obstaculos del terreno de entrenamientos, hasta perder ocho kilos y medio.

ElVerraco habia jurado vengarse con todos los oficiales eme cayeran en sus garras, y cumplia su promesa.

Ahora, el teniente Ohlsen permanecia erguido ante el Verraco, a su merced. Todas sus pertenencias habian sido registradas y colocadas dentro de la bolsita blanca que se colgaria de un clavo, en la parte exterior de la puerta de su celda.

Se paso a la indumentaria. Era el momento que el Verraco preferia. Hizo chasquear la lengua, gruno de satisfaccion, se seco las manos humedas en sus pantalones de montar. Con los ojillos entornados observaba fijamente al teniente Ohlsen y decidio que era un flojo que no se atreveria a protestar. Mas, por otra parte, nunca se sabia. Habia que tener habilidad para provocar los incidentes. Lo esencial era conseguir que el prisionero empezara a gritar; despues, era sencillo hacerle perder la calma hasta el punto de que empezara a golpear. Entonces, el Verraco podia pasar a la contraofensiva. El Obergefreiter Stever era un testigo complaciente. Permanecia en pie ante la puerta, como una roca humana capaz de impedir cualquier tentativa de fuga. El Verraco se golpeo las botas con una fusta larga y delgada; estaba pensativo. Tiempo atras se las habia visto con un coronel idiota del 123.° Regimiento de Infanteria, acusado de sabotaje en el mando, que se habia vuelto completamente histerico al tener que separarse de sus cosas. Aullaba y gritaba, amenazaba y blasfemaba, como le corresponde a un coronel.

El Verraco se le habia reido en las narices, y habia dicho:

– Usted es coronel y comandante de Regimiento. Esta lleno de medallas y de quincalleria. Tiene un nombre distinguido, procede de la antigua nobleza. Lo sabemos. Pero tambien es un pedazo de mierda que esta fuera de la ley. Si vive lo suficiente, mi coronel, sera ejecutado, fusilado por doce tiradores escogidos, y esto, aunque su sangre sea tan azul como el Mediterraneo. Pero tengo el presentimiento de que no vivira hasta entonces. Estoy seguro de que le recogeran como un monton de basura en uno de nuestros calabozos, para arrojarlo despues el estercolero, desde donde le esparciran como abono en un campo de patatas. Si algun dia supiera que parte del campo ha abonado usted, compraria las patatas y me las comeria.

Entonces, el coronel estallo.

El Obergefreiter Stever lo empujo por la espalda de modo que el coronel cayo sobre el Verraco, quien inmediatamente le largo un punetazo en el estomago, al tiempo que gritaba:

– ?Maldita sea! ?Se atreve a atacar a un funcionario en servicio?

El coronel brinco por los aires como una granada de 75 milimetros. Consiguio huir al pasillo, galopando con la camisa flotante sobre sus delgadas piernas. No pudo pasar de la reja, a la que se encaramo. Colgaba de ella como un mono, junto al techo, y pedia socorro. Invocaba alternativamente a la Policia y al buen Dios, pero nadie acudio. En cambio, llegaron el Verraco y Stever. Le hicieron bajar y lo arreglaron tan bien que consiguieron preferible cerrarle definitivamente la boca. Le mataron de un pistoletazo y lo dispusieron todo para que pareciera un suicidio. Sin embargo, el coronel habia suplicado que se le perdonara la vida.

El Buitre (el suboficial Greinert) lo sujetaba mientras el Obergefreiter Stever le obligaba a coger la pistola y a apretar el gatillo. El coronel no habia dejado de llorar. Daba su palabra de honor de que no diria nada sobre lo ocurrido si le dejaban con vida. Les ofrecia dinero, mucho dinero. El Verraco aun se reia al recordarlo.

?Poco habia faltado para que les ofreciera, ademas, su mujer y sus hijas!

Despues de haberle matado, enviaron un parte al comisario auditor del X Ejercito. A Stever estuvo a punto de atragantarsele la cerveza, cuando leyo el informe de el Verraco:

INFORME

La Carcel le Guarnicion X/76 ID/233.

Hamburgo-Altona.

28 de agosto de 1941.

Al Comandante General del X Ejercito. Hamburgo- Altona.

El detenido, coronel Herbert von Hakenau, se ha apoderado hoy, durante el paseo cotidiano, de la pistola del Obergefreiter de servicio, Egon Stever. Obergefreiter del 3.er Regimiento de Caballeria. Pese a una intervencion inmediata, el detenido ha conseguido apuntar la pistala contra su sien derecha y pegarse un balazo morid. El cuerpo ha sido retirado inmediatamente y depositado en su celda, iras de lo cual se ha llamado al medico.

M. STAHLSCHMIDT.

Haupt-un Stabsfeldwebel.

Habian enviado a buscar un medico para obtener un certificado de defuncion. Acudio un medico aspirante, un idiota que no entendia nada. Empujo con la bota izquierda el delgado cuerpo del coronel y le pidio a Stever que le tomara el pulso.

– Esta muerto, mi teniente -anuncio Stever.

– Eso parece -contesto el aspirante, mientras cogia la estilografica que el Verraco le alargaba.

Con gran alivio de todo el mundo, firmo el certificado de defuncion. Como causa de la muerte indicaba suicidio por disparo en la sien derecha. Craneo roto. Muerte inmediata.

Enterraron al coronel en el cementerio de los criminales. La Gestapo cuido de ello. Se dio un numero a su tumba. Se escribio la palabra «secreto» en todos sus documentos, y se les hizo desaparecer en el gran expediente llamado «gekados». Nadie seria ya capaz de localizar su tumba.

El Verraco descarto estos divertidos pensamiento, se volvio hacia el teniente Ohlsen, y ordeno:

– Quitese la ropa, prisionero. Pongala en dos sillas: la exterior, a la derecha; la interior, a la izquierda. Las botas entre las dos sillas. Orden, por favor.

Acecho un momento al teniente Ohlsen. Con gran decepcion por su parte, este no reacciono. Aquel teniente de Tanques era un imbecil. No serviria como diversion. Asunto rutinario. Mortalmente aburrido. Permaneceria en su celda, seria interrogado, se ceniria al reglamento. Los tipos del tribunal vendrian a verle y ensuciarian diez paginas con sus tonterias. Una perdida de tiempo. Lo mismo ocurriria con la sentencia. Con o sin proceso. Con mucha probabilidad, la pena de muerte. Vendrian a buscarle una manana, hacia las siete. Doce hombres de la guardia. Tipos apuestos, con botas bien lustradas y equipos relucientes. Bromearian para disimular su nerviosismo. Todos querian darselas de duros, pero se ensuciaban en los calzones de puro miedo. Le cargarian en la carreta de Bremen. Al llegar alli, le sujetarian a un poste, le colgarian un carton blanco en el pecho. Y un nuevo prisionero ocuparia inmediatamente su calabozo.

El teniente Ohlsen se desvistio con la paciencia de un angel. El Verraco penso que seria mejor que dijera algo para hacerle ir mas de prisa.

– No crea que esta en su casa, donde puede emplear varias horas en desnudarse. ?Vamos, un poco mas de rapidez!

Ni siquiera esto consiguio excitar al teniente. El Verraco mostro sus dientes amarillos en una sonrisa maligna y penso para si: «Espera que te presente al comandante, y ya veras si estas en forma.» Nadie habia salido nunca del despacho del comandante sin haber recibido varios porrazos. Miro al prisionero desnudo que tenia delante y, sonriendo, realizo otra tentativa de

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