seguro y un dedo acostumbrado a apretar el gatillo. Coloca frente a mi unos blancos interesantes. Sabe donde se oculta el diablo.»

Despues, se habia vuelto hacia Hermanito, y habia anadido:

– Sera mejor que vayamos a ver al capellan, a confesarnos. Ahora, el viejo jefe de Batallon, Stuber, pasaria a ser, sin duda, jefe de la 51.?. Le faltaba estatura para mandar a aquellos muchachos; ni sospechaba lo que eran. Pero estaba obligado a aceptar un mando en el frente. Necesitaba el suplemento de paga para satisfacer a su esposa, llena de ambiciones. Queria muebles bonitos, alfombras caras. No podia ser menos que la mujer del comandante. Queria una criada como la mujer del comandante de la guarnicion. Y le gustaba mucho recibir.

El jefe del Batallon, Stuber, habia suplicado al coronel Hinka que le concediese un mando en el frente. El coronel habia contestado con evasivas. Sabia que Stuber no era apto para el servicio en el frente. Pero, por ultimo, exasperado, lo habia prometido. Y ahora la 51.? Compania era libre. La compania mas dura de todo el Ejercito aleman. La llamaban «la Compania del diablo». Todo el Cuerpo de oficiales conocia a los tiradores escogidos de la Compania: Porta, el legionario, Barcelona y Hermanito. Tambien conocia a los lanzadores de granadas, Steiner, Julius Heide y Sven, que alcanzaban el blanco a ochenta metros de distancia. A aquellos hombres les era muy facil liquidar a un indeseable. Habia ocurrido ya muchas veces, sin que nadie hubiese podido demostrarlo. Asesinato, decian algunos. Defensa propia, aseguraban otros. El legionario habia dicho una vez:

– Participamos en una guerra en la que solo luchamos por nuestra propia vida. Matamos y maltratamos a hombres de otras naciones contra los que no tenemos nada, camaradas como los nuestros. El enemigo esta entre los nuestros.

Nadie habia contestado. Lo que habia dicho era tan cierto, tan absurdo…

El consejero criminal Paul Bielert cogio el documento firmado, ofrecio uno de sus cigarros brasilenos al teniente Ohlsen, y dijo secamente:

– Bueno, ya esta hecho.

El teniente Ohlsen no contesto. Ya no habia gran cosa que decir. Hubiese podido retrasar el asunto, negar; pero el resultado final hubiese sido el mismo. Para la Gestapo, lo unico que contaba era la confesion y el juicio.

Diez minutos mas tarde, dos SD Unterscharfuhrer entraron en el despacho. Uno de ellos apoyo pesadamente una mano en el hombro del teniente Ohlsen, y dijo con voz alegre:

– Vamos a dar un paseito en automovil, mi teniente, y os gustaria que nos acompanara.

Se reian. Aquel SD Unterscharfuhrer siempre decia: «No hay que ser brutal si se puede ser amable.» Tiempo atras cuando su Seccion habia sido designada como peloton de ejecucion, habia dicho a una mujer doctora mientras le anudaba una venda sobre los ojos:

– Solo le pongo una cortina delante de los faros, querida senora, porque no todo es agradable de ver. Imagine que jugamos a la gallina ciega.

Todo el peloton se retorcio de risa. Desde aquel dia, llamaban a las ejecuciones «la gallina ciega».

El Unterscharfuhrer Bock era asi. Ahora estaba sentado junto al chofer, y explicaba, como un guia, todo lo que veia. Pasaban por la Monckebergstrasse, atravesaban la plaza Adolph Hitler. A causa de los bombardeos se veian obligados a dar un rodeo y pasar por el Alster, donde cruzaron ante el hotel «Vier Jahreszeiten». Alli, Bock sintio la necesidad de decir:

– Todos esos hijos de papa se lo estan pasando bomba, en espera de que perdamos la guerra; pero pronto iremos a desenmascararlos.

