exactamente como sera tu vida, Julius. Si aun no has muerto cuando hayas perdido la guerra, seguiras en el Ejercito, a menos que caigas mas bajo y te conviertas en un poli. Te veo ya con una estrella roja en la gorra. Has nacido para esta clase de trabajo, Julius.

– ?Por que diablos no habria de seguir en el Ejercito? -pregunto Heide, candidamente-. Cobrare cada diez dias, tendre una buena cama y estare libre desde el viernes por la noche hasta el domingo por la noche. Dejare que los reclutas me agradezcan los favores que les haga. Y sometere a un tratamiento especial a los que no quieran pagarme. Y en cuanto se haya olvidado la guerra, lo que no tardara en ocurrir, sacare brillo a todas mis medallas y cruces. Y entonces veras como todas las mujeres caeran rendidas en mis brazos. Sere un heroe con el que todos desearan alternar.

– Lo sabia -exclamo Porta, triunfalmente-. Seguiras en la jaula. Yo prefiero el comercio, la libre competencia. Cuando pases con uno de esos cacharros viejos del Ejercito, me veras en un «Mercedes» descapotable, con una gachi cubierta de pieles a mi lado. Un verdadero bombon, con la falda bien cenida. Mientras tu vociferaras a los reclutas el lunes por la manana, bajo la lluvia, yo lo pasare canon tras un escritorio grande como un camion de diez toneladas, contando mi pasta.

Como por casualidad, Porta saco las fotografias y las paso rapidamente ante los ojos de Heide.

– ?Valgame Dios, dejame verlas!

– Encantado -replico Porta-. Te las dejare una hora.

– ?Damelas, aprisa!

Heide se relamio avidamente los labios, y dos manchas rojizas aparecian en sus mejillas.

Porta se echo a reir. Barajo las fotografias con la lentitud suficiente para que Heide pudiera ver cuan interesantes eran.

– Te dejo que las mires, Julius. Incluso te dejo que vayas a las letrinas con ellas, para que puedas mirarlas tranquilamente.

– ?Por cuanto las vendes?

– No las vendo. Las alquilo. A cien marcos la hora toda la serie, o a cinco marcos la pieza.

– ?Estas loco? ?Crees que te dare cien marcos para mirar tus fotos de segunda clase?

Heide fingio estar escandalizado.

Se irguio como un verdadero suboficial, pero Porta no se dejo impresionar.

– Nadie le obliga a ello, senor suboficial Julius Heide. Es usted quien me ha pedido que le dejara echar una mirada a las mismas.

Hizo desaparecer las fotografias pornograficas en el estuche de la mascara antigas, pego una patada a la cerradura de una caja de municiones y comprobo satisfecho que la misma se habia roto.

– Tendra usted problemas, senor suboficial, si viene el comandante y encuentra la caja abierta.

– ?Te has vuelto loco? ?Romper la cerradura! Dare parte.

– ?Ah, si! -exclamo Porta, riendo.

Y se marcho tranquilamente hacia los garajes, donde habia escondido una botella de cerveza.

Durante un momento, Heide contemplo furioso la cerradura.

Por fin, consiguio sujetarla de modo que no se notara facilmente que estaba rota. Para el lo importante era que el hecho pasara inadvertido hasta el final de la guardia. Agito la cabeza, satisfecho, y salio corriendo en pos de Porta.

– Dame esas fotografias. Aqui tienes los cien marcos. Pero supongo que sabras que esto es usura.

– ?Crees que soy una institucion filantropica?

En cuanto hubo terminado su guardia, Heide se presento en el puesto de control. Y despues, desaparecio hacia las letrinas, donde permanecio una hora mirando las fotografias.

– Han venido a buscar al teniente Ohlsen -dijo Barcelona, cuando Porta regreso al puesto.

– ?Que se apane! -replico Porta-. ?De que se le acusa?

– No lo sabe nadie, pero todo el Estado Mayor esta alborotado. Hinka grita de tal modo que se le oye desde lejos. El ayudante ha vomitado tres veces, de miedo. Parece que vamos a tener un nuevo jefe de Compania. Me lo ha dicho el Feldwebel Grun.

– Merde -suspiro el legionario-. Crimen de Estado. Les he visto cuando se marchaban. Un «Mercedes» SS 333300. La seccion IV-2-a, de el Bello Paul. Solo se ocupa de los asuntos importantes.

Porta se encogio de hombros, indiferente.

– ?Estos oficiales estan tan ocupados, discutiendo! Se olvidan de prestar atencion a lo que dicen, cuando se entusiasman demasiado. Por eso hay tantos que se encuentran sin cerebro, que, por otra parte, nunca han tenido. Creen que estan seguros gracias a la quincalla de sus condecoraciones. Y ademas, tienen su amor propio.

Porta escupio en el suelo.

– ?Tonterias! Apuesto diez contra uno a que no volveremos a ver al teniente Ohlsen.

Hermanito entro impetuosamente. Echo el fusil sobre la mesa.

Lanzo el casco a los pies de Barcelona.

Y escupio en la taza de Heide.

Evidentemente, buscaba camorra.

– ?A alguien le apetece un coscorron? -pregunto, furioso-. Durante la guardia, me he divertido con una gachi, junto a la cerca electrizada. Y despues, todo se ha ido al agua porque me han

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