Despues, el legionario habia canturreado:

– Ven, ven, oh, muerte, ven.

Mas tarde, Stever habia entrado en la celda del teniente Ohlsen. Primero, habia hablado de la lluvia y del sol. Luego, se habia sentado antirreglamentariamente en el borde de la cama, y habia declarado:

– Ese pequeno suboficial con el rostro desfigurado y la mirada de serpiente que decia tantas burradas es el tipo mas asqueroso que he visto nunca. ?Como es posible que un oficial como tu alterne con semejante bruto? Estoy helado hasta la medula de los huesos. Tiene aspecto de loco.

El teniente Ohlsen se encogio de hombros.

– Nadie alterna con el. Su unica amiga es la muerte.

– ?La muerte? No lo entiendo. ?Es un asesino?

– En un sentido, si y en otro, no. Es, a la vez, verdugo y juez. Su jefe esqueletico, el hombre de la guadana, le susurra al oido a quien debe enviar al reino de los muertos, y cuando esta decidido, silba la tonadilla de su amo.

– ?La invitacion a la muerte? -murmuro Stever, mientras se secaba la frente humeda con el dorso de la mano-. No quiero volver a ver a ese tipo. -Dio unos pasos por la celda-. He conocido a muchos tipos extranos en el RSHA. Tipos que te erizaban el cabello. Pero ese que ha venido a verte es peor que todos los demas. Se sienten escalofrios con solo mirarlo. -Stever se volvio a sentar en la cama. Luego, subitamente, no pudo contenerse mas y pregunto-: ?Crees que tiene algo contra mi?

– Lo ignoro -repuso el teniente Ohlsen, cansado-. Nunca se sabe si tiene o no algo contra alguien. Solo se sabe cuando ocurre y entonces, suele ser demasiado tarde. Tal vez haya observado Stever, que anda sin hacer el menor ruido. Es el unico soldado de todo el Ejercito aleman que lleva gruesas suelas de goma. Tiene cuatro pares de botas asi. Creo que son americanas. Si tiene algo contra usted, Stever, no tardara en advertirlo.

– Pero, nunca le he hecho nada, que yo sepa. Nunca le habia visto, ni quiero volver a verle.

Al final, Stever casi gritaba. Tuvo miedo de si mismo, y se tapo la boca con una mano, movio la cabeza, se quito la gorra, se froto el rostro y toco los galones que llevaba en la manga.

– No soy mas que un pequeno Obergefreiter que se limita a obedecer.

Se inclino confidencialmente hacia el teniente Ohlsen, que estaba de pie junto a la pared, debajo de la ventana, segun prescribia el reglamento.

– Voy a decirle algo. Aqui, el hombre peligroso es el Verraco, ese miserable. Es Stabsfeldwebel. Si el amigo del hombre de la guadana quiere divertirse con alguno de nosotros por tu causa, se bueno y explicale a ese diablo que se equivoca si persigue a un camarada. Es al Haupt-un Stabsfeldwebel Stahlschmidt a quien debe echarle el guante. Marius Alois Joseph Stahlschmidt. Con franqueza, ese pequenajo no me gusta. Solicitare el traslado en seguida. No quiero seguir aqui.

»Noto que ya no puedo mas. Todos los que han salido de aqui volveran algun dia. Y entonces, prefiero encontrarme a mil kilometros de distancia. Explicale que yo no estoy aqui por los mismos motivos que el Verraco y el Buitre. A mi me trasladaron.

Saco su cartilla militar y la enseno al teniente Ohlsen para que pudiera comprobarlo.

– Mira. Pertenezco al 12.° Regimiento de Caballeria, que esta en Paris. Aquellos cretinos me echaron y me enviaron aqui. Nunca solicite el traslado. Incluso he pedido varias veces que me envien a otra unidad, pero el Verraco no quiere separarse de mi. El me aprecia, pero yo a el, no. Dile a ese tipo lleno de cicatrices, que de buena gana le ayudare a echar el guante a el Verraco y a el Buitre, y que si necesita una coartada cuando se los haya cargado, ?maldita sea!, jurare por todos los diablos en favor suyo.