Despues atravesaron Gansemarkat, cogieron por la Zeughausallee y bordearon la Reeperbahn. Estaba lleno de gente alegre que iba de una tasca a la otra.

– Si no tuvieramos tanta prisa -dijo Bock- habriamos podido soplarnos una botella de cerveza.

En la Kleine Maria Strasse habia una larga cola.

– Acabamos de instalar veinte putas nuevas -explico Bock-. Parece que esta pandilla de toros quiere probarlas. Y aun hay quien dice que en el Tercer Reich no hay servicios organizados. Mi teniente, ?ha reflexionado alguna vez en lo que representa exactamente el nacionalsocialismo?

Como el teniente Ohlsen no respondiera a esta pregunta de maxima actualidad, el otro prosiguio:

– La mejor forma de comunismo.

– ?Como se las arregla para llegar a esta conclusion? -pregunto el teniente Ohlsen, sorprendido.

Bock se rio, halagado.

– Somos nacionalcomunistas que quieren convertir a todas las demas naciones en paises alemanes, a condicion, desde luego, de que sus habitantes tengan la nariz recta. En Rusia, evidentemente, tambien son comunistas, pero no se interesan en convertir en rusos a los demas. Te pegan un coscorron y despues te dicen: «Ahora eres bolchevique, y lo que yo pienso lo pensaras tu tambien.» Nosotros dejamos tranquilos a los hombres con sotana, no les obligamos a llevar la cruz gamada. En Rusia, les ahorcan. En el fondo, hay ciertas cosas que me gustan en los tipos de Moscu. Nosotros somos demasiado blandos. Esa pandilla del Papa amenaza con vencernos Son mas fuertes de lo que pensamos, y si no vigilamos, aun lo seran mas A la gente le gusta el confesionario y todas esas zarandajas. Personalmente, sabre mantenerme apartado.

– ?Tantas cosas tiene sobre la conciencia? -pregunto el teniente Ohlsen con suavidad.

Bock miraba hacia la Konigin Allee; la gran iglesia estaba en ruinas.

– No me asusta nada. Solamente he obedecido, y seguire haciendolo. Y me importa un bledo quien me da las ordenes.

– Hablas demasiado -gruno el chofer-. Lo que has dicho sobre el comunismo no esta bien.

– ?Acaso no es cierto? -protesto Bock.

– No lo se. Solamente soy un Unterscharfuhrer, y esto me basta.

Se detuvieron ante el edificio del Estado Mayor, y entraron lentamente, en primera, despues de atravesar la cancela. La puerta chirrio. Hacia mucho tiempo que no la habian engrasado.

– ?De donde y adonde? -pregunto el centinela, asomando la cabeza por la portezuela.

– Gestapo IV-2-a, Stadthausbrucke, 8 -ladro el chofer-. Transporte a la carcel de la guarnicion.

– La orden de ruta -pidio el centinela.

Verifico las tres personas, examino un momento al teniente Ohlsen. «Estas listo -penso-. Es tu ultimo paseo sobre almohadones blandos. La proxima vez, iras en carreta, con doce hombres.» Se coloco ante el vehiculo, para controlar la matricula. Saludo resueltamente al oficial prisionero.

El gran «Mercedes» siguio adelante por el cuartel. Un letrero indicaba la velocidad: tope maximo, 20 kilometros por hora.

El teniente Ohlsen se fijo en un grupo de oficiales con guerreras blancas que ascendian por la ancha escalinata que llevaba al casino. Conocia el casino de los oficiales del cuartel de Caballeria, el mejor de toda la region militar.

El automovil avanzaba lentamente por la gran plaza de armas, donde millares de reclutas, dragones y ulanos habian levantado ingentes cantidades de polvo desde que el emperador habia inaugurado el cuartel, en 1896. Bordearon las cuadras, que servian de garajes y almacenes. Hacia tiempo que los fogosos caballos habian desaparecido.

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