provocacion.

– Prisionero, es usted un monton de mierda. Si pudiera verse en un espejo, se tendria asco. Sin uniforme ni medallas es un cero a la izquierda. Un mico con las rodillas huesudas y los pies vueltos hacia dentro. El mas miserable de los reclutas es un valeroso guerrero comparado con usted.

Despues de guinarle un ojo al Obergefreiter Stever, dio varias vueltas alrededor del teniente Ohlsen. Parecia un tanque moviendose sobre el pavimento. El Verraco estaba orgulloso de su manera de andar.

– Prisionero, diez flexiones de las piernas, los brazos extendidos. Hemos de asegurarnos de que no ha ocultado nada en algun escondrijo indecente. Las palmas de las manos en el suelo, las rodillas extendidas, inclinase hacia delante. Stever, compruebe el agujero del culo.

El Obergefreiter Stever se echo a reir y fingio que lo hacia; despues, dio un puntapie al teniente Ohlsen. El oficial cayo hacia delante, pero sin ni siquiera rozarle, con gran pesar de el Verraco. Si hubiera ocurrido esto, el Verraco hubiese podido darle un buen puntapie en la cara, so pretexto de que el prisionero le habia atacado.

Aproximadamente un mes antes, Stever pego tal patada a un Feldwebel que, al caer, derribo tambien a el Verraco. Le habian roto tres costillas entre los dos. A continuacion, se lo habian entregado a el Buitre, quien, despues de dejarlo en el suelo del calabozo, habia saltado sobre su vientre desde encima de la mesa. El Feldwebel habia gritado durante un cuarto de hora largo. Habia gritado tanto que desperto a toda la prision. En aquel momento, habia dos locos en el calabozo numero 7. Eran dos Gefreiter del 9.° Regimiento de Artilleria. No se sabia con exactitud como se habian vuelto locos. Se decia que dos suboficiales habian rebasado un poco los limites de las sanciones disciplinarias. A los dos suboficiales les cambiaron simplemente de Regimiento. Pusieron al maltrecho Feldwebel en el mismo calabozo que los dos locos, entregaron una tabla de la cama a cada uno de ellos y les ordenaron que le pegaran. Los locos se habian echado a reir y habian empezado a golpear al pobre diablo. Tambien el acabo volviendose loco. Tiempo despues, tuvo derecho a una inyeccion, en calidad de enfermo incurable. Tambien los dos Gefreiter de Artilleria, pero aquello no concernia a la carcel. Era la Seccion del doctor Werner Heyde.

El Verraco sonrio, satisfecho. Sabia lo que hacia. En la carcel, era el quien lo decidia todo. El comandante acudia de vez en cuando a realizar una inspeccion, pero aquello carecia de importancia. El comandante Rottenhaussen callaria. Una investigacion a fondo solo serviria para crearle problemas, con la consecuencia inmediata de su envio al frente del Este. Un nombre en su sano juicio no corta la rama en que esta sentado.

– Debe colocar los tirantes y el cinturon en la bolsa -gruno, indicando el saquito blanco-. Aqui no queremos suicidios. Le encantaria burlar al Tribunal Militar, ?eh? Dejar sin trabajo a todos nuestros jueces y procuradores militares. ?Ah, no, prisionero! Procuramos que nuestros clientes no se pierdan nada. Instruccion previa, espera y juicio y, para terminar, lo mejor: las penitenciarias de Torgau o de Glatz Espero que vaya a Glatz. Alli esta el coronel Remlinger. Sabe como tratar a un tipo como usted. Alli hay una disciplina que haria palidecer incluso al viejo Fritz [31]. Miden con un centimetro si hay la distancia reglamentaria entre las puntas de los pies, cuando estan firmes, cada milimetro de diferencia cuesta veinte bastonazos en la espalda. Alli quebrantan a los heroes mas duros. Alli hacen bajar las escaleras, desde el cuarto piso, apoyados solo con las manos. He oido decir que tres prisioneros libertados, uno de los cuales estaba paralitico cuando fue a Glatz, han encontrado trabajo como acrobatas en un circo de fama mundial. Pero, al fin y al cabo, ni siquiera es seguro que vaya usted alli, mi teniente. Tal vez le decapiten. ?Quien sabe? Quizas el Bello Paul desee verle bajo el gran cuchillo. Resulta desagradable. Yo prefiero el poste en los terrenos de Luneburgo.

El Verraco se acaricio la nuca pensativamente.

– Solo lo vi una vez y tuve bastante. Pero, apresurese, prisionero, vistase a toda prisa. Aqui no toleramos a los perezosos. Recuerdelo, teniente. Parece usted a punto de dormirse. ?Piensa, tal vez, que el Obergefreiter Stever le explicara un cuento de Andersen? ?El patito feo, por ejemplo?

Stever contuvo una risotada.

El teniente Ohlsen se vistio a toda prisa. Ahora que le habian quitado el cinturon, se veia obligado a sostener el pantalon con las manos.

– Aqui debe abrocharse el cuello -ordeno el Verraco-. La corbata esta prohibida. No hacemos las cosas a medias.

El teniente Ohlsen doblo silenciosamente las anchas solapas sobre su pecho, abrocho la de encima en el boton de la hombrera y sujeto el cuello de la guerrera.

El Verraco asintio con la cabeza.

– Ya vera, acabaremos por conseguir algo de usted. Muchos oficiales han vuelto a ser verdaderos soldados gracias a nosotros. ?Levante los brazos! ?Salte con los pies! ?Uno, dos, tres!

El teniente Ohlsen saltaba, impasible, y parecia completamente indiferente.

El Verraco se turbo. «Debe de estar loco», penso. Nunca habia visto a un oficial que soportara todo aquello. La mayor parte de ellos estallaban en el momento del registro. Los mas curtidos resistian hasta los saltos. Tambien Stever estaba sorprendido. No lo comprendia. Aquel teniente debia de ser de madera.

– Boca abajo -ordeno el Verraco-. Treinta vueltas sobre el ombligo.

El teniente Ohlsen obedecio. El teniente Ohlsen dio treinta vueltas sobre si mismo.

El Verraco le piso los dedos. Ohlsen gimio, pero no mucho, ni siquiera cuando le arrancaron una una. Le dieron un fusil, una pesada arma belga, y en el pasillo, Stever y el Buitre le hicieron maniobrar bajo la vigilancia de el Verraco.

– De rodillas, preparado -ordeno Stever.

El Buitre dio la vuelta alrededor del prisionero arrodillado para comprobar si su posicion era correcta; pero quedaron decepcionados. El teniente Ohlsen sabia hacer el ejercicio.

– ?En pie! -ordeno Stever.

Apenas el teniente Ohlsen se habia levantado, con el fusil en posicion, la culata pegada al hombro, el codo en angulo recto, cuando Stever volvio a gritar:

– ?De bruces! -Y casi en el acto-: ?De rodillas! ?Apunten! ?Alineamiento a la derecha! ?De bruces! ?Firmes! ?Descansen! ?Firmes! ?Media vuelta! ?Saltos sin moverse del sitio! ?Hop! ?Hop!

Finalmente, el Buitre consiguio atrapar al teniente Ohlsen.

– ?Esta si que es buena! ?Un oficial que no sabe manejar las armas!. ?Y pretende ensenar a los reclutas! ?A la derecha y firmes, monton de mierda!

El teniente Ohlsen se tambaleo, pero tan poco que hacia falta un elemento de la calana de el Buitre para notarlo.

– ?Se mueve! -aullo el Buitre-. ?Se mueve en posicion de firmes!

El Verraco y Stever se retiraron discretamente a un rincon. No habian visto nada. No sabian nada.

El Buitre se acaloro.

– ?Maldita sea! El miserable tiembla como un perro mojado… ?en posicion de firmes! ?Una cosa asi me saca de quicio! Un oficial que no sabe obedecer. Monton de basura, ?es que nunca has leido lo que hay escrito en la puerta de la escuela de reclutas? «Obedece primero, ordena despues.» ?Mantente erguido, simio! Cuando ordeno «!firmes!», te conviertes en una estatua, en una piedra, en un poste, en una

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