– ?No cree usted en Dios, Stever?

– No, en realidad, no.

– ?Nunca ha rezado, Stever?

– Solo una o dos veces, cuando he estado muy apurado Ahora me ocupare de ti, teniente, y te buscare algo para leer. Pero, cuidado: que no lo encuentre el Verraco. No hay que temer a el Buitre. No tiene nada que hacer en mis calabozos. Y aqui tienes cigarrillos. Cogelos, muchacho. Somos camaradas, ?no?

Stever escondio un paquete entero debajo del colchon.

– Fumatelos junto a la boca de ventilacion, teniente. Asi no se notara el humo. -Iba a salir de la celda, pero cuando se disponia a cerrar la puerta, se volvio y dijo-: Esta noche, recibiremos nuestra racion de chocolate. Te dare la mia. La dejare encima del deposito para que puedas cogerla cuando vayas al retrete. Pero, por favor, explicale a tu companero que soy un buen sujeto. Piensa en los riesgos que corro por tu causa. Desde que te vi, te encontre simpatico. ?No observaste como te guine un ojo cuando llegaste? Y, sobre todo, no creas que tengo miedo. No le temo a nada en el mundo. Todos los que me conocen podrian explicartelo. Gane mis dos Cruces de Hierro en Polonia, y aquello fue duro. Fui el unico de la Compania que las recibio. Explicaselo a tu amigo. Yo tambien soy del frente. En Westa Plata, liquide toda una Seccion. Eso me valio la E. K. [32]. En Varsovia, destrui cuatro refugios antiaereos con ayuda de lanzallamas. No escapo ni un polaco. Todos quedaron asados antes de haber tenido tiempo de abrir la boca. Por eso me concedieron la E. K. I. Ya ves, pues, que no soy ningun miedoso. Te aseguro que estuve a punto de llorar de decepcion por no haber estado en Stalingrado. Pero tu amigo me hace temblar. ?Utiliza un cuchillo? Quiero decir, ?un punal?

El teniente Ohlsen asintio con la cabeza.

Stever se estremecio y cerro de golpe la puerta del calabozo. Fue al lavabo, metio la cabeza bajo el chorro del agua fria y dejo que esta manara durante cinco minutos. No se encontraba muy bien.

El teniente Ohlsen respiraba con fuerza. Limpio la cama en la que se habia sentado Stever. Despues, se sento a su vez, con la cabeza entre las manos. Se sentia mejor. Tenia aliados.

Cuando el Obergefreiter Stever hubo terminado de refrescarse, se dirigio tan aprisa como se lo permitian sus piernas, hacia el despacho de el Verraco. Estuvo a punto de olvidarse de llamar a la puerta. Las palabras brotaban de su boca a borbotones.

– ?Ha visto los visitantes del numero 9, Stabsfeld? ?Se ha fijado en el pequeno? Era el diablo en persona.

El Verraco examino a Stever. Sus astutos ojillos se entornaron hasta convertirse en dos rendijas.

– No te pongas nervioso, Stever. Solo eran dos soldados. El pequeno debia de estar borracho. Tarareaba algo extrano, sobre la muerte, cuando se han marchado. Y si no estaba borracho, quiza haya recibido un cascote de granada. Iba encorvado bajo el peso de sus condecoraciones. Es una especie de idiota del frente que cree poder exhibir entre nosotros su escaparate de quincalleria.

Stever se sento en una silla y se enjugo la frente.

– ?Menuda jeta! Avergonzaria hasta a un canibal. ?Se ha fijado en la larga cicatriz que le cruza el rostro y que cambia constantemente de color? ?Y los ojos? Nunca los olvidare. ?Y las manos? Eran unas manos hechas para estrangular.

El Verraco cogio el permiso de visita que estaba ante el, encima de la mesa, y murmuro a media voz:

– Feldwebel Willie Beier y suboficial Alfred Kalb.

– ?Ese es! -grito Stever-. Alfred Kalb. Me acordare.

Examinaron el permiso de visita. De repente, el Verraco dio un respingo.

– ?Por todos los diablos del cielo y de la tierra! ?Fijese en esta firma!

Вы читаете Gestapo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